La mujer de pelo enmaraado y la pequea que venda flores
Publicado en Jul 28, 2012
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“Es extraño” -pensó- luego de saberse consciente intrínsecamente en el sueño. Sabía que todo lo imposible suele suceder en quimeras, pero muy distinto era participar de modo reflexivo en el submundo onírico. Tal vez por ello, se sintió sorprendido luego de haber traspasado las paredes de la habitación, como alguna vez sucediera en más de una escena en las películas de ficción o terror que solía ver junto a Mabel, aquella compañera de andanzas juveniles con la que acostumbraba colarse en más de una sala de cine para juntos soñar llegar a ser grandes directores, pasando horas y horas comentando las cintas de Steven Spielberg o de las actuaciones de sus actores favoritos como Anthony Hopkins, Jack Nickolson, Meryl Streep, Julie Roberts, Robert de Niro, Nicolas Cage, George Clooney por nombrar sólo algunos… ¿Qué será de Mabel? se preguntaba al tiempo que observaba con curiosidad la habitación de colores sombríos, alumbrada por una de las lámparas dispuestas en uno de los veladores, y cuyo resplandor era tan lúgubre como todo el entorno. La habitaban un hombre cincuentón que yacía en camiseta apoyando la cabeza sobre su regordete brazo al tiempo que parecía mirar la televisión, en tanto la mujer a su lado ojeaba lacónica una revista, como esperando la venciera el sueño. La habitación olía a tiempo desgastado, espacio marchito, a horas muertas que hedían descompuestas ¿Qué hacen en mi sueño? ¿Será acaso una visión premonitoria? Debo pensar que ¿Acabaré así mis últimos días? – se decía- espantado. Abrumado, atravesó otro muro. Apareció en un comedor espacioso, donde una numerosa familia se disponía a cenar. A diferencia del cuarto anterior las paredes eran luminosas y se confabulaban con lo animado de las conversaciones, copiosas ensaladeras, fuentes con carne y pollo humeantes, pan, junto a botellas de vino y refrescos adornaban la mesa, los comensales parecían disfrutar a sus anchas de la comida, eran alegres. Unos niños escondidos bajo la mesa se ocultaban de los mayores que los llamaban a viva voz. No lograba reconocer a ninguno de ellos, quizás porque sus rostros le parecieron más bien de otra época, quizás acaso se relacionaron en alguna vida pasada. Se sintió un intruso entre tanta gente desconocida, por lo que abandonó prontamente la habitación. Esta vez apareció en un estrecho callejón donde la humedad, basuras y escombros se hallaban por doquier. La luna parecía haber huido de aquel paraje asqueada de tanta miseria, sólo la exigua luz que expelía la luminaria en el acceso oriente del mismo, le daba aún un aspecto más tenebroso, tanto que el miedo le recorrió su piel como el lamido de un gato famélico que agonizaba. El frío de la noche dejaba caer su aliento por la ciudad, se subió la solapa de su abrigo y metió sus manos a los bolsillos. A la distancia logró percibir el lánguido llanto de una mujer sollozando que yacía en el suelo apoyando su espalda contra la pared. Instintivamente fue a su encuentro, y mientras lo hacía –pensaba- en su suerte en tamaña desolación a esa hora de la madrugada. Vestía un largo abrigo oscuro, su pelo enmarañado cubría su rostro, su contextura era mediana, más bien delgada, al menos eso dejaban ver sus huesudas manos y las canillas asomadas de su pantalón. Entre sus ropas pudo comprobar que sostenía un bebé que dormía. Deseaba acercarse, más, se quedó paralizado enfrente sin decir ni hacer nada. Como si el destino quisiera que tan sólo fuera un mudo testigo.
 
Recordaba haber leído que los sueños tenían significado espiritual, era el modo en que el subconsciente buscaba comunicarse con nuestra alma a través de imágenes, vivencias en ambientes desconocidos, donde nuestros miedos eran los principales protagonistas de manifestación, más ¿Qué podía representar todo esto en su vida? primero el matrimonio desgastado por la rutina de los años, luego la familia chillona que disfrutaba de la buena mesa, y ahora la mujer que lloraba con un pequeño entre sus brazos. Cerró los ojos, como si de éste modo,  pudiese regresar del sueño y despertar. Añoraba verse de nuevo en su habitación. Su mente se movía en forma desordenada en el espacio onírico, se abandonó hasta que el letargo le amordazó sus entrañas.
 
Intentó nuevamente abrir los ojos, con desilusión comprobó que continuaba en el callejón. Sin embargo, la mujer había desaparecido. Salió corriendo tras su rumbo, a su paso pisaba charcos, basura en descomposición y escombros, por lo que intentaba acelerar el tranco, quería despertar, aquello se estaba convirtiendo en un sueño tormentoso. Corría y corría sin detenerse hasta que sus pasos le llevaron a una calle desierta. Yacía agitado en mitad de la vía. La escena lo mostraba a él con su abrigo abierto, la respiración excitada, el vapor saliéndole a bocanadas por su boca, el pecho oprimido que hacía penosa cada vez más su figura. Si hubiese estado sentado en la sala de algún cine, se hubiese visto difuminándose entre la bruma por la escasa luz de las luminarias que le enfocaban como único testigo, en la calle desierta. La cámara luego iría ascendiendo para darle más fuerza a la escena, mientras la música de fondo buscaría resaltar lo tenebroso, para envolver al espectador que aterrado en su butaca, espera la sorpresa, ya sea por la aparición intempestiva de alguien o algo, y entonces provocar el sobresalto de éste. Quiso volver a sentir en sus brazos las uñas de Mabel, cuando se aferraba asustada por éste tipo de escena y que  tanto gozaba porque le brindaban esos momentos íntimos donde se hacía pequeña y se refugiaba en él.
 
De regreso de sus recuerdos, divisó a la distancia la silueta de la mujer tras las sombras de la noche. Intentó gritarle, corrió por alcanzarla. A pesar que podía ver sus piernas estirarse y contraerse dando zancadas, no lograba aproximársele, parecía más bien alejarse a pesar de su prisa. Su camisa se apegaba a su espalda a causa del sudor, el corazón suplicaba un descanso y su pesada estampa se iba inmovilizando desfallecidamente. Jadeando llevó fatigosamente sus manos a sus rodillas entre resoplidos intermitentes, una gota de sudor bajó por sus sienes. Se incorporó con dificultad, tomando conciencia que su vida sedentaria, le estaba haciendo un llamado de atención. Iría a hacerse un chequeo médico esta semana, sin duda ya no podía dejar pasar más tiempo, hasta quizás ingresaría a un gimnasio como solía hacerlo de joven, o retomaría los partidos de handball en el club de su padre, en fin, no lo tenía claro del todo, pero en definitiva algo debía hacer, se lo expresaban a gritos sus rodillas y su avivada respiración. Sacó un pañuelo de su bolsillo secándose el sudor de su rostro, la transpiración se paseaba por toda su gruesa contextura.  
 
Buscó refugio en el único local abierto, donde pidió el baño. Apenas halló un poco de privacidad, se desplomó sobre la taza del baño. Los pantalones entre sus pantorrillas, el asomo de su abultado vientre, y la dificultad en respirar le hicieron pensar que lo más prudente sería dejar de fumar, de un rápido gesto botó en el papelero la cajetilla que guardaba. Llevó su vista a los rayados en la muralla deteniéndose en un corazón que decía “Te amo Mabel” – sonrió -, ¿Cuántas Mabel existían en el mundo? Ello le llevó a cuestionarse ¿Qué había sentido realmente por Mabel? ¿Por qué después de tantos años su nombre le aparecía en sueños? se preguntó, mientras hurgueteaba a tientas el papelero tratando de rescatar los cigarrillos. Sacó uno y nuevamente la tiró. El último - se dijo para sí - al tiempo que aspiraba y lanzaba una bocanada de humo, contemplando como se desvanecía frente a él. El sabor fresco del tabaco se mezcló en su boca y las dudas de dejarlo definitivamente se agolparon en su cabeza. Quizás cuando despierte, será más fácil –pensó.
 
Los tacos de una mujer irrumpieron en el baño del local. ¡Este es el baño de hombres! – gritó desde su incómoda posición. No hubo respuesta. El llanto de un bebé despertando chasqueó en las murallas. Se asomó por la ranura de la puerta y divisó una mujer que le daba la espalda. Era la del callejón. Intentó vestirse presurosamente pero al salir, ya no estaba. Le preguntó a la camarera, quien no entendía lo que decía (recién entonces se dio cuenta que era Coreana) ¿Qué hacía una Coreana en su sueño? salió a la calle mirando en ambas direcciones, pero la soledad y la oscuridad nocturna eran nuevamente cómplices de la extraña mujer.
 
Se desmoronó en una de las sillas del local y pidió una sopa, necesitaba sentir algo caliente en el cuerpo. La dueña del local, al parecer también coreana, le miraba con recelo detrás de la caja. Observó con detención su rostro y pese a la dureza de su mirar con el rabillo del ojo, pudo notar que las líneas de su perfil era suaves, sus ojos pequeños, su nariz menuda, y aunque sus delgados labios estaban recargados de rouche, la mezcla de sus rasgos y su maquillaje le daban cierto aire sensual, que contrastaba con lo glacial de su mirada. De algún modo reconocía en ella la atracción que le provocaban las mujeres orientales, motivado por esa compleja combinación entre misticismo y sensualidad que esconden en su tibio cutis o sus delicados rasgos, o tras el misterio que disimulan sus parpados sombríos que al abrirse como pétalos, dejan escapar la candidez de unos ojos negros que fascinan.
 
El sector donde se hallaba sentado, era el único que aún se mantenía iluminado, el resto del local descansaba en penumbras. No estaba cierto de la hora, más sin duda era pasadas las cuatro de la madrugada. Contemplaba con cierta atención la escasa ornamentación del recinto, unos pálidos cuadros de familia enmarcados en tonos oscuros y paisajes costumbristas vestían las murallas principales pintadas de un bermellón furioso, un espejo tras el mostrador, una repisa con figuras orientales, velas y dos dragones dibujados en papel de arroz componían el resto de la ornamentación. Su lado consciente trataba de encontrar explicación a todo lo que veía, como si observando hasta el más mínimo detalle, encontrara la pieza clave para descubrir el acertijo del sueño. Se hallaba abstraído en tales cavilaciones, cuando vio asomarse por la puerta de entrada, a una pequeña niña oriental que vendía flores, vestía blusa blanca, un vestido gris que le llegaba a la rodilla y un chaleco azul como único ornamento. Sin decir nada, se acercó a su mesa y le extendió las pocas flores que cabían en su manita ¿Qué hacía esa pequeña vendiendo flores en una fría noche de invierno, vestida primaveralmente? Tomó las flores y las dejó sobre la mesa, sostuvo sus manitas heladas e hizo señas a la camarera para que le trajera una sopa también a la pequeña, al tiempo que le acomodaba una silla a su lado. ¿Diez o trece años? ¿Cómo saberlo? Todas las orientales parecen no envejecer - se dijo - sin poder dejar de estar absorto con la pequeña que permanecía impávida, ni siquiera cuando llegó la sopa caliente, pareció inmutarse. Tras su insistencia empezó a probarla. Se llevaba cada cuchara con extrema suavidad y abría grande la boca, como temiendo botar el sabroso líquido. Ambos comieron en el más absoluto silencio, como si fuesen niños cumpliendo algún tipo de castigo que no les permitiese hablar hasta acabar el plato. Cuando hubieron terminado, nadie más se hallaba en el local, ni siquiera la dueña que se había retirado junto a la camarera. Estas cosas pasan sólo en los sueños – pensó. Sacó un billete y se lo dio a la pequeña por el pago de las flores y dejó otro sobre la mesa como pago de las sopas (le gustaba ser correcto, aún en sus sueños). Luego salió nuevamente a la calle, ya no sentía tanto frío. Sostenía en su mano derecha las flores compradas a la pequeña, y de pronto sintió que la izquierda era apresada por la menor. Definitivamente no pensaba dejarlo, se diría que ambos no tenían a nadie más, en éste sueño. Se puso a caminar, no sabiendo que destino tomar. Quien se hubiese asomado a esa hora de la madrugada, hubiese visto un hombre mayor de contextura gruesa, sosteniendo en una de sus manos un ramo de flores y con la otra a una niña de unos doce años caminando por una calle solitaria de algún barrio pobre de Seúl.  
 
Llegó a un lugar donde se ofrecía hospedaje. La encargada, una mujer regordeta, que olía a cigarro y alcohol no efectuó consultas con relación a la menor, cobró la tarifa por anticipado e indicó la habitación al fondo del pasillo. Una alfombra roja desteñida y deteriorada por el continuo transito vistieron en el pasado el angosto pasadizo donde ahora apenas calzaba su figura y de la pequeña. Las puertas en otro tiempo blancas se conservaban mediocremente pulcras y los muros de un amarillo ceniciento, no tenían adorno alguno. Al abrir la puerta de entrada, uno se enfrentaba a dos camas de una plaza y un velador central. Encendió la lámpara y abrió la cama para acostar a la menor. Luego se dirigió al baño, deseaba tomar una ducha. El agua no calentaba del todo, pero no le impidió meterse en la bañera. A ratos creía estar en su antiguo departamento, pero sólo eran instantáneas pasajeras, seguía atrapado en el mundo onírico, a pesar que en esos momentos lograba disfrutar del agua corriendo por su espalda.
 
Tenía los ojos cerrados gozando del contacto del agua que caía suavemente por su rostro y se deslizaba como cálidas manos de amante por toda su envergadura, devolviéndole cierta paz que para entonces necesitaba de sobremanera. Se hallaba en suspensión sin percatarse de lo que sucedía en el exterior cuando se filtró sigilosamente la mujer. Su pelo enmarado era inconfundible, se abrazó a él como buscando refugio (de la misma forma que lo hiciera en algún momento de tristeza Mabel, con quien, eso sí, nunca compartió la ducha). Su nuca quedaba justo bajo su barbilla. No sabía que hacer, ni siquiera se atrevía a tocarla ¿Cómo había llegado hasta ahí? ¿Por qué razón la mujer regordeta le permitió el ingreso a su habitación? ¿Por qué se metió en el baño junto con él? Las preguntas y dudas rebotaban en las paredes de su mente ¿Quién era esa mujer? El tiempo en los sueños pierde su consistencia por lo que no alcanzó a formularle pregunta alguna antes de que la cortina del baño fuese abierta por efectivos de policía que le tomaban por arresto. Le permitieron vestirse, antes de ser esposado y acusado de violación y estupro de la menor que pese al alboroto seguía dormida (junto al bebé de la mujer de pelo enmarañado, que lo había recostado en su cama). Entre gritos y golpes propinados por los policías coreanos, trataba de hacerse entender de su total inocencia frente a los cargos que si bien no los entendía a ciencia cierta al menos los intuía. La regordeta fue la que llamó a la policía y la que lo acusaba señalando a la menor en la cama, en tanto la mujer de pelo enmarañado cubierta ahora en bata, no emitía palabra alguna. Fue llevado a empujones entre los  curiosos huéspedes de la posada, que asomados en las puertas de sus habitaciones y aprovechando su desvalidez le insultaban y lanzaban escupos a su paso, con la venia de los policías que lo llevaban esposado. Lo que aún quedaba de noche, la pasó en una celda que apestaba a orines y heces, donde las moscas y ratones no le permitieron dormir.
 
Al amanecer un hombre coreano de baja estatura, mediana contextura y ataviado galánmente de terno, se presentó como su abogado enviado por la embajada de su país. De inmediato le pidió relatar los hechos acaecidos lo mejor que pudiera, pero a las interrogantes que le plantease su interlocutor respecto de ¿Qué hacía bañándose con la mujer? o ¿Por qué la invitó junto con  la niña? o ¿Cómo llegó ella ahí? no pudo encontrar algo coherente que decir, mientras el hombre vestido de negro que lo observaba con sus manos entrelazadas, movía la cabeza en señal de desaprobación. Cuando la entrevista hubo terminado, no tuvo más remedio que comunicarle que sería condenado a presidio perpetuo en el mejor de los escenarios, no tenía salvación. Sonrió, mientras el abogado se retiró molesto por su actitud. Que más da –pensó. Ser condenado a muerte o presidio perpetuo en un sueño. Relajadamente se tendió en el camarote tratando de quedarse dormido, para lograr así finalmente despertar.
 
Nuevamente, fue víctima de la aparición repentina de la mujer, no percatándose de ello sino hasta sentir su mano en su rostro, estaba agachada frente a él. Asustado, se incorporó tratando de dar un salto para hablarle y preguntarle que hacía allí, pero ella lo impidió. Con su palma cerró sus ojos y acarició su rostro desapareciendo como había llegado. La buscó con la mirada en las celdas y comprendió que estaba enloqueciendo.
 
Empezó a sentir más tarde, una opresión en todo su cuerpo, sus manos y extremidades desaparecían ante su asombro, todo él estaba reduciéndose y transformándose, hasta quedar convertido en una cámara de filmar con vida propia. Primero se elevó en su celda para verse desde la altura, su aspecto no era el mejor, desde lo alto se apreciaba aún más gordo, definitivamente debía consultar un médico cuando antes y hacer algún tipo de dieta, luego fue bajando hasta atravesar los barrotes, para observar lo que había en la otra celda. Un hombre de raza de color, vestido de pantalón y chaqueta negra con una polera blanca, repetía “ustedes tienen la culpa, provocando la destrucción del hombre”, mientras sostenía entre sus manos una Biblia y fijaba su mirada al frente, donde en la pared del frente colgaba una fotografía de hombres blancos, que parecían políticos. Colindaba a la segunda celda, una sala donde estaban los policías de turno. En la habitación contigua, un oficial interrogaba a la mujer de pelo enmarañado que permanecía sentada en una silla con sus brazos maniatados tras su espalda, con la cabeza gacha, sin responder a las preguntas de su interlocutor. El hombre perdía la paciencia y procedió a golpearla con descomunal violencia, pero ella mantenía su silencio. La impotencia y rabia que le provocaron al estar constatando tal escena, hizo que sus brazos se extendieron desde la cámara y sujetó por los hombros al policía, en su intento de detenerlo, pero éste al observar que los brazos procedían de una cámara, sin cuestionarse aquello lanzó un golpe a ésta lanzándola contra la pared. Fue entonces, cuando el resto de su envergadura se desprendió quedando la cámara en el lugar que le correspondía a su cabeza, dedicándose desde esa posición a grabar la horrible muerte que fue objeto el policía coreano. Cuando los otros policías entraron a la sala a causa de la pelea, encontraron a la mujer amarrada en su silla, y a sus pies el oficial coreano muerto. Cercana al cuerpo del occiso, se hallaba la cámara totalmente ensangrentada. El cuerpo de la víctima parecía haber sufrido el ataque de una fiera, por la forma que estaban sus ropas revueltas y estropeadas, su vientre y su pecho perforados dejaban entrever sus carnes abiertas, quedando a la vista el corazón y vísceras, su rostro virado hacia el lado opuesto que lo hacía su cuerpo, daba clara muestra de haber sido desnucado.
 
La cinta tomada por la cámara, mostraba el brutal ataque propinado al oficial, como si los ojos del criminal fuesen los que mostrasen las imágenes, haciendo de vez en cuando acercamientos a la mujer de pelo enmarañado, que daba muestras de horror a lo que estaba presenciando, y que pese a abrir su boca pidiendo auxilio, la cinta no grabara sonido alguno (aún cuando estuvo activado el audio al momento en que se desarrollaba la grabación, como lo determinaron las pericias policiales a posteridad) Sólo el anillo que llevaba en la mano derecha el agresor fue el único medio de prueba que determinó que el acusado de la celda número uno fuera culpado, a pesar que fue imposible encontrar evidencia alguna que éste hubiese abandonado su celda. Dado que para acceder a la habitación del crimen, debía pasar por la sala donde se hallaban los otros oficiales, cosa que no ocurrió, como lo declaran los oficiales en el expediente y en el sumario interno de la policía.
 
El juicio se llevó a cabo según las antiguas leyes coreanas, y el culpable fue condenado a la usanza tradición de decapitamiento (no aplicada hace siglos, en los tribunales coreanos) Fue llevado de su celda por un largo y estrecho corredor mal iluminado, hasta una sala que parecía un pequeño anfiteatro. Fue puesto de rodillas con las manos atadas a su espalda. Eligió que le quitaran la venda, quería ser testigo de su muerte. Entre las sombras de los presentes, alcanzó a divisar la imagen de la mujer del pelo enmarañado que lo contemplaba con su bebé en los brazos. El resto parecían ser autoridades y militares que daban cuerpo al arcaico ritual. Su verdugo era un hombre de contextura gruesa con el torso desnudo, que en su mano derecha sostenía un sable  parecido a una katana, su memoria le trajo entonces las películas de Bruce Lee que tanto le gustaban. En ese instante se vio en la pantalla grande como protagonista, la cámara hacía un acercamiento de su rostro hasta detenerse en su pupila, donde se veía reflejada la figura del verdugo al momento de levantar el sable con ambas manos, y de un golpe certero acabar con su vida, mientras la pantalla se llenaba de sangre salpicada que comenzaba a chorrear por el telón, deteniéndose en ese instante la imagen, para dar inicio al reparto, mientras los espectadores se paraban para aplaudir el termino del film. Las luces se encendían, la gente comenzaba a abandonar la sala, él también lo hacía cuando despertó del sueño.
 
Seis meses más tarde, se hallaba en pleno vuelo con destino a Seúl, enviado por su compañía con el propósito de cubrir la entrega del premio a mejor directora que recibía su compatriota y amiga Mabel, logrado en ese país. El sueño retomó significado en su mente, el recuerdo de su imagen luego de tanto tiempo, el hecho de que su sueño ocurriera en la misma ciudad coreana. Se detuvo a pensar en si lo reconocería después de tantos años, ¿estaría casada? Le contaría del sueño y de seguro reirían pese a tanta coincidencia (ella de carácter pragmático, no daba cabida a éste tipo de cosas que no tienen explicación) en fin, tantas cosas que han pasado en éstos más de treinta años, sin duda, no le bastarían los tres días que duraba su viaje.
 
La noche de la premiación, se presentó como corresponsal del principal matutino de su país, y trató de conseguir la mejor ubicación con un pequeño soborno a uno de los encargados de seguridad para la entrevista de prensa que estaba fijada luego. Una mujer de cabellera frondosa, atrajo su atención. La mujer de pelo enmarañado apareció como un destello en su memoria. Al acercarse a ella y presentarse descubrió que era Mabel, la sorpresa lo paralizó y tuvo que contentarse con verla perderse entre flashes y el tumulto de periodistas, admiradores y gente del medio que la asediaron, y que la alejaron de su presencia como suspendida entre el alboroto que causaba su imagen en el país oriental.
 
Aturdido, con su grabadora digital, salió alicaído del teatro donde se realizaba la premiación, como necesitando respirar aire. Afuera la muchedumbre era enorme, todos trataban de rescatar la imagen de algún artista famoso con sus cámaras de aficionados, por lo que su presencia confundida quizás por la de algún famoso descargó gran número de flashes y vítores de quienes se hallaban agolpados a las afueras, contenidos por la presencia policial. Entre apretones y empujones se retiró del lugar, donde en ese momento sus pasos se toparon con una pequeña que vendía flores.
 
Sostenía en su mano derecha las flores compradas a la pequeña, y de pronto sintió que su mano izquierda era apresada por la menor. Definitivamente no pensaba dejarlo, supuso que ambos no tenían a nadie más, en éste país. Se puso a caminar, no sabiendo que destino tomar. Quien se hubiese asomado a esa hora de la noche, hubiese visto un hombre mayor de contextura gruesa, sosteniendo en una de sus manos un ramo de flores y con la otra a una niña de unos doce años caminando por una calle solitaria de Seúl.                                               
 
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Foto del autor Esteban Valenzuela Harrington
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Descripción

Los sueos nos pueden trasportar mas all ...

Palabras Clave: enmaraado

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



Comentarios (2)add comment
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Raquel Esther Gmez Aguiar

Interesante relato, nos presentas un sueño-pesadilla con el razonamiento y observación del personaje, al final él comprueba el sueño como promonitorio. Nos mantienes con la esperazanda de que el personaje pueda solucionar a bien la situación.
Un abrazo.
Responder
July 29, 2012
 

MAVAL

Bueno...un cuento para leerlo con calma...
veremos...
mientras dejo mi saludo!
Responder
July 29, 2012
 

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