QUE ASI SEA (novela) 3ra parte
Publicado en Apr 13, 2012
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Y SE HIZO LA LUZ
Hacía una semana que Melisa no había vuelto a ver a Alexis y aunque sabía que Leyla estaba enferma, no podía ima­ginar lo que realmente estaba sucediendo.
Con el correr de los días, la ausencia de él en la casa de Melisa y la falta de llamados telefónicos, llamó la atención de Demaris y de Lucas, pero no  hicieron comentarios. Mel pasaba horas en el taller tratando de pintar hasta muy  tarde.
No entendía lo que pudie­ra estar sucediendo con  Alexis, pero pensaba que su cobardía le impedía enfrentarse a Leyla o tal vez, a ella misma y se había resignado a seguir con  su calvario.
Pero con el correr de los días y sin tener noticias de él, se conven­ció de que él había decidido no volver a verla. Sus esperanzas de formar una pareja, se esfumaban como el humo de sus cigarrillos.
Y cuando ya había pasado un mes, ella no podía dejar de sentirse decepcionada de los hombres, porque preferían ser masoquistas antes de enfrentarse a una mujer.  
Su cabeza daba vueltas y vueltas sobre ese punto y su mente se embotaba tratando de  comprender lo incomprensible.
A veces y a causa de su impotencia, se sentía perseguida por una especie de predestinación  y pensaba que jamás podría ser feliz con ningún hombre. Y era entonces cuando dudaba de todo. De sí misma, de sus conceptos, de los otros. Y mirándose al espejo, dijo:
- ¡Todos los sanes del cielo se han ensañado para castigar tu lujuria, tu lascivia, Melisa Cerdeño! ¡Todos los salmos de la Biblia cantarán un día sobre tu inútil y epicúrea vida, en  el día del juicio final!
Luego, caminó por la habitación como enloquecida y arrojó su vaso de Whisky contra el piso, para luego beber directamente de la botella.
Estaba mareada y se sentó sobre su cama. Las figuras propias de la bo­rrachera se hacían presentes para torturarla. Primero, fue Román con su risa, que llegaba clara a sus oídos, luego Dios, sentado a su lado.
- ¡Vete, maldito seas! Burda idea de los hombres débiles como Román o Alexis, fantasma de los niños y terror de los fanáticos. ¡Déjame en paz con tus inútiles acechanzas! ¡No tienes lugar en mi corazón ni en mi cere­bro y no voy a claudicar! ¿Entiendes? No puedo borrarte de sus mentes, pero yo sí  puedo vencerte cerrándote las puertas de mi espíritu. ¿Me oyes Arcángel de los ciegos y de los sordos?-le decía ella entre dientes.
Melisa se volvió a recostar sobre el lecho, como cansada por esa disputa inútil con el Creador, pero antes de dormirse, volvió a cargar en contra de Él:
--Ya tienes a Román, y también a Alexis, pero esto será lo último que te permitiré. ¡Satanás de los cielos!
Luego se quedó dormida y seguramente, al otro día, no recordaría ese diálogo trascendental.
Se levantó muy tarde ya que Maruca no la había despertado y se dedicó a pintar hasta casi a la hora de la cena, cuando decidió dar un paseo que la distrajera un poco.
Sacó su carro y aprovechando que Demaris se quedaba con Fanny, se dirigió a la Avenida que bordeaba la costa. Pero al dar vueltas en una esquina, se percató de que  otro coche la seguía, desde hacía unos minutos.
 Sin pensarlo, se detuvo a un costado de la acera y el otro carro se detuvo también detrás del suyo. Melisa miró por el espejo retrovi­sor y vio que un hombre descendía a toda prisa, pero la oscuridad no le permitía saber de quien se trataba, pero por el costado de su ventanilla vio que quien se acercaba, era  Alexis.
-Mi amor, te seguí desde que saliste de tu casa, pensé que me habías visto-le dijo al entrar al carro de Mel
--¿Por qué tuviste que hacer eso?-lo indagó ella.
--Porque quería hablarte.
-Vivo al lado de tu casa, no es tan difícil ubicarme-le dijo.
-Tengo que explicarte lo que está ocurriendo y me comprenderás-le dijo él.
-No necesito que me expliques nada, yo ya entendí -le dijo malhumorada.
--Vamos a echar  palitos y platicaremos ¿Quieres?-le pidió él, con infinita ternura.
Melisa no pudo negarse, aunque sabía que a esa altura de los hechos, ninguna explicación la conformaría plenamente.
Caminaron por la costa y eligieron un lugar con poca gente para estar tranquilos. Entre copa y copa, Alexis le detalló lo ocurrido y los mo­tivos de su alejamiento. Ella lo escuchó sin emitir comentarios y cuando él concluyó su relato lo miró como si recién lo conociera, recorriendo cada parte de su rostro, que ahora le parecía diferente, aunque igualmente atractivo.
-Me equivoqué pensando en que habías decidido no verme más. Discúlpame por haber dudado de tu amor
-le dijo simplemente, Mel.
 - ¿Eso es todo lo que vas a decirme?
 - ¿Qué podría decirte, que ya no te hubiera dicho?
- ¿Me comprendes? - le preguntó él
-Claro que te comprendo, Alex.
- ¿Te hago sufrir?
--Sufro por ti.
---Te amo Mel. Soy un cobarde, pero te amo. Sólo debemos esperar a que pase esta crisis y con el tiempo, volveremos a vivir nuestro amor-le dijo él.
 -Eso no Alexis, lo nuestro se terminó-dijo ella sin titubear.
 - ¿Estás desilusionada?
-Nunca esperé nada, quédate tranquilo.
-Quiero tenerte, aunque fuera una vez más, por favor-le suplicó él.
-Leyla debe estar a punto de suicidarse con tu demora-le dijo con ironía.
-Dime que sí, lo necesito, hasta que todo vuelva a ser como antes-le pidió.
-Acostúmbrate a lo tuyo, Alexis-le respondió, tomando su bolso para irse.
-No te marches Mel, concédeme lo que te pido-le dijo, mientras salían.
-No insistas, es mejor así.
Alexis no pudo detenerla y  sin saber qué hacer con el amor que le guardaba y sin más testigo que un cielo sin estrellas, emprendió el regreso. Dos caminos idénticos que se bifurcaban en la misma vereda y que se alejaban sin retorno. Pero qué podía hacer. Cuando por fin llegó a su casa, Leyla lo miró como reprochándole su tardanza.
- ¿Adónde has estado?-le preguntó ella.
-En el estudio-le mintió.
-Cuando estés allí, otra vez, atiende el teléfono-le dijo ella, descubriendo su mentira.
 Él no le respondió, pero tenía la sensación de que el piso se habría bajo sus pies.
•-   ¿Has cenado ya?-insistió ella.
•-   No, pero no  tengo apetito.
Se encerró en su cuarto para sentirse liberado de la persecución de su mujer, porque un sabor amargo le corroía las entrañas cada vez que tenía que soportar su interrogatorio. Y eso le traía  aparejado un cansancio interior que lo hacía sentir derrotado.
Pero enseguida, una luz se hizo visible en medio de su dolor. Y como rindiéndose a Dios, exclamó:
-Basta, Señor. No me castigues más por mi falta de fe. Hoy te he visto Dios mío y conozco tu poder. Ya no dudaré más de tu existencia. Me has dado un hijo minusválido, me has condenado al matrimonio sin amor  y ahora me quitas a Melisa. ¡Ya basta, Dios! Dame la paz que necesito para soportar este calvario que me has impuesto-dijo, mientras juntaba las manos para orar.
Y esa noche, Alexis durmió en paz, como si el Ángel de la Guarda estuviera velando sus sueños.        
Por la mañana, desayunó huevos con Jamón con un vaso de leche y salió a la calle.  Pero al regresar, la mirada de su mujer parecía vol­ver a hostigarlo.
No bien terminó su almuerzo, se retiró a su habitación con una revista para leer,  pero enseguida escuchó los pasos inconfundibles de Leyla  y  sus golpes en la puerta.
- ¡Adelante!-le dijo él, dejando a un costado la revista.  Ella entró y sentándose sobre el borde de su cama le preguntó:
- ¿Piensas seguir así, Alexis?
--¿Así cómo, Leyla?-le preguntó, extrañado.
- ¿Durmiendo en este cuarto?
-No pensarás que regresaré al cuarto matrimonial ¿Verdad?
-Si la  relación no es como antes, no quiero que permanezcas en esta casa. Yo no voy a buscar a otro hombre teniendo un marido en mi casa.
-Puedo dejar de ver a Melisa, pero no voy a tener sexo contigo porque no te amo, Leyla-le dijo él.   
-Eso no es lo que pactamos al casarnos-le recriminó.
-Tampoco prometimos mentirnos ¿Verdad? - le replicó él.
-Tienes una semana para pensarlo -lo amenazó.
----No cederé en ese punto y puedes hacer lo que quieras.-le gritó él.
Leyla se retiró furiosa. Tenía que pensar en la manera de lograr sus propósitos. Quería tenerlo, aunque no lo deseara, tan sólo porque su rencor le hacía imaginar mil formas para mortificarlo y someterlo.
 Pero sentía un dolor de cabeza intenso y un zumbido en sus oídos que la volvía loca, de modo que tomó una pastilla y se recostó para tratar de planear algo. Quizás, si arreglara algo con su amiga médica que le hicie­ra creer a Alexis que ella se iba a morir, él se apiadaría y cedería.
Por otra parte, su hijo Roque estaba progresan­do mucho en manos de los especialistas que Alexis le había conseguido y no quería volver a usarlo para sus fines. Después de todo, ella era su madre y lo amaba lo suficiente como para no interferir en sus adelantos.
Y esa misma tarde, se decidió por ver a su amiga Ivana .Tomó un carrito por puesto y a las cinco, ya estaba en su consultorio. No había pacientes en la sala de espera, de modo que la hizo pasar de inmediato. Leyla dramatizó su problema con Alexis, mostrándolo como un hombre sin sentimientos para con ella y sus hijos, lo cual conmovió a su amiga, que se dispuso a ayudarla.
-Es fácil engañar a Alexis, pero no debes dejar que él te lleve a otro médico para que no nos veamos complicadas-le previno Ivana.
-No podrá obligarme a ir a otro profesional, pues sabe la confianza que tengo en ti -le aclaró Leyla.
-Tampoco debes dejar que te tomen radiografías ni electrocardiogramas. Te procuraré algunos de otra persona para sostener la enfermedad cardiaca. Tienes que venir acompañada por Alexis,  para que sea testigo de todo.
- ¿Cuál será mi diagnóstico?-preguntó Leyla.
 -Insuficiencia cardiaca grave. Tendré que darte medicación, que tú no tomarás y te daré dos años de vida como máximo. ¿Es suficiente?
---Sí, gracias Ivana, no sabes lo contenta que estoy.
-Después pensaremos en alguna droga milagrosa, que nos saque las cas­tañas del fuego.-le dijo ella.
Cuando salió del consultorio, un nuevo brillo le iluminaba la mirada. Pero tenía que cambiar su modo de proceder con él, debía ser tolerante, comprensiva y hasta permisiva, para que él no sospechara nada y pudiera apia­darse de ella.
 Hablaría  con él,  no bien llegara a su casa y  pondría las cartas sobre la mesa, si es que quería de verdad ganar la partida.
Alexis no le preguntó de dónde venía porque en realidad no le importaba, a pesar de no ser usual en su mujer, salir sin avisar. Ella lo saludó y se sentó enfrente de él para decirle muy suavemente:
 -Si no te molesta, quisiera hablar contigo, Alexis.
-No estoy dispuesto a oír tus peroratas-dijo previniéndola.
-Quiero pedirte disculpas por todo lo que he dicho en estos días-le dijo sutilmente.
- ¿Qué quieres decir?-le preguntó, sin poder creerle.
-Que no voy a seguir hostigándote. Eres libre para salir o en­trar a la hora que quieras, para estar en la oficina o en el cuarto de huéspe­des. Todo ha sido producto de mis nervios, ya que no he estado muy bien úl­timamente,  pero estoy mejor ahora, créeme -le dijo, mostrándose sumisa.
-Me parece bien que hayas reflexionado Leyla-le dijo él.
-Gracias, eres muy comprensivo con mis estados de ánimo. Pero te juro que no tendrás más problemas pues no sabes cómo lamento todo este martirio a que te sometí por efecto de mis celos.
 -Está bien, ya estás perdonada-le dijo él, antes de ir a su cuarto.
Alexis no podía creer que alguien pudiera cambiar en unas horas y para ponerla a prueba, salió temprano para la oficina tratando de regresar a su ca­sa lo más tarde posible, pero Leyla lo aguardaba en el living y tras saludarlo, le ofreció una taza de café sin cuestionarle nada.
Permaneció invariable por unas semanas y él se atrevió a intentar un encuentro con Melisa. Una noche le habló por telé­fono para explicarle su nueva situación. Melisa lo escuchó atentamente y luego agregó:
-Me parece fantástico que haya cedido pero no te con­fíes.
--Quiero verte.
--No Alexis, lo nuestro se acabó.
- ¿Por qué Mel?
-Para ser amantes también hacen falta seriedad y convicción. No puedo someterme a los estados anímicos de Leyla.
-Te amo Mel, ya veré el modo de salir de esto. Tienes que darme un tiempo y lograré el divorcio-le dijo, tratando de convencerla.
--No quiero tu divorcio, sólo que no debe ser ella la que decida si debemos ver­nos o no- le recriminó.
-Las circunstancias me obligan, quiero estar seguro de que no intentará suicidarse, eso es todo Mel.
-Cuando lo sepas; ven a buscarme y si estoy disponible, hablaremos-le respondió.
- ¿Acaso estás saliendo con otro hombre? ¿Es que ya no te intereso? ¿O deseas que mate a mi mujer para ir en busca de mi felicidad?-le preguntó exaltado.
-Quiero que seas libre interiormente, no sólo por fuera. Y voy a esperarte.-le dijo ella.
-Es una tortura que me rechaces de esta forma, Mel-le dijo su­plicante.
-Cuando seas otra vez, mi Alexis, vuelve por mí.
-Soy el mismo, pero debes comprender mi situación.
-Eres un hombre lleno de culpas y así no sirve. Alguien a quien amé,  era igual a ti sólo que él amaba a Dios.
- ¡No me lo menciones, por favor!
- ¿De qué  sirve callar?
-Dime al menos quién es -le exigió.
Melisa no respondió y colgó el auricular. La sola idea de Román entre los dos ya lograba separarlos.
Alexis comprendió que era inútil insistir. Debía esperar a solucionar sus conflictos para  regresar a Melisa sin culpas, ni  temores.
Ella se había apartado de su gran amor por esa misma causa y sabía perfectamente que, por el momento, na­da podía hacer. Pero tenía la esperanza de que pronto, él pudiera ir a buscarla y así disfrutarían de la vida  para siempre. Y esta vez, no le iba a fallar.                           
Él sabía que Mel era una persona desprejuiciada y que no le importaban las formalidades en la pareja, pero tenía sus códigos de honor. Y uno de ellos, era el no dejarse manipular.

                     SEGUNDO ACTO  
Lucas trabajaba en una gran empresa y era el dueño de una casa grande y confortable en la isla, que si bien necesitaba un cambio de muebles, era un estímulo fuerte como para pensar en casarse.
Demaris jamás le había hablado sobre ese tema porque en realidad ella estaba muy bien con Melisa. No obs­tante, cuando Lucas se decidió a pedirle que fuera su esposa su alegría fue total. Y sintió que flotaba como si mil globos de colores la llevaran en andas por el cielo.
-Te amo Lucas- le dijo.
-Si aceptas, pediremos un turno en la Iglesia de Caracas para una fecha próxima -le di­jo él para aumentar su sorpresa.
- ¿Un turno?-exclamó colgándose del cuello para besarlo.
--Sí, para el mes que viene -le propuso entusiasmado.
 Lucas le dijo algo  al oído y Demaris echó a reír con ganas.
- ¿No te parece demasiado pronto?-le dijo ella
 -Nunca es demasiado pronto para lograr lo que deseamos ¿O sí?
 -Es que estoy tan emocionada que no sé lo que digo, discúlpame.
 - ¿Y sabes quién será nuestra madrina?
 -No, pero si has pensado como yo, te digo que fracasaremos.-dijo Damaris, refiriéndose a Melisa.
 - ¿Tú crees que no aceptará?- insistió Lucas.
-Estoy segura, ella es irremediablemente atea y no creo que podamos lograrlo.
 -Si te quiere no se negará, yo mismo hablaré con ella esta no­che.
-De acuerdo, yo seré feliz si lo consigues -dijo Damaris.
-No te preocupes por eso, ya verás que sí.
Después de recorrer todos los sitios más románticos de la playa, enla­zados por la cintura o tomados de las manos, deteniéndose a cada instante para mirarse a los ojos o  para darse un beso suave delante de todos los que pasaban por el lugar, los dos regresaron despacio, pero llegaron a la casa de Melisa, antes de que ésta se acostara.
-Melisa, vamos a casarnos-exclamó Damaris, al verla.
- ¿Qué dices? -exclamó ella
-Que nos casaremos ¡Y pronto! -agregó Lucas
-Y tú serás la madrina-exclamó ella, antes de que Mel saliera de su sorpresa.
-Sabes bien que  no soy creyente y no representaré una parodia frente al altar -dijo Melisa, desconcertada por la propuesta.
-Eres muy terca. No necesitas hacer teatro, sino partici­par en la ceremonia como un acto de amor hacia nosotros, admitiendo nuestro credo- le reprochó Demaris.
---Tú has dejado tu familia y tus negocios por estar conmigo y yo debo corresponder a esa actitud, pero no está bien que lo haga,  porque soy atea.
-Sólo quiero que lo hagas por  nuestras creencias y  ocupes el lugar que tenemos para ti en la ceremonia pues no  puedes  ser  reemplazada por nadie más.
-- No me obligues a esa representación, Demaris-dijo ella.        
- No debes sentirlo así, sólo es respeto por un ceremonial. Si lo dudas, no te perdonaré- le advirtió Damaris, poniéndose visiblemente molesta.        .
--Está bien, trataré de verlo de ese modo. Pero debes saber que eso me costará demasiado-le aclaró ella.
--Será el mejor regalo que puedas hacernos-le dijo Lucas, complacido.
 - ¿En qué iglesia será?-les preguntó Mel.
-En una  iglesia de Caracas, en donde mis  padres se casaron, toda mi familia es de la capital. -le explicó Lucas.
-A nosotras nos será fácil trasladarnos a la Capital y a mis hermanos les da igual.- dijo Demaris
--- Hay una sala de recepción muy linda pegada a la capilla-dijo Lucas.
-Me gusta mucho la idea, Demaris. ¿Y adónde será la luna de miel?-le preguntó ella.
-Desde allí, saldremos para Cuba -dijo él.
--- Me gusta, porque Cuba es un país bellísimo, libre como el viento, sacrificado hasta el estoicismo, su gente es alegre, bondadosa, educada y bullanguera - dijo Mel.
---Dicen que casi todos los cubanos hablan varios idiomas y que en educación y salud están en la vanguardia-agregó Lucas.
--- Cállate mi amor, que pueden confundirte con un comunista.- le dijo Demaris.
---- Ten cuidado, no te olvides que los yanquis son nuestros amos a causa de nuestra riqueza  petrolera y la poca vergüenza de nuestros gobernantes. Tal vez, algún día, tengamos la suerte de tener un Fidel, que sea venezolano- le dijo Melisa.
En ese instante apareció Maruca para avisar  que la cena estaba lista y los tres se ubicaron en la mesa, adonde un gran aguacate relleno de langostinos y  camarones, adornado con salsa mayonesa, ketchup  y caraotas negras, aguardaba el momento de ser servido.
Maruca se retiró a la habitación de la pequeña Fanny  para acoquinarla en sus brazos, hasta que se quedó dormida.
Terminaban de cenar, cuando Alexis tocó a la puerta y entró como en su casa. Un poco sorprendida,  Melisa lo invitó a sentarse junto a ellos, mientras agregaba un plato para que compartiera el postre.
Ante esa imprevista llegada de Alexis, Lucas trató de hablar de cual­quier tema para calmar las tensiones del momento y así fueron entrando en una amena y divertida reunión que se extendió por un largo rato.
--- ¿Desean tomar un negrito o prefieren un Whisky?-les preguntó Melisa, mientras se acomodaban en los sillones de la sala.
 -Prefiero un ron-le dijo Alexis.
-Para mí un marrón -agregó Lucas.
Melisa y Demaris se dispusieron a preparar el pedido de ambos, mientras bebían una piña colada.
 La luna podía verse a través de los amplios ventanales de la sala y las es­trellas se veían menos brillantes que otras veces, pero igualmente mag­níficas. Los cocoteros y tamarindos parecían recortados en la sombra azul de la noche.
-Sabes Alexis, Demaris y Lucas se casan-le comentó Mel.      
- ¿Cuándo será eso?- preguntó él.
-Dentro de muy poco-aclaró Damaris.
-Espero que disfruten del tiempo que les queda, pues será el mejor recuerdo de su vida-dijo él como pensando en voz alta.
-Yo no tengo experiencia para opinar sobre el tema-dijo Melisa, con ironía.
-Y la mía no servirá  para alentarlos-agregó Alexis.
-No hablemos de eso -dijo Damaris, poniendo fin al conflicto.
- ¿Vamos a dar un paseo por la costa?-le preguntó  Lucas a Damaris.
-Vayan a gozar de esta espléndida noche, nosotros nos quedaremos a en­vidiarlos -les dijo Alexis a modo de saludo, justo cuando ellos se disponían a salir.
       Melisa hizo silencio y cuando sus amigos se fueron, trató de saber la causa de su visita.
- ¿Puedo ver a Fanny?-le preguntó él.
 -Está dormida, pero seguro que no viniste  para eso-le dijo ella.
-No, vine a hablar de nosotros.
-Vaya, vaya.-exclamó Mel.
-Leyla comprendió su error y no me hará problemas. Creo que todo tiende a solucionarse -comenzó a decirle.
-No quiero volver sobre ese tema-le dijo ella.
-Tenemos que hablar de eso, Mel.
- ¿No te das cuenta de que es una tregua para volver a la carga con más fuerzas? No creo en Leyla, entiéndelo, por favor. -le dijo ella.
-Todo será como antes, mi amor. Vayamos a un hotel- le dijo él tratando de besarla.
---- ¿Quieres ponerla a prueba?
---Quiero que seas mía.
---Vamos Alexis, luego te darás cuenta de lo que te digo-dijo ella saliendo hacia la calle.
Y cuando  partieron, Melisa estaba segura que Leyla estaba detrás de la ventana y no se perdía nada de lo que ocurría. Pero igualmente, se dispuso a pasar una noche maravillosa junto a él.
Y así sucedió. Se amaron como hacía rato lo deseaban, desaforados  y sin desperdiciar su aliento en otra cosa que no fuera amarse, sabiendo que las caricias no se gastan ni el corazón se cansa, cuando los sueños laten.
Eran las ocho de la mañana, cuando regresaron. Su mujer estaba levantada y lo saludó cordialmente. No obstante, antes de que él se dispusiera a retirarse a su cuarto, ella le pidió:
--Alexis, quisiera que me hagas un favor.
- ¿Qué necesitas Leyla?-
-Sólo quiero pedirte que me acompañes, esta tarde-le dijo tranquilamente.
- ¿Qué sucede Leyla?
- Ivana, me ordenó unos estudios que ya tengo listos y quisiera que me acompañes a verla, aunque no creo que se trate de nada importante -le aclaró
--¿Qué es lo que sientes?- le preguntó él.
-A veces me falta el aire y debo ponerme almohadas altas para dormir, pero debe ser un problema nervioso sin importancia, ya verás-le dijo.
--¿A qué hora es la cita?
-A las seis, si es que puedes a esa hora.
-Claro que puedo Leyla, despiértame a las cinco, por favor-le pidió antes de retirarse.
Leyla estaba en verdad furiosa pero se deleitaba pensando en su venganza y no quería perderse detalle de su plan.
 Y a  las cinco y media, salían de la casa para el consultorio de Ivana. Ella  los hizo pasar de inmediato y después de revisar cuidadosamente a su amiga, colocó las radio­grafías en el visor y se detuvo en los análisis y en el electrocardio­grama que Leyla le había traído en el sobre cerrado, tal como ella se lo diera esa mañana.
Después, Ivana le pidió a Alexis que hablaran a solas.
 - ¿Es tan grave?-le preguntó Leyla.
--No, no lo es. Pero quiero hacerle algunas recomendaciones a tu esposo que no me gustaría que escucharas-le dijo ella, abriendo la puerta para que Leyla se retirara.
Una vez, que lograra su propósito Ivana movió su cabeza como apenada y como tratando de no ser tan cruel comenzó a balbucear.
-Lo siento, pero Leyla está muy grave. Tiene una insuficiencia cardiaca que no podrá resistir mucho tiempo. Observa este corazón -le dijo mostrándole la placa.
-No entiendo mucho, pero lo veo demasiado grande-le dijo él.
-Eso es precisamente lo que quiero que veas, mira este otro que es un corazón  normal  y verás la diferencia-le dijo mostrándole  otra placa.
-Es notable, su corazón está muy agrandado-reconoció él.
-No hay nada que podamos hacer Su dolencia es muy seria, creo que tiene menos de un año de vida.
-No puede ser-dijo él, muy triste
-Trata de hacerle las cosas más fáciles y no le ocasiones disgustos que aceleren el proceso, aunque no creo necesario hacerte esta aclaración. Leyla me ha contado que se llevan de maravillas.
Alexis no respondió, estaba mudo por las palabras de Ivana que no eran más que una sentencia de muerte. Su mujer era demasiado joven para morir y  eso le producía una te­rrible impresión.
- ¿Qué debo hacer?-le preguntó él.
-Nada, yo le daré la medicación y creo que no es conveniente que le digamos la verdad. ¿Para qué?
-No se lo digas. Sería espantoso vivir con esa verdad.
-Si quieres puedes hacer ver estos estudios con otro profesional-le dijo ella, extendiéndole los sobres.
-No es necesario, pero los llevaré a mi estudio para que ella no los tenga, Ivana.
-Lo siento Alexis, no sabes como lamento hacer este diagnóstico a mi amiga -le dijo con pesadumbre.
-Lo sé. ¿Pero no hay nada que se pueda hacer?
- Un  transplante. Pero la lista es interminable. No te quiero dar esperanzas. Pero llegado el momento, lo hablaremos-dijo Ivana.
--Claro, hasta pronto y gracias-le dijo antes de salir.
      Leyla le aguardaba demostrando interés por el diagnóstico, Ivana la saludó e hizo pasar al próximo paciente, sin darle detalles de lo conversado.
- ¿Qué te dijo?-le preguntó a su esposo.
-Qué debes descansar, pasear, en fin, disfrutar como si estuviéra­mos de vacaciones para que tus nervios se sientan fortalecidos-le mintió él.
-Me gustaría salir de vacaciones-exclamó ella.
 -Dime dónde quieres ir y te llevaré-le dijo él.
--No dije que quería, sino qué me gustaría-le aclaró.
-Es lo mismo, piénsalo.
-Lo pensaré Alexis.
Él estaba decidido a satisfacerla en todo. No había atadura más fuerte que pudiera ligarlo a Leyla que una enfermedad terminal.  Y esa misma noche pensó en hablar con Melisa. Y como presintiéndolo,  Leyla le favoreció las cosas acostándose temprano.
Cuando llegó  a  casa de  Mel, esta  se disponía a beber un  Whisky  e invitó a Alexis a acompañarla,ignorando lo que és­te venía a decirle.
-Te esperé temprano-le dijo ella.
--Vine a decirte que no volveremos a vernos- dijo él.
       Melisa se quedó paralizada y bebió de un sorbo su trago, sin intentar una respuesta.
-Esta tarde fuimos a ver a su médica y me dijo que ella vivirá menos de un año.
- ¿Qué es lo que tiene?-le preguntó, no  muy convencida.
 -Insuficiencia cardiaca grave.
 -No parece estar tan mal, se la ve saludable- le comentó ella.
-Pero lo está Mel, yo vi. las placas. Además estos análisis y el electro que tengo en mis manos,  no mienten- le recalcó.
-Yo haría ver todo eso por otro profesional-le insistió ella.
 -Te dije que los tengo en mi poder y no tiene caso que así sea. Yo no dudo-afirmó categóricamente.
 -Yo siempre dudaré de ella, Alexis.
-No tienes piedad porque no crees en Dios- ­le dijo malhumorado.
 - ¿Vas a recitarme el sermón de la montaña? -le preguntó ella.
-No Melisa, me voy -le dijo dispuesto a salir.
- ¿Podrás dormir, amor mío?-le preguntó con soberbia.
-Lo intentaré, sólo  quise explicarte-le aclaró.
-No tenías que hacerlo. Adiós Alexis, ha sido un gusto haberte conocido-le dijo extendiendo una  mano, que él dejo en el aire.
-Te amo, no lo olvides-.le dijo él, antes de irse.
-De eso, no tengo dudas -le dijo en tono hiriente.
Cuando él se retiró, Melisa no pudo dominar la rabia por lo que acababa de oír y estalló en llanto desenfrenado.
Una vez más, la vida no le permitía un momento de paz en ningún sitio adonde se encontrara y con  ninguna persona. Ni su dinero ni su fama podían llenar el vacío  que le dejaba el amor.
Se sentía infeliz, pero ya estaba acostumbrada a privarse de las co­sas y seres queridos. Primero Román, luego Reynaldo y ahora Alexis.
Esa noche trató de pensar en una sa­lida aunque fuere momentánea, que le permitiera aislarse del mundo.
Tal vez, si regresara a Carúpano podría sentirse mejor. Al menos, podría saber si estaba lo suficientemente fuerte para admitir sus fracasos.
Y finalmente,  decidió ponerse a prueba, pues nada era  mejor para resistir un golpe, que recibir otro más fuerte. Necesitaba enfrentarse consigo misma y  dejar de huir de los demás. Quería  creer que la vida no estaba acabada para ella, a pesar de sus fracasos y sufrimientos.
Volvería a las fuentes donde vivió esa niñez apacible  y sin prisa, cuando contaba los días y las horas para llegar a los ocho, luego a los diez y a los doce. Era un tiempo lento, que se demoraba en el almanaque como si no quisiera  crecer con ella.
Y recordó  las tormentas que se desataban en aquellos cielos, tan estruendosas como iluminadas, cuando corría a  cobijarse bajo las frazadas de ternura que sus  padres siempre  tenían en su cama.
Y como si alguien hubiera  tirado del hilo de una  piñata, se le cayeron encima un montón de recuerdos en el momento preciso en que ella tenía muchas ganas de llorar.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
DE REGRESO AL PASADO
 
 
 
Demaris había hablado con Lucas y  él estuvo de acuerdo en que acompañara a Melisa hasta Carúpano y aprovechara la oportunidad para dialogar con su familia acerca de los pormenores de la boda, como también para dejar arreglados sus asuntos de negocios, que estaban en manos de su hermana.
Cuando ambas hubieron dispuesto todo lo referente a Fanny, que por supuesto, se quedaría con Maruca, partieron de inmediato.
Arribaron al amanecer y el jardinero se apresuró a recibirlas en cuanto las vio ascender por la colina.
-Les esperaba un poco más tarde-exclamó él, después de saludarlas.
-Recibiste mi recado ¿Verdad?-le preguntó Melisa.
-Maruca me avisó anoche-le dijo él,  cargando con las maletas.
-Veo que mi jardín está perfecto-le dijo ella con admiración, mientras observaba a su alrededor.
Eran apenas las siete y decidieron descansar un rato antes de volver a salir.
- ¿Deseas beber algo?-le preguntó Mel a su amiga.
-No, estoy cansada y sólo quiero recostarme un momento.
Descansaron unas horas y luego Mel decidió llevar  a Demaris en su apartamento. Ya de regreso a su casa, pasó por la plaza y pensó en estacionar para observar la iglesia. Al hacerlo, un escalofrío intenso la recorrió, al recordar su último día en ese lugar. Dio varias vueltas a su alrededor y en un impulso incontrolado se detuvo para tratar de hablar con el padre An­tonio y preguntarle por Román.
Entró por la puerta principal de la nueva Capilla y se encontró con sus óleos distribuidos en las naves laterales y no pudo evitar emocionarse, a pesar que nunca había pensado que sus pinturas estarían allí.           Luego salió del templo, tratando de encontrar al padre Antonio, pero otro párroco la interceptó en uno de los pasillos que conducían al  internado.
--- ¿Necesita algo? le preguntó
-Deseo ver al padre Antonio, por favor.
--- ¿Quién le digo que lo busca?
---Melisa Cerdeño.  
-Espere  un momento y siéntese, por favor-le indicó.
Ella aguardó por unos minutos y enseguida se presentó Antonio y la saludó.
--- ¿Usted es Melisa Cerdeño?
 --Sí. Y quiero saber de Román -le dijo, sin más trámite.
--Él no está más aquí y no puedo darle su paradero porque así me lo ha pedido expresamente, Srta. Melisa.
-Necesito hablarle, por favor.
-Lo único que puedo hacer es llevarle un mensaje suyo.
-No quiero emisarios, ni pienso en verlo. Sólo quiero saber a dónde está- le dijo.
-Creo que usted necesita paz en su corazón. Tal vez, desee confesarse-le propuso.
--No soy creyente.
-No es necesario que lo sea y lo que usted me diga en confesión, nunca se lo diré a nadie.- le aseguró él.
- ¿Román le habló de mí?
-Eso se lo diré, si acepta mi propuesta.
-Acepto-dijo ella, de inmediato.
-Vamos a la capilla, Melisa-le pidió.
- ¿Es necesario que sea allí?
-No, pero ese recinto de Dios le dará paz.
Melisa lo siguió mansamente, pues haría cualquier cosa por saber de él.
La capilla estaba vacía y el padre Antonio,  hizo la señal de la cruz, al entrar. Y al ver que Melisa no lo imitaba, le sonrió.
---Es muy sincera, Melisa y eso es bueno-le dijo.
-Yo no necesito jurar para decir la verdad padre.
 -Eso quiere Dios
-No creo en Él.
-Pero cumples con el mandamiento de no mentir.
-Así es.
-Bien hija, siéntate aquí. Y bajo el secreto de confesión cuéntame cuál es tu dolor-le pidió.
Melisa no comenzó enseguida, pero cuando lo hizo, no quiso omitir nada, ni siquiera  lo de su hija.
Antonio no movió un músculo de su rostro al escucharla. Y cuando  concluyó el relato, sólo expresó:
-Voy a orar por ti y por tu hija.
- ¿Eso es todo lo que va a decirme?
- ¿Qué más quieres saber?
- ¡Qué hacer, padre!
- Dios es quien hace, hija mía. Nosotros no podemos conocer ni cambiar nada. Sólo podemos orar- le dijo él, a modo de consuelo.
-Dígame adónde está Román, padre Antonio. Le prometo que no lo buscaré.
--Está en Caracas. Y no me pidas que te diga más-dijo él.
Melisa regresó a su casa peor de lo que había salido. No podía creer que le hubiera hecho una confesión a un sacerdote. ¿Tanta había sido su desesperación? ¿Y qué había  logrado? Absolutamen­te nada.
Después de unos días regresó con Demaris a la Isla Margarita, en un viaje lento y pesado. Como si arrastrara con ella un bagaje cargado con todos los sueños que no había podido realizar.
Al llegar a su casa se sentía abatida, aunque  su pequeña hija, le daba fuerzas para seguir viviendo, en medio de tantas  turbulencias y abismos,  de cobardías infundadas y  arrojos innecesarios.

LAS FLORES DEL ODIO
Alexis quería satisfacer a Leyla en todo. Y hasta había vuelto a dormir en el cuarto matrimonial, por el te­mor de que a ella le sucediera algo por la noche. También había llevado los estudios a otro profesional, quien le había confirmado el diagnóstico de Ivana, aunque le había dicho que necesi­taba la revisión clínica de la paciente. Pero Alexis nunca sometería a Leyla a la humillación de haber du­dado de ella.
Desde su arribo a la Isla, Melisa no había sabido nada de él y una semana más  tarde, se enteró de que Alexis y Leyla habían viajado de vacaciones, dejando a los niños al cuidado de una hermana de Leyla.
Entonces pensó en dedicarse de lleno a su trabajo, pues su exposición en Caracas iba a ser pronto en un importante Museo.
Demaris le reprochaba sus excesos de trabajo. Mientras Fanny estaba más vivaracha cada día y su parecido a Román se acentuaba cada vez más.
Una tarde, Melisa se dispuso a tomar un poco de sol en la playa  y estuvo tendida en la arena, leyendo un libro sin advertir la  tormen­ta que se avecinaba. Cuando cayeron las primeras gotas, se incorporó para regresar, pero no tuvo más remedio que empaparse.
Al día siguiente, se despertó con fiebre y debió guardar unos días de cama. A pesar de ello, sus síntomas se agravaban, por lo que debió ser hospitalizada con diagnóstico de neumonía.
Demaris y Lucas, la visitaban diariamente comprobando su lenta mejoría. Estuvo casi diez días y una tarde se presentó Alexis, que había regresado de sus mini vacaciones y le comentó:
-Hablé con el médico y me dijo que pronto te dará el alta.
-- ¿Cómo te ha ido en tus  vacaciones?- le dijo Mel
-Bien, sólo trato de complacer a Leyla en lo que pueda, ya consulté con otro médico y confirmó el diagnóstico, desgraciadamente. Seguramente, Dios ha querido liberarme de ella, pero no quería que fuera de este modo-dijo tristemente.
--¿Hablas de Dios, Alexis?-preguntó sorprendida.
-Sí, he recuperado mi fe y eso me reconforta, Mel.-dijo él.
-Te creo. Dios aparece en los peores momentos y en los mejores parece que no. Pero agradécele el que te haya alejado de mí.
- ¿Qué dices? Sabes que te amo.
-Yo creo sólo en los hechos, jamás en las palabras.
 - ¿Me extrañas?-le preguntó él dulcemente.
-Mucho ¿Y tú?
-Yo no, porque tú vas conmigo adonde quiera que vaya, mi amor.
-Eres muy chébere -le dijo sonriendo
-Y tú una hoguera que me enciende la sangre. Pronto estaremos juntos para siempre-le dijo, tiernamente.
-No quiero regalos del destino Alexis y no deseo que Leyla muera.
-Yo tampoco, pero será  Dios  quien lo decida.
-Que tus  ángeles te den paz, Alexis- le dijo ella.
--Pronto te veré Mel-le dijo él, antes de salir.
En ese momento, una enfermera le acercó un ramo de rosas, que le habían enviado y ella se apresuró a leer la tarjeta que decía: "Ruego por tu salud y por tu alma" y firmaba: Leyla.
Esa burla le hizo perder el control y arrojó el ramo contra el piso.
-Srta. Melisa usted está muy nerviosa, pediré al doctor un calmante-exclamó la enfermera, al verla en ese estado.
-Déjeme en paz. Quiero irme de aquí-le dijo molesta.
-Trate de dormir, le hará muy bien-le recomendó.
 -Eso haré, no se preocupe-dijo un poco más tranquila.
Ella recogió las flores del piso y se retiró, sin agregar palabra.
En pocos días, Melisa regresó a su casa ya restablecida y al cabo de una semana había vuelto a trabajar con entusiasmo en sus pinturas.
Por otra parte, su hija  estaba dando sus primeros pasos y a cada instante la fotografiaba para luego reproducirla en sus óleos. Vivía dedicada a  Fanny, que ahora balbuceaba: mamá.
Demaris permanecía con ella todos los días y le comentó que iría a Caracas porque los padres de Lucas querían conocerla.
--Muy bien, tienes que complacerlos.
--- ¿No deseas que vea a Reynaldo y le pregunte por Román?-le preguntó ella.
-No Demaris, te lo prohíbo. Nada quiero saber de él
- ¿Entonces, por qué fuiste a ver al padre Antonio cuando fuimos a. Carúpano?
-Eso fue un error.
- ¿Crees que se lo dirá a Román?
-No, estoy segura de que no violará el secreto de confesión.
- ¿Cómo pudiste confesarte?
-Necesitaba saber y no había otra forma.
-Eso es un sacrilegio.
-No para mí, Demaris. Ya tú me propusiste otro sacrilegio y acepté, de modo que no te debes asombrar por lo que haga.
-Eres muy obcecada Mel, mejor te veo mañana. Tal vez cambies de idea y me pidas que vea a Rey.
--Las ideas pueden cambiar, las convicciones no, de modo que no insistas.
-Está bien, hasta mañana Mel. Te prometo que no insistiré.
Cuando Demaris se retiró, Melisa fue a vera Fanny, que dormía. Le observó  sus facciones tan idénticas a las de Román y se le escapó una lágrima. Luego llenó un vaso de Whisky y trató de embriagarse, pero sólo logró dormirse profundamente.
Al día siguiente, trató de no pensar y se concentró en  su trabajo. Y por la noche, salió a dar un paseo por la playa, donde se encontró con Alexis, por casualidad.
- ¿Cómo estás, Mel? Se te ve muy bien-le comentó él.
- ¿Y Leyla?-le preguntó.
-Está más animada, pero las cosas siguen igual-respondió.
- ¿Sabes que me envió flores a la clínica?
-No,  no lo sabía.-dijo extrañado.
-Trató de burlarse, pero dile que le agradezco el gesto.
-Trata de entender Mel, es casi una moribunda.
-No puedo creer en ella, ni en su enfermedad-dijo Mel, sin dudar.
-Siento que sufras, Mel.
-No sufro ni por ella ni por ti. Sólo hay una persona que pudo hacerme sufrir y tú lo sabes-dijo tratando de herirlo.
-Es mejor que no sigamos con este tema. ¿Cómo está Fanny?
-Hermosa y más grande.
-Quisiera verla.
_ Nadie te lo impide, Alexis.
--Básame-le pidió él.
Y  Melisa lo besó, pues necesitaba sentirse viva.
-Te amo, Mel. Quiero que vayamos a un hotel.- le dijo Alexis, con desesperación.
-No Alexis, el éxtasis de unas horas se volvería un tormento.
- ¿Para quién, Melisa?
-Para ti. Te cargarías de culpas y de remordimientos.
 --¿Es que no me entiendes?
-Sólo quiero que  te alejes de mí. Yo no te amo y lo sabes. Siempre te lo he dicho y no sufriré por ti. Esta pasión que nos une es fácil de olvidar o de reemplazar-le dijo ella cruelmente.
-Un día me amarás, Mel.-dijo antes de marcharse.
Cuando llegó a su casa, él tenía la sensación de haber entrado al infierno, pero ensayó una sonrisa al ver a Leyla esperándolo.
- ¿Cómo estás?-le dijo él.
-Mejor que tú, a juzgar por tu cara- respondió ella.
Alexis  pasó directo al dormitorio para no discutir e intentar dormir. Pero el recuerdo de Melisa le echaba a rodar el corazón por todo el cuerpo.
Ella había sido muy dura esa noche. Y sabía que la estaba perdiendo,  a causa un cura  fanático y ciego, que no merecía su amor. ¿Pero cómo ella se había enamorado de él?  Ese era un misterio que él no podía develar con su inteligencia de bicho canasto.                   Y quizás, nunca lo sabría, porque Mel era como  una tumba egipcia, pero blindada.
  
VIVIENDO DE RECUERDOS
Román había vuelto a ver a Reynaldo, quien  demostraba un gran progreso en sus obras. Su profesor lo estimulaba y le reconocía sus aptitudes. Sus padres adoptivos lo trataban muy bien y él se mostraba satisfecho de haber tomado esa decisión. Pero no podía evitar recordar la ira de Melisa, cuando se enteró de que lo había dado en adopción.
La recordaba  temblando entre sus brazos, cuando él pretendía frenar ese ataque de llanto. Y en cada novia que entraba para casarse en la capilla, con su vestido blanco, parecía reconocer el rostro de Melisa.
Sus sentimientos hacia ella no habían cambiado a pesar de qué hacía  más de un año que no la veía. Y de nada le había servido huir a Caracas, pues la lle­vaba consigo a todas partes.
Muchas veces había pensado seriamente en dejar el sacerdocio, porque él no se sentía digno de estar allí porque su conciencia le decía que estaba profanando  la casa de Dios y a veces se sentía tan agobiado de remordimientos  que  su vida  parecía  un calvario.
Ya estaba decidido a hablar con el obispo para retirarse de la curia, aunque tuviera que vivir en  una choza, lejos de la civilización y en contacto con la naturaleza. Y esa idea, lo llenaba de  paz. Predicaría su fe en alguna tribu indígena y dejaría de sentirse un hipócrita.
Así es que una mañana solicitó una audiencia con el prelado, pero como éste  se encontraba en Maracaibo, en una reunión del episcopado, debía esperar a que regresara.
Mientras tanto, Demaris y Lucas, vivían momen­tos de gran felicidad, en los aprontes para la boda.
Melisa participa­ba de ello con gran entusiasmo y Lucas fotografiaba a Fanny por todos los  rincones, mientras las dos mujeres discutían los  detalles de la decoración de las mesas y del salón.
Alexis las visitaba de vez en cuando y una tarde comentó a Mel sobre el estado de su esposa.
-Tengo que ver a un psicólogo pues no sé cómo afrontar el momento cuando tenga que decírselo a los niños.
---No lo hagas todavía. Déjalos disfrutar de su inocencia.-le dijo ella
-Tienes razón, sólo Dios sabe cuando llegue la hora.
-Dios no existe.
- ¿Puedes probarlo?
-Eso mismo me dijo él una vez.
- ¿Quién es él? Dímelo, necesito saberlo.
-Nunca lo sabrás. Y me alegro de que tengas fe. En difícil vivir sin ella, Alexis.
- ¿Acaso piensas que todo lo que existe concluye con la muerte?
-Todo lo contrario, creo que nada muere.
- ¿Y el alma, adónde va cuando morimos? No todo es materia, Mel.
---. Cuando el cuerpo se disgrega formando otras sustancias deja de producir pensamientos, palabras, inteligencia. Eso es todo. La muerte es como un rayo láser que desintegra las cosas y poco a poco esas partículas formaran  parte  de otro ser vivo.
-No comparto tu postura científica. Mejor hablemos de nosotros.-le propuso él.
-El nosotros no existe,  cuando "el tú y el yo" están separados por una coma.
-Eres muy perspicaz. Es ese maldito cura  quien que te ha hecho  tan dura  como una roca y tan despectiva con los hombres.-le dijo él.
-Ocúpate de tu esposa. Yo puedo vivir sin ti.
Y él se marchó. Pero cuando Lucas y Demaris la indagaron para saber lo que había ocurrido, ella respondió:
--No me miren así. Él se lo ha buscado con su obstinación.
-Debes darle tiempo para resolver sus conflictos-le aconsejó Demaris.
 -Tiene la vida entera para resolverlos. Yo nunca  le he exigido nada.- agregó ella.
- ¿Le has dicho quien es el hombre que amas?-1e preguntó Lucas.
----No, sólo ustedes lo saben. Y no van a decírselo.
- ¿Y por qué no vas a buscarlo? ¿Le temes a él o a Dios?-le dijo  Lucas.
-Son la misma cosa, porque están fusionados. Dios es una idea de la que él no puede separarse. Y no sigamos con el tema porque mañana debo madrugar-les pidió Mel.
Alexis, por su parte,  había decidido acompañar a Leyla en su paseo nocturno por la costa, pero no podía disimular su malhumor.
--- ¿Qué  te ocurre Alex?-le preguntó ella
--Estoy cansado- le   mintió
-Volvamos, entonces-le propuso ella
---Sí, es lo mejor, porque estoy agotado.
Mientras regresaban, Leyla  tuvo un mareo y se desplomó sobre la vereda sin que  él pudiera evitarlo y al ver que no reaccionaba enseguida llamó a emergencias para trasladarla al hospital
Leyla estaba pálida y con un rictus que denotaba un intenso dolor. Al llegar, fue trasladada de inmediato al puesto de guardia, mientras un médico se disponía a revisarla. Alexis caminaba, nerviosamente, por el co­rredor hasta que lo llamaron al interior del recinto.
 - ¿Qué sucede doctor?
-Parece que un cálculo se deslizó desde la vesícula al páncreas. Debemos operarla de inmediato.
-Ella tiene  insuficiencia cardiaca doctor-le aclaró.
 -No puede ser, en la auscultación parece un corazón fuerte. Pero de todos modos, siempre hacemos un electro y una placa de tórax, no se preocupe.
Leyla no podía  resistirse, pues sabía que  su vida estaba en juego.
Y una vez concluidos los estudios, el médico le dijo a Alexis que su co­razón era sano y normal, pero él no podía creerlo.
A pesar del engaño de Leyla,  él se sentía feliz al  estar liberado.
 Después de dos horas, los médicos salieron del quirófano y él se acercó para saber de ella.
 -Su caso es muy grave-le dijo el cirujano.
- ¿Qué es lo que ocurrió, doctor?
 -La operación fue buena, pero encontramos  un cáncer en el hígado y está muy avanzado.
- ¿Un cáncer?
----Lamentablemente, no tiene mucho tiempo de vida, lo siento.
- ¿Cuánto doctor?
-Quizás no salga de aquí o puede durar uno o dos meses.-dijo el doctor.
- ¡Qué horror! Y pensar que creí que su gravedad provenía del corazón.
-Mejor regrese a su casa y descanse.
. - ¿No puedo verla?
--Sólo un minuto, está en terapia.
-Gracias-dijo mientras se dirigía hacia allí.
Leyla dormía y tenía la palidez azul de una muerta. Alexis no quiso permanecer ahí ni un segundo y caminó hasta su casa para aturdirse y mitigar esa horrible sensación de ver a Leyla en el final de sus días. Caminó despacio y sin rumbo, con un aire de pena enmarcado en su rostro y mentalmente, hablaba con Dios.
--- Perdona sus  pecados y sálvala Señor, prefiero que me lleves a mí. Ella es sólo una mujer desesperada, que no tuvo  suerte, pero mis hijos la necesitan.  
Y regresó a su casa, deletreando maldiciones al destino, a la soledad, a la vida misma, como  queriendo rodar arremetiendo patadas contra  el mundo.             
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE  
Eran las tres de la madrugada,  cuando Alexis llamó a la puerta de Mel, quien apenas lo vio se dio cuenta de lo que pasaba. Alexis le contó lo ocu­rrido, la mentira, su desilusión y su tristeza.
---Seguramente su enfermedad  estaba desde hacía un tiempo-le dijo Mel.
---No hablemos más de ella, quiero quedarme contigo esta noche-le suplicó.
--Está bien, pero tomarás un tranquilizante.- le advirtió ella.
-Lo que tú digas, mi amor.
        
 Una vez que se hubo recostado sobre la cama, Melisa le quitó los zapatos y  le masajeó los pies que estaban tan fríos como sus manos. Luego lo cubrió con una sábana y se quedó a su lado acariciándole el pelo.
Cuando, finalmente, se durmió, Melisa lo observaba como a un niño atemorizado y no pudo dejar de recordar a Reynaldo cuando aquella noche  la despertó llorando asustado por los fantasmas.
Por la mañana, despertó a Alexis con emparedados, café y jugo. Luego él se vistió para ir a ver a su esposa.
Los días pasaron rápidamente y Leyla regresó a su hogar, aparentemente recuperada, e ignorando su verdadero diagnóstico. Por su parte, Alexis nada le había recriminado por su mentira.
Los días transcurrían dentro de una calma que se sostenía apenas, con la amabilidad y el cariño que era de esperar en estos casos en que no hay ningún milagro que esperar, ni tiempo que perder.
La recuperación fue breve y Leyla recobró sus fuerzas para salir a tomar  aire  en la costa o a navegar  como hacía tiempo no lo hacía. Si bien ignoraba lo fatal de su diagnóstico, quería vivir a prisa  como si presintiera que las sombras le querían robar  sus noches.
Demaris viajaba a menudo a Caracas, a pesar de haber postergado su boda por los preparativos para la exposición del Mel.
Habían pasado dos semanas desde que Alexis había hablado por última vez con Melisa,  cuando lo vio transponer el jardín en dirección a su casa y ella  salió a su encuentro pues presentía que algo le había ocurrido a su mujer.
- ¿Qué sucedió Alexis?-le preguntó preocupada.
--Leyla está internada creo que es el final, el  médico acaba de decírmelo.
-Debes mantenerte fuerte ¿Y los niños?
-No saben nada.
--Cómo quisiera poder ayudarte-le dijo.
--Con sólo verte ya estás ayudándome  Mel. Cómo quisiera quedarme contigo. Pero debo volver allá.
 -Ve con ella que te necesita -le dijo, despidiéndolo con un beso.
Desde ese día casi no volvió a ver a Alexis ya que permanecía junto a Leyla y regresaba muy tarde a su casa.
Mientras tanto, Demaris y Lucas estaban en Caracas ultimando detalles y  tratando de hacer coordinar la misma semana de la exposición de Mel con la celebración de la boda.
Por su parte, Román había conseguido su audiencia con el obispo y  estaba seguro de poder dejar la curia.
No sabía si esos trámites demorarían un mes o dos, pero todos los domingos sentía que era la última misa y la realizaba con profunda devoción.
Melisa permanecía trabajando para la presentación de sus obras y una mañana se enteró del deceso de Leyla pero no intentó ni siquiera acercarse a Alexis, ya que no quería incomodar a los familiares  que  comenzaban a llegar al velatorio,  que  se realizaba en una sala fúnebre.
 Durante los días que siguieron, ninguno de los dos intentó un acer­camiento. El dolor de la pérdida, era una herida abierta y sangrante que necesitaba tiempo para curar.                                                                         
Poco a poco Alexis fue solucionando sus problemas, poniendo a los niños al cuidado de personal especializado. Melisa lo observaba llegar a través de su ventana y lo veía aba­tido, deprimido, como si ya nada le importara.
Una noche en que Demaris vino a visitarla, Mel le comentó que quería re­gresar a Carúpano y ella le respondió:
-No voy a acompañarte en otra huida. Debes enfrentarte a la realidad. Tu hija está acostumbrada a este lugar y  aquí es feliz.
 Fanny apareció en ese instante caminado sólita y se abrazó a las piernas de Demaris y Melisa comprendió que ella tenía razón.
Pasó un mes desde esa charla y una noche, Alexis llegó imprevistamente hasta su casa, cuando ella acababa de cenar y se disponía a dormir.
-Quiero que hablemos-le dijo.
- ¿Sobre qué, Alexis?
--Sobre muchas cosas. Vamos a la costa ¿Quieres?
-Vamos-dijo Melisa siguiéndolo.
Dieron vueltas por la avenida perimetral, sin  hablar de temas importantes y luego se dirigió a un hotel, sin que  Melisa se resistiera, pues la intimidad era un lugar perfecto para el diálogo. Y ya en el cuarto, Melisa se mostró un tanto frívola.
--¿Qué pasa mi amor?-le dijo él,  abrazándola.
--Me has defraudado. Creí que vendrías a refugiarte en mí, pero no lo hiciste.
--No me recrimines nada. No estropees este momento.-le pidió él.
- ¿Viniste para hacer el amor, verdad? Pues hazlo- le dijo quitándose la ropa.
-Así no, Mel
-Entre nosotros, el aire se ha vuelto irrespirable - dijo ella
-Te amo-le dijo él, mientras la abrazaba.
---Yo  quiero amarte, Alex.
Melisa no podía rechazarlo porque sabía que lo deseaba intensamente, de modo que entre  enojos y besos de por medio, pasaron una noche  como la de antes, cuando sus cuerpos vibraban con tan solo rozarse.
  
  
  
               UNA  BURLA DEL DESTINO
Faltaban dos días para la boda y tres para el comienzo de la exposición, de modo que  Melisa y Demaris ya se habían instalado en un hotel de Caracas
La noche del sábado era preciosa y Melisa ayudaba a Damaris a vestirse, para luego salir con Alexis rumbo a la iglesia donde se realizaría la  boda.
Lucas y  Mel entraron del brazo y se ubicaron en el altar, esperando el ingreso de la novia. Ella miraba, constantemente, hacia la puerta principal del templo, ansiosa por verla aparecer. Pero al girar nuevamente su cabeza hacia el altar, la  sorpresa  le arrebató la cordura y hasta el aliento, porque Román acababa de llegar al altar.
Y ambos lograron sostener sus miradas, como si quisieran arrojarse los  ojos, unos contra otros, en una batalla campal que recién comenzaba.
Román se mantuvo en calma, aún cuando hubiera querido salir corriendo como una liebre perseguida por los perros. Porque a pesar del impacto, se sintió fuerte y en ese momento tan crucial, no iba a  arrugarse como se arrugan las nubes en el  cielo, ni a transformarse en tormenta para que la lluvia le calmara sus nervios,  o le mojara el pelo,  o  le acariciara la piel hasta los dedos.
Melisa también  demostró su fortaleza y fingió una tranquilidad que no tenía, pues la emoción le arrancaba las uñas, el pelo, las pestañas,  le erizaba el cuerpo y le zamarreaba el alma.
Pero ellos estaban acostumbrados a esas sorpresas  que se le metían en el cuerpo  y los llevaba a la hoguera de un infierno, que les calcinaba hasta el aliento.
Alguien los había convertido en una estatua de sal, por haberse dado vuelta para mirar la vida y no les quedaba carne por matar, ni sangre por correr que pudiera alterarles el pulso.
Con la llegada de la novia dio comienzo la ceremonia y Demaris, que conocía físicamente a Román era la única que se percataba del  sufrimiento de ambos. Pero trató de que nadie se diera cuenta de lo que allí estaba ocurriendo.
Por suerte la ceremonia fue breve, pero mientras duró, sus ojos estuvieron interiormente enlazados, aunque no se miraban.
Y cuando ella se retiró del altar, Román vio de espaldas al hombre que fue a su encuentro y la abrazó por la cintura  y que seguramente, era su marido.
Sintió un dolor de dardos, clavándose en su pecho y unos celos, que jamás había sentido, le llenaron de espinas la garganta.
- ¿Qué te ocurre, Mel?-le preguntó Alexis, al advertir que temblaba.
-Nada, es que me emocionan las bodas.- dijo ella.
 Durante  la fiesta, Demaris le comentó a   Lucas lo sucedido, tratan­do de que nadie más se enterara, ni siquiera Alexis.
- ¿Cómo pudo ocurrir?- se preguntaba Lucas
-Sabíamos que estaba en Caracas, pero hay tantas iglesias -dijo ella.
Alexis la notaba distante y ella culpaba a su cansancio, de modo que fueron uno de los primeros en retirarse al hotel. Una vez allí, él le pidió que se casaran y Melisa aceptó sin pensarlo, pues tenía que olvidar a Román
Durante los días que duró la exposición, Melisa y Alexis hacían planes para el futuro. Cuando volvieron a la Isla, ella decidió que se casarían en unos meses y para esa época, Fanny ya tendría dos años.
Al   regreso de su luna de miel y al  enterarse de la noticia, Lucas y Demaris se pusieron contentos y les comunicaron a su vez que esperaban un hijo, de modo  que todos tenían algo para celebrar.
--¿Dónde vivirán?-les preguntó Lucas.
 --- En mi casa porque Alexis le prestará la suya a su hermana-le dijo Melisa.
Katy, su futura cuñada, era una muchacha encantadora de unos treinta años, que era profesora de inglés en un instituto religioso de enseñanza. Era soltera, simpática, moderna y se entendía muy bien con Melisa, ya que nunca  había tenido buenas relaciones con Leyla. Tenía una personalidad alegre, era alta y  bella.                                                                                                                                                                                         
Y los meses fueron pasando como por arte de magia y la boda de Melisa y Alexis tuvo lugar en el registro civil, con una íntima recepción en un hotel  muy conocido de la isla.
Al día siguiente, la pareja partía para Méjico, donde  sólo estuvieron una semana porque tenían que organizar su  nueva casa.
Mel se sentía dichosa,  pero a veces, no podía quitarse los conflictos interiores que le había provocado el hecho de volver a ver a Román.
Por su parte, él había renunciado al sacerdocio y había conseguido una cátedra de teología en una escuela secundaria fuera de Caracas.
Y esa medicina china que todo lo cura y que es el tiempo, fue transcurriendo para calmar las pasiones y amenizar las convivencias.  Y  a medida que las ausencias se fueron haciendo definitivas y las tristezas se relajaban a la sombra de los tamarindos, también Román fue concibiendo la idea de formar una familia, para tener hijos y  criarlos  en la austeridad, como mandaba la fe cristiana, aunque su amor siguiera perteneciendo a Melisa, a quien había perdido para siempre.
Katy ya había ocupado la casa de su hermano Alexis y a veces,  Mel colaboraba en la educación de los niños, que estaban ahora a cargo de ella, por pedido de Alexis.
Con el tiempo, ambas se hicieron amigas,  salían juntas y se confiaban sus cosas más íntimas.
Así pasaron dos años, compartiendo sus vidas y un día, Katy le contó que estaba saliendo con un profesor del establecimiento que se llamaba  Román. Melisa  se quedó sorprendida  y al momento desechó la idea de que se tratara de él, ya que ese nombre era muy común y sabía  que él estaba en Caracas. Pero luego, recordó" que las escuelas religiosas solían tener profesores sacerdotes  y le preguntó a Katy:
--¿Ese profesor, no es o ha sido sacerdote?
--No Mel, cómo crees que me fijaría en él.
--En el amor  todo es posible, Katy.
 Melisa se quedó tranquila y se olvidó del tema. Simplemente, era sólo una coincidencia.
Pero esa noche, Alexis la notó un poco triste.
---- ¿Me amas?-le preguntó.
--¿Acaso no me casé contigo?- respondió ella.
---No me quieres mentir ¿Verdad?
---Por favor Alexis, no insistas.- le dijo, molesta.
Ambos se durmieron sin agregar palabras y  por la mañana, el timbre sonó insistentemente. Era Lucas, que les comunicaba que sería padre por segunda vez, ya que su primera hija iba a cumplir un año. Y todos festejaron.
•-   ¿No vas a darme un hijo?- le preguntó Alexis
Melisa se estremeció. Ella no deseaba tener otro hijo, pero para no herirlo, dijo:
- ¿No te parece que con tres, ya tenemos bastantes?
Alexis no insistió y esa noche durante la cena se mantuvo callado como si estuviera molesto. Luego se recostó en uno de los chinchorros y se quedó allí, mientras Mel halagaba  a Maruca por la cabra con  curry, que había preparado para la cena.
Esa misma noche, Katy  le comentó que se había enamorado perdidamente del profesor.
--- ¿Y él? - le preguntó Mel.
---Sé  que le gusto, pero nada más-aseguró ella.
---Entonces, trata de acortar las distancias-le aconsejó.
--- Eso haré, Mel.
A medida que el tiempo transcurría, las cosas fueron cambiando. Su cuñada  pasaba mucho tiempo afuera con su novio. Hasta que  un día, ella le comentó que se casarían.
-Aún no lo has traído a casa-le reprochó.
-Ni lo pienses, Mel. Lo conocerás cuando nos hayamos casado.
- ¿Estás loca?
- ¿Nunca te conté mi historia?
- ¿Qué historia?
--- ¿Es que mi hermano no te contó? 
--- No, nada me dijo sobre ti.
--- Estuve una vez a punto de casarme y mi novio me dejó  dos días antes de la  boda. Ahora no participaré a nadie y ni siquiera lo presentaré, pues me dejó traumada mi experiencia anterior.
- No sabía que eras supersticiosa.
-Tengo motivos para serlo. Nos casaremos en Sucre. Y solos.
-Bueno, tendremos que resignarnos a no asistir a tu ceremonia.
-Así lo deseamos los dos. Sólo él y yo.
-Supongo que después vendrás a casa.
-Te lo prometo.
- ¿Y él qué dice? ¿Y sus parientes?
-No tiene familiares y  es como si esos detalles no le interesaran.
- ¿Cuál es su apellido?
-Irace.
- ¿Te ama?
---Nos queremos.
--¿Simplemente?
-- Así, tan simple como eso.
--¿Y la pasión?
--Un día puede llegar o no. Los dos pensamos igual.
---¿ Y si fracasan?
-No lo haremos, porque para nosotros lo más importante es formar una familia  y respetarnos.  Él no cree en el amor,  me contó que había estado enamorado, pero ella se casó con otro.
-Está resentido, ten cuidado.
--Con lo que me pasó, yo  tampoco creo en el amor -dijo ella
- ¡Ojala seas feliz!-le deseó Mel.
Pero cada vez que Katy  lo nombraba, a  Melisa se le erizaba la piel, pues no podía dejar de pensar en su Román. Pero en fin, tendría que oír a menudo ese nombre, como otro castigo impuesto por la casualidad, porque ella no creía en el destino.
  
CAMINO A LA GLORIA
Varios meses después, Melisa tenía una importante exposición en Puerto Rico, adonde llegó acompañada por su esposo. Y por supuesto, ella debía firmar autógrafos, estar siempre rodeada de gente y todo lo que el éxito traía aparejado.
Cuando por la noche llegaban al hotel, se sentían felices de estar solos y no salían del cuarto por nada del mundo. Allí cenaban y muy temprano, tomaban el desayuno.
Una mañana, un telegrama les fue entregado y se enteraron así, del casamiento de Katy y de su partida hacia Colombia de luna de miel.
Ambos se pusieron contentos, pensando que en pocas semanas los tendrían de vecinos y compartirían juntos muchas cosas. Melisa les había pintado uno de sus mejores óleos para obsequiárselos como regalo de bodas.
----Nunca me comentaste lo que le sucedió a tu hermana.
--- Es algo para olvidar, Mel.
--- Pero ella no lo ha olvidado. Espero que su suerte cambie.
--- No lo sé. Sólo piensa en tener hijos y en formar una familia, creo que el trauma la dejó inmovilizada para otra cosa.
--No lo sé. Tal vez, todavía  ame a quien la dejó.
---Nunca hablamos de eso, ni quiere tocar el tema a pesar de que han pasado cinco años.
---Cuando se ama de verdad, el tiempo no cuenta.
--- ¿Lo dices por experiencia?
Ella no respondió. Los celos de Alexis le molestaban demasiado y no estaba dispuesta  a seguir con el tema.
La muestra de Melisa en Puerto Rico, daba que hablar a los periodistas de todos los medios.
Melisa y Alexis pensaron en quedarse allí unos días más y aprovecharon para pasear por ese maravilloso lugar  del trópico, con esos paisajes exóticos que tenía el Caribe, además de la sencillez, la cordialidad y la alegría de su gente.
 El día de su regreso, tuvieron  que embalar los óleos y empacar sus cosas, lo que  les ocupó casi todo el tiempo. Y a las 23 horas partían hacia la Isla Margarita.               
Era muy tarde cuando arribaron, de modo que  entraron en puntillas para no despertar a Maruca que dormía en el cuarto de Fanny.
Mel la miraba dormir a su hija  y se deleitaba haciéndolo.
Maruca se levantó muy temprano y al ver las maletas en la sala, se dio cuenta de que habían llegado muy tarde y trató de no hacer ruidos con sus tareas.                                      
Alrededor de las once Melisa y Alexis se  aparecieron en la cocina, diciéndole:
- Buenos días. ¿No nos has preparado el desayuno?
-Me alegra que estén aquí-dijo ella,  con mala cara.
- ¿Ocurre algo, Maruca? -le preguntó Mel.
---Nada, mi niña-dijo ella.
Melisa no quiso insistir, sino que prefirió despertar a su hija para mimarla, como hacía tiempo no lo hacía. Alexis estaba eufórico con su regreso y preguntó a Maruca:
- ¿No sabes si mi hermana está en casa?
-Sí, llegaron la semana pasada-contestó ella.
-Prepara algo rico, que los invitaré a almorzar.-le sugirió él.
-Así será, señor Alexis - dijo Maruca.
Melisa se dispuso a tomar el desayuno con su esposo y éste le comentó su decisión.
--- Dile a Maruca que vaya a buscarlos enseguida-le propuso ella.
-Será una sorpresa y  quiero invitarlos  yo mismo, más tarde- le dijo él.
Ella  concluyó su jugo y sacó a Fanny a la galería para jugar con ella. Estuvieron un  rato haciéndolo, cuando Alexis les pidió que fueran al living para saludar a su hermana y a su marido, que acababan de llegar.
Al  entrar  al pasillo, las piernas de Melisa parecían no querer seguir, ya que  el esposo de Katy,  no era otro que su Román.
- ¿Qué ocurre Mel?-le dijo Alexis, al verla tan lívida.
-Nada, sólo tuve un pequeño mareo- mintió, mientras iba  hacia ellos.
Melisa entendió  la seriedad de Maruca al recibirlos y la mala cara que tenía esa mañana.
Román se mostró emocionado aunque no sorprendido, pues sabía por Maru­ca que Mel era la esposa de Alexis.
Ambos hicieron la parodia de las presentaciones, aunque sus ojos se mostraron esquivos. Miles de preguntas sin respuestas, pendían de esas pupilas que no querían mirarse. Miles de  besos y caricias que se ocultaban debajo de la mesa.
Pero mientras platicaban, Román se  veía cansado, como si todo el peso del mundo le doblara la espalda. Melisa, en cambio, había tomado una postura indiferente, se reía y hablaba más que nadie, para ocultar su sufrimiento.
Y cuando ellos se retiraron, Mel aprovechó el momento en que Alexis fue a saludar a unos amigos, para interpelar a  Maruca, quien  le dijo con lágrimas en los ojos:
 -Lo siento Melisa,  no sabía cómo decírselo.
-Ya pasó, no te preocupes- la tranquilizó Mel.
Y enseguida, ella se encerró en su cuarto para llorar sin que la vieran, para odiar a ese monstruo a quien todos llamaban Dios. Y sin medir  lo que hacía, arrojó el cenicero contra la pared, diciendo con toda su voz:
- ¡No vas a vencerme Satanás de los cielos! ¡Te demostraré que no te temo!  ¡Soy más fuerte que todos tus demonios, maldito seas! -y se desplomó sobre una silla.
Y como si el  rencor se hubiera empecinado en ahogarla, sintió que  no podía respirar.
Pero poco a poco, fue tranquilizándose y  llamó a Demaris  para ponerla  al tanto de lo acontecido. Hacía más de dos semanas que no iba por allí y no estaba enterada de lo que ocurría. Pero prometió visitarla enseguida.
Alexis salía para la oficina cuando ella llegó:
-Te esperé para merendar -le dijo Mel, al verla.
       Demaris se sentó a la mesa para acompañar a Mel.
-Imagino lo que has vivido -le dijo Damaris.
--No, no lo imaginas. Dime qué sucederá cuando sepa, que mi hija no es de Alexis. Cuando saque cuentas de su edad. -dijo angustiada.
- ¿Qué harás? Creo que ahora  debes marcharte con Alexis a otro lugar.
 - ¡No lo haré! Él me verá feliz con Alexis, te lo aseguro.-dijo con ira.
--Estás muy ofuscada  y eso irá en contra de ti. Tu felicidad está en juego.
--- ¿Qué felicidad? ¿De qué felicidad  hablas, Demaris?-dijo muy alterada.
---Me voy, no puedo verte así, Melisa. Mañana quizás te sientas mejor.
-- ¿Crees realmente que puedo mejorar?
-Adiós Mel, no puedo verte así. -dijo saliendo hacia la puerta.
-Gracias por venir.-le dijo Mel.
Esa noche, su esposo le preguntó su opinión acerca de Román, a quien no había reconocido como el cura de la boda de Demaris, porque en realidad, ahora  se lo veía  muy cambiado.
-No lo conozco demasiado como para opinar-le mintió ella
-Me pareció, un buen hombre.-le dijo él.
-Recién lo  conoces.
--Los invitaré a cenar, así nos conoceremos mejor ¿Qué te parece?
-Me parece perfecto. Ordenaré a Maruca el menú.  ¿Qué te parece un cóctel de camarones?- le preguntó ella.
-Me gustan.
- ¿Dónde está Fanny, Maruca?- preguntó ella.
-Se la llevó el señor Román -respondió ella.
- ¿Porqué? Espero que no vuelva a ocurrir, ella no debe salir sin mi permiso.
--¿Qué  dices, Mel?-le preguntó Alexis.
-No quiero que se acostumbre a salir de casa.
-Está con sus tíos, que no son extraños-le remarcó él.
Esas palabras sonaron a sus oídos tan irreales, que  tuvo que frenar el impulso de decirle, que ese hombre no era su tío sino su pa­dre. Pero en ese instante, llegaba Fanny acompañada de Katy.
-No quiero que te acostumbres a estar fuera de casa -le dijo Mel a la niña.
-Es que el tío Román me hace jugar-dijo la pequeña.
-Está bien, pero debes avisarme. Ahora ven a cambiarte- le ordenó ella.
Ya en el cuarto,  la niña le preguntó a su madre:
--¿No quieres al tío Román, mamá?
-Sólo  pretendo  que no  me desobedezcas.
--- ¿Sabes que me enseñó a rezar?-le preguntó la niña
Mel no contestó pero su furia  la encegueció porque Román no podía intervenir en eso. Pero se contuvo.
A la hora de la cena, Melisa se vistió espléndida y recibió a los recién casados con una sonrisa.
Luego despertó los celos de Román mostrándose efusivamente cariñosa con su esposo. Melisa actuaba como si nunca lo hubiera conocido y con total indiferencia.
- ¿Eres católico, Román?
-Sí, lo soy ¿Y tú?-le respondió sin  titubeos.
-No creo en Dios y mucho menos en los sacerdotes católicos-le dijo, para herirlo.
--- ¿Por qué dices eso?-le preguntó Katy
---Porque no me gusta que le enseñen a rezar a mi  hija -respondió con firmeza.
- ¿De qué hablas? -le preguntó Katy
-Habla de mí-le aclaró Román-Y prometo que no volveré a hacerlo.
-Dejemos ese tema- les dijo Alexis, al ver que la tensión aumentaba.
--De acuerdo-dijo Melisa
Y enseguida  les propuso un brindis:
---Por tu felicidad -dijo Mel levantando su copa y mirándolo a Román.
---Por la tuya- respondió él, levantando la suya
--- ¿Y nosotros qué hacemos?-preguntó Alexis refiriéndose también a su hermana.
--Sólo quise hacer las paces con mi cuñado-agregó ella sin inmutarse.
---Me parece bien, porque fuiste muy dura con él-dijo Katy.
Para Melisa, la velada había sido perfecta, pues había observado los ojos cargados de amor con que él la había mirado, insistentemente.
Por su parte, Román sentía el lecho conyugal  como un suplicio, luego de haberse convertido en un farsante. No entendía por qué Dios los seguía sometiendo a pruebas tan terribles.
Su esposa ignoraba que él había sido un sacerdote y muchas otras cosas de las que nunca hablarían. Y el presentimiento de que Fanny era su hija también lo atormentaba. Su edad, sus rasgos, sus manos, todo, le daban la cer­teza de que estaba en lo cierto. Tuvo deseos de gritar  la verdad y después alejarse de allí, pero de esa forma perdería a su hija.              
Tenía que preguntárselo a Melisa, buscar la oportunidad de estar a solas para saber si Fanny era el fruto de aquél amor, que aún ardía en su sangre, como una hoguera de la Inquisición.
Recordó aquellos días de placer infinito cuando ella dormía acurrucada a  su lado y él recorría su piel de nácar y su cintura breve, con la censura de su mirada y aquellos días cuando el espanto lo perseguía, para ponerle freno a sus pasiones de Febrero a noviembre y de Noviembre a Enero.
  
  
  
  
  
  
                    QUE ASÍ SEA
A medida que el tiempo transcurría, las tensiones se fueron aflo­jando.  Y solían salir  los cuatro a navegar, o a la playa, sin que nadie pudiera sospechar   que ellos se hubieran conocido antes.
Román trataba de no acercarse demasiado a Fanny y sufría cuando la niña lo llamaba papá a Alexis. Pero el sólo hecho de estar cerca de Mel, le daba motivos para sentir  un placer tan inmenso que podía soportarlo todo.
Una tarde, Román acertó a pasar por la playa en el mismo lugar donde Melisa trabajaba con sus óleos. Y ella se quedó paralizada al verlo, pues era la primera vez, en mucho tiempo, que se encontraban sin testigos.
- ¿Qué haces a esta hora por aquí?- atinó a preguntarle ella, tratando de que no se notaran sus temblores invisibles.
 -Eso mismo te pregunto yo-le contestó él.
---El crepúsculo es el tema favorito en mis obras.
Román la miraba con pasión y todas las barreras que había entre ellos se desplomaban, como el mundo a esa hora.
Y sus ojos se encontraron sin reparos ni excusas, mientras sus dedos querían salírseles del cuerpo para tocarse, tomarse el pulso y los latidos. Pero los puños se apretaron, para impedirlo.
-Mel, te busqué tanto.-le dijo, aproximándose a ella.
-Ya es tarde para esto, falso ministro de Dios-le dijo Mel apartándose.
-Nunca dejaré de amarte, auque sea tarde.- le dijo él  con ternura.
-No puedo creer en eso, Román.
-Tú  te marchaste-le reprochó él.
-Pudiste abandonar la curia, para casarte con Katy  y no conmigo. ¿Verdad?
-No es cierto, fue por ti que la abandoné, lo juro.
-No creo en tus juramentos.
- Mira Mel, no he abandonado mi fe y seré fiel a mi esposa. Pero quiero que me digas la verdad. ¿Me amas?
-Amo a Alexis- le dijo, con la intención de  herirlo.
- ¡Mientes! ¡Como le mientes a Fanny sobre su padre!
--Si quieres saberlo, ella es tu hija, pero nunca la tendrás.
--Te amo, Mel-le dijo, sin atreverse a tocarla.
  --Yo en cambio, te odio Román. Y no vuelvas a decirlo porque le diré a todos la verdad-lo amenazó.
--No lo harás, porque sé que me amas, Mel.
--- ¿Ya no te importa el infierno?- le preguntó, con ironía.
---El infierno es estar lejos de ti. Pero no quiero seguir hablando, ya  me voy -le dijo, antes de marcharse.
Melisa deseó correr detrás de él, pero se contuvo. Se sentó sobre la arena y mirando hacia el cielo dijo:
--¿A qué quieres jugar vil demonio? ¿Acaso vas a quitarle también su fe? Déjalo en paz, no lo tortures. ¿Acaso sabes del amor? ¡Qué vas a saber, si tú  eres nada! ¡Nada! Ven por mí, con tus sanes y tus vírgenes. Búscame con todos tus ángeles y demonios y no me tendrás ¡Yo te maldigo en nombre de Román!
Y después de decir esto, como enloquecida se arrojó al mar. Y nadó, nadó hasta que las fuerzas la abandonaron, hasta sentir como el agua entraba por su na­riz y le llenaba  los pulmones, pero no le importó, pues deseaba morir en ese instante.
Un pescador, que acertaba a pasar por el lugar, logró rescatarla.  Y cuando despertó en la sala del hospital, no entendía  lo que le había sucedido. Sólo Román conocía lo que ella podía hacer en un arrebato de ira. Y  estaba allí, a su lado. Cuando Mel lo vio, le parecía estar soñando.
-Ya no habrá mentiras, Mel.  Y toda la vida estaremos juntos- le dijo, mientras  la besaba en los labios.
--- ¿Te has vuelto loco?-le dijo ella, sin entender.
---Si amarte es estar loco, lo estoy. Y si es pecado, soy un pecador. Pero nunca más me separaré de ti, Melisa. Se lo prometí a Dios, para que salvara tu vida. Y él lo hizo.
-No pretenderás que acepte esa lógica ¿Verdad?
- Voy a divorciarme de Katy-le dijo seriamente.
- ¿Vas a destruir un sacramento como el matrimonio? ¿Acaso el  hombre puede desunir   lo que Dios ha unido?-le preguntó ella.
-Pero los mandamientos  me obligan a no mentir y a no  desear a la mujer del prójimo. Y ya no quiero seguir deseando  a la mujer de Alexis, ni mintiéndole a Katy un amor que no siento ¿Qué dices, Mel?
-Yo te digo: ¡Que así sea!
--- ¿Sabes la traducción de lo que acabas de decir?
---Sí, claro. "Que así sea"significa  "Amén".
---Entonces Mel ¿Aceptas los designios de Dios?
--No, sólo acepto tu amor-le dijo ella.
--Hablaré con Alexis y con mi esposa.-le dijo él.
-Será difícil- dijo ella.
-No hay otro camino, Mel.
-Ahora vete, ellos deben estar por llegar-le pidió.
Román besó a Mel apasionadamente y luego se marchó.
Enseguida llegó Alexis y ella sabía cuál sería la pregunta que no tardaría en llegar.
- ¿Por qué intentaste suicidarte,  Mel?
-Porque no puedo amarte, Alexis.
--¿Sigues amándolo, verdad? -le preguntó
--Nunca te lo oculté.
-Pero él eligió a Dios y no a ti- le  remarcó
-Te equivocas, él me eligió a mí. Y es por eso que quise morir.
-Mel, yo te amo. Y estoy dispuesto a perder. Quiero que seas feliz. ¿Quién es  él?
-Cuando llegue el momento, él hablará  contigo.
-Yo no quiero verlo, ni saber de él.
--Ya lo conoces, Alexis.
- ¿Quién es? Dímelo.
--Te sorprenderás -la previno Mel.
- ¡Dímelo! -le exigió.
---Es Román, el esposo de Katy-dijo al fin.
Él se puso pálido y sus ojos se llenaron de odio. Y sin poder contenerse, la abofeteó. Y luego, cuando intentó salir del cuarto, ella le dijo:
-Adiós, Alexis. Hice todo lo posible para amarte, pero fallé.
Él no respondió y las enfermeras que acababan de entrar, se dieron cuenta que Mel sangraba por un corte de su boca.
-Está herida-le dijo una de ellas, mirándolo  acusadoramente.
-Él es quien está más herido -agregó ella
-Le pondré una compresa fría-dijo la enfermera
Alex se retiró  en silencio y avergonzado por lo que había hecho. La herida no era de importancia y ella  enseguida estuvo bien.
Y por la tarde, el médico le otorgó el alta ya que estaba en perfectas condiciones.
 Mientras tanto, Alexis había ido en busca de Román, quien se encontraba en la sala, como aguardándolo. Se abalanzó sobre él, tomándolo por el cuello, sin que Katy  pudiera entender lo que estaba ocurriendo.
--¿Qué ocurre Alexis?-le gritó su hermana.
---Pregúntale a este cura impostor-le dijo furioso.
- ¿Cura? ¿Pero qué es lo que dices?-le dijo ella.
- ¡Habla Román! Antes de que te parta  en  pedazos.-le exigió.
--- ¡Quítame las manos de encima!-le dijo a punto de salirse de sus cabales.
Katy lloraba desconsoladamente, ante la situación. Pero en ese momento, llegaba Melisa del hospital y  al verla por la ventana,  Alexis se marchó, dando un portazo.
 - ¿Qué es lo que pasa, Mel?-le preguntó Katy.
-Yo te lo explicaré-le dijo Román.
-Me voy, entonces -dijo Mel para  facilitarle las cosas.

 Cuando ella  se fue a su casa,  él comenzó a hablar, mientras los ojos de Katy  cambiaban de expresión y de tamaño, a la medida de sus lágrimas. Pero cuando Román hablaba, ella recordaba que antes de casarse, él le había con­tado esa historia, pero lo que no sabía era que se trataba de Melisa. Cuando terminó el relato, Katy secó sus lágrimas y le  dijo:
- ¿Quieres que nos divorciemos?
-Sí, ya no resisto estar lejos de ella y de mi hija.
-Lo haremos Román, quédate tranquilo.
Mientras ella se retiraba a su cuarto, en la casa de Mel, Alexis acababa de empacar sus cosas.  Pero antes de irse, buscó a Mel para decirle:
-Nunca he golpeado a una mujer. Perdóname, me siento muy mal por lo que hice. No sé cómo pude hacerlo. Yo deseo que seas feliz.
-Ya te he perdonado. Y gracias por todos los momentos de ternura que me brindaste. Yo siempre te he querido Alexis,  pero el amor seguía siendo él. Lo siento.
 En ese instante, entraba Román tratando de hablar con Melisa y al verlo, Alexis le previno:
-Te prohíbo  que la hagas desdichada, maldito.
--Tú y Katy,  merecen lo mejor-dijo él, con tristeza.
Cuando Alexis se fue, Melisa fue a buscar a su hija y Román la siguió. Y al ver a su madre llorando, la pequeña preguntó:
- ¿Porqué lloras, mamá?
-Porque soy feliz  y he  encontrado a tu verdadero padre, Fanny.
Román las abrazó fuerte, como queriendo transmitirles su fuerza, pero la pequeña no entendía nada.
-Él es tu padre, Fanny-le dijo ella.
Y la niña lo miró, como si quisiera grabarlo en la retina.
-Cuando seas más grande entenderás -le dijo él y la besó.
- ¿Qué pasó con Katy?-le preguntó Mel.
-Ella entendió y vamos a divorciarnos. Pero se irá de aquí con Alexis. Creo que vivirán en Caracas-le dijo él
-No tendremos que mudarnos-le dijo Mel.
--No mi amor, ya no habrá mudanzas, le dijo tomándola por la cintura.
Y así, dos seres diferentes, dos credos y dos maneras distintas de pensar se unían por causa del amor.
Sentados a la par con la ventana abierta y mirando al mar, ambos divisaban un horizonte maravilloso. Se miraron largamente a los ojos y  entonces, Román le preguntó a Mel:
-Si tuvieras que definir a  Dios. ¿Qué dirías?
--- ¿A tu Dios? -le preguntó, sonriente.
--Sólo el mío existe.- le aseguró él.
-No puedo definirlo, porque no creo en Él.
-Tú puedes mi amor, porque ya lo conoces- insistió.
----Si tuviera que definirlo, tal como yo lo veo en tu mente, diría que Él es sólo BONDAD.  Y que no te castigará cuando te enamores, ni  te juzgará porque te hizo libre. Así lo veo en tu corazón y en tu cerebro.- dijo ella
-Donde sea que esté, tú lo has visto. Y está contigo, a  pesar de ti.
-A pesar de Él, querrás decir.-dijo ella y echó a reír.
Melisa y Román, se amaban más allá del bien y muy lejos del mal.  Ella seguiría siendo atea y  él  un católico redimido de culpas y pecados.
Y el paraíso se hizo realidad en la casa de ambos, sin que ninguno de los dos tratara de imponer su credo.
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Foto del autor NORMA ESTELA FERREYRA
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Miembro desde: Jan 31, 2009
2 Comentarios 918 Lecturas Favorito 0 veces
Descripción

Novela que trata deun romance apasionado entre un sacerdote catlico y una atea

Palabras Clave: amor- pasin- religin

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



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jorge giordani

Querida Norma, acabo de leer la 3ra parte de tu novela, y te escribo mientras con la otra mano seco mis lágrimas.
Me encanto , ojalá encuentres quien la edite porque vale la pena.
Te deseo lo mejor
Responder
September 20, 2012
 

NORMA ESTELA FERREYRA

Deseo para ti lo mejor que pueda sucederte en el 2013. ¡Suerte!
Responder
January 05, 2013

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busy