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- ¿Que desde cuándo no lloro?
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- Si esta remembranza calma un poco las suyas, déjeme confesárselo. Desde el día cuando siendo un niño de seis años, pregunté a mi madre peinándose frente a un espejo quebrado, ¿mami me amas? Mamá volteó a mirarme  como si le hubiese hablado la licuadora. Comenzó a reír atropellada, con gemidoras risotadas  durante varios minutos. Yo veía reír a dos madres: la real, del espejo; y su imagen frente a él, a carcajadas. En mi memoria no suspende su risa.
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- Me sucedió igual que a usted. Fue tanta la algarabía con su risa, que mi papá, quien dormía en la habitación contigua, se levantó extrañado y preguntó qué sucedía. Le dije sobre la pregunta manifestada a mi mamá y aproveché para hacérsela a su vez. Papá me miró un prolongado instante. Todavía sigue mirándome. Olvidé el color de sus ojos. Y se desató también en estridentes risotadas induciendo a mamá a reír de nuevo.
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 - Creo que  eran las 11 o 12 de la noche. De algo estoy seguro: no había luna. ¿Le conté que yo tenía un perrito negro llamado Murky? Bueno, pues sí, Murky, el cual estaba allí cerca boquiabierto con tantas risas, mirándolos a ellos y dándome ojeadas sin saber qué hacer. Murky me miró invitándome a escapar rápido de allí. Salimos corriendo de la alcoba de mi mamá a llorar en el sótano. Murky me acompañó no sé si a llorar también con sus leves gemidos, pero estuvimos echados en el suelo durante varias horas..
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- No importa. Si usted piensa que fueron siglos, no se lo reprocho. O años.  Desperté en la cama de mis padres quienes estaban al lado, mirándome silenciosos. Creo que desde esa noche no lloro y han transcurrido 50 años.
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-¡Ese es mi perrito! Murky. Lo mandé a disecar. Parece sonreír, ¿verdad?