Dejamos al azar,
la metáfora;
a la poesía,
la libertad
y a ésta,
el placer de estar vivo.
 
Perpetuamos los días
en la agenda forjada por el deleite
del instante de gozo…
 
Cubramos todo con la belleza
ajena a la sintaxis de los cuatro elementos…
 
En el poema suspiro en olor de libertad.
 
Soy dependiente metafórico,
adicto a la palabra,
¡perdido en ella!
 
Por su gracia, vago en santidad;
leo y releo en el libro de la naturaleza,
dispuesto para el olvido de uno mismo.
 
Entonces… y sólo entonces,
sin alternativa,
dejo la huella oculta entre ficciones,
para no quebrantar mi libertad…
 
Lo dice el lenguaje del ave mítica,
su monotemático gorjeo,
la discreta flor,
la elocuencia del loro en su vara encantada.
 
No encuentro camino hacia el vacío,
lo recorro
en  instantes fulgentes de amor,
en la locura,
en las travesuras de niño.
 
Lo retomo
en el sinfín de las palabras,
en la simplicidad de quien sonríe con sus imaginarios;
como quien suma sin totalizar
aromas y sabores,
sonidos y ritmos,
melodías y cadencias,
sobresaltos,
soledades insólitas,
ardorosos amores sin entrega y sin prisa…
 
Vivo la disolución,
en el cambio,
en un destello,
en la metamorfosis
de la libertad y de la poesía,
indeclinable,
como esencia de un verso,
deslizando
en la cinta sin revés ni derecho.