SBADO EN EL TIANGUIS
Publicado en Sep 05, 2011
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Las gotas del torrencial aguacero estrellándose en la ventana del cuarto terminan con mi sueño placentero. ¡Se está cayendo el cielo!. Recorro las cortinas para ver este berrinche de la naturaleza, los rayos en su luminiscencia muy impresionantes. Voy descalzo a la cocina para beber agua, y luego a "una escala técnica". Regreso a la cama e intento dormir: boca abajo, arriba, del lado derecho, izquierdo, ¡carajo!, no puedo retomar el sueño, y lo peor, comienzo a pensar en los sucesos del día, o sea, ya valió madres Morfeo y todo su séquito de infames acarreados.

Manos entrelazadas bajo la nuca y ojos muy cerrados en la obscuridad. Inicia el desfile de actividades que realicé durante el día, mi ex está saliendo de una depresión provocada por un "noviecito" que resultó un gandalla consumado, mujeriego, vengativo, dotado de humor negro, irónico, y para complementarla, muy inteligente el desgraciado; total, le hizo ver su suerte. Como ella sabe que soy su tarugo incondicional para consolarla, llamó para invitarme a comer el martes en el San Ángel. Intentando pasar aún como un tipo con una pizca de dignidad, le digo que ahí no, que ya me tiene hasta la coronilla el restaurantito ése y además me queda muy lejos, entonces me pide que elija. A priori mi agudeza mental ordena que los caldos de gallina o los tacos de canasta en la calle de Ayuntamiento es una buena opción, pero al instante recuerdo que esa zona actualmente es un verdadero caos con las obras tan "indispensables" del Metrobús, así que tal opción no es elegible para esta cita.

¡El Sella, ya está! Elijo este formidable bar para comer. Llevo 10 minutos esperando en la entrada, me empiezo a engorilar, al fin veo llegar las dos Suburban negras, me acerco para ayudarle a bajar, se adelanta su jefe de seguridad, no le hago mala cara y menos a la 9 mm que porta en la cintura. Disimulo la impresión que todavía después de 14 años me provoca este mujerón, nos besamos en la mejilla y me toma del brazo para entrar al lugar. Nos recibe muy efusivamente Pepe, el hijo mayor del entrañable don Pepe; abrazos y un "bienvenidos, por acá está su mesa en la zona VIP, ya está incluido el costo en la cuenta". Reímos.

Pido de todo: caldo de camarón, tortilla española, chistorra, chamorro deshuesado. Ella no es mucho de ese tipo de comida, pero prueba de todo un poco y le gusta, incluyendo una Pacífico bien fría, al final café capuchino y postre al sartén de ate y queso flameado.

Mucha plática de ambos y bromas, chistes, humor de mi parte; la charla cumple con el propósito de meterla nuevamente en la dinámica progresiva de reírse todos los días de la vida y de uno mismo. Aunque literalmente se esté de lleno en lo más grotesco y doloroso de esa mala hierba conocida como la chingada.

Tres horas después nos vamos del Sella; la Guereja quería ir al cine, le digo que no puedo, debo madrugar al día siguiente. Por fin he tenido trabajo y lo agradezco sinceramente. Como veo que se entristece le digo que el sábado la llevaré a un lugar que le va a sorprender, nos quedamos de ver a las doce en el Portón de Insurgentes y Eje 1 Norte para desayunar.

De regreso a mi casa voy reflexionando y confirmando lo que sé desde hace muchísimos años: definitivamente, sin duda alguna, como amigo soy el mejor del mundo, leal, generoso, incondicional, desinteresado, maduro, es decir, sencillamente una buena persona; pero como "novio" (¿?) (no sé por qué demonios les encanta autoponerse el titulito ese, para encamarlas da lo mismo), soy un verdadero petardo, un fraude absoluto, infiel, manipulador, calculador, mentiroso, agudo, lo cual acertadamente describió  mi hermanita con un contundente e irrefutable: "tú no quieres a nadie, cabrón, yo ya te hubiera mandado mucho al diablo" , fina y delicada premonición, ni duda cabe.

El servicio del Metrobús en esta ruta de Insurgentes es aceptable, más en sábado que lo usa menos gente. Realmente disfruto el trayecto sin el abominable pero muy eficiente Megane gris. Desciendo en la estación Buenavista y cruzo la calle, faltan 5 minutos para el mediodía, siento hambre; me llama al móvil para decirme que ya está dentro del restaurant, entro y veo de inmediato su mano llamándome. Nos saludamos de beso otra vez en la mejilla. Indudablemente que la primera regla para ser una mujer con clase es que hay que parecerlo. Le insistí el martes que viniera vestida lo más sencilla posible, de jeans, tenis y playera, sin joyas, ni una sola, y sí, así viste, pero es inevitable ocultar o disimular su belleza de concurso, los años le han sentado de maravilla.

Terminamos de desayunar, es ya la 1:30 pm. Atravesamos la calle en diagonal hacia la Biblioteca Vasconcelos, dizque la obra cumbre de cierto presidente, para más señas y como paradoja, uno que además de hablador, era payote, inculto y avezado mandilón. Llegamos a la calle de Aldama, e inmediatamente los primeros puestos del Tianguis del Chopo, qué agasajo para la vista, y sobre todo para el espíritu. Me siento libre... sin presiones, aquí soy lo que soy, sin censuras en la vida, en este mágico sitio, donde lo abstracto reina sobre lo material y los hipócritas convencionalismos.

Observo muy atento sus reacciones, tengo la impresión que aquí es como niña, su cotidianidad nada que ver con este ambiente singular tan sui géneris, en el cual habitan armonicamente las tribus urbanas. Me pregunta de todo, le atrae mucho el puesto donde venden las playeras, ahí tardamos mucho tiempo, y es que realmente están "bien chidas", según los chavos que al lado compran unas. Decide por una blanca y otra color lila, muy bonitas, me gustaron. Nos detenemos en el puesto donde hay cientos de lentes para sol, ninguno excede los doscientos cincuenta pesos, y ¿marcas? Todas las que uno quiera; me pregunta  por qué unos chanel parecidos a los que usa cuestan únicamente doscientos pesos, si ella pagó en París casi 300 euros, entonces me río un chingo y le explico el porqué.

Los discos atraen mucha banda, hay para todas las edades y gustos. Puedo observar de Los Monkees, Deep Purple, Rolling Stones, Janis Joplin, Jimi Hendrix, Sex Pistols, Led Zeppelin, Black Sabbath, sólo por mencionar algunos. En el local de los tatuajes miramos curiosamente al punk, al que le graban en la piel lo que al parecer es una flor negra y debajo la palabra muerte. Caminamos e inmediatamente la ropa y accesorios de piel, todo negro, algunos con estoperoles, le digo que le voy a comprar los pantalones negros de piel en forma de tubo, para cuando se los ponga darle de nalgadas. Se sonroja y me pellizca. El de los posters no se midió, tiene unos que son de "urge, me los llevo", de plano me sorraja el de los Beatles caminando en Abbey Road; quedo lelo un gran rato disfrutándolos, ¡qué agasajo! Chingón, chingón.

El clima ha sido indulgente, nublado pero muy agradable, unos 24 grados. En los colguijes paramos tanto tiempo, su mero mole, y recuerdo viejos tiempos en París; hace clic con la chava pandrosa que vende y platican de cada figura  -¿tú no eres de aquí verdad?- "¡claro que sí, soy mexicana!". Ándale, güey, ya se encabronó la Guereja. -Es que pareces extranjera-. "Pues no lo soy". Se decide por un dije en forma de rosa y por otro con figura de corazón, ambos muy hermosos, la neta, y a precio de ganga los pago. Dice gracias y me abraza.

Ahí  está el infaltable granuja que vende bebidas preparadas en su carrito del súper, compramos un refresco de toronja con hielo picado y escarchado, lo devoramos entre ambos. Llega un cuate y pide con voz ronca, -ese mi buen, tequilita con squirt-. En eso siento que me toma del brazo derecho y me dice: -compadre, que chingón encontrarte aquí-. -¡Quióbole, pinche enano, qué gusto verte recabronsísimo!- . Ella sacadísima de onda y asustada, parada atrás de mí, no entendía qué sucedía. Le digo "mira, Blondy, éste es Emilio, el fundador y guitarrista del grupo que tuvimos cuando éramos jóvenes", se saludan. ¿Qué andas haciendo?  Me dice que viene a tocar con un grupo, que en tanto instalan el equipo se tomará un tequila. "Pinche enano, no te vas a morir pronto, he platicado del grupo no hace mucho con un amigo, ¡Qué tiempos guey!".

Tocaremos dentro de media hora, a las tres y media, vas a verme ¿verdad, compadre? Pero por supuesto, no me puedo perder ese show. -La invitación también es para usted, señora-. Gracias, joven. "No le digas joven, no vende tacos, se llama Emilio." -Sale, entonces te vemos al rato, se inclina a mi oído y me dice: está rechula, me cae, siempre tuviste buen gusto-. "Gracias, barbero; ah, ¿y tú que purrum con la Jessica?". -Chale, no me toques ese rock. Échatela, va-. "¿A la Jessi?". -No mames, güey, la de los ángeles negros. Vale, en voz baja-. "Quédate sentada donde estás hasta el final de la canción, como si nada". Comprendo que aún le duele cuando veo en sus ojos incipientes lagrimas, pero aguanta a pie firme el marrazo; tal vez ayudado por lo que trae dentro, pues de inmediato me di cuenta que anda hasta la madre de pacheco.

Continuamos el tour. En nuestro camino, otro negocio de tatuajes, pero lo particular de éste es que lo atienden tres chicas tipo "dark"; le ofrezco a la Guereja pagarle uno si se pone mi inicial en la parte más baja de la espalda. Dice con mucha alegría que sí, pero me condiciona a que haga yo lo mismo con una "L". Nos reímos con todas las ganas y se burla de mí.  -¡Miedoso! ¿Ahora ya te pegan?- "Sabes que nadie en absoluto, después de ti, nadie nunca más vive en mi vida-".

Se oyen a lo lejos los primeros acordes del grupo, tocan al aire libre al fondo del tianguis, le digo "vamos a verlos un rato". -Sí, sí vamos por favor-. Caray me sorprende. Llegamos y ya está la banda escuchándolos, cantando, bailando, brincando. Aunque el rock pesado no me gusta mucho, disfruto la tocada. Volteo discretamente para ver qué hace, lleva el ritmo con cabeza y pies, de las bolsas de su "sexy jeans" salen trozos de felicidad de su hoy festivo corazón; terminan la tercera rola y Emilio agradece  -gracias, banda-; también y sorpresivamente nos dedica a Lu y a mí la siguiente rola  -Para mi compadre Benjamín y su morra, algo que solíamos tocar juntos hace muchos años, "Smoke on the Water"-. Y la banda incontrolable; qué enorme detallazo, me sentí contento, y ella, uf, no se diga, en las nubes y con razón, es inédito en su vida.

Qué mala onda, empieza a llover a cántaros, son las cinco de la tarde, "córrele hacia el restaurant", ni del enano nos despedimos. ¡Uf! nos dimos una pinche empapada de órdago. Pedimos café y nos reímos mucho. Comprendo que mi decisión de traerla al tianguis fue la mejor, verla reír, feliz, plena, es mi mejor recompensa, sé que hice lo que debía, actuar con sensatez y como el ser humano que soy.

Llega la camioneta con su equipo de seguridad, nos despedimos con un abrazo y un beso espontáneo, pequeñito, en la boca; no lo hacíamos hace años. Me siento satisfecho, pero un tanto extraño, ha movido todo lo que soy, me ha estrujado el alma. En fin, no quiero engancharme, no quiero pensar en mañana, no tengo dinero suficiente para comprar hojas del calendario. Hoy por hoy sólo sé que me he comportado como debo, el  ser humano que no todos conocen ni imaginan, pero que se asombrarían si lo supieran.
  
Mañana domingo iremos al cine, en la mira: "El amor llama dos veces", con Tom Hanks y Julia Roberts. ¿El título? Mera y fantasiosa coincidencia... hoy simplemente la tiara de ilusiones que luce sobre su hermoso cabello rubio dice: "La paciencia es una de mis virtudes"...
 
Autor: Benjamìn Torres Uballe; prohibida la reproducciòn total o parcial a travès de cualquier medio con fines de lucro sin la autorizaciòn por escrito del autor.
 
 
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Descripción

Tianguis del Chopo

Palabras Clave: Relato vivencia

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


Derechos de Autor: Benjamn Torres Uballe


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