En la habitacin
Publicado en Sep 03, 2011
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José se quedó allí, con expresión algo asombrada. Una mujer gorda que pasaba por ese lugar se rió de él por creer que Graciela lo había abandonado, como si se tratase de una pareja que acababa de romper el vínculo. Pero a él le preocupaba lo que había escuchado.
Cuando volvió a la casa -una vez más, como si no pudiese evitarlo- encontró la habitación totalmente a oscuras y tampoco pareció encontrar suficiente luz al prender el velador. Sólo alcanzó a ver el violín que rápidamente sacó del estuche y se dispuso a tocar, dejándose llevar por la situación, mientras una cucaracha atravesaba velozmente una de las paredes.
Se esforzaba por encontrarlo todo soportable, ya que con su pensamiento repetía todas y cada una de las palabras de Graciela. Al mismo tiempo hacía sonar el violín cada vez con mayor intensidad.
-Señora ¿es posible que su hijo deje de hacer tanto ruido? -preguntó un vecino en forma de queja a la madre de José.
-Es posible -dijo sonriendo cansadamente-. Está en su habitación encerrado y cuando eso ocurre es como si estuviera en otro mundo -agregó.
Casi simultáneamente un grupo de vecinos se reunió a un costado de la casa, justo debajo de la ventana que daba a la habitación de José. Parecían estar completamente decididos a protestar por la música que él practicaba, exigiéndole -además de insultarlo- que dejase de tocar y acusándole de hacer una música endiablada, coincidiendo con una porfiada recriminación que siempre le hacía la propia madre, porque -como vecinos- decían sentir vergüenza ajena de lo que estaban oyendo.
-¡Podrías tener, al menos, la delicadeza de salir y disculparte por tu actitud, José! -le gritó uno de los vecinos.
José se asomó por la ventana, los miró y ante el silencio de todos, con voz muy suave respondió:
-¡Yo!, señores, no toco el violín para que escuchen, sino, para que reflexionen. Escúchense a sí mismos ya que el sonido que sale de él no es más que el simple reflejo de sus actitudes en la sociedad -replicó José asomado por la ventana de su habitación, mientras los vecinos se miraban unos con otros sorprendidos y al no poder responder, comenzaron a marcharse pacíficamente.
-¡Bravo José, así se habla! -exclamó un joven vecino que no estaba muy de acuerdo con la protesta, a pesar de estar allí.
-¡Ese es mi muchacho! -agregó un viejo señalándolo con un dedo; un viejo vecino que le había visto nacer y lo defendía animosamente, y que también, a pesar de ello, se encontraba allí parado.
José se acordó que tenía ropa en la cuerda y bajó corriendo al comedor para plancharlas.
La madre le observaba mientras le reprochaba sobre las quejas recibidas a lo que él -sin levantar la vista de una de sus camisas predilectas-, contestó:
-Esas gentes se quejan de su propia intolerancia, mamá.
-Mira un poco a tu alrededor -dijo la madre- si nuestros vecinos han llegado a la queja es porque evidentemente su situación es distinta a la tuya. No veo que tengan otros motivos en esforzarse a no ser tolerantes, como vos decís, porque sin hacer comparaciones, se nota que a ellos les va mejor que a vos. Por lo menos, todos están casados, con hijos y el que no, está de novio con una pareja estable y decente, como Dios manda.
>¿De qué intolerancia estás hablando, José? ¿No significa eso nada para vos?
-Verdaderamente, no es todo este castillo de tonterías lo que me decepciona de vos mamá, sino lo que no he podido lograr que veas en mí. Es lastimosamente torturante que estando aquí, dentro de la casa, pareciera verte allá afuera junto a todos ellos, sumándote a esa montaña de agravios -innecesarios- y como si esto no fuese suficiente, encima me reprochas una serie de cosas que bien sabes ya he intentado y tu actitud autoritaria de mandarín ha dado como resultado mi actual situación de soltería. ¡Espantarías a todas y cada una de mis candidatas, si se hubieran atrevido alguna vez a entrar a esta casa! -señalándola con un dedo- ¡No intentes hacerme sentir culpable de lo que vos misma no fuiste capaz de ser! -dijo a los gritos.
-¿Ah si? Y... ya que todo lo sabes ¿a ver? ¿De qué no he sido capaz de ser yo? ¿Eh? -mientras se acercaba lentamente a él.
-¡Feliz! No fuiste capaz de ser feliz mamá.
Casi de inmediato la madre le estampó un sopapo en la geta a José, quien ni bien recibió ese agravio comenzó a reír desaforadamente como si fuese un demente; logrando que su madre se asustase y se metiera corriendo en su habitación, es decir, en la de José.
-¡Sal de mi habitación ya mismo! -ordenó José que ya daba síntomas de haber agotado toda su paciencia; todo su respeto. Todo, absolutamente todo.
La madre salió -obedientemente- cabizbaja, sollozando ante la fría mirada de su hijo... que se había quedado parado al lado de la puerta, como un soldado, esperando el momento para entrar.
Cerró delicadamente la puerta, que había sido reforzada en madera de nogal oscuro y con revestimiento de laca marina en el exterior -un delicado trabajo de ebanistería especialmente realizado para él- debido a los golpes que José le había dado durante casi toda su vida cuando alguna nota en el violín no le salía como quería. Como si el paso de su adolescencia hubiera dejado sus huellas, inclusive, sobre esa puerta.
Un murmullo proveniente de la puerta que daba al vestíbulo confirmaba la presencia de alguien, mientras José se había dispuesto a afinar el instrumento una vez más. 
Dos golpes secos se hicieron se hicieron escuchar en la puerta de la habitación. De inmediato saltó de la cama donde estaba sentado porque sabía que del otro lado no era su madre quien pretendía entrar pues ella jamás hubiera tenido la delicadeza de golpear en señal de permiso. No obstante presentía que era alguien conocido.
Abrió la puerta -decididamente- y se encontró con uno de los vecinos allí parado. Era el más anciano de todos, el que le había visto nacer y también había vivado a su favor unos instantes atrás. Con sorpresa, pero del mismo modo, con gran respeto le hizo pasar ofreciéndole una silla para que se pusiera más cómodo.
-No me diga que mi violín lo ha traído hasta aquí, don Ernesto -dijo con algo de gracia e ironía.
-¡Oh no muchacho! -replicó el viejo entre risas- a mí no me molesta escuchar tu violín -haciendo una pausa, y antes de que José formulase alguna pregunta retomó su palabra.
-Sin embargo, me preocupa tu futuro. Es decir, aquí todos nos conocemos lo suficiente, y personalmente considero un anacronismo ocultarte que estamos al tanto sobre tu juicio. Y yo por ser el más viejo de todos y por haber sido el mejor amigo de tu padre, me he tomado el atrevimiento de venir aquí a transmitirte esta inquietud. Te ruego no lo tomes a mal, hijo -si así te puedo llamar- pero a mi edad uno se pone melancólico y sufre más de lo debido por aquellas personas que aprecia. Confío en mi parecer de que debe de haberse deslizado un error o una calumnia hacia tu persona. No obstante y porque creo conocer demasiado bien tu honestidad como para sumarme al resto y tener que considerarte culpable de un acto tan aberrante, es que te sugiero que procedas con la mayor cautela y premura al mismo tiempo.
Mientras el viejo Ernesto continuaba hablando, ofreciéndole un sinnúmero de palabras paternales, José le dejaba seguir porque temía -en el caso de interrumpirle- herir la susceptibilidad de éste por medio de alguna frase inconsciente. Pero tampoco expresó el menor signo de alegría.
Le observaba, al viejo, mientras replicaba en su mente esa frase anteriormente dicha por aquel: "estamos al tanto sobre tu juicio".
"De modo que... ¡todo el mundo lo sabe! ¿Cómo lo saben? ¿De dónde lo sacaron? ¿Quién se los contó? Esto quiere decir que estoy haciendo el papel de un idiota en mi propio barrio, como un cornudo: ¡soy el último en enterarme! Pero sin embargo, no me atrevo a preguntarle como lo sabe. No".
-¿Te sientes bien, hijo? -preguntó el viejo repentinamente.
-Sí... es que... Bueno don Ernesto, francamente no. No me siento nada bien. Quisiera descansar. ¿No se enoja?
-¡Oh! Sí, por supuesto. Aunque... ¿puedo hacerte una última pregunta antes de irme?
-Naturalmente.
-¿Pasas mucho tiempo en esta habitación?
-No tanto como quisiera -y en seguida se puso de pie para acompañarlo hasta el vestíbulo, cuando el viejo, apoyándole una mano en un hombro, le hizo una señal dándole a entender que no era necesaria tal molestia; mientras a José, una palidez le cruzaba el semblante.
Cargado en deseos, no consideraba propicio el momento de expresarlos. Debía ocultarlos tras una sonrisa nerviosa y una apagada pero penetrante mirada hacia quien se animase a hablar sobre ese asunto. Pudo haberle indicado distintos medios, honestos y escabrosos, a los que habría recurrido para efectuar su defensa. Pero, lógicamente hubiera tenido que explicar muchas cosas que el viejo no sólo no hubiese comprendido, sino, tampoco creído.
"¿Es necesario meter el dedo en el hormiguero otra vez?" se preguntó, mientras bebía un vaso de leche que llevaba ya dos días sobre la cómoda, tan cruda como su realidad.
Entonces tomó -una vez más- su disco de Mozart, porque necesitaba escuchar "Requiem", como en otras oportunidades. Cuando finalizó lo volvió a poner.
Fueron pasando las horas, se dio cuenta de que había estado de pie todo ese tiempo al ver que el reloj marcaba las dos de la mañana. Por fin realizó un movimiento y sólo fue para enderezar un cuadro que había en una de las paredes, específicamente, la que estaba detrás de la cómoda, pues con sólo levantar un brazo, fue más que suficiente.
"Si todo fuera así de sencillo", expresó en voz alta, como esperando una respuesta casi imposible de escuchar.
Lo único que quería escuchar, no llegaba a sus oídos. Sólo alcanzaba a percibir reproches, consejos y preguntas. Muchas preguntas, que en realidad no eran más que críticas disfrazadas de eso: preguntas.
Dio un par de pasos y con ambas manos abrió el estuche del violín para tomar un retrato de su padre y llevarlo a la altura de sus ojos. "Si supieras como necesito hablar contigo en este preciso momento", le dijo, y antes de que cayera la segunda lágrima, lo regresó a su lugar.
Tres y media. Ahora sí, la extenuación lo fue convenciendo de a poco, mientras un vecino perro le aullaba a su soledad.
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Foto del autor Gustavo Milione
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Descripción

Como dijo Albert Camus: "El mundo de Kafka es, en verdad, un universo indecible donde el hombre se da el lujo torturante de pescar en una baera, sabiendo que no saldr nada".

Palabras Clave: Habitacin tortura transformacin

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



Comentarios (4)add comment
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Gustavo Milione

Querido Verano! Muchas gracias por tu sabia mirada. Ojala logre acceder a tus palabras..
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September 17, 2011
 

Verano Brisas

Querido Gustavo: Creo que tienes muy buena fibra literaria. Estoy seguro de que cada vez nos sorprenderás con excelentes textos. Un abrazo de Verano.
Responder
September 14, 2011
 

Gustavo Milione

Que palabras tan emocionantes querido Florencio! No me equivoqué al pedirte una opinión. Lo revelo con absoluta honestidad y franqueza, porque usted, estimado señor, es quien le pone música a mis sencillas escrituras. Jamás nadie ha descrito un relato mío con tanta justeza como loo ha hecho usted. ¡Enormemente agradecido! Un fuerte abrazo latinoamericano desde Argentina!.
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September 11, 2011
 

florencio

retratas muy bien la soledad, ese submundo interno que aparece cuando tus ideas y sueños son truncados. el antagonismo con su madre y sus vecinos que ya lo consideran el loco del barrio, lo encierran más en el pasado buscando a un padre que nunca mas responderá a sus llamados. estamos pues ante la presencia de un personaje que de no enloquecer, permanecerá por siempre en su mundo de soledad, escuchando a mozart y sabiendo que los de afuera son tan infelices como el en su soledad.
Bien narrada y descrita....tiene elementos para un cuento mas largo o una novela corta.
saludos camarada.........
Responder
September 11, 2011
 

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busy