Lame sin asco las heridas de mi piel. Esas que un día me ocasionaste sin reparo ni pena. Con esa falta de pudor que siempre te caracterizó y que se refleja en tus ojos negros como las noches sin luna.
 
Arranca de mi los jirones de piel que necesites para resguardarte del frío. Hazlo y olvida que alguna vez compartimos la misma carne, la misma hambre y el mismo destino. Simplemente di que todo fue un sueño, y que si aún los rastros de mi amor te cobijan, es porque todavía estás bajo el abrazo de Morfeo. 
 
Sácame los ojos con tus delgados dedos y tíralos al olvido, para así poder olvidar de una vez por todas la media luna rosa de tu sonrisa. De las perlas que chocaban con las mías en cada beso. De las huellas dactilares de tu lengua, que en braile me decían "los te amo" que tu voz siempre tuvo la cautela de negarme. 
 
Llévate mi corazón y entiérralo en la misma tumba donde enterraste el tuyo. Ponlo dentro de una cajita de ébano y ponle sus mejores galas. Si quieres, puedes darle un discurso de despedia que yo estaré sentado entre los asistentes con mi traje de luto, mientras los golpes sordos de la tierra chocan con el pequeño ataúd que yace en el fondo de la fosa. Al finalizar  arroja sobre la tierra húmeda un clavel como un gesto de adiós. Después de eso puedes marcharte sin una lágrima en el rostro, aún sabiendo que mi corazón reposa al lado del tuyo.
 
Y entonces, solo entonces, olvidaremos todas las noches en que nuestra respiración empañaba los cristales y nuestro sudor empapaba tus sabanas que recién cambiabas. Seremos dos extraños que juegan a olvidarse, en esa paradoja de añorar algo que nunca se tuvo, de dejar ir algo que ya no se tiene.
 
Simplemente mírame por última vez con una sonrisa en tus labios y prométeme que diremos que todo fue un sueño y nada más.