Jueves, el día que venía él
Publicado en Jun 23, 2011
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Era jueves, el día que venía él. Antes de cerrar la puerta de la habitación, contemplé la noche estrellada, la blanca luz de luna bañaba el sembradío, sobre aquel la neblina como un suave tul se abandonaba sobre la cosecha, al fondo la silueta oscura de la arboleda difusa se dibujaba. Estaba nerviosa, ansiosa, sabía que esa noche sería mi vez primera. Conocía los detalles para seguir el ritual que tantas otras veces había efectuado mi madre. Cerrar la puerta sin cerrojo, encender la vela sobre el velador, aromatizar el cuarto con incienso, ponerme el camisón de seda azul, sin ropa interior, como le agradaba. Unas gotas de perfume francés de mi madre (regalo de él en la pascua pasada) y tenderme dispuesta sobre la cama, a esperar paciente su llegada.
 
No logré dormir anoche, después que mi madre me llamase a su habitación, la misma en la que ahora me encuentro. Con ojos llorosos, me invitó a sentarse en su cama, el dolor de su pecho, brotaba, invadía la habitación, estaba destrozada. Sabía que mi madre pensaba para sí, como en ese lecho donde yo me hallaba ahora sentaba, fuese aquel en el que cada jueves se entregara en cuerpo y alma, donde clamaba cual fiera por ser domada. Aquel hombre que la visitaba como un potro salvaje, bramó con furia y cabalgó por sus praderas blandas, pastó de su hierva fresca, salvaje, tierna e inmaculada, le provocó sentirse pequeña y dichosa cuando con fuerzas sobre sus hombros él respiraba al tomarla y la alzaba en un galopar iracundo hasta la cima más alta. La vela apagada, el sabor de la unión prohibida se impregnaba en las paredes de la habitación, palabras tiernas antes de su partida él susurraba, ella apegaba a su lomo, descendía por las laderas del encuentro con suave y tierno andar, lentamente se abandonaba en la hierva mojada con su sudor de mujer, impregnada por la esencia de su amante, quedaba en la cama adormilada, mientras la silueta de aquel, se alejaba hasta el jueves próximo, que sería nuevamente amada, seducida, tomada.
Con la voz quebrada, por el dolor que provocaba la daga en su pecho el desconsuelo, me confesó, que por más de diez años era amante del patrón (aún cuando yo hace seis que lo sabía), no estaba arrepentida de nada, ese hombre prendió el fuego cuando ella deslucía, cuando su esencia marchitaba. Su esposo, aquel que la hizo suya entre golpes y alcohol, la dejó fría, deslucida, explotada, vejada. Sólo despertó en ella, la madre, la mujer quedó ahogada, en un triste lamento de perdida vulnerada, machacada bajo la sombra de la impotencia de poder reclamar nada.
 
Le comentó como una tarde de otoño, cuando menos lo pensaba, ese hombre invadió su vida sin preguntar nada, la tomó con sus manos firmes, pasión desenfrenada y en un mar de sensaciones, encendió las brasas de su soledad apagada, revivió los acordes del  placer, tocó las notas más altas, entre sus brazos, fue balada y tonada, fue mujer, pasión, fue calma. El fulgor de tambores desgarró en sus entrañas color nácar, prendidas por la pasión, por las caricias del alma, cuando el deseo muerde, mastica, deslumbra el fondo de las conchuelas mágicas, escondidas bajo el más sórdido placer, de una fantasía no soñada.
 
Después de aquella invasión, el camisón de seda era la antorcha que cada jueves encendía la hoguera de su amor. Al principio su entrega, era dulce, tierna, ligera como la hoja al caer, luego los vendavales de pasión la llevaron a recorrer los parajes recónditos de su libido y fue mujer en toda su expresión, se sentía amada. Por eso el dolor de verse vieja, desechaba, apartada de aquel hombre que la hiciera renacer, destrozaba su corazón, su alma se partía en mil pedazos y se disgregaba entre la tierra arada, doloroso era el surco de las grietas provocadas por las palabras, de aquel que la hizo suya, una noche y mil veladas,
 
No poder darle un hijo, era la daga, que aquel hombre enterraba en su vientre, como si fuera más nada, pero pedirle a su hija, eso no lo soportaba. Que hacer, donde ir, se sentía acorralada, los años de entrega, la dejaron desolada. Mi madre apoyó su rostro en mi pecho y el llanto brotó sin palabras, acariciaba su pelo, más calmarla no lograba. Luego llegó el silencio,  muda se quedó en su pieza y yo regresé a mi cama.
 
Entonces, el recuerdo de ese día visitó mi almohada (seis años han pasado ya) tenía 12 años y jugaba con los hijos del patrón a la escondida. Me escabullí bajo la mesa del comedor de la casa, mi madre ponía los platos, pronto sentí la voz de él y como sus botas se acercaban, curiosa me asomé, y pude ver como sus manos grandes recorrían las caderas de mi madre, como la apretujaba, sentía una rabia inmensa, por que ella se dejaba. Esa misma noche, perturbada no conciliaba el sueño, y me daba vueltas entre las sábanas, entonces le sentí entrar en la habitación de ella, me asomé despacio y entre la puerta entreabierta, le vi acercarse a su lecho. Ella acostada con un camisón que no le conocía (en ese entonces) parecía dormir sobre su cama. Él se acercó y comenzó a acariciar sus piernas, esas manos rudas, velludas y torpes con el ganado, parecían deslizarse como rosas por su piel, suave y lentamente subió por los muslos hasta detenerse en sus ancas, la acarició por encima de su ropa, mi corazón latía fuerte, quería dejar de mirar, más no podía, después se apagó la vela y no pude ver ya nada, sólo sentí los gemidos primero de él, de mi madre luego. Nerviosa, agitada, me fui a la cama, un calor me invadía entera, cruzaba mis piernas, las apretaba, no entendía que pasaba.
 
Cada jueves, mi madre y yo nos preparábamos, ella para él, y yo para espiarles, creo que en el fondo poco a poco, yo también le deseaba. Por eso cuando mi madre me confesó los deseos de aquel hombre, bajé la vista y tiritaba avergonzada, mi madre me consolaba, mientras el placer me inundaba, no podía contarle, cuanto lo deseaba. Ella pensó que era mi temor, mi miedo, lo que me atormentaba, me besó tiernamente y se retiró apesadumbrada, resignada, desplazada a mi habitación. Me preocupé que su puerta estuviera bien cerrada, no quería que ella me contemplara. Suavemente dejé deslizarse el  camisón de seda por mi cuerpo desnudo, un poco de perfume entre mis pechos vírgenes, deseosos de ser acariciados, la vela, el incienso, la luz apagada, me tendí de boca, dispuesta a ser por él tomada.   
 
Le sentí llegar, una fría brisa viajaba por mi desnudez, sentí su presencia al lado de mi cama, me contemplaba, luego suavemente se recostó a mi lado, su respirar tibio en mi cuello, delataba sus más recónditos deseos; su mano se deslizó por mi espalda como una serpiente sigilosa descubriendo mis contornos, provocándome sensaciones raras, un encendido resplandor nació en mis profundidades ante su proximidad, su boca húmeda me recorría, exudaba placer entre sus brazos fuertes, enérgicos me cobijaban, me apresaban, ¡cuanto lo deseaba!. Me sentí pequeña, cuando su pesada figura se cargó en mi espalda, el calor de su cuerpo me arrebolaba, lentamente me inundó su pasión, me fue invadiendo un torbellino de fuego que nació en el bello de mi pubis, subiendo por mi vientre como manos abiertas pintaban mi cuerpo de colores fogosos, incandescentes, el ardor me recorrió entera y bajó por mis caderas hasta mis muslos, como una  brisa de primavera enajenada, sentía en su pecho, su corazón golpear con furia por su respirar agitado, me invadía como un torrente tibio y espumoso, se deslizaba por la rivera de mi vientre como un riachuelo juguetón, fluía suave y salvaje el perfume indómito de mi ser, perverso, maligno mi pecho se expandía, cuando la flor de mi virginidad se rompió al elixir de la pasión y se desató la furia del último bramido incontrolable de mi espera, ya no importaba nada, era suya, su amante, su mujer, en la habitación del al lado quizás mi madre llorara, no importaba, yo deseaba bramar, corresponderle, sentirme suya, no importaba más nada.
 
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Foto del autor Esteban Valenzuela Harrington
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Descripción

La vida nos pone a pruebas a cada instante...

Palabras Clave: Jueves

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficción



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Esteban Valenzuela Harrington

Gracias Karla, por leerme y dejar tu comentario.

Un gran abrazo para tí,

Esteban
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July 20, 2011
 

Karla Valdez

Aunque pareciera de ficción, a mi me pareció muy realista.
Como una vez me dijeron, "una vez que empiezo, ya no puedo parar, es como si cada vez fuera leyendo más y más rápido"
Tengo un gusto muy sutil por este tipo de relatos, y tú me lograste mover.
Me gustó, y mucho,
Un abrazo, saludos.
Responder
July 20, 2011
 

Fairy

Me he quedado muda, petrificada, llena de una mezcla de emociones, entre la rabia, la pasión que hace que se te olvide la tragedia de la pobre madre................ufffff te felicito!!..............
Tu historia me encantó.
Un gran abrazo
Sachy
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June 23, 2011
 

Esteban Valenzuela Harrington

Gracias amiga:

La verdad es que la historia es muy cruda en su esencia...son muchas las sensaciones que se entremezclan, está el poder del hombre que obliga, toma, subyuga, exige, conquista, la mujer que se ve enfrentada en la soledad de la vida, con una hija, una vida llena de tormentos, que se somete primero, que nace luego, y que es despojada al final, la hija que se horroriza al principio, que sufre, luego se acostumbra, y termina cediendo a algo que es más poderoso que ella misma.

Me alegro que te haya gustado, un gran abrazo,

Esteban
Responder
June 23, 2011

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