Las corazonadas no son para guardarlas
Publicado en May 29, 2011
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Un joven compraba corazones de todo tipo. En los días festivos, se paraba frente al teatro de la ciudad, en la esquina de la calle San Juan, y anunciaba a los espectadores gustosos que no importaba el tamaño, la patología o el dueño: Él, compraba corazones. Y la gente no sabía para qué quería el joven los corazones de otros, porque no era normal en esta parte del mundo ese tipo de mercado. Para algunos, el chico sencillamente estaba loco. Para otros, algo tramaba.
     El primer corazón que logró comprar, lo adquirió de un señor de no más de 60 años. Era alto, robusto, aún sonreía el cabello en su cabeza y la barba le tapaba la manzana de Adán. Lo que dijo el señor fue: Si en realidad comprás corazones, ofrecé por el mío, chico. Negociaron. El joven, por fin, compró el corazón del mayor a un precio considerable e inmediatamente lo guardó en su mochila Totto cargada al hombro diestro. Una bella mujer de cabellos lacios y castaños, al ver el infalible negocio, se acercó también al joven para ofertar su bomba de vida. A diferencia del trato anterior, la bella mujer se mostró más exigente y le solicitó al joven el doble de la suma que este le había otorgado al primer cliente. Sin más, el joven extrajo el corazón de la dama, cuidándose de no tocar su seno o dañarlo con la pequeña incisión, y lo puso en su mochila junto al primer producto. Asimismo, el tercero, cuarto, quinto, sexto y séptimo  que el joven logró comprar, fueron duplicándose en costos progresivamente; él seguía guardando sus corazones en la misma mochila puesta ahora sobre ambos hombros, porque tanta vida pesaba bastante.
     Del mismo modo pasaron algunos meses. La gente salía del teatro luego de sonreír con las ocurrencias de Pep Demons o llorar por el amor impreciso de Vincent y María, veían al joven parado en la misma esquina y quienes aún tenían corazón se acercaban ofertándolo. Sin duda lo hacían porque quienes ya lo habían vendido seguían sus vidas con normalidad. Asombraba de sobremanera la capacidad económica del joven, pues comprar más de un centenar de corazones a precios impagables no era propiamente algo común.
     Un día de esos de verano en que las gaviotas parecen levitar y las gardenias deslumbran por su fastuosidad, sucedieron a las afueras del teatro dos cosas asombrosas: Luego de la presentación de la comedia romántica estelarizada por Anita de la Rivera, y que era la más aclamada en el mundo entero, ninguno de los espectadores se mostró melancólico o feliz, como si el diablo les hubiese quitado el carácter innato de sonreír o llorar; además, inextricablemente, el joven comerciante de corazones gastados y mal usados, no estaba dando peroratas en la esquina de la calle San Juan. Pese a que todos notaron la extraña ausencia, le atribuyeron una ruina total al joven y olvidaron inmediatamente su excesiva frialdad luego de la obra. Del mismo modo pasaron algunas cuantas semanas: Ellos salían como entraron. Él no estaba. Y otras semanas más: Él no estaba. Ellos salían como entraron. Todo así, hasta que uno de los días alguien se percató del motivo verdadero y gritó “ese cabrón nos robó los sentimientos”. Al instante, la multitud expectante se mostró inquieta y la impotencia por no poder sentir ira se apoderó de sus cabezas. Formaron carteles enormes con el rostro dibujado del joven y atravesado por un cuchillo filudo en protesta al hurto masivo. Gritaron sin emoción por todo el centro del pueblo y quemaron un muñeco hecho de tela en la esquina de la calle San Juan. Pero la multitud además de no sentir, tampoco pensaba y terminaron incendiando también el teatro del pueblo junto con algunas de las estrellas dentro. La consigna era: “Queremos sentir”. No obstante, el inasible desespero de la multitud pululante a lo largo de la calle San Juan y la avenida de Pedro el Santo, estalló aún más cuando desde la esquina de la calle de las Guabinas el joven caminaba inadvertido fumando un Marlboro a medio quemar y con una diadema en sus oídos escuchando seguramente las melodías de Ella Fitzgerald o de Bilye Holiday. Y tan desprevenido estaba que lo único que logró aterrizarlo a lo complejo de la situación fue el golpe de una roca en su cráneo, entonces sangrante. De inmediato la multitud cercó al joven y le proporcionó tamaña golpiza que ni siquiera hubo espacios para sentimentalismos o raciocinios. Fue allí cuando la voz copiada de la arenga inicial se hizo presente por segunda ocasión con un desespero apremiante: “Si el chico muere, nuestros corazones se perderán en el tiempo”. Ya era tarde. Como no podían sentir arrepentimiento buscaron desmedidamente el escondite de los corazones comprados por el joven por todo el pueblo, destruyendo alocadamente cuanto escombro se les cruzara por el camino. Finalmente, la Villa del Valle de las Espadas, como se llamaba el pueblo, ardió sin clemencia bajo el plenilunio recién salido y no habiendo algo más que destruir, se masacraron unos a otros, enceguecidos por el desconcierto y el miedo de no poder amar u odiar en adelante mientras una mochila Totto se incineraba junto a la estatua libertadora.
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Foto del autor Sebastin
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Descripción

Palabras Clave: Cuentos Sebastin Mateus

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Fantasa



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Emme

Muy creativo tu texto! me encantó, muy bien redactado además! felicitaciones!!
Saludos, Emme.
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May 30, 2011
 

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