La casa del viejo profesor
Publicado en May 20, 2011
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Todo el mundo corría para verle. Incluso en la estación del tren habían visto descender a muchos que venían de otros pueblos y ciudades a hablar con él, y no les estoy hablando de un profeta o algo parecido, sino simplemente del viejo de túnica blanca que ofrecía sumas exorbitantes para todo aquel que quisiera trabajar para él. Desde que llegó, solía almorzar en el restaurante de Doña Laura, ubicado en frente de la plaza y frecuentado por taxistas, obreros y gente de trabajo. Por eso nadie se explicaba que siendo él, tan rico como profesaba comiera en el restaurante de los pobres como lo llamara doña Laura, mujer de esfuerzo que convirtió el comedor de su casa para iniciarse en el negocio luego de quedar viuda. Su comida casera era reconocida por todo el pueblo, incluso los obreros podían ir los domingos a almorzar en familia, pues los precios que cobraba estaban al alcance de todos, pa’ que les alcance a mis chiquillos como ella decía. Incluso hasta algunos habían que se anotaban en un cuaderno y que le pagaban a fin de mes. Los mineros y los pirquineros que bajaban cada quince días, también se anotaban y más de alguno le pagó con pepitas de oro.
Fue a mitad de semana, no recuerdo con exactitud cual día, cuando se presentó con un maletín y su famosa túnica, instalándose en el centro del local, captando la mirada curiosa de todos los presentes que nos hallábamos comiendo a esa hora. Pidió el menú, sacó un computador personal que colocó sobre la mesa y se puso a escribir sin importarle de que todos siguiésemos pendientes de él. Luego llamados a su celular mientras almorzaba, y respuestas cortas, como ¿Cuánto? Está bien compra o no mejor espera…vende, si de inmediato…remata, te hago la transferencia. Desde ese día lo vimos por semanas repetir la misma rutina, nos enteramos que compró una mina abandonada, varias hectáreas y la hacienda de los Domínguez, los más acaudalados del pueblo hasta entonces. Cierta mañana, se le vio llegar en un auto con chofer, e invitó a dos limosneros a compartir su mesa. Pero si bien, aquello a todo el mundo nos pareció excéntrico, lo que nadie podía dar crédito fue que le ofreciera sumas siderales a ambos para que trabajaran para él. Desde ese entonces, la filas de pordioseros y gente andrajosa que lo esperaba en la entrada del restaurante eran interminables, y aunque a los que éramos habitué nos empezaba a incomodar, a doña Laura no le importaba, porque el viejo les invitaba a comer y pagaba por ellos. Al cabo de un mes, todos los pordioseros del pueblo terminaron trabajando para el viejo y vestían y ganaban mejor que todos nosotros. Ello provocó más de una envidia en el pueblo, hasta que la garzona de doña Laura a pesar que recibía suculentas propinas, le alegó de discriminación y entonces el viejo, le ofreció lo que ganaba al año, como pago mensual a cambio se fuera a trabajar a su casa. La mujer se sacó el delantal y se fue a sentar al asiento de atrás del auto con chofer, a pesar que el viejo no la había convidado. Ello dio pié a que todo el mundo quisiera trabajar sólo para él. Sobretodo porque no pedía referencias, sólo hacía dos preguntas cuanto querían ganar y pidieran lo que le pidieran él aceptaba sin reparos, luego venía la segunda pregunta ¿qué estás dispuesto a hacer para obtenerlo? Cualquier cosa solían contestar la mayoría, ok estás contratado terminaba diciendo.
Nuestro pueblo comenzó a ser conocido en todas partes, los sueldos que pagaba el viejo superaban incluso el de gerentes de bancos o empresas de gran prestigio. Se dice que el alcalde, fue a hablar con él, pero al no encontrar argumento en contra de sus salarios, se vio en la obligación de aceptarlos. Profesores, médicos, abogados, incluso agrónomos se ofrecían para trabajar. Todos fueron contratados, a pesar de que nunca firmara un contrato de trabajo, bastaba su palabra. Los primeros en recibir su paga, fueron los pordioseros que acudían ahora a las grandes tiendas vestidos de ropas de linaje, y optaron por  llevarse las cosas más caras. El comercio creció tanto que superó los mejores niveles históricos por años. Sólo las familias adineradas sufrían con este personaje, pues los colegios pobres se tuvieron que cerrar ya que todos los niños ahora acudían al nuevo colegio Inglés que se había instalado debido a la gran demanda de estudiantes. El hospital del pueblo se fue quedando con los empleados más antiguos, y sólo atendía a gente que venía de otros pueblos, ya que los residentes ahora todos se atendían en las mejores clínicas de la ciudad más cercana, mientras se estaban construyendo dos de ellas en nuestro pueblo. La delincuencia llegó a nivel cero, y el alcalde fue galardonado por el presidente, todos sonreían, incluso llegaron a creer que era un pueblo tocado por lo divino.
Para evitar la entrada de tanto indigente, el alcalde mandó a construir dos casetas de control supervisadas por la policía, una a cada parte del pueblo, se construyó además una autopista especial para los residentes, cobrando peaje a aquellos que no lo fueran.
Las casas de las poblaciones marginales fueron destruidas y en ellas se empezaron a construir condominios, todo era progreso en el pueblo, que pronto comenzó a parecer más bien una ciudad con tanto adelanto. La mayoría de los abuelos que vivían con sus familias, fueron llevados a casas de reposo habilitadas con las mejores comodidades. Las canchas de tierra donde jugaban los niños a pies descalzos, fueron reemplazadas por canchas de pasto sintéticas, cuyo ingreso era pagado. Poco a poco, todo comenzó a tener un costo, ocupar los espacios públicos como plazas también estaban tarifados para mantener en buen estado los juegos, instalaciones y personal de seguridad que vigilaba a los niños. Nadie alegaba porque todos tenían dinero para costearlo, y hasta lo encontraban absolutamente necesario. Todo hubiera continuado así, a no ser por el viejo profesor de la escuela pública, que se quedó cesante al no tener más alumnos que enseñar y que fue el único que no aceptó trabajar para el hombre de la túnica blanca.
Fue el viejo profesor, el que una mañana se presentó frente a la oficina del alcalde con un cartel de protesta por tener que pagar para ocupar las bancas de la plaza y tomar el sol. Por tratarse de él no fue arrestado y además el alcalde le otorgó una franquicia para que pudiera ocupar gratis la plaza. Sin embargo, se presentó al día siguiente a protestar para que nadie pagara. La mayoría trataba de disuadirlo en su protesta, ya que no apoyaban  su moción. Eso no le importaba, simplemente el protestaba por el derecho que le brindaba por si solo a todos la constitución.
Esta vez, el alcalde desechó atender su petición, y lo dejó que continuara el resto del día. Tres días seguidos se vio al viejo profesor frente a la alcaldía, continuando su protesta a pleno rayo de sol, sin comer ni beber nada. Al cuarto día, una niña de quince años se le unió, luego otra más, al final del día, se hallaba rodeado de jóvenes que protestaban con cornetas y cantos por los espacios públicos gratuitos. El alcalde que ya se había acostumbrado a no tener revueltas, accedió a la petición del viejo profesor con la demanda de que depusieran en el acto la protesta. Los jóvenes accedieron y el alcalde cumplió su palabra. Pese a todo, el viejo profesor era prácticamente el único que ocupaba los asientos de la plaza, y se entretenía con darles migas de pan a las palomas. Sus viejos amigos, ahora tomaban el sol en los jardines de las casas de reposo. A la hora del almuerzo, iba donde doña Laura y pedía a cuenta la colación que pagaba sagradamente a fin de mes, con el pago de su pensión.
El viejo de la túnica, le observaba con respeto. Le contemplaba, veía como siempre ocupaba la mesa de la ventana que daba a la calle, buscando que le llegara el sol, y el pan se lo guardaba en el bolsillo de su chaqueta para sus amigas decía (refiriéndose a las palomas). Doña Laura lo agasajaba con un vasito de vino que él paladeaba. Luego bastón en mano, volvía a sentarse en una banca de la plaza y desmigaba el pan para sus palomas. Después pasaba por el que fuera por años el almacén de don Enrique hoy El Supermercado de los Domínguez, y pedía que le anotaran a cuenta las escasas cosas que llevaba y se retiraba caminando hasta la única casa de madera que quedaba en el pueblo y que construyera su padre cuando él aún no nacía. Le salía al encuentro su fiel compañero que babeaba y saltaba a su llegada, y que se acostaba a sus pies, mientras él se sumergía en la lectura acompañada de un  buen mate.
Cierto día, recibió la notificación de que tenía que echar abajo su casa (por afectar el ornato y la plusvalía del pueblo) y trasladarse a algunos de los condominios del pueblo, cuyo arriendo sería pagado por la municipalidad como una especie de indemnización. Rompió la notificación y se negó a hacer caso de lo que decía la solicitud. Fue llevado a tribunales. No aceptó defensa alguna. Cuando él juez le pidió explicara el motivo de su negativa, contestó lo siguiente:
“Señoría la casa donde vivo, fue construida por mi padre cuando él tenía veintitrés años para mi madre que había quedado embarazada con tan sólo diecisiete años. Como sólo se desempeñaba como peón en la hacienda de los Domínguez, debió construir pieza por pieza cosa que le llevó un par de años, al tiempo que la familia crecía, a mí llegada la casa estaba terminada. En esa casa, vi casarse a mi hermana mayor con una fiesta que prácticamente acudió todo el pueblo y que duró dos días, y en el mismo lecho que mis padres nos trajeron a mí y a mis cuatro hermanos, les vi partir. El perro que me acompaña es cría del que tenía mi viejo y aquel, cría del que tenía mi abuelo. Los árboles que están plantados fueron colocados por cada uno de la familia, el naranjo y el limón los plantó mi madre, el parrón fue plantado por mis hermanas y el palto y la higuera por mi padre y mis hermanos, a mi me tocó el manzano y el ciruelo. Las tejas que tiene ahora la casa las puso mi tío Emilio junto a mi padre, reemplazando los zinc viejos que les pusiera él al construirla, y así puedo seguirle contando cosas que no pararía en horas”.
El caso fue sobreseído por falta de mérito y el viejo profesor podía seguir viviendo en su casa. Muchos del pueblo aplaudieron la decisión del juez, y acompañaron al profesor de regreso. Las botellas de vino, y el asado no se hicieron esperar para celebrar la ocasión. Pasadas las dos de la madrugada le fueron a acostar, mientras aquellos que se quedaron junto a las brasas se acordaban de los viejos tiempos. Aquellos donde se compartía todo, donde se jugaba a pies descalzos a la pelota y se iban a bañar al río, donde los patos, gansos, gallinas y pavos andaban en los patios de las casas, libres como los perros, donde había que madrugar para ordeñar las vacas, y trabajar la tierra. ¿Dónde se fue ese tiempo? – se preguntaba uno. Echo de menos matar un chivito y hacerlo al palo o un buen lechoncito decía otro, eran otros tiempos – se decían mientras brindaban.
La noche abrazó los sueños del viejo profesor que partió contento a encontrarse con los suyos. Fue el funeral más llorado que recuerdo, y desde su partida algo del pueblo se murió con él. Por eso, cuando el alcalde llegó con la orden para botar la casa del viejo profesor, yo fui el primero en oponerme y se me unieron los que vivimos lo que contaba el profe. Desde entonces, se conserva la casa del viejo profesor como fiel testigo de lo que un día tuvimos y no supimos valorar.
 
 
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Foto del autor Esteban Valenzuela Harrington
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7 Comentarios 836 Lecturas Favorito 1 veces
Descripción

De pronto tenemos más que un tesoro...

Palabras Clave: Valorar

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficción



Comentarios (7)add comment
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Esteban Valenzuela Harrington

Daniel:

Fue una forma de representar lo que pasa en la actualidad.

Un abrazo,
Esteban
Responder
May 25, 2011
 

Esteban Valenzuela Harrington

Laura amiga:

Lamentablemente las cosas simples de la vida se pierden a cambio de las cosas materiales.

Un abrazo,
Esteban
Responder
May 25, 2011
 

Esteban Valenzuela Harrington

Emme:

Si bien es ficción, el fin del relato es trasmitir la pérdida del ser humano de las cosas simples de la vida, el apartarnos de lo natural, aquello que nos hace seres más espirituales.

Un abrazo,

Esteban
Responder
May 25, 2011
 

Emme

Justamente así se sintió Esteban! besos!
Responder
May 27, 2011

Laura Alejandra Garca Tavera

ESTEBAN, LAS DESCRIPCIONES UBICAN ESE LUGAR Y ESA CASA EVOCANDO IMÁGENES A MEDIDA Q LEO, INCLUSO LA COMIDA DSCRITA DSPIERTA LOS SENTIDOS (O SERÁ Q TENGO HAMBRE!) MUY BIEN NARRADA LA HISTORIA, PREVALECE EL RECUERDO E TIEMPOS PASADOS Y MARCA EL ESFUERZO CREADO POR MANOS HUMANAS DURANTE AÑOS, COMUNIDADES Q SE VIERON FAVORECIDAS POR VIEJOS AMIGOS DL PUEBLO Y UNA CASA DIFÍCIL D OLVIDAR. SALUDOS!
Responder
May 25, 2011
 

Daniel Florentino Lpez

Bella historia!
Algo de fantástico, algo de cotidiano
Bien narrada
Felicitaciones
Daniel
Responder
May 25, 2011
 

Emme

Que tierna tu historia! me encanto! Gracias por compartirla.
Saludos, Emme.
Responder
May 24, 2011
 

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