Aquilino, el inquilino (Relato).
Publicado en Apr 19, 2011
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- Mire usted, Aquilino, si no se me pone al día en esto del pago de los recibos no tendré más remedio que ponerle de patitas en la calle.
- Doña Tomasa... ¡déme sólo una semana!.¡Le pido sólo una semana para ponerme al día!.
- ¡Eso me viene usted diciendo desde hace año y medio!. Como comprenderá no voy a ser tan tonta, como me llamo Tomasa, que me venga usted con tanto cuento. Ahora mismo le denuncio a la policía.
Doña Tomasa salío dando un portazo que hizo temblar a toda la vivienda.
Aquilino se quedó derrumbado en el sofá. Él no tenía la culpa de que, hacía año y medio ya, se hubiese quedado sin trabajo por culpa de aquella estúpida huelga en la que se había visto envuelto sin saber para qué se hizo. Despedido sin derecho a ninguna indemnización, con su cuenta corriente en números rojos y sin nadie que le prestase ni un sólo euro... comía gracias a la beneficiencia de las monjas clarisas del barrio y no podía, ni tan siquiera, comprarse una simple cajetilla de tabaco para poder olvidarlo todo. Aquilino se removía, nervioso y desmoralizado, en el mullido sofá de Doña Tomasa. Encendió el televisor y comenzó a soñar con que era uno de aquellos personajes heroicos de la película. Se fijaba, sobre todo, en el apuesto galán, todo bien musculoso, que repartía leña a diestro y siniestro a toda la pandilla de mafiosos chinos. Era una película en la que él podía imaginarse, pues la imaginación era lo único que le quedaba, que le servía de vía de escape y como último recurso para poder seguir viviendo.
Llamaron a la puerta y, dando un  sobresalto, apagó el telvisor y guardó más silencio que un mudo por ver si, quien fuera, pensaba que no había nadie en la casa.
- ¡¡Abra la puerta inmediatamente!!.
La voz del sargento de policía, la cual tenía más conocida que su propio gato que era la única compañía de la que gozaba, atormentó el ánimo de Aquilino. Era como si un martillo pilón le estuviese machacando el cerebro.
- ¡¡Abra la puerta inmediatamente a la autoridad o la derribo ahora mismo!!.
Aquilino siguió guardando silencio. En aquel momento no era nada ni nadie. Se sentía como una pulga en medio de un desierto. Miró hacia el espejo de la vitrina donde brillaban sus maravillosos trofeos y no menos maravillosas medallas de aquel fabuloso pasado en que iba de triunfo en triunfo por las pistas de Candanchú, Saint Moritz, Kitzbüehl, Salt Lake City... donde tanto había impactado su manera de vencer en el slalom gigante. Recordaba todos aquellos recortes de prensa que tenía guardados en una carpeta azul ya tan ajada por el paso del tiempo que hasta las fotografías estaban deslucidas de tanto pasar los dedos sobre ellas. Aquella larga colección de trofeos y medallas de oro le traían a la memoria que había logrado hasta ser ocho años ininterrumpidos el campeón mundial de esquí. ¡Hasta ocho veces seguidas había llenado su vida de trofeos y medallas ganados por todas las pistas nevadas de la Tierra. Aquilino dió un prologando suspiro.
- ¡¡Es la última vez que se lo pido!!. ¡¡O abre la uerta inmediatamente o la derribo de una patada!!.
Ahora era como si le hubiesen dado una patada en el trasero cuando, de repente, la puerta se vino abajo.
- ¿Es usted don Aquilino Marcelo García Mercado?.
Una especie de nudo se le hizo en la garganta. Sus piernss temblaban y el sudor le corría por la frente mientras seguía encogido allí, en el sofá de Doña Tomasa, más asustado que un conejillo de Indias ante la jeringa de un biólogo.
- ¡¡Levántese de inmediato y conteste a mi pregunta!!.
- Yo... esto... no...
- ¿No es usted don Aquilino Marcelo García Mercado?.
- Esto... sí... pero no...
- ¿Es usted o no es usted don Aquilino Marcelo García Mercado?.
- Yo... no... es que...
- ¿Me está usted tomando el poco pelo que me queda?.
- No, señor sargento.
- ¡Entonces haga el favor de acompañarme a Comisaría!.
A duras penas Aquilino pudo ponerse en pie. Las piernas le temblaban tanto que el propio sargento de policía tuvo que sujetarle del brazo derecho para que no se viniera al suelo.
- ¿Qué le pasa?. ¿Por qué tiene usted tanto miedo?.
- Es que yo...
- ¡Nada!. ¡Nada de nada y de nada!. ¡¡Acompáñeme a la Comisaría!!.
En el coche del sargento, Aqulino iba más mudo que un muñeco de cartón. Y es que, en realidad, estaba totalmente acartonado en esos momentos.
Al entrar en Comisaría se encontró, sentado tranquilamente y fumando un puro habano, a un señor gordo, muy gordo, con cara de dogo y una sonrisa de oreja a oreja.
- Auilino Marcelo García Mercado... ¡le presentó al famoso abogado crimilanista el señor Don Gaspar Baltasar Garza Marlasco.
- Mire usted.. señor abogado... yo no...
El abogado le miró de arriba a abajo antes de interrogarle.
- ¿No es usted Aquilino Marcelo García Mercado?.
- Si... pero...
El sargento de policía estaba todavía más nervioso que el propio Aquilino.
- ¡¡Haga usted el favor de responder al señor abogado criminalista con un simple sí o un simple no!!.
- Verá... es que yo...
- Espere un momento -le cortó el señor abogado criminalista- ¿es usted el mismo Aquilino Marcelo García Mercado que participó hace un año y medio en la huelga general contra la Tabacalera Los Simones, de la cual era usted un simple empleado?.
- Si.. pero le juro que yo... esto... caí en la trampa... me engañaron...
- Así que le engañaron... ¿verdad?.
- Yo no sabía nada de nada... me engañaron como a un vil conejo de monte.
- ¿Y usted cuántos años tenía en aquel momento?.
- Lo cuarenta y cinco recién cumplidos.
- ¿Y me dice usted que con esa edad le engañaron como a un conejo de monte?.
- Como a un conejo de monte no... pero... sí como a un tonto del bote... se lo aseguro...
- Usted fue despedido inmediatamente sin derecho a indemnización alguna... ¿no es cierto?.
- Yo... esto... sí... claro...
- Deje usted de tartamudear y responda solamente sí o no.
- Sí.
- ¿Y cuántos meses lleva sin pagar el arriendo a la señora Doña Tomasa De la Red Cosculluela?.
- Es que me da vergüenza.. pero yo... en una semana...
- ¿Qué va a hacer usted en una semana?.
- ¡Yo me quiero ir a mi país de origen!.
- De eso nada. Ni se lo crea. En estos momentos usted no puede abandonar esta nación soberana. Es necesario que se quede con nosotros hasta definir el asunto.
- ¿Y cuántos meses, años o decenios me voy a tener que pasar en la cárcel?.
El abogado criminalista Don Gaspar Baltasar Garza Marlasco rió ostentosamente. Aquella terrible carcajada le sentó a Aqulino como si le hubiese atropellado un atubús de la línea número 56 de la Empresa Municipal de Transportes.
- No tiene usted sentimientos, señor abogado criminalista.
- ¡No diga más tonterías, Aquilino Marcelo García Mercado, y siéntese un momento!.
- Pero... para qué... para qué quiere usted que me siente... yo ya estoy hecho al dolor... recibiré la noticia de pie... como mueren los valientes...
- ¿Usted ve muchas películas del oeste por la televisión o siempre es así de patético?.
- Esto... yo... perdone... no quise herir su sensibilidad... señor abogado criminalista...
- ¡¡Que se siente usted!! -le gritó el sargento de policía.
- De acuerdo... de acuerdo... me sentaré aunque sólo sea por última vez más en mi vida... ¿cuándo me van a electrocutar, señor abogado criminalista?.
- ¿Puede dejar usted de decir tonterías?.
- Si.. poder si que puedo... por eso pido una semana más de confianza...
El abogado criminalista, señor don Melchor Baltasar Garza Marlasco sacó un papel escrito.
- ¡Firme aquí!.
- No... de eso nada... yo no voy a ser tan tonto de firmar mi propia sentencia...
- ¡¡Que firme usted ahí y no replique al señor abogado criminalista!! -le volvió a gritar, casi en la oreja izquierda, el sargento de policía.
- Tenga usted cuidado, mi sargento, que soy algo sordo del oído izquierdo y me lo va a dejar usted sordo por completo.
- Por su bien le recomiendo que firme ya.
- Bien... si es necesario... sí... señor abogado criminalista... traiga acá ese papel...
El abogado criminalista, el ilustre señor don Melchor Baltasar Garza Marlasco le puso el papel casi en sus narices.
- Antes de que firme quiero que sepa lo que va usted a firmar.
- No hace falta que me lo diga... por lo menos quince años y un día de presidio...
- Verá. Hemos seguido su caso con total diligencia. Usted fue despedido hace año y medio.
- Le digo que los sindicalistas me engañaron...
- Ya. Eso es cierto. Y también es cierto que su despido era improcedente y así ha sido fallado por el Juez Territorial de la Audiencia número 56 de esta digna ciudad.
- Ahora si que no comprendo nada...
- Que como su despido fue improcedente vuelve usted mañana mismo a ocupar de nuevo su puesto de trabajo en la Tabacalera Los Simones, pero...
- Pero debo pasar por la cárcel... ¿no es cierto?.
- No es cierto. La empresa Los Simones ha sido denunciada y ha perdido el juicio.
- Me parece que el que va a perder el juicio soy yo...
- ¡Que no!. ¡Que usted ha ganado el juicio!. No sólo se incorporra a su puesto de trabajo sino que le acaban de abonar todos los sueldos completos de ese año y medio en que usted, injustamente, fue despedido.
Aquilino Marcelo García Mercado pegó un brinco y cayó al suelo como si le hubiese fallado el corazón.
El sargento de policía lo tuvo que levantar tras darle un par de bofetadas que le volvieron a la realidad.
Todo había sido un mal sueño y Aquilino Marcelo García Mercado se levantó, se duchó con agua bien fría, desayunó como todos los días, su esposa le dio un beso en la mejilla derecha mientras le metía el bocadillo de salchichón en la cartera y salió a la callle, hacia la parada del autobús numero 56, que le llevaba todos los días hasta la puerta de la Tabacalera Los Simones Sociedad Anónima.
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Foto del autor Jos Orero De Julin
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Descripción

Relato de Ficcin.

Palabras Clave: Literatura Relato Ficcin.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Fanfictions



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