Setamor (Novela) Captulo 45.
Publicado en Mar 21, 2011
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Casi era la penúltima hora del día. En los hogares, traducido a través de las amplias cristaleras, las familias buscaban su patria, la verdadera patria. Aquellas patrias sin artificiosas creaciones y que conformaban las más internas estructuras del ser humano. Él se decía que era de los que viajan por los entornos del sentir y las consideraba buenas familias, amantes de muchas intensidades y grandes cultivadores del amor. Veía seres que él creía dotados de ilusión y que apretaban el paso para alcanzarle. Prefería los recovecos llenos de sorpresas. Conoció rostros que pergeñaban exhibiciones bien reconocibles; algo así como pedazos sueltos de poemas que él se entretenia en ir engarzándolos de una manera algo natural. Todo ello bucando la enumeración de su patria; aquella patria que a él le faltaba todavía para ser enteramente feliz. Recordó abundantes cuentos infantiles, aquellos cuentos infantiles que su abuela materna le narraba... sobre todo los relatos íntimos, extraños, alucinantes pero sin ninguna crueldad ni maldad alguna y que le hacían, en su inofensiva niñez, indagar en las cumbres de la imaginación. Le hacían despertar anímicos sentires. Recordó algunos libros qiue llegaban a su memoria envueltos en una especie de pátina color de sepia, como fotografías que él recordaba en la misma manera con que un hombre se mira al espejo para descubrir los pilares de su personalidad. Andante secreto, tenazmente desaparecido pero siempre presente en el camino, era capaz de mirar a los ojos de los que se le cruzaban sin que ellos o ellas advirtiesen nada fuera de lo normal. Era algo así como un fantasma bondadoso al que le gustaba ir plantando sueños. Y todo ello superando su angustia y su dolor, que ocultaba para no herir a los inocentes.
No podía apartar de sí la péridida del marinero umbrío y recordó el disparo en la noche. Un disparo que había sobrecogido a toda la ciudad y había espantado a todos los gorriones y palomas de las arboledas. No había podido evitarlo. Aquel sombrío marinero acababa de dispararse en las sienes delante de todos los parroquianos del bar. Por eso, sintiendo la derrota de no haber podido hacer nada por él, había preferido salir de allí para no ver el cadáver sangriento. Era una especie de derrota que, sin embargo, no le hacía culpable pues había estado presente hasta el último momento, como le había dicho el viejo capitán del barco que acababa de terminar también su vida marinera pero de otra manera totalmente distinta. No. No era culpable del suicidio del sombrío marinero pero se sentía responsable por no haber conseguido salvarle. Mas era capaz de superar su impotencia porque la frase del viejo capitán venía en su auxilio una y otra vez... cuántas veces él se sentía derrotado...
- No te importen ni los triunfos ni los fracasos, ambas cosas te van a dignificar.
Él comenzó a razonar en voz alta sin importarle si le escuchaban o no le escuchaban los transéuntes de la nocturnidad.
- El fracaso puede reconstruír una esperanza si somos capaces de intentarlo; mientras que el triunfo puede servir de hundimiento si no somos capaces de superarlo.
Después pensó en aquel sombrío marinero del cual había recogido su documento nacional de identidad. Sabía que se llamaba Victor Krankl Vettel y siguió hablando en voz alta porque le estaba narrando, a su recuerdo, un relato que, a la vez, servía de saludo y despedida al mism0 tiempo.
"En numerosas ocasiones lo tenía claro: su sentido sobre la vida era cada vez más débil. La única salida, por tanto, era suicidarse. La potencia espiritual de su ánimo estaba ya bordeando la locura. Cada vez era mayor la ignominia a la que le estaban sometiendo los demás. Su alma estaba quebrantada. Se hundía entre las sensaciones del odio y la venganza. Todos le habían apartado el saludo cuando confesó públicamente que era homosexual. Ahora él, el señor Víctor Krankl Vettel era una mínima expresión humana y la fugacidad de la vida era la que le incitaba a suicidarse. Germinal era su odio y venganza hacia su ex pareja Nicolás Helzer Schultz
que se acababa de casar con una bella mujer.
El proyecto del suicidio cada vez lo elaboraba más y más. Por otro lado, su cerebro era ahora una obscuriodad completa. ¿Qué solución quedaba?.¿El suicidio?. !El suicidio solicionaría todo!.
- ¿Por qué tuve que sobrevivir al exterminio de los nazis?. ¿Por qué no confesé en aquel momento que yo era homosexual?. No tendría que haber vivido en el infierno nunca más. ¿Y la conferencia que me habían prometido los de la Sociedad de Autores Libres?. ¿Por qué me la han aplazado indefinidamente cuando ya está preparada para hoy?.
Entonces, en un momento de desesperación apretó el gatillo de la pistola y quedó, inmediatamente, desplomado en el suelo y mortalmentre herido.
Fue cuando oyó la voz.
- !Víctor!. !Abre Víctor!. !Tengo buenas noticias para usted Señor Krankl!. Soy el Señor Gunther Boch Tiriac, secretario de la Sociedad de Autores Libres y vengo a decirle que su conferencia ha sido admitida. Mañana a las 10 de la noche tendrá usted la oportunidad de dirigirse al mundo a través de la televisión.
Se dio cuenta, demasiado tarde, de que el suicidio no había solucionado nada. Que era un absurdo. Que no había servido ni para él ni para nadie... porque no era ninguna solución...
- No. No puedo morir ahora. Tengo que pronunciar esa conferencia...
Pero era demasiado tarde.
Dio un último suspiro de vida.
Y murió."
Uno que se cruzó, repentinamente ante él, se quedó mirándole con expresión de suspendido. Había oído el relato. El joven licenciado aminoró su ritmo y continuó caminando ahora en actitud pensativa. Aquel ser anónimo que se cruzó en su camino, sin saber por qué, se entretenía en sacar conclusiones definitivas; pero no sobre si el otro era o no era un loco sino que aquel relato se le había introducido en el cerebro y gozaba con pensar.
Sin embargo, el joven licenciado no buscaba la taberna en forma recta, tal como había caminado anteriormente dirigido por el sombrío marinero ya suicida, sino que sin perder la referencia del local estaba dando diversas vueltas por las calles... para desalojar de su inteirior las cargas anímicas negativas e ir a hablar con aquella mujer, espectadora principal del disparo en la sien derecha, de una manera limpia, sin más contenido que el que se le ocurriese en el momento preciso. Sabía que la amargura iba a persistir durante algún tiempo pero también sabía que la superación de la amargura consistía en desalojarse de ella. Y eso era lo que estaba, premeditadamente, realizando por entre las callejuelas estrechas, oscuras, mal alumbradas y sucias del barrio obrero más sórdido de la ciudad. Por eso jugaba a construir un imaginario poema con las expresiones de aquellos rostros que iba descubriendo.
Se le ocurrió una pequelña referencia y la expresó en voz alta cuando estaba completamente solo. ¿Por qué hablaba en voz alta estando solo?. Por que en realidad, no estaba solo. Hablaba con Dios.
- Navidad blanca y sin pronombre
portadora de lejanas sensaciones...
¡deja que hoy yo te nombre
como musa de mis emociones!.
Y comenzó a sonreír mientras se sentaba en un banco y sacaba la pipa y el tabaco. Comenzó a hacer como que fumaba. Se sentía muy independiente, muy libre, muy humano y a la vez muy espiritual... que es la forma más profunda de sentirse todo ello al mismo tiempo. Para él el discurso de los aconteceres necesitaba liberarse de dogmatismos radicales y llenarse de conconmitancias fundamentales no dudosas. Respiraba profundamente aquella sensación que, sin inquietudes, le hacía producir una energía que superaba sus propias dimensiones. Era necesario introducirse en ella, con todo el compromiso asumido, para gozar plenamente de esa sensación libérrima. Todo lo demás estaba cobijado en su interior y, aunque no olvidado, superaba su existencia.
- ¿Qué puede producirnos el dolor más profundo -argumentó de nuevo en voz alta ante el pasear de las nocturnos transéuntes que se detenía para escucharle.
Nadie contestaba.
- Pude producirnos la sensación de la sensatez más lúcida -se contestó él mismo ante el corrillo de mirones que le estaban observando sin decir palabra alguna.
Le gustaba aquel juego de preguntarse y contestarse ante el silencio de los demás.
- ¿Y qué puede producirnos la angustia más interna?.
El círculo de personas que le reodeaban en completo silencio era cada vez mayor. Aquel era un producto de sentirse juvenil consigo mismo que era, para él, la verdadera juventud.
- Puede producirnos el placer más elevado.
Después siguió ante la perplejidad de los que le observaban minuciosamente.
- ¿Es posible reconvertir el pesar?.
- Si somos capaces de enternecerlo.
- ¿Hasta qué límite?.
- Hasta el límite de volver a la niñez.
Todos seguían mudos. El día de Navidad le estaba alimentando de pensamientos al joven licenciado.
- ¿Para qué sirve ser, de nuevo, un niño?.
- Sirve para valorarnos en nuestras capacidades olvidándonos de la experiencia.
-¿Y eso no es una conntradicción en sí mismo?.
- Lo contradictorio, a veces, vale para afianzarnos con solidez.
- ¿Quién dijo dejad que los niños vengan a mí y quien no sea como uno de estos niños no entrará en el reino de los cielos?.
- El que acaba de nacer hoy en los corazones de las personas que son verdaderamente humanas.
Le gustaba seguir jugando, pero las campanadas de las once de la noche sonaron en mitad del autodiálogo que ahora escuchaban muchas decenas de hombres, mujeres y niños.
- ¿Qué te falta para ser completamente feliz?.
El joven licenciado se sorprendió, a sí mismo, ante aquella autopregunta porque, en realidad, ni él mismo se la esperaba... pero se atrevió a contestarse.
- Lo más fundamental -contestó con total sinceridad.
Y, sin ganas de continuar hablando, se levantó del banco y comenzó a caminar de nuevo ahora ya libre del cerco de los muchos que le habían visto y oido hablar en voz alta.
Se le cruzó una espectacular mujer que le hizo un guiño de ojos y le ofreció los labios con sus gestos. El joven licenciado comenzó a sonreír pero respondió sin dudar ni un instante.
- No es eso lo que busco...
Ella entendió su idioma
- ¿Y lo vas a pasar mal esta noche en que todos necesitamos compañía? -sonreía ella también.
Él no perdió su sonrisa.
- El hecho de ir o no ir contigo no significa ir o no ir al más allá...
A ella le desapareció la risa repentinamente y se puso agresiva.
- ¡Tú crees que ir conmigo no es ir al más allá. ¡¡Yo te puedo demostrar que estás equivocado!!. ¡Conmigo llegarás hasta el límite del más alla! -estaba realmente ofendida.
El joven licenciado siguió manteniendo su sonrisa mientras le contestaba.
- El límite del más allá, y perdona que te sea tan sincero. No está en ti ni en ninguna como tú.
- ¿Te crees algo superior? -se encolerizó ella.
- No tienes por qué enfadarte. Si el límite del más allá no está en ti no tiene por qué ser un defecto tuyo sino una virtud mía. Sólo a mi le corresponde ir contigo o no ir contigo y decido no ir contigo... si sólo me corresponde a mi decidir ¿por qué te enfadas porque no me voy contigo?.
Ella suavizó algo su cólera, pero seguía ofendida.
- Si quieres saber si tengo algún defecto... ¿por qué no lo compruebas tú mismo? -y abrió su abrigo.
Era un cuerpo perfecto. Si así era vestida, se suponía que, en la desnudez, sería aún más perfecta.
- A veces la comprobación sólo sirve para autoconfirmarnos y, en ese caso, no es necesaria porque ya estoy autoconfirmando que eres una belleza. ¿Comprendes o tu mente no llega a comprender lo que te digo? -y volvió a sonreír.
La prostituta se encolerizó al máximo y se enrojeció su cara.
- ¿Estás loco o tienes ganas de que me enfade contigo?.
Él se puso serio.
- Ni una cosa ni otra. Sólo quiero hacerte entender que no se puede poseer aquello que no se deja poseer.
Ella se volvió a tapar y quedó callada. Él continuó hablando.
- Pero no te preocupes demasiado... hay quienes no saben plantearse dicha cuestión. No te faltarán clientes.
- ¿Estás casado? -se le ocurrió preguntarle a ella.
- No es necesario estar casado para llegar a dicha conclusión.
A ella le despedezaba todos los planteamientos y, con ello, todos los intentos de seducirle.
- ¿Sabes que eres muy extraño? -sonrió, al fin, nuevamente ella.
- ¿Sabes lo que estás diciendo? - sonrió ahora él.
Ella volvió a sentirse derrotada.
- Lo que realmente me desconcierta es que nunca me había planteado las cosas así y de esa manera -le dijo, acercándose a él y poniéndole su mano derecha en el pecho, justo allí donde estaba grabada la leyenda "Te busco".
- Siempre hallamos un momento para reconsiderarnos a nosottros mismos.
- ¿Eres un filósfo? -seguía con la mano sobre el pecho de él.
- No.
- ¿Puedes decirme qué eres? -y continuó con su mano derecha sobre el pecho de él a la altura de su corazón.
El soltó la carcajada.
- ¡Jajajajaja!. ¡Sólo soy un hombre!.
Ella estaba ya totalmente vencida. Apartó violentamente su mano porque algo así como una llamarada de fuego parecía que se la quemaba.
- ¿No lo harías aunque sólo fuese para olvidarte de ella?.
- Yo sólo quiero practicar el amor sin olvidarme de nada de ella... ¿me entiendes ahora?.
- Sigue... a ver si lo capto del todo...
- Y sin olvidarme de nada de mí mismo; porque es la forma más completa y absoluta de ofrecérselo a ella y de pensar sólo en ella.
- ¡Qué barbaridad! -exclamó la hermosa mujer- ¡Lo que además descubro es que no bromeas y es cierto!.
- Entonces sigue tu camino y experiméntalo la próxima vez tal como te digo, porque será señal de que habrás encontrado el verdadero amor. Verás lo hermoso que es...
- ¡Pues me has convencido! -terminó por claudicar la prostituta- ¡Voy a ver si lo consigo!.
- Tendrás que cambiar de método- le sonrió él.
- Si es necesario lo haré. Me haré una mujer normal.
- Ten por seguro que es necesario.
- ¡Vaya noche que me has dado pero te lo agradeceré siempre!. Cuando esté haciéndolo de la manera que tú me has señalado te lo volveré a agradecer acordándome de ti, que eres el único hombre, realmente necesitado de amor, que me ha demostrado que el amor no tiene precio... si se sabe encontrar. ¿Te puedo dar un beso de despedida?.
Ella le besó en la mejilla izquierda.
- Eso entra dentro de lo normal y no puede ser pecado -dijo él.
La mujer se quedó con una nueva sensación. Después se despidió de él.
- ¡Eres genial!.
Él siguió su camino sonriendo. Sonaron las once y media de la noche. La elegante pecadora se perdió por la calle con un nuevo sentido del amor aprendido.
- También hay hombres de verdad -meditó- me ha confirmado que puedo ser mucho más que una mujer fatal o una belleza marginada si así lo deseo. Me ha confirmado que estaba equivocada en mis formas y maneras y que debo magnificarme siendo lo suficientemente inteligente para no ser cómplice del engaño sino desengañándome de esta perfección que poseo y que no es tal perfección. Si soy perfecta o me creo perfecta debo saber serlo. Magistral lección que nunca olvidaré. Su personalidad tiene una proyección que yo desconocía pero me encuento ahora feliz por haberle conocido. Lo único que ha hecho ha sido brindarme mucho más de lo que yo andaba buscando. De una posición de enemigo ha pasado a ser el mejor encuentro de mi vida y, sin perder cierta capacidad de humor, ha realizado todo un ensayo de cómo se puede ser enamorable sin caer en el error de perder los valores de la persona. Eso tiene mucho mérito sabiendo cómo era yo antes de conocer a este sorprendente joven.
El joven licenciado miró el anuncio: "Escriba una historia de amor en los tiempos del caos y no se sienta incapacitado para ello".
Lo había podido leer porque estaba escrito enn diversos idiomas, entre ellos el de él, el español de la gran capital, y observó que se refería a la ayuda para los niños necesitados.
Una muchacha temerosa ofrecía sus tristes ojos a los transéuntes. Era una mirada perpetuamente perpleja, como si anduviese perdida en alguna fascinación alcanzable. Lo que importaba de aquella expresión era la esperanza de gozo que ocultaba. Resplandecía la belleza de su rostro que contrastaba con la pobreza de su vestimenta. Al fondo, tras ella, Papá Noel acudía con sus regalos...
- ¿Cuál sería el mejor regalo para una mirada así?- se entretuvo unos minutos planteándoselo.
Papá Noel sonreía al fondo del cartel. Era como si le quisiera contestar a su pregunta.
- Algo hermoso... pero envuelto en una sonrisa- escuchó en su interior.
Se quedó mirando, pensativo, durante unos minutos, a Papá Noel. Luego volvió a fijarse en la mirada de aquella preciosa muchacha temerosa y después en su vestimenta.
- ¿Podría ser un espacio de seguridad donde hallar el cobijo que necesita?.
Volvió a mirar a Papá Noel.
- Podría ser eso porque supondría mucho más -escuchó de nuevo la voz.
Se marchó, despacio, cuando ya las doce menos veinte, y recordó otra vez al anciano poeta extranjero y su filosofía de los veinte minutos que siempre faltan a los seres humanos para completarse, se reflejaba en todos los relojes de la ciudad. Al menos en todos los relojes que no estuviesen detenidos. Desde luego los relojes de los millonarios estaban entre ellos.
- ¿Reside aquí también la Navidad? -no pudo por menos que interrogarse en voz alta.
Un gato huyó veloz.
- Debe ser que muchos se olvidan de ella y sólo saben fugarse, como los gatos callejeros, para no sentirla pero... ¿por qué?.
El aire movió algunas hojas de periódicos que estaban tiradas en el suelo.
Abrió la puerta de la taberna y oyó la voz de la mujer dirigiéndose a él. Eran las doce menos cinco de la noche de Navidad.
- ¡Llegas a tiempo!. ¡Estábamos preparándonos para brindar!.
Entonces la observó a ella fuera del mostrador y rodeada de tres hombres. También descubrió al anciano de las barbas blancas, sentado en el mismo lugar que la vez anterior. Y nadie más había en el local.
- ¡Ven aquí! -siguió ella- ¡Son paisanos nuestros!.
El anciano de las barbas blancas no perdía detalles de la escena. Sucedía que no estaba borracho sino que aparentaba, desde el principio, como que estaba borrracho. Con una botella de champán en la mano derecha era muy curioso ver que había llenado dos copas.
- Será algún bohemio de los que los demás dicen que están medio locos... como dicen de todos nosotros- pensó el joven licenciado mientras el anciano se le acercaba con la botella debajo del brazo derecho y las dos copas en sus manos. Una en la mano derecha y la otra en la mano izquierda. Pero a medio camino se detuvo y quedó como petrificado.
- Pero esa forma de sonreír demuestra completa lucidez mental como ocurre con todos nosotros- terminó de pensar el joven licenciado.
- ¡No pienses tanto y alegra un poco esa cara! -volvió a decirle ella- ¡Todo esto es más sencillo de lo que te imaginas!.
- La verdad es que imaginar no estoy imaginando nada en estos momentos; sino que estoy verificando una imaginación.
- ¡No entiendo muchas veces tu filosofía personal!.
- No te preocupes por ello. No te voy a pedir que me analices. Para eso están los famosos psiquiatras que se creen que son Dios hechos personas pero que se han olvidado de saber qué es una persona.
- ¡Entonces vamos a brindar, simplemente a brindar, sin preocuparnos de sus obsesiones!... Espera... que ahora vuelvo- y le dejó al joven licenciado con otra botella de champán en la mano izquierda. Los otros tres se le quedaron observando.
- ¿Eres compatriota nuestro?- le preguntó el más joven.
- Soy compatriota de todos los que hablan mi mismo lenguaje; y no me refiero solamente al idioma -suavizó algo su rostro mientras respondía.
- Entonces no tengas ningún recelo hacia nosotros -se le dirigió el de mayor edad.
- ¿Tengo algún motivo para recelar de vosotros? -endureció, ahora, su rostro.
- Hay motivos ocultos que nos pillan de sorpresa -siguió el de mayor edad.
- ¿Por ejemplo? -siguió, endurecido su gesto, el joven licenciado.
- Los celos. La envidia que desatan los celos y que tanto atormentan a los ambiciosos, celosos y envidiosos.
Ahora el joven licenciado sonrió.
- Los celos no son motivos ocultos o, por lo menos, no deberían serlo. El problema es cuando son obsesivos y se convierten en una enfermedad. Si además les añadimos ambición y envidia convierten en un infiernmo la vida de quienes los sufren.
Volvió ella. Traía una nueva copa. El joven licenciado llenó todas. Sonaron las doce en el reloj y la canción "Los hijos de un momento" sonó al unísono con las campanadas. Ella sonrió.
- Sí... ¡he sido yo!.
El anciano de las barbas blancas se retiró de nuevo, con su botella de champán y los dos vasos hacia el último rincón de la barra pero sin perder de vista toda la escena.
- ¡Por nuestra patria!- brindó el más joven.
- ¡Por nuestro pueblo!- brindó el de los años intermedios.
- ¡Por nuestras raíces!- brindó el de mayor edad.
El joven licenciado había vuelto a endurecer sus facciones.
- Y tú... ¿no vas a brindar?- dijo ella.
- Brinda tú primero.
- ¡Por nuestro amor! -brindó ella- y ahora te toca a ti.
- ¡Por nuestro infinito!- brindó el joven licenciado.
Todos bebieron sin preguntar nada. Estaban totalmente relajados.
- Y ahora... -habló el de mayor edad- ¿me quieres explicar por qué los celos no son o no deberían ser motivos ocultos?.
La mujer se sorprendió de que hablasen de aquello, pero el joven licenciado no la dejó pensar mucho tiempo porque respondió rápidamente.
- Porque los hombres de verdad no sienten ningún temor a demostrar que los tienen.
- Dicen que eso es señal de infantilismo e inmadurez- habló el más joven.
La mujer y el de los años intermedios no intervinieron. De nuevo respondió rápidamente el joven licenciado.
- Quienes dicen eso no han conocido el verdadero amor. Puede ser que hayan tenido gustos, apetencias, deseos... pero no el verdadero amor!. ¿Tú crees que tener verdadero amor es infantilismo e inmadurez o lo contrario?.
El más joven pensó durante un momento.
- Yo aún no he tenido celos y soy bastante infantil.
- Demostración palpable de que los celos son propios de hombres ya no tan infantiles.
- ¿Tú matarías por cleos? -intervino, por fin, ella.
- No. Eso es perder la razón. Yo moriría por celos... que es distinto.
- ¿De qué manera?- se interesó el de mayor edad.
- Acabando con mi sentimiento. Dejándome vencer.
- ¿Dejándote vencer ante un rival? -intervino otra vez ella.
- Dejándome vencer ante un rival... ¡nunca!... pero dejándome vencer ante el amor sí; porque si ese amor no es digno de mí sería señal inequívoca de que debería morir en mi interior.
- Todos, de improviso, cambiamos- seguía sonando la canción.
Siguieron bebiendo en silencio. Ella sabía que las lecciones aprendidas en la vieja taberna de la gran capital donde se habían conocido años atrás la habían servido, al joven licenciado, para elaborar pensamientos propios pero se sorprendió hasta dónde llegaba aquel desarrollo de respuestas sobre sí mismo. Algo más anidaba ahora en el corazón de aquel joven licenciado.
- Sólo somos los hijos de un momento- acabó la canción.
- Ya hemos terminado- dijo el joven licenciado a los otros tres.
Sólo permanecían ella y él. Nadie más. Los otros tres se habían marchado del local felices y contentos. Había sido curioso comprobar la batalla dialéctica entre él y los dos extremos opuestos... puesto que el que tenía la edad intermedia parecía tan identificado con el joven licenciado que no había intervenido apenas, para casi nada, durante todo el tiempo en que se desarrolló aquella escena. Sólo intervino en el brindis y nada más. El anciano de las barbas blancas se había disipado en el fondo de la taberna aunque seguía observando sin perder detalle. Así que, en realidad, sólo peramanecían ella y él y nadie más. El anciano de las barbas blancas parecía un ausente aunque estuviese presenciando todo.
Ella sacó otra botella de champán.
- Ahora tú y yo a solas. Sé que note vas a emborrachar porque eres suficientemente inteligente para no hacerlo. Y, por supuesto, que yo tampoco lo voy a hacer.
Se sentaron, frente a frente, en las sillas de la mesa central.
- ¿Motivos?. ¿Tenemos motivos para emborracharnos?. Si fuésemos personas frágiles tendríamos suficientes motivos para ello... ¿cierto?.
- Cierto -respondió el joven lcienciado
- Pero tú y yo hemos crecido hacia la búsqueda de la ilusión y quien nace para ello no puede permitirse el lujo de la fragilidad. Alguincos dicen, ¡equivocados ellos!, que la sensibilidad es un síntoma de personas débiles. Y es que no saben que las personas sensibles son las más poderosas.
Aunque hablaba así, con cierta señal de nostalgia, sus ojos brillaban con una luz de felicidad. Los de él permanecían serenos y tranquilos, mientras escuchaba la sabiduría de aquel planteamiento femenino. Por fin intervino.
- Hay muchos que dicen que las mujeres son elementos débiles de la Naturaleza y que los hombres son las que les infunden valor -dijo él.
- Lo cual no deja de ser una necedad; porque sólo la mujer enamorada necesita de un hombre. ¡Ahí sí!. ¡Ahí la mujer necesita protección... pero no por debilidad sino porque necesita que su fortaleza sea defendida!.
El joven licenciado sonrió.
- Fortaleza que, en ese caso, es agradable defender.
- Sigues siendo tan pícaro como siempre... -y brindó con él.
- ¿Sabes lo que yo siento en días como éste? -rompió el silencio.
Ella se le quedó mirando a los ojos paras interpretarle.
- Es imposible saber, con total certeza, qué sientes tú en días de especial significación para ti.
- Pues son sentires muy claros.
Ella supo que no era lo que alguien podría pensar.
- Desde luego, los que nos estuviesen contemplando ahora mismo dirían que me estás cortejando.
El anciano de las barbas blancas agudizó más los oídos.
- ¿Y tú que crees?.
- No te conozco del todo pero sí lo suficiente para saber que eres capaz de halagar a una mujer con el suficiente cuidado de no dejar entender cualquier equívoco.
Él sonrió de nuevo.
- ¿Pero estás realmente segura de eso?.
Ella presintió que él estaba jugando para olvidar alguna otra tristeza oculta.
- ¡Tienes la habilidad para transformar tus decepciones aplicando actitudes positivas!. Y lo haces con tal perfección que nadie podría darse cuenta a no ser que hubiese penetrado en tu interior.
- ¿Cuánto has penetrado tú en mi interior?.
Ella entonces soltó la risa.
- No lo suficiente... desde luego... aunque me conformo con la cantidad a la que he llegado que es más bien poca.
Él levantó la copa y le hizo brindar a ella.
- ¿Si te dijese cuál es mi sentimietno más profundo sérías capaz de entenderlo hasta el extremo de no confiárselo a nadie?.
- Yo respeto a los hombres de verdad y, sobre todo, a esa clase de hombres que expresan la sinceridad en el momento oportuno y en su instante más profundo.
-Entonces te voy a contar, solamente, la parte que conozco de ese sentimiento.
- ¿No lo conoces por completo?.
- Todavía no. Si lo conociese por completo no tendría sentido que fuera en su busca.
- Si me lo dices yo te prometo contarte a ti el mío.
- No es necesario que lo hagas.
- Es lo suficientemente necesario. ¡Venga!. ¡Cuéntame lo tuyo!.
- Hace tiempo que busco a una persona que en realidad casi desconozco...
- ¿A que es una mujer?.
- Sí. Es una mujer. Pero no la busco sólo por eso. La intento encontrar porque es la intensidad que me falta.
- Curiosa manera de decir que andas enamorado.
- No tengo otra manera de decirlo porque, como te indiqué, desconozco gran parte de ese sentimiento.
- ¿Y estás seguro de que es así?.
- Totalmente seguro; porque nunca jamás sentí, jamás repito, tanta sensación de falta o de carencia.
- ¿A pesar de que lo afrontas con tanta serenidad?.
- Precisamente por eso...
- Y precisamente por eso nadie descubre tu secreto. Lo cual es otra capacidad que escasas personas poseen. Estoy segura de que no caminas pregonándolo sin sentido como hacen muchos. Yo he conocido a muchos hombres enamorados que no hacen sino ir quejándose por el mundo de algo que es, por el contrario, enriquecedor. Y terminan por sucumbir ya que no saben guardarse su contenido. Es como si lo fuesen desparramando con sus vulgares confesiones en vez de retenerlo confesándolo sólo con la mirada.
- Pues ya sabes lo suficiente...
- Siempre te guardas algo... ¿no es cierto?.
- En esas cuestiones siempre se debe guardar algo para cuando se encuentre lo que se busca.
- Ahora te voy a contar yo qué sentido tiene para mi todo esto que ves a tu alrededor.
Era la última copa que él estaba dispuesto a tomar. De ahí no pasaría salvo por algo realmente grave. Pero daba la casualidad de que él no consideraba tan grave ciertos asuntos.
- Vamos... ¡cuéntame!. Nunca he estado tan interesado por descubrir también algún secreto. Sabes que los secretos no me interesan salvo cuando son importantes para ayudar a las personas.
- Sea lo que quiera ser, según los de afuera, este local, con todos sus defectos, es siempre mi país... y lo amo.
- ¡Por él!. ¿Cierto o me equivoco?.
- Cierto. La experiencia me ha demostrado que éste es un lugar de búsqueda y encuentros.
- ¿Para qué tipo de vidas?.
- Aquí las vidas paralelas encuentran ese infinito donde se dice que se encuentran.
El joven licenciado rió con ganas.
- ¿Tú también crees que las vidas paralelas terminan por encontrarse?. ¡Ya no soy el único que lo cree!.
- Aquí no hay lugar para los triángulos amorosos... ¡asi que eso de una de dos o me llevo a esa mujer o entre los tres nos arreglamos para pasarlo bien es una pura filfa y una necedad de los que no tienen ni ética humana ni moral espiritual!. ¡A este local todos vienen buscando la línea recta que une dos puntos: el masculino con el femenino pera nada de triángulos sino la recta de dos puntos opuestos pero complementarios que une al sueño con la esperanza de hallarlo.
El joven licenciado se entristeció de repente.
- ¡Eh... eh...!. ¿Qué ocurre?.
- Hace unas horas ha habido, aquí mismo, alguien que no ha sabido hallarlo.
- ¡Tú no tienes la culpa de eso!. No todo lo factible es posible. Hiciste cuanto pudiste así que no fracasaste. El no se suicidó ni por valentía ni por cobardía como dicen y discuten los ignorantes. Él se suicidó por desesperación y no supo escucharte. Para el tipo de búsqueda que tú has emprendido hay que tener ilusión y si esa ilusión falta no se puede lograr.
- Pero pudo haber sido de otra forma.
- No exijas de ti más de lo que posees -y le acarició el rostro con ternura.
Después él permanecío callado.
- ¿Sabes una cosa?. Acariciarte es dulce. Se nota una sensación de sincera nobleza. ¿Qué sientes tú ante ello?.
- ¿Ante una caricia dulce?.
- Me gustaría saber qué sientes tú cuando te acarician.
- ¿Quieres saberlo de verdad?.
- Me encantaría conocer qué siente un hombre sincero ante una situación así -le apretó la mano izquierda de él con su mano derecha para animarle a hablar.
- Pues el agradable sentir de que hay alguien capaz de cubrirme una necesidad.
- Eso es lo que yo también sentía cuando vivía con él.
- ¿Te refieres al anciano poeta extranjero?.
- Si. Cierto que equivocó el camino pero yo le amaba.
- Lo sé.
- Era un extranjero para los demás. Para mí absoluamente no. ¿Me entiendes?.
- Totalmente.
- Yo soy muy joven todavía. Y entonces... ¿te acuerdas?... nadie comprendía que una chica de mi edad viviese el amor con alguien tan, según ellos, mayor. Lo que desconocían todos, mnenos tú, es que cuando me acariciaba demostraba ser más sensible que un niño y que, a pesar de su sabiduría, era todo un completo compendio de ingenuidad. Sí. Equivocó el camino porque soñaba con la misma princesa que soñabas tú pero de peor manera. Pero era tan puro...
- Lo entiendo... no hace falta que sigas...
- Espera un poco. Por eso no habrá ningún otro hombre, de niguna otra edad, que pueda ocupar su sitio.
- Y la necedad de los seres humanos te catalogaba como prostituta.
- Nunca me importó eso. Ni él ni yo hacíamos caso a esas estupideces porque los dos sabíamos lo que necesitábamos saber el uno del otro. Su único error es que se fijó en la que tú soñabas. Quiso entrar en tu sueño para robártela pero fracasó rotundamente porque su camino no era tu camino.
- Sin conocerla.
- Más error todavía.
- ¿Jamás habrá otro hombre en tu vida?.
- Ni lo dudes. Ni lo hay ni lo habrá si es que te refieres a lo que estamos hablando...
- Por supuesto que me refiero a lo que estamos entendiendo.
- Es fantástica tu capacidad de hacer corregir una expresión sin ofender a quien la escucha. Es cierto. Es mejor decir lo que estamos entendiendo; porque, realmente, estamos entendiendo por encima de las palabras. ¡Te admiro!.
- Ya que estamos confiándonos profundidades mutuamente... ¿sabes cómo llegar a decir no?.
- Se lo digo a algunos que se pasan de insensatos.
El joven licenciado sonrió.
- Yo tampoco le daba ninguna importancia a la enorme mentira que dijeron sobre mí.
- Pero... ¿de qué me estás hablando?. ¿Dijeron alguna imbecilidad sobre ti?.
- Ya te digo que jamás le di importancia.
- Pero... ¿qué era?.
- Que no me gustaban las mujeres.
Ella rompió con una estruendosa carcajada.
- ¡¡Que ignorantes!!. ¿Es que no te habían visto?.
- Los necios no creen ni lo que ven. Y como, para sacar sus conclusiones, los necios se dirijen a muchas personas menos a la que de verdad interesa preguntar... pues... ¿qué ocurre?... ¿sabes tú lo que ocurre?.
- La estupidez rayana en la imbecilidad. Ocurre la estupidez rayana en la imbecilidad.
Ahora fue el joven licenciado el que explotó en una risa sana.
- Sí. Es como si estuviesen dentro de una caja cerrada herméticamente y se creyean que son tan conquistadores como Hernán Cortés.
- Sigo diciendo lo mismo. Con caja o sin caja y con conquistador o sin conquistador por mucho que se llamen Hernán o como quiera que se llamen... son unos verdaderos estúpidos rayanos en la imbecilidad. Y de esos he conocido ya un buen montón.
- Eso es. Tanto de ti, como de mí, como de muchísimas personas, sólo dicen la estupidez rayana en la imbecilidad, porque eso es lo único que conocen de las personas. En otras palabras conocen el desconocimiento más absoluto a pesar de que dicen saberlo todo. ¿No es curioso?. ¿No es risible que estén dentro de una caja y quieran saber lo que hay fuera de la caja?.
- Sí que los es. Aparte de una estupidez rayana en la imbecilidad es una fatal forma de ser ignorantes. ¿A que te han llamado también loco?.
- Posiblemente... y hasta posiblemente sigan llamándomelo... pero tampoco me importa. Los que sólo viven dentro de una caja no me interesan para nada.
-Segurísima estoy porque de mí también dicen lo mismo. Que soy una etúpida loca. Son tan insensatos y tan irracionales que a los que sabemos amar de verdad nos llaman locos y locas y eso, hablando seriamente, sí es para preocuparse... pero por ellos...
Se quedaron, momentáneamente, en silencio. Las agujas del reloj marcaban ya la una de la madrugada y un minuto exactamente. Pero a pesar de ese minuto que rebasaba a la una de la madrugada. El encanto del momento amistoso estaba presente allí... como detenido para ser gozado antes de que el tiempo se lo llevase.
- Me voy... -terminó por decir el joven licenciado.
- Pues es una lástima que te vayas. Me hacen mucha falta compañías como la tuya.
- Pero es necesario para los dos que me vaya. Necesitamos sentirnos a nosotros mismos en completa soledad para poder luego sentir a los demás y gozar de la compañía de los demás. Tú con tus recuerdos y yo con mi esperanza. Eso mismo hacía Jesucristo. ¡Y nada de despedidas tristes!.
- Sólo con un beso de pura amistad.
Y se dieron dos besos en ambas mejillas.
En el muelle el frío ya era intenso. Apoyado sobre uno de los pilares que sustentaban los almacenes de las cargas y descargas de mercancias, el joven licenciado contemplaba aquel barco donde había experimentado capacidades incluso desconocidas por él. A su memoria recurría, como último refugio, la mirada oscura y opaca de aquel spombrío marinero que había decidido elegir la no existencia antes que intentar hacer el esfuerzo de recuperar el contenido válido de su naturaleza humana para poder vivir. Recurría a la memoria pero él sabía que ya era imposible poder ayudarle. Aquel disparo en la sien derecha, que aún resonaba en su interior aquella noche de Navidad, había sido el final para aquel hombre tan desdichado. Un final del cual ya no podía volver, nunca jamás, su ex compañero de los músculos férreos.
Comparó aquel rechazo, con la valentía demostrada por el viejo capitán que, aun sabiendo que llegaba a la última experiencia profesional, mantenía intactas todas su ilusiones para vivirlas una vez jubilado de su oficio de capitán marinero.
Pudo sacar la conclusión de que en un mismo espacio se podían ubicar la negación y la afirmación sobre el sentido de lo transcendente. Uno lo había negado. El otro estaba dispuesto a afirmarlo hasta el final.
Pero todo esto le producía, en aquella noche donde muchos ciudadanos intentaban apropiarse de un pedazo de felicidad sincero, una sensación de contrariedades profundas. Aquellas que le hacían ser lo suficientemente humano para sentir el dolor aunque fuese ajeno. Ni aún sabiendo, como él bien había aprendido que, aun dándolo todo, no se tiene un ser humano por qué sentirse decepcionado... pero era difícil aceptarlo. Así que decidió sentirlo sin tener que reprocharse nada por ello. Al fin y al cabo era un ejercicio de sinceridad que servía para limpiarse el alma profundamente.
- Lo siento -razonó poensando en aquel fracasado y sombrío marinero.
Se esforzaba por lograr que el llanto le viniese a ayudar pero era imposible. Un hombre verdadero sólo llora cuando sabe que la culpa es suya o que parte de la culpa es suya. Aquello no era culpa suya y, por ese motivo, resultaba un ejercicio fallido soltar las lágrimas; así que el dolor no tenía otra solución que sentirlo sin ninguna otra compañía complementaria. ¡Y cuánto le dolía no poder llorar!.
- Sea lo que sea no tiene ninguna culpa -oyó cerca de él.
Desde donde estaba sentado, en un pequeño cajón de mercaderías que permanecía allí, completamente abandonado y vacío, levantó la vista y encontró de pie y a su lado, al anciano de las barbas blancas.
- Hiciste todo lo que pudiste hacer.
- ¡A usted quién le ha dado permiso para venir a molestarme!. ¡Déjeme en paz!. ¿Usted qué sabe de lo que yo he hecho o he dejado de hacer?.
El anciano de las barbas blancas sonrió.
- ¿No le estoy pidiendo que me deje en paz?.
- De acuerdo... te dejo en paz; pero antes dame sólo una oportunidad.
- ¡Exprese esa oportunidad y lárguese!.
- Tengo un mensaje muy importante para ti -y se sentó junto a él.
- ¿Un mensaje muy importante para mí?. Que yo sepa usted no me concoe de nada.
- Nunca se sabe quien conoce a quien hasta que llega el momento de conocerse.
- ¡Venga, venga!. ¡Suelte lo que quiera y déjemo solo!.
El anciano de las barbas blancas sacó algo del bolsillo interior de su abrigo.
- Toma... es para ti...
- ¿Y esto qué es? -dijo el joven licenciado tomando el sobre.
- Es un billete muy especial para una persona muy especial.
- ¿Soy yo acaso esa persona muy especial?. Le advierto que soy mucho más normal de lo que muchos creen.
- Eres una persona muy especial... para un proyecto muy especial. ¡Y sí!. ¡Eres tú precisamente la persona especial que estaba yo buscando!.
- No lo entiendo.
- Llevo muchos años buscándote. No sabía quién eras tú ni dónde podría encontrarme contigo; pero desde el mismo momento que te observé cuando entraste en la taberna con aquel gigantesco suicida, supe que te había encontrado. Ha sido muy larga y muy dura mi búsqueda pero al fin me encuentro con el joven enamorado del mundo.
- ¡No me intrsa para nada su billete! -y se lo devolvió de mala gana.
- No te equivoques. No te precites ahora en el vacío. No estás solo. Yo iré contigo. No viajarás sin compañía. Te repito que yo iré contigo. Te espero en el aeropuerto a las nueve de la mañana. El avión sale a las once y media de la mañana pero hay que estar a las nueve para pasar el control de los equipajes.
-¡No voy a ir con usted a ninguna parte!.
El anciando de las barbas blancas sólo sonrió.
- ¿Le hace tanta gracia que rechace su compañía?.
- No es eso...
- ¡No me espere!.
- Te esperaré...
Y guardándos el sobre nuevamente dentro del bolsillo del interior de su abrigo, el anciano de las barbas blancas, sonriendo, se perdió entre la neblina del puerto.
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Foto del autor Jos Orero De Julin
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Descripción

Novela de Ficcin con algunas realidades verdaderas.

Palabras Clave: Literatura Novela Ficcin Realidades Conciencia Conocimiento Cristianismo.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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