Entre las muchas cosas que una no entiende en este mundo, es el hecho de que algunas personas se indignen por la defensa de la naturaleza y en concreto de los animales,  de la protección que unos pocos les procesan de una forma altruista, generosa y digna de admiración. Dedicando muchas horas, esfuerzo y todo tipo de atenciones para deshacer el daño que desalmados han causado a criaturas indefensas y con el corazón limpio, a pesar de en muchas ocasiones haber sufrido brutales palizas, abandono y otras muchas penas que no quiero ni pensar,  porque me hacen mucho  daño.
No me parece que acciones de este tipo impidan en ningún modo luchar por un mundo mejor para el ser humano, al contrario, los animales, a menudo, nos dan lecciones maravillosas de fidelidad, coraje, afecto... que, a los muchas veces, mal llamados seres humanos, han salvado de un peligro o... después de haber sufrido toda clase de vejaciones han sido fieles y han seguido mostrando  cariño por su verdugo.
¿Debemos de dejar entonces de hacer lo posible por mejorar, en el sentido que sea, porque otras situaciones no las podemos solucionar?
Es absurdo. Hay  guerras,  hambre, incendios… ¿Acaso este tipo de desastres y penurias los provocan los animales?
La mayor desgracia de estos, es la mala suerte que han tenido de  coexistir con el hombre, se supone el ser racional y superior “por excelencia”, el ser que se apodera de su hábitat, lo destruye y acaba con especies sin ningún tipo de pudor.
 Una de las últimas escenas maravillosas que pude ver de la grandeza de un perrito, imagen colgada en Internet y vista en informativos de TV, fue la de un perro que había sido atropellado en una autopista y otro arriesgando su vida y con un gesto desesperado, trataba de arrastrarlo fuera de la carretera para salvarle la vida, siendo el accidentado mayor de tamaño que el que trataba de salvarlo. Eso es humanidad, eso es amor, y eso es generosidad en su sentido más puro.
¡Cuánto tenemos que aprender!