Apenas el miércoles pasado, caminábamos por Morelia en una de esas colonias que tuvo su auge entre los 70's y los 80's.
Desde luego que esas casas sí eran otra cosa: amplios jardines al frente, con cochera para dos automóviles, alguno de ellos con tráiler para acampar o la lancha para pescar. Las casas son enormes, casi todas de dos pisos. En algunas no falta la caseta del perro y en otras incluso hay juegos infantiles, ya desgastados por el tiempo.
No es en el único aspecto en el cuál el tiempo ha mermado este sueño infantil del niño X. Las casas en su mayoría lucen descoloridas y desvencijadas. Hace mucho que el mantenimiento dejó de ser práctica habitual de esas casas.
Y es que los niños de esa décadas (70-80) son ahora adultos de entre los 30 y los 40 años, los cuáles vivimos en nuestra mayoría una inestable situación política, económica, social y religiosa. Vivimos como podemos y tratamos de salir adelante con cierto pesimismo.
Algunos aún vivimos en casa de nuestros padres, otros en pequeños departamentos con apenas lo indispensable. Regularmente trataremos de acercarnos la tecnología, pues crecimos con ella y la vimos madurar. Casi todo nuestro presupuesto se irá en viajes, libros y aparatos electrónicos donde podamos comunicarnos.
Aunque nuestro presupuesto es muy limitado, nos acostumbraremos a estirarlo si es conveniente.
Nuestro sentido de la vida se ha complicado más que las generaciones anteriores. Ahora cuestiones como la familia, se quedan por debajo de la individualidad y libertad personales. Ahora la amistad es más un refugio mientras que la familia representa un riesgo. Los valores sufren como nunca un desajuste contradictorio y mordaz que los echa por tierra. De pronto, la patria, y la fiesta patronal pierden sentido.
Pareciera que esa infancia, con decenas de chiquillos sucios jugando rondas infantiles, con caricaturas y series de televisión bastante ingenuas, con esos paseos familiares donde abuelos, tíos y primos compartían la comida y el momento de estar juntos, ya no retornará ni para nosotros ni para nuestros hijos.
Es una lástima, pero la generación X, junto con estas casas lindas que están dejando de ser funcionales, se está hundiendo en sus propias fantasías y anhelos. Se hunde en medio de un auto pequeño en un mini departamento del sexto piso, con un empleo eventual y sin poder conocer lo que el futuro nos depara.
Perdón por el pesimismo, pero no puedo dejar de recordar, al ver esta realidad, aquella frase que enmarca el panteón municipal en el pueblo de mi madre:
"Pobre humanidad que triste es tu destino, un falaz espejismo es tu esperanza y una fosa el final de tu camino".