Setamor (Novela) Captulo 22.
Publicado en Feb 07, 2011
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- ¿Me da un billete para "El Lucero"?.
El taquillero le observó detenidamente antes de contestar.
- Perdone, señor, no desearía molestarle...
- Sé lo que me va a decir pero dígamelo.
- "El Lucero" es un tren de lujo sólo para gente selecta.
El joven licenciado sacó un fajo de billetes.
- ¿Hay suficiente con esto?.
- ¿Lo desea individual, doble o colectivo?.
- Parece que ahora me entiende perfectamente y es como si hubiese pasado de miserable a importante... ¿no es cierto?.
El taquillero volvió a observar el fajo de billetes y se sintió filósofo de repente.
- Para siempre es... su poder por todas las generaciones.
- ¿Así que sabe usted algo de la Biblia, verdad?. Pero se equivoca usted de sujeto activo y de verbo. Donde está pensando "dinero" piense "Amor" y donde está pensando "poder" piense "Verdad".
- Siento haberle molestado, señor, pero mi obligación es la de informar.
- Pues debería usted saber que para informar, y se lo digo yo que soy periodista, antes es necesario conocer.
- Ignoraba que usted...
- Ya sé... ya sé... ignoraba que yo era periodista pero tengo algo muy importante que aclararle... que antes que periodista y escritor soy una persona... en otras palabras un ser humano.
El joven licenciado miró fijametne a los ojos del taquillero de la manera que él miraba cuando quería descubrir la realidad y la verdadera identidad de cada persona.
- Algunos son tan ingnorantes que ignoran su ignorancia -pensó
Y decidió que aquel hombre no necesitaba más castigo. Pensó que su esclavitud al dinero era dictada por alguna circunstancia: quizás una familia a quien cuidar, quizás un proyecto ansiado; quizás un deseo por alcanzar. Decidió no seguir con el diálogo. Aquello debería ser suficiente para que aquella persona reaccionase por fin.
- Démelo colectivo.
- ¿Fumador o no fumador?.
- Si puede ser... démelo de fumador.
Tomó el billete, pagó su importe exacto y dando una amigables "gracias" (no correspondidas por cierto) volvió a preguntar mirando al reloj y dejando una moneda de cien pesetas sobre el mostrador.
- ¿Dónde puedo cenar algo?.
- Hacia la derecha, señor.
Esta vez su amigable "gracias" sí que fue correspondido con un "a usted".
El letrero central, al fondo del vestíbulo, indicaba una dobre dirección. Hacia la derecha, tal como le había recomendado el taquillero, estaba el "Restaurante". Hacia la izquierda simplemente la "Cantina". Hacia la derecha desfilaban ejecutivos bien elgantes, damas perfumadas y con collares de perlas y abrigos de visón, niños y niñas con pulcras doncellas que los vigilaban estrechamente; ancianas con caniches recién peinados y su correspondiente lacito rosa si era hembra o azul si era macho. Hacia la izquierda caminaban campesinos con boina y pantalones de pana, mujeres sencillamente no perfumadas y con las manos callosas de tanto trajinar, algún  empleado de la estación...
Decidió encaminarse hacia la izquierda.
La cantina era angosta y maloliente. A pesar de las pocas personas que se encontraban allí, todas las mesas estaban ocupadas y en la barra era difícil hallar un hueco. El joven licenciado observó que un hombre de mediana edad escribía en unos folios mientras tomaba un café. Era la única mesa que tenía, todavía, una silla vacía.
- ¿Le  molestaría si tomo asiento? -se dirigió al escritor.
- Por mí puede usted sentarse, jovencito...
Acudió un muchacho con una bandeja. El joven licenciado pidió otro café.
- Perdone... ¿es usted poeta? -preguntó el joven licenciado.
- Soy poeta, periodista y escritor.
- Tres oficios muy dignos, sí señor.
- Tres oficios muy dignos pero también muy complicados.
- ¿Yo no entiendo por qué razón tienen que ser tan complicados?.
- Porque en esta sociedad, yo diría más bien suciedad, para que te califiquen como un gran profesional, en estos oficios, o eres un verdadero marrano escribiendo porquerçias porque a los editores de las grandes compañías solo les interesan las suciedades, las cochinadas y lo que usted me está entendiendo pero no me atrevo a citar... o es necesario volver a descubrir América.
- Sabía que esta sociedad está basada en multitud de necedades y marranadas, pero... ¿hasta ese punto?.
- ¡Créame. joven!. Para ser poeta, periodista y escritor no basta con "saber" y "querer" sino que, sobre todo, hay que "poder". ¿Y qué significa "poder" en esta sucia sociedad?. ¿Usted me entiende?.
El joven licenciado sonrió pero no dijo nada. El otro continuó hablando.
- ¿Usted también se considera escritor?.
- No me considero escritor. Lo soy.
- Pues me lo tiene que demostrar.
- ¿Por qué razón?.
- Porque si es verdad que usted es escritor al menos tendrá un ser humano que le admire y ese ser humano seré yo que ya estoy consagrado en este mundo de la Literatura. ¡Lea estas tres cuartas partes de folio que llevo escritas y me juego una cerveza con usted sobre su capacidad espontánea, que es la capacidad de los verdaderos escritores que no escriben cochinadas de cerdos, de escritor. Eso debería ser el "poder" del que le hablaba antes. Si consigue esribir otras tes cuartas partes de un folio de manera espontánea y demostrando elegancia y pulcritud sana, continuando mi escritura y sirviendo de complemento a ella... y además le pone un titular acorde con lo que ha escrito y no como hacen otros que colocan títulos que no tienen nada que ver con las marranadas y cochinadas que escriben, me habrá convencido de que es usted, joven, un gran escritor... y entonces pagaré yo las dos cervezas porque me habrá demostrado que si "puede". Si no es así usted paga las consumiciones.
El joven licenciado tomó el folio.
- Pero le advierto que yo soy muy exigente. Y no se moleste pero conmigo también lo han sido.
- De acuerdo. ¡Van los cafés y las dos cervezas! -y comenzó a leer.
- ¡Qué fácil es llamarse "amigo" cuando ello no implica compromiso alguno!. Decir "amigo", hoy en día, es como decir "buenos días. No compromete a nada y quedamos muy bien ante el otro; pero... ¿de verdad conocemos lo que el otro desea?, ¿de verdad comprendemos la angustia por la que atraviesa nuestro llamado "amigo"?. Cuyando no necesitamos  nadie es cuando estamos halagados, lisonjeramente, por todos... mas cuando necesitamos esa mirada cobijadora, esa mano que se da caliente, esa palabra o ese silencio compañero nos damos cuenta de que no existe ya. Se ha diluido bajo la excusa de no tener tiempo, como si el tiempo se hubiese agotado. Es cuando necesitamos cuando más solos nos dejan. Es cuando no podemos ofrecer nada material cuando nadie se expone a llenarnos ese vacío espiritual. En el momento en que dejamos de ofrecer, porque en esos momentos somos nosotros los necesitados, ya no suena nuestro teléfono y los lugares comunes han quedado huecos, vacïos, sin materia. Nos encontramos solos, tremendamente solos en ese espacio donde antes estaban ellos y ahora sólo se llama soledad. Nombrarse "amigo" no es la solución. Sentirse amigo sí. Pero... ¿quién, realmente, se siente amigo de los demás si estamos en un mundo donde hemos olvidado hasta sentirnos amigo de nosotros mismos?. ¿Cómo poder ofrecer algo a cambio de nada si hasta hemos puesto precio a la sonrisa?. Si buscamos algo más que una simple presencia de conveniencia nos damos cuenta que sólo existe el vacío a nuestro alrededor. Y hasta aquellos a los que un día sacamos de la angustia; aquellos a los que un día les hicimos mantener la ilusión; aquellos a los que un día nos ofrecimos incondicionalmente sacrificando momentos de placer por momentos de compañía; aquellos, en fin, que salvaron situaciones gracias a nuestro esfuerzo... hasta aquellos, anónimo compañero, han olvidado nuestro sacrificio.
- ¿Qué le ha parecido?.
- Muy bien. Algo pesimista... pero muy bien.
- No algo pesimista sino algo muy realista.
- Todo es según la interpretación que queramos darle.
- De acuerdo, pero... ¿se atreve a seguirlo?.
- Adelante -y tomando otro folio, sacó su boligrafo compañero y escribió.
- ¡Qué fácil es llamarse "amigo" cuando ello no implica compromiso alguno!. Severísimos jueces con el error ajeno que se olvidan de sus vergonzosas actuaciones. Inflexibles para los demás, pero volubles para sí mismos, los "amigos" huyen de la necesidad ajena. Se sientan en sus tronos, aquellos tronos a los que subieron ayudados por ti, y se erigen en poderosos "señores" del juicio. Te reclaman miserables migajas de debilidad ocultando que tú les diste completos pedazos de fortaleza cuando, angustiados, buscaron auxilio. Algo así como una amnesia colectiva surge entre todos aquellos que te clamaron amistad cuando eras tú, y sólo tú, quien se anegaba hasta el cuello por culpa de ellos. Salvaste del naufragio a muchos, pero ellos no acudieron a rescatarte a ti. Mas aún te queda la esperanza de que, en medio de la niebla, puedes distinguir aquel halo misterioso de luz del único amigo verdadero que posees y ello te da fuerza para salir hacia adelante y dipararte hacia un futuro feliz. Aquel que, en la oquedad, mantiene su faro encendido para que sepas que te sigue añorando es el verdadero amigo de y para siempre. No te hundas en el marítimo sinfín de los "amigos" y dirígete hacia la bahía donde aquel foco se mantiene encendido porque te ama. Resplandece firme y esperando. Se llama Jesucristo. Suerte es tener un solo amigo de verdad. Date por feliz si lo consigues y... si tienes dos amigos, eres el ser más dichoso del Universo porque tener tres amigos verdaderos ya es un milagro. Canta entonces aquello de "Amigos para Siempre" y deja que sus abrazos te llenen el vacío al que te condenaron los "amigos" que no quisieron implicarse en tu necesidad.
El joven licenciado le entregó el folio al escritor.
- Muy bien... me has demostrado que, sin consultar ningún código obligatorio, has sabido escribir espontáneamente. Pero... ¡te falta el título!. Sin título no obtienes mi aprobación.
El joven licenciado volvió a tomar el bolígrafo.
- Es muy sencillo, caballero... está incluso dentro del texto...
- No acierto a adivinar.
Sin decir nada, el joven licenciado escribió con toda rapidez: "Amigos para Siempre"
- Gracias -señaló el poeta, periodista y escritor- Gracias porque me devuelves la fe en el género humano. He descubierto que aún queda alguien que me puede demostrar lo que significa la amistad. ¡Te pago el café y la cerveza!. ¿Nos tomamos otra?.
- Pero... ¿si no ha leído el texto?.
- Lo leeré más tarde. Lo que me ha convencido de verdad ha sido tu fe.
- Ecuche no es por ser desagradecido con usted pero no deeo tomar más. Muchas gracias.
El joven licenciado miró el reloj de la cantina. Aún quedaba tiempo para que "El Lucero" se pusiera en marcha. Eran las doce menos veintiún minutos y los recuerdos volvían otra vez a su cerebro. Recordó la vieja taberna y el reloj atorado en las doce menos veinte. Volvió a mirar el reloj de la cantina.
- Doce meno veinte... doce menos veinte... doce menos veinte... -pensaba.
- Te lo agradezco... pero necesito marcharme ya. Ha sido un honor por mi parte participar en el proyecto común de la escritura. Quizás, algún día, seamos escritores los dos.
- NO te equivoques. Ya somos escritores los dos. Otra cosa es que la sociedad nos lo confirme. Ya somos escritores los dos nos lo confirme o no nos lo confirme la sociedad. El escritor no necesita ningún reconocimiento ajeno. Le basta y le sobra con reconcoerse a sí mismo como escritor verdadero.
Levantándos ambos de sus asientos, se estrecharon fuertemente las manos derechas. El poeta, perioidsta y escritor volvió a sentarse y siguió escribiendo en sus folios. El joven licenciado se encaminó hacia el tren.
- Voy a experimentar qué tipo de existencia alimenta a los de "El Lucero".
- Hoy he podido comprender que siempre queda un hueco de nuestra alma por rellenar -escribía el poeta, periodista y escritor- siempre queda un lugar llamado Esperanza y un personaje llamado Sinceridad. Con ambos me comprometo, desde ahora mismo, a escribir algo así como un relato llamado "Te encontré". ¡Yo sé quién eres tú, que me has dado tu caliente mano de la Amistad; yo sé quién eres aunque tú no lo sabes todavía!. Sé que con tu caminar vas descubriéndome una nueva senda. Y entonces yo seré uno de los que te sigan... no para aprovecharme de tu riqueza sino para alimentarme de tu luz.
El joven licenciado observó el número de su billete: el 222-D. Buscó el segundo vagón y, una vez subido en él, fácilmente encontró el departamento 22. Abrió la puerta corrediza y una nube de humo le absorbió por unos segundos. Todos estaban fumando cigarrillos.
- De tu saludo me he quedado, para siempre enamorado, y cuando nos encontremos de nuevo te devolveré esa parte de ilusión con la que hoy me has demostrado que tienes fe en tu futuro. ¡Gracias, amigo, por darme un sentido por el que vivir!. -seguía escribiendo el de la Cantina -¡Gracias, creador de setas de paz!. ¡Tú no sabes bien quién eres pero yo sé, todavía, menos quién soy yo y por ello te voy a seguir, con fidelidad, hasta que pueda sentirme a mí mismo tanto como tú te sientes a ti!.
Y rubricó.
- De un noble escritor a otro escritor aún más noble.
Por fin pudo obbservar con nitidez a los tres personajes que le acompañarían durante el recorrido. De una rápida mirada pudo sacar un fácil retrato de ellos: una vampiresa muy pintada, pelirroja, con joyas por todos los lados y recargada de perfume caro; un joven rubio platino de pantalón estrecho y ceñido a las caderas y un señor adusto, con cara de haberse avinagrado pero con traje muy distinguido. La vampiresa y el rubio platino, frente a frente y sin mirarse. El señor adusto de pie y dominando toda la escena.
- Buenas noches -dijo el joven licenciado.
- ¡Pase, pase adelante, caballero! -le indicó la vampiresa mirándole, descaradamente, desde arriba hasta abajo.
- ¡Uy que hombre más vulgar! -se entrometió el rubio platino.
- ¿No sería mejor abrir la ventanilla un poco? -indicó el joven licenciado.
- Perdone, joven, no me había dado cuenta -le respondiño el señor adusto bajando, de un golpetazo, el cristal. Sonó, en la mente del rubio platino como si le hubiesen dado una pedrada en la cabeza.
- Por lo menos podías tener mejores modales -le inquirió el rubio platino
- ¡Calla!. ¡Anda, calla!.
El joven licenciado, mientras discutían el rubio platino y el señor adusto, se sentó al lado de la vamopiresa y guardó silencio.
- ¡Pues yo te digo, queridísima, que un buen bistec tiene que estar muy pasado porque a mí, la verdad, ver sangre me marea y me descompone el cuerpo!.
- ¡No te preocupes tanto por la sangre, chato, de eso al fin y al cabo estamos todos llenos.... bueno... casi todos!.
- Lo que más me enerva de ti es la cantidad de horteradas que rezumas.
- Al menos rezumo algo...
Era un diálogo dislocado así que el joven licenciado, para no aburrirse demasiado, decidió salir al pasillo con la intención de fumarse una pipa.
A punto de encenderla, se le aproximó el señor adusto. Éste le ofreció fuego con su dorado encendedor.
- ¡Es de oro verdadero!.
- Lo importante es que dé fuego... ¿no le parece?.
- ¡Ahora que habla usted de pareceres!. ¿Cuál es la primera impresiòn que ha sacado de ese par de esperpentos?.
 
- No he hecho ningún juicio sobre ellos...
- Pues yo sí lo voy a hacer. Con conocimiento de causa. Ella es una gilipollas y él un mariquita. ¡La flor y nata de la sociedad!.
El joven licenciado atacó a su pipa soltando, inmediatamente, el humo por la ventanilla del pasillo. El señor adusto volvió a interrogarle.
- ¿Qué le parece a usted el ejército?.
- Me es indiferente.
- Pero... ¿tendrá usted alguna opinión aunque sea general?.
- Un poder fáctico del lado de los otros poderes fácticos.
- ¡Pues está usted hablando con un verdadero general!.
- No he particularizado sino, como me pidió usted, he hecho un brevísimo comentario general, señor general.
- ¡De división!. No lo olvide. !De división!.
- En realidad nunca he sabido, bien, la diferencia entre un general y un general de división.
- Eso lo dictamina el escalafón.
- Tampoco me preocupa ninguna clase de escalafón.
- Aunque me duele lo que ha generalizado, no tengo más remedio que aceptar su opinión. ¡Es cierto!. Somos un poder fáctico del lado de los otros podres fácticos!. Y todos los poderes f´ccticos poseen sus correspondientes escalafones. Usted no siente mucha simpatía por la vida castrense... ¿verdad?.
- Cierto. Pero no por ninguna causa traumática. No me siento castrense por la sencilla razón de que no va con mi espíritu interno; lo cual no quiere decir más de lo que quiere decir. A muchos, por querer imponérseles el espíritu castrense, sólo han estado consiguiendo castrarles el espíritu. Hay que tener en cuenta que cualquier insumiso es más valiente que cualquier mercenario. Y le voy a ser más explicito: el día en que el ejército de cualquier país esté del lado de los orpimidos sentiré algo a su favor. Mientras tanto, aunque usted sea general de división, le tengo que expresar que no siento ninguna especial empatía por su oficio. Tampoco lo odio... créame... pero no comparto sus actuaciones.
 
- ¿Ha hecho ya el servicio militar obligatorio?.
- Sí. He hecho ya el servicio militar... ¡obligatorio!.
- ¿Y qué aprendió de él?. ¿Verdad que algo de provecho se saca?.
- Todo un rosario de anécdotas pueriles.
- ¿No es un poco duro con nosotros?.
- ¡No, no!. ¡Si es la verdad!. Todo un rosario de anécdotas pueriles que, sin embargo, me han servido de mucho provecho. Aorendí mucho en la mili aunque considero que no eran necesario conocer tanto.
El señor adusto comenzó ya a hacerse un lío con las respuestas del joven licenciado.
 
- ¡Bien, bien!. Volvamos al asunto inicial. ¿Sabe por qué digo que ese rubio platino es un mariqita?. ¡Porque es mi hijo!. ¡Y le voy a decir que me repugna que sea mi hijo!.
- ¿Qué ha hecho usted con él?.
- ¡Esforzarme en que fuese todo un hombre!.
- ¿Se ha preguntado, alguna vez, que quizás sea usted el que le repugna a él?.
- ¡Imposible!. ¡Yo sólo le he dado las mejores oportunidades de su vida para que me demuestre virilidad!. ¡No hago más que presentarle condesas, marquesas y baronesas!.
- ¿De esas?.
- ¡Ah... y vizcondesas!.
- ¿Son todas como la señorita de ese departamento?.
 
- No todas; pero muchas de ellas sí. ¡Reconozco que para casar a mi hijo no puedo elegir a las mejores!, pero... ¡por culpa de él!.
- usted ha hecho, si me permite decirlo, un desgraciado a su hijo. Le ha convertido en una verdadera marioneta y, quizás por ello tenga tendencias homosexuales. ¡Ni él es un mariquita ni ella es una gilipollas!.
- Lo mejor que puede sacarle de su error es invitarle a cenar con nosotros. ¡Acepte y verá cómo se equivoca!.
- Acepto... con la condición de que me deje usted hablar con ellos y no intervenga para nada en nuestra conversación. Sólo escuche... y oiga lo que oiga o vea lo que vea..no se encorajine. Deles la oportunidad de no sentir su presencia... ¡porque a usted le temen!.
- De acuerdo. Me esforzaré.
- ¡Qué horror!. Un poco de sangre... ¡mesero.. mesero... dóreme un poc más la carne!.
El camarero se agilizó para cumplir su petición.
- ¡Qué mal te ves "lucerito"... qué mal te ves!.
- ¡Tú porque comes cualquier horterada que te presentan!.
- ¡A mí me guista la carne siempre que esté de buen ver... yo no hago los "asquitos" que haces tú!.
¡El señor adusto, general de división para más inri, estaba a punto de estallar de ira. Se contenía, pero su faz estaba totalmente congestionada. Fue el momento en que el joven licenciado creyó oportuno intervenir. Estaba dispuesto a jugárselo a "todo o nada" y apostó fuerte.
- ¿Qué te parece "Una mujer sin importancia2?. -se dirigió al rubio platino.
Entonces ocurrió algo imprevisto. El rubio platino se le quedó mirando fijamente. La vampiresa dejó de jugar con lo cubiertos y se puso a la expectativa. Y cuando el señor adusto, general de división para más inri, no sabía qué hacer puesto que aquel joven licenciado le ponía nervioso... ¡entonces ocurríó!. El rubio platino sacó una voz grave y profunda.
- Eso es una obra del genial Oscar Wilde... ¡pero no su mejor obra!. "Una mujer sin importancia" a mí, particularmente, no me dice nada; prefiero "La importancia de la seriedad".
La vampiresa, mirando de frente, por primera vez, al rubio platino, dejó de hablar como vampiresa y, tornando su voz en un tono muy femenino pero sencillo, le interrogó.
- ¿Podrías explicarme por qué?.
- Yo creo que "La importancia de la seriedad" es una gran comedia si cuenta con excelentes actores para representarla. !"Una mujer sin importancia" queda muy lejos dentro de mi catalogación de las obras de Wilde!.
Ya hablaban solamente los dos.
- ¿Y "El abanico de lady Windermere"?.
- Tampoco es una obra a la altura de su genio. A mí me gusta Wilde, sin embargo, en otra texturas. Sus comedias, igual que ocurría con los relatos de Stevenson, quedan al margen de su íntimo pensamiento. Cuando más me agrada este autor es cuando expresa un esteticismo que cultiva la paradoja y la ironía sutil e ingeniosa. Es cuando se convierte en un verdadero "dandy" que busca epatar a la parte inútil de la burguesía.
- ¿Te acuerdas de esa su frase famosa que decía: "He puesto todo mi genio en mi vida; en mis obras sólo he puesto talento"?.
- Y fue sincero cuando lo expresó de esa manera.
- Yo estoy totalmente de acuerdo. Hay que reconocer que la mejor obra de Oscar Wilde no es "El retrato de Dorian Gray" como entiende cualquier aficionado a la literatura pero muy poco docto en ella, sino su propia vida, que alcanza límites más allá de sus obras.
- No sabía que te gustaba tanto Oscar Wilde. ¿No te das cuenta de que ataca todo aquello que nosotros representamos?.
- Tú lo has dicho. Ataca todo aquello que nosotros representamos pero quizás no todo aquello que nosotros somos.
- "El sentido del color es más importante para el desarrollo del individuo que el sentido de lo justo y de lo injusto". Eso dijo él también, y por ello... y por muchos aspectos de su vida personal... es por lo que representa uno de mis artistas preferidos.
El señor adusto, general de división para más inri, no acertaba a explicarse lo que oía. No entendía nada de la conversación... pero no era eso lo que le sorprendía tanto... sino el acento de las voces de aquellos dos seres completamente desconocidos para él.
Ella continuó.
- No creas... me gusta Oscar Wilde pero no es de mis favoritos. Si de literatura escrita en inglés estamos hablando me interesa más el "color" expresado por Hemingway.
- Demasido "coloso" para mi gusto. Algo así como la literatura de la desesperación.
- Pues para mí fue un tipo impresionante, interesante y conmovedor, sobre todo por sus obras "Por quién doblan las campanas" y "El viejo y el mar", que son sus momentos culminantes como escritor y como hombre.
- Tendrás que reconocer que sus obras, después de exaltar y fascinar, dejan un mal regusto a ceniza, un vértigo de resaca de fiesta absurda... y yo creo que abusa mucho del absurdo literario.
- Pero... ¿a ti no te gustó, por ejemplo, "Adiós a las armas"?.
Parecía que el diálogo amenazaba con pasar por una grave crisis. Todos habían dejado de comer. El padre del rubio platino no osaba ni respirar. Y en ese punto en que parecía que el hilo iba a estallar de lo tenso que estaba el ambiente, el joven licenciado (con una velocidad psicológica increíble), se jugó otra moneda a cara o cruz.
- Perdonad... ¿os gusta el teatro brechtiano?.
El rubio platino, ya dispuesto a destruír el mito de la guerra, se dio dcuenta de la maniobra del joven licenciado y, con una leve sonrisa, volvió a dirigirse a ella, mientras le contestaba a él.
- ¿A cuál de sus tres etapas te refieres?.
- A la época a la que se conoce como su "cinco obras mayores" -indicó el joven licenciado.
Entonces intervino ella.
- ¡Impresionantes!. "La Madre Valentía y sus hijos", "Galileo Galilei", "La buena persona de Sechuán", "El señor Puntila y su criado Matti" y "El círculo de tiza caucasiano". ¡Impresinantes de verdad!.
El rubio platino volvió a mirarla a los ojos. Ella no apartó la mirada.
- ¿Te impresiona Bertold Brecht?. ¡Entonces tenemos, en común, bastantes más cosas de las que pensábamos!. ¿Recuerdas que un día declaró que la mayor influencia presente en su estilo es... La Biblia?.
- Sí... y desde entonces estoy leyendo La Biblia e intentando averiguar hasta qué punto influye en las obras de Brecht. ¡Si te contase que estoy escribiendo, cuando nadie me observa, una especie de tesis sobre el tema!...
- ¿Y cómo la vas a titular?.
- Todavía no lo he decidido.
- ¿Quieres que te ayude?.
- ¡Inténtalo!.
Sucedió entonces algo que hasta superaba las previsiones del joven licenciado. El rubio platino alargó sus manos y sujetó las manos de ella mientras recitó de memoria.
- "Icht, Bertol Brecht, bin aus den schwarzen Wäldern. Meine Mutter tang mich in de Stádte hinein als ich in ihrem Leite lag. Und die Kálte der Wálder nird in mir bis zu mainen Absterben sein".
- Qiue quiere decir -tradujo ella- "Yo, Bertold Brecht, soy de los bosques negros. Mi madre me trajo a la ciudad cuando yo estaba en su cuerpo. Y el frío de los bosques seguirá en mí hasta la muerte".
Aquello era ya demasiado sorprendente para el señor adusto que, totalmente desconcertado, permanecía atónito pero atento.
El joven licenciado hizo una última apuesta. Él mismo estaba sorprendido del caudal que surgía de aquellos "nuevos seres" y dedujo que era el momento de darles la verdadera oportunidad.
- ¿Te gusta el jazz de Duke Ellington?,
La vampiresa (que había dejado de serlo) sonrió y, sin dejar de mirar al rubio platino, respondió.
- Su trompeta era maravillosa...
- ¿Y a tí?. ¿Te gusta el country de Emilou Harris?.
El rubio platino (que había dejado de serlo) sonrió y, sin dejar de mirar a la vampiresa, sin soltar sus manos, respondió.
- Su profundidad es extraordinaria...
- Y es bonita... ¿no es cierto?.
- Muy bonita...
El joven licenciado intuyó que allí ya sobraban dos personas y, haciendo una señal oculta al señor adusto (general de división y padre del rubio palatino) le invitó a levantarse y marcharse con él.
Habíaan transcurrido, exactamente, veinte minutos desde que se sentaron para cenar.
Sólo cuando estuvieron ya tumbados en las dos literas superiores del compartimento habló el general de división.
- ¡Le felicito!. ¡En tan sólo veinte minutos ha logrado usted lo que yo no he conseguido en treinta años!.
- No he sido yo. El esfuerzo lo han realizado ellos. No les reste, usted, ningún mérito.
-  No seas modesto. Si no hubiese sido por ti (el señor adusto ya le tuteaba) ellos no hubiesen sido capaces.
- ¿Quién cree usted que levantó las pirámides de Egipto?. ¿Keops?. ¿Kefrén?. ?Micerinos?. Ninguno de ellos. Las levantaron toda una enorme legión de anónimos esclavos. ¿Y el Empire State Building?. No fue el alcalde de Nueva York, sino una gran cantidad de anónimos obreros de la construcción. ¿Quién levantó el monumento del Valle de los Caídos?. Fueron los anónimos republicanos que tuvieron la desgracia de ser hechos prisioneros. La gloria se la llevaron los faraones de Egipto, el alcalde de Nueva York y el general Franco... porque, al fin y al cabo, fueron los déspotas. Sin embargo, las manos que levantaron todos esos monumentos y todos los monumentos habidos en la Historia del Ser Humano fueron las de los esclavos, las de los humildes, las de los denigrados... ¡Igual que ocurre con esa pareja a la que hoy ha visto usted, por primera vez, ser libres y expresarse con su propia voluntad!. Denigrados por la sociedad en base al mero hecho de que la sociedad es ignorante.
- ¿Quieres que te cuente un secreto?. Ignoro por completo los temas que han estado tratando...
- Yo le voy a contar a usted otro secreto. El servicio militar obligatorio lo estuve realizando al servicio directo de un general de división que era todo un señor y un caballero.
- ¡Gracias por no tenernos odio!.
- En realidad, y a veces muy a pesar mío, el odio no he llegado a conocerlo nunca, jamás. La decepción sí... muchas veces... pero odiar no es un verbo que forme parte de mi naturaleza.
- ¡Pues eres un hombre afortunado!. El odio destruye. El odio que mi hijo y yo nos teníamos nos destruía a ambos por completo.
- Ahora es la ocasión de que usted aporte su esfuerzo para que ello no sea así. Si todo discurre como pienso que va a discurrir, su hijo le va a pedir, inmediatamente, la emancipación total. No se la niegue. Ha encontrado a su pareja femenina. Es necesario que él se redescubra a sí mismo.
- ¿A ti te odia alguien?.
- Lo ignoro pero como soy un ser normal de carne y hueso supongo que a alguien le habré decepcionado...
- ¡Dudo de que tú hayas decepcionado a alguien!.
- No lo sé. Posiblemente sí. No lo puedo saber... pero jamás dañé a nadie por mi propia voluntad.
- ¿Y qué opinas, sinceramente, de mi oficio?.
- Ser soldado no es lo peor que puede pasar... como dijo un personaje de Bertold Brecht.
- ¿En qué obra?.
- En "La Madre Valentía y sus hijos".
- ¡La leeré!. ¿Quieres un cigarrillo?.
- Gracias... pero prefiero seguir con mi pipa.
- ¿Pero si la tienes vacía?.
- No importa. Vacía o llena da lo mismo. En realidad  no he fumado jamás ni pienso hacerlo aunque quienes me vean sigan diciendo que sí. ¿Sabe juna cosa, mi general?. A los tercos y tercas es mejor no hacerles caso. Si ellos y ellas dicen que fumo que lo digan. Dios, la jovencísima morena y yo sabemos la Verdad y la Verdasd es que no fumo.
- Comprendo quién es Dios... pero... ¿quién es la jovencísima morena?.
- Escuche mi general. La estoy de nuevo buscando.
- ¿Y por qué no elije otra que no sea tan difícil de enamorar?.
- Porque le voy a contar algo. Ella me conquistó desde el principio.
- ¿El principio?. No lo entiendo...
- Es que nació dentro de mi corazón a través de un Gran Sueño cristiano. Pero ahora dejemos de charlar. Las cosas en que interviene Dios se convierten en milagros y ante eso nada es imposible.
- Se levantaron de las literas, apagaron la luz, salieron al pasillo, levantaron la ventanilla y comenzaron a fumar mientras se quedaron en silencio.
El joven licenciado presintió que el padre del rubio platino estaba llorando.
- Lea también "Los soldados lloran de noche"... de Ana María Matute y, por si le interesa leerlo, tome este resumen que llevo escrito dentro del bolsillo izquierdo de mi pantalón.
El genral de división leyó en voz alta.
- "Enmarcada a finales de la guerra civil española, esta majestuosa historia gira alrededor de la figura de un misterioso soldado desaparecido, Jeza. Éste se convertirá en el héroe necesario para que Manuel y Marta acepten el final de la inocencia de su niñez, un final abocado a la realidad de un mundo adulto cuyas reglas del juego están marcadas por las fidelidades y las traiciones. La yuxtaposición de pasado, presente y futuro y el profundo tono poético que Matute confiere a la novela la convierte en una hermosa metáfora sobre el compromiso vital. Los soldados lloran de noche, novela histórica y a la vez atemporal, nos revela un mundo complejo e íntimo envuelto en una apasionante y laberíntica trama. Los soldados lloran de noche, escrita en 1963 y ganadora del Premio Fastenrath de la Real Academia Española, es la segunda novela de la trilogía Los mercaderes, iniciada con Primera memoria".
Y un silencio total se apoderó del pasillo hasta que ambos entraropn de nuevo en el compartimento después de que el general de división había apagado su cigarrillo. Ambos se subieron a sus literas y comenzaron a dormir.
- Ahora se estarán besando sin palabras -pensó el joven licenciado antes de cerrar sus ojos.
Efectivamente, el rubio platino (que había dejado de serlo) y la vampiresa (que, finalmente, también había dejado de serlo) ya no  charlaban en baja voz. Ahora se besaban mutuamente sin importarles para nada el mundo ni lo que dijera el mundo.
En el interior del dormido joven licenciado resonaba la voz del anciano poeta extranjero.
- Un momento es toda la vida. Lo que ocurre es que siempre nos faltan veinte minutos para consolidarnos. Ni la bohemia puede conseguir llenar esos veinte minutos. ¡Pîénsalo bien, muchacho... veinte minutos que siempre nos faltan!. Esos veinte minutos podrían cambiar el Universo.
Y se quedó profundamente dormido mientras "El Lucero". a la una de la madrugada exactamente, se ponía en marcha con dirección a la gran capital.
El joven licenciado no pudo verlo, pero en un tren que hacía su entrada en esos momentos en la estación, un hombre mal vestido y con barba rala, acompañado de su mujer y dus dos niños, recogían su corto equipaje para dirigirse a su pequeña y querida aldea; allí donde un padre, ya al borde de la decepción total, estaba alcanzando el grado de la renuncia.
Era el hijo que tanto estaba esperando ver llegar.
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Foto del autor Jos Orero De Julin
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Descripción

Novela de Ficcin y realidades.

Palabras Clave: iteratura Novela Ficcin Realidades Conocimiento Conciencia Cristianismo

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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