Una voz muy sensual le dice al oído, mientras él se disponía a beber el segundo trago de whisky:
 - ¿Puedo sentarme a tu lado?
Al levantar la vista, José vio a Lena, quien ya se estaba acomodando en otra silla. Llevaba un ardiente vestido color púrpura y de pronunciado escote -casi pegado al cuerpo- y unas sandalias plateadas de tacos altos y muy finos que tenían unas delicadas hebillas sujetadas arriba de los tobillos. Su larga cabellera se encontraba recogida por sobre sus pequeñas orejas, formando una especie de "plumerito" que acompañaba sus movimientos.
Lena tenía una manzana verde en una de sus manos y una vez acomodada en la silla, frente a José, se acercó lo más que pudo para mostrarle como mordía aquella fruta ante su asombrada mirada.
- Ahora mordela vos -le ordenó Lena suavemente y le acercó la manzana a su boca.
- No, gracias -replicó José secamente.
- Hacelo o empiezo a gritar -le amenazó ella.
A lo que José le dio un mordisco tan grande que pareció comerme la mano.
En la cantina de preso, todos los comensales seguían con mucha atención cada escena; cada respuesta entre ellos, como si estuvieran mirando una película.
Enseguida Lena se dispuso a conversar en voz baja casi pegada a José, emitiendo con sus ojos las miradas más inquietantes como jamás lo había hecho.
- ¿Por qué es tan difícil hablar con vos, José? -preguntó ella.
- Lena, que es lo que me tienes que decir. ¡Basta de vueltas!
Con esa respuesta de José todos voltearon sus cabezas volviendo a sus conversaciones, disimulando que los estaban escuchando.
La camarera fue hasta la mesa y le preguntó a Lena que iba a pedir.
- Una botella del mejor vino que tenga, por favor -respondió.
- ¿Me permite su documento, señorita? -dijo la camarera.
- ¿Cómo dice? -replicó Lena con enojo.
- Aquí los menores de veintiún años no pueden beber bebidas alcohólicas y...
- No. Está bien -intervino José- tráigala, por favor, es que es mi cumpleaños y estamos festejando un reencuentro.
- Usted responde por la señorita señor, ¿verdad? -volvió a increpar la camarera.
- Si. Haga el favor de traer la botella -dijo Lena.
- Muy bien -dijo la camarera, mientras miraba de reojos a José como si le estuviera diciendo: ¡cerdo!
- Lena. Una vez más. ¿Podés hablar, por favor? Todo esto es muy raro.
- José. Vos mismo acabas de decir que ocurre hoy, y ese es el simple motivo de mi visita. ¿Qué es lo raro? -respondió Lena.
- De modo que...
José, abatido por el asombro y humillado por las presunciones injuriosas, producto de extrañas actitudes por parte de Lena, había olvidado que era su cumpleaños...
"Pero por más que quieras evitarlo, puedo ver en tus ojos una dulce y perversa trampa, pequeña Lena" -pensaba José al tiempo que el dueño de la cantina, junto a la camarera, se acercó a la mesa con una botella helada de champagne; y en una fervorosa exclamación le dijo:
- ¡Feliz cumpleaños señor Unkul! ¡Vengan todos a brindar!
De inmediato, todos saludaron a José como si fueran amigos de toda la vida. Entre agradecimientos y brindis, José continuaba desconfiando de Lena "cual es tu trampa" se repetía una y otra vez en su mente, pues algo no le cerraba.
Simulando una alegría inexistente, no quitaba la mirada de los ojos de Lena, quien también le observaba sonriente, enaltecida y como si supiera que no tendría mejor oportunidad que esa levantó su copa desbordada y dijo en voz alta:
- ¡Un brindis por nuestro hijo que está en camino!
José observó la copa en alto de la mano de Lena y notó que estaba triste, asustada, casi sin burbujear. Como si alguien le hubiera dicho en ese momento a él: "está usted arrestado"; pareció sentir su humanidad hundida en una esperada condena.