ANOCHECER URBANO

Se va la tarde como se va la vida,
entre nubes variopintas,
grandes sombreros de carnaval
camuflando de momento
el oscuro fantasma de la noche.
 
Se va la tarde, y desde mi balcón
miro la ciudad como un infierno
de gente y vehículos que cruzan,
raudos y ciegos contra los semáforos,
hacia otros infiernos más sutiles
que arden vivaces en la intimidad.
 
Lejos, las cordilleras se asemejan
a dorsos de gigantes yacentes
dispuestos para un largo sueño
bajo el manto de la oscuridad,
hasta que el sol, vencido por un tiempo,
regresa con su espada del derrotado abismo.
 
Llega la noche y cae, aplastante
como una plancha de plomo
sobre la tierra exangüe.
Los tubos de neón se despabilan
con su luz difusa sobre los rostros pálidos,
que inician el ejercicio nocturno
de sus concupiscencias.
 
Desde mi balcón vuelvo a mirar el fondo
de ese ritual que se repite siempre
como un salterio eterno.
Retomo el libro y continúo leyendo.