Muerto todos sus Misterios
Publicado en Jan 11, 2011
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La Muerte es el enigma definitivo. Y como gran misterio que es, siempre ha inquietado al hombre y le ha llevado a proponer respuestas a la pregunta de ¿qué hay más allá? Y para contestar a esta pregunta y dar sentido a otras necesidades, se han formulado creencias, filosofías y religiones y, en ellas, siempre se ha tratado con respeto a los muertos, conocedores de la respuesta. Con respeto y con miedo.

Miedo a que el espíritu del difunto no desee abandonar el mundo e intente poseer otro cuerpo. Miedo a que los malos espíritus perturben el descanso del fallecido. Miedo a que regrese de entre los muertos para importunar a los vivos. Dando lugar estas creencias a múltiples costumbres y tradiciones. Cuando alguien fallece lo primero que se hace es cerrarle los ojos.
Con ello se pretende evitar que el difunto escoja al siguiente en morir y se establece una frontera entre lo muerto y lo vivo, de la misma manera que al cubrir el cadáver con una sábana o tela. Velar al muerto significa hacerle compañía desde el momento de la muerte hasta recibir sepultura a la luz de las velas repartidas por la viuda, el viudo o los familiares, evitando así que malos espíritus le importunen.

Siendo otra señal de duelo el vestir alguna prenda de luto. El color del luto es el negro a partir del siglo XI —antes era el blanco— y obedece a la necesidad de los vivos de ocultarse a los muertos. Con la muda del atuendo habitual buscaban un doble fin: desorientar al muerto haciendo irreconocible al vivo —evitando así que el alma del difunto penetrara en el cuerpo de los vivos— y apartar a los dolientes del resto de la sociedad para no contaminarla con la impureza que suponía la muerte.

Algunos pueblos primitivos usan el color blanco embadurnándose el cuerpo con yeso o con cenizas a fin de disfrazarse de espíritus y desorientar a los intrusos del más allá. Una vez amortajado el cadáver recibe sepultura bien envuelto el tela o, si su economía lo permite, en un ataúd.

Ya hacia el cuarto milenio antes de Cristo los sumerios metían a sus difuntos en cestos de juncos movidos por el miedo al regreso y se debe entender este hecho como un antecedente del ataúd. En algunos pueblos del norte de Europa se decapitaba el cadáver y se le amputaban los pies para evitar que persiguiese a los vivos. Y aunque enterrarlo bajo metro y medio de tierra podía ser suficiente, se le encerró en una caja, se le clavó una tapa con un número exagerado de clavos y se cegó la entrada de la tumba con una pesada lápida.
En Roma se enterraba al atardecer y, para despistar al muerto se llegaba al cementerio ya anochecido y se encendían antorchas tanto para alumbrarse como por ser el fuego un elemento parejo a la muerte. De hecho la palabra funeral proviene del latín funus, ‘tea encendida’. Colocar flores en las sepulturas se interpreta como el deseo de proporcionar algo vivo en recuerdo del difunto y la corona de flores tenía también la misión de barrar el paso al espíritu e impedirle volver del mundo de los muertos. Creencia muy arraigada era la que contemplaba que el alma que carecía de tumba erraba por la tierra y podía atormentar a los mortales enviándoles males o atormentándoles con sus apariciones. Y no bastaba con enterrar el cuerpo, se debían observar ritos. La eventualidad de ser indebidamente enterrado atemorizaba a los vivos y se temía más que a la muerte misma.

En la Ilíada, Héctor ruega a su vencedor para que no le prive de sepultura: “Te imploro no entregues mi cuerpo a los perros junto a los barcos griegos; acepta el oro que te ofrecerá mi padre y devuélvele mi cuerpo para que los troyanos me ofrezcan mi parte en los honores.” La posesión por parte de un espíritu maligno o un alma atormentada ha sido un temor ancestral y diversas han sido las artimañas para protegerse de tal eventualidad. Las primeras proceden seguramente del Neolítico y se pueden observar en la actualidad en las tribus más atrasadas del África profunda o del Amazonas.

Consisten en la automutilación y colocación de objetos mágico-religiosos en los orificios del cuerpo por los que podían penetrar los malos espíritus. A ese fin se agujereaban los extremos de las orejas para colgar de ellas talismanes, y también las aletas de la nariz o los labios. Los pendientes pasaron a ser de oro, ya que al fetichismo se le unía el prestigio del metal, y si el pendiente era un aro se interpretaba en el mundo antiguo como sumisión a Dios.

El hombre del Neolítico acostumbraba a pintarse la cara y el cuerpo con significado mágico-religioso, como una forma de disfrazarse y ocultarse a los malos espíritus y a no ser reconocido tras la máscara. Después de ello, el maquillaje estuvo presente en todo el mundo antiguo.
Los reyes se presentaban ante su pueblo maquillados, las mujeres podían aparecer en público desnudas, pero no sin pintarse y en Egipto nadie era enterrado sin útiles cosméticos.
Hombres y mujeres pintaban sus labios de color rojo pálido por imperativo de la moda egipcia y por la supersticiosa creencia de que no es posible la muerte si los labios están rojos. El mismo cuento se le puede aplicar a la pintura de ojos y a los tatuajes con los que algunos aborígenes maoríes adornan su cuerpo. Incluso al gesto de cubrir el bostezo con la mano, ocultando la desmesurada y prolongada abertura de la cavidad bucal.

E incluso el cubrimiento de las partes íntimas obedece no tanto a un sentimiento de pudor como a una maniobra de protección de otros posibles orificios de entrada del cuerpo o contra el mal de ojo sobre tan delicadas partes de la anatomía.
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Foto del autor Oscar Franco
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Descripción

Palabras Clave: muerto

Categoría: Artculos

Subcategoría: Curiosidades


Creditos: Oscar Franco Quintanilla

Derechos de Autor: desconocido

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Comentarios (1)add comment
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Leonardo Franco

me da miedo la muerteeeeee
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January 11, 2011
 

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busy