Me dejaste una calurosa madrugada del mes de agosto. Te fuiste en silencio, dulcemente. Aunque esperada, tu marcha me dejó sumida en una profunda tristeza. Aquella noche maldita, mi alma se partió en dos y mi corazón quedó roto para siempre. Eras tan joven y estabas tan lleno de vida, tuvimos tan poco tiempo para estar juntos... demasiado poco.
Cuando te fuiste de este mundo yo apenas despertaba a él. Me dejaste sola, sin saber como enfrentarme a la vida, sin poder disfrutar lo suficiente de todo lo que me ofrecías: de tu arte para dibujar y pintar, de tu ingenio para escribir cuentos, de la deliciosa manera de "destrozar" nuestras canciones favoritas... de tu presencia que lo llenaba todo allá donde te encontraras.
Recuerdo cuando te llamaba en la oscuridad de la noche, aterrada por mis pesadillas infantiles y tú aparecías junto a mi cama. Tu voz grave sonaba en el vacío nocturno con las palabras adecuadas para calmar mis miedos de chiquilla. Tus manos, cálidas, me acariciaban, tranquilizadoras. Yo me abrazaba a ti y sujetaba con mi manita tu cabeza poblada de suaves rizos negros, hundiendo y deslizando mis deditos en ellos y aspirando su perfume.
Sólo entonces me quedaba tranquila y me acostaba de nuevo, porque sabía que tú permanecerías junto a mí, esperando, hasta que me durmiera.
Te fuiste deprisa, aunque tu marcha estaba anunciada. El monstruo del cáncer devoró de forma cruel y despiadada tu cuerpo joven. Recuerdo tu lucha titánica por sobrevivir y tu valentía que, durante diecinueve meses, consiguió que te revelaras contra una enfermedad tan grave. A lo largo de este tiempo, a pesar del dolor que padeciste, no dejaste ni un momento de compartir conmigo tus experiencias, conocimientos y vivencias.
 
-2-
 
Nunca olvidaré las largas charlas que manteníamos en la habitación del hospital y la avidez con que te escuchaba.
Me enseñaste a ver nuestro planeta y a sus gentes con "los ojos del pintor" y por tanto a amarlo y respetarlo. Aprendí contigo a valorar y gozar de la belleza, el arte, la música, la literatura. Sembraste en mi el anhelo de conocer otras tierras y otras gentes, sus diferencias, sus deseos, sus temores y llegar así a conocerme mejor, aprender a ser mejor persona y sentirme ciudadana del mundo. Grabaste a fuego en mi corazón un amor, sin límites, a mi madre y mi hermano... mi familia. El mismo amor que nos regalaste durante los pocos años que pudimos disfrutar de ti.
Han pasado veinticinco años y desde entonces he viajado a esos países lejanos que me describías, he conocido toda clase de gentes, he visto todo tipo de paisajes y cuando he tenido ante mis ojos la belleza la he identificado y disfrutado por los dos.
Mientras viva "me comeré la vida que tú me has dado".
Te siento vivo, siento tu presencia y te quiero.