Me dirigí al desierto, donde el sol calcina más que en ningún otro sitio. Fui a buscar al dragón que rumoraban vivía allí, pues hacía mucho tiempo que pasaba encima de mi casa y causaba terribles terremotos.  Vi el inmenso arenal de aquel sitio, donde se arrastran criaturas solitarias. Sólo criaturas que albergasen llamas en su interior podrían soportar las altas temperaturas de aquel lugar. Nadie parecía frecuentarse y hacían todo lo posible por no manifestar su existencia. Aquel silencio sepulcral sólo se interrumpía de vez en cuando con el revuelo que el viento producía sobre la arena.
Me senté a esperar el dragón hasta muy entrada la noche. Pero no había rastro de él. Las estrellas parecían más cerca de mí que en cualquier otra parte del mundo.
Volví a casa, con una firme convicción. El dragón pasaba con el propósito de que lo fuese a buscar al desierto. Aquella silenciosa jaula de arena era la única manera de deshacerme de él.