El Ciclo de las Almas 03/08
Publicado en Jun 30, 2010
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03/08
 
            Un silencio incomodo tan espeso como para invadir toda la habitación se había colado desde algún lugar incierto y diseminado en todo el lugar. Me quedé perplejo un instante y luego sonriendo con desgano respondí:
 
            ―Me temo que estamos hablando un idioma diferente Don Ángelo ―me removí incomodo en mi silla y traté de mantener una expresión neutra. El Galeno se reclinó en su asiento y me miró con su sonrisa podrida como quien está orgulloso de alguna creación suya.
 
            ―Una frase muy propia Miguel. Impensable hace algún tiempo para ti ¿No es cierto? ―inquirió aunque sin esperar respuesta―. Claro que sí ―se dijo―. No es a mí a quién debes la vida Miguel, pero si lo que eres ahora y lo que has logrado, mejor dicho, lo que lograrás.
 
            ―Claro que le debo la vida Don Ángelo y me temo que también lo que soy ahora.
           
            ― ¿Y qué eres ahora, Miguel? ¿Lo sabes? ―preguntó. Tenía los codos apoyados en su silla y los dedos entrelazados. Las piernas cruzadas en una posición aliviada. Un anillo de oro con una gema roja de grandes proporciones y que debía costar una fortuna brillaba desde su anular derecho.
           
            La pregunta me había sorprendido, sin embargo respondí al instante:
           
            ― Un hombre educado, Don Ángelo. Ambicioso y lleno de ideas. Creo que puedo lograr cualquier cosa que me proponga con esos tres ingredientes.
           
            ―Y no te equivocas. La capacidad de tener ideas, es innata a lo igual que la ambición. En estos meses, solo te he dado las herramientas para explotar tus habilidades, pero ahora eres mucho más que eso Miguel ―me dijo. Don Ángelo me había sacado de la ignorancia desde que lo conocí.
 
La vez que había asistido a su consulta, hacía ya nueve meses para llevarle a mi padre moribundo. El Galeno había hecho lo que sus ciencias le decían, desafortunadamente, mi padre había muerto un mes más tarde. Había empezado a enfermarse hacía varios años antes. Supe que era a causa de su corazón, mi viejo había luchado cada segundo de vida hasta su muerte, pero su corazón ya no resistió más y dejó de moverse. Primero sus piernas se hinchaban y le hacían difícil caminar al final del día cuando regresaba a casa del trabajo, una carpintería en donde había trabajado las últimas dos décadas y media. Al llegar, se sentaba y quitaba sus botas, me mostraba una amplia sonrisa y bromeaba sobre aquello. Decía que tenía pies de elefante. Nunca se quejaba. Yo notaba que cuando se agitaba demasiado, le costaba respirar y advertía que en las noches se levantaba tosiendo apretándose el pecho para recuperar el aliento. Cuando su muerte estaba cerca, no podía acostarse sin que le faltara el aire, su estomago estaba hinchado, su cara y también sus brazos como sus piernas. No comía demasiado, ni siquiera iba al baño. Él sabía que moriría, sin embargo, no tenía miedo y me decía que siguiera adelante, que no me rindiera jamás y que aunque la vida no me favoreciera demasiado, yo podía lograr cualquier cosas según él porque: Las pruebas se hacen más difíciles, según Dios tenga fe en que podrás superarlas, jamás imposibles. Dios sabe que eres fuerte, me decía. La noche en que murió, Don Ángelo había visitado nuestro pequeño cuarto en la Avenida Carabobo. Lo había visto morir junto a mí. Él mismo había costeado el funeral y había hecho construir una hermosa tumba en el cementerio del pueblo para mi padre, y desde entonces, había comenzado su tarea de ayudarme a lograr algo de mí vida. Más tarde, era yo quien estaba enfermo y él me había ayudado como no pudo con mi padre. En menos de un año, sin tener nada, le debía todo a aquel hombre.
 
            ―Lo que quise decir, Don Ángelo, es que no entiendo de qué me estás hablando.
           
            ―He dicho que no me debes la vida, Miguel. Se la debes a alguien que morirá ésta noche. No a mí. Yo no puedo hacer nada más que ofrecerte una elección ―dijo el Galeno.
 
            ―Pero estoy vivo gracias a usted Don Ángelo.
 
            ―Éstas vivo porque no puedes morir joven Miguel.
 
Un trueno estalló afuera. Las luces de la biblioteca comenzaron a centellear y luego, como en una especie de pesadilla, todo quedó sumido en una espesa oscuridad. Los estantes, los libros, la pintura e incluso la alfombra bajo mis pies desaparecieron tras un velo negro. Como era habitual, las tormentas dejaban al pueblo sin luz y esa noche no fue la excepción. Una luz amarilla surgió iluminando los negros ojos del Galeno, éste sostenía un puro, lo encendió y acto seguido encendió una vela que estaba en el escritorio pero que yo no había notado antes. Apagó el fosforo y lo puso en el cenicero. Luego, con la gracia que lo caracterizaba, Don Ángelo tomó su puro entre los dedos, lo aspiró y lanzó una bocanada de humo al aire.
 
―Me gusta fumar en la oscuridad ―dijo. Desde las ventanas entraban fogonazos azulados por los relámpagos. La tormenta parecía no tener la más mínima intención de mermar. La puerta de la biblioteca se abrió y entró Elías con una vela en las manos. Como deslizándose en la oscuridad, el mayordomo fue a varios rincones de la habitación, donde había candeleros con tres velas cada uno y las encendió poco a poco. En un instante, gran parte de la biblioteca estaba iluminada por la trémula luz de las velas. Elías también se encargó de cerrar las cortinas, luego se paró detrás de mí y dijo:
 
―La cena está servida Don Ángelo.
 
―Entonces vamos, no queremos que se enfríe―respondió el con prisa. Apagó su tabaco en el cenicero y lo dejó allí, humeante. 
 
Caminamos detrás de Elías por entre los corredores iluminados con velas de Villa Luzbel hasta el gran comedor de la mansión. Era un salón amplio con una gran mesa central, muy larga, en la que cómodamente podría sentarse don Ángelo y toda su servidumbre. La sala estaba iluminada por más de una docena de candelabros dispuestos alrededor y sobre la mesa. Las llamas crepitantes de una gran chimenea a las espaldas de aquel hombre le conferían a su aspecto el de una sombra. A la luz de las velas, todos los objetos se reflejaban hacían formas que se trepaban por las paredes de la toscamente iluminada sala. Don Ángelo se sentó en la silla del fondo y me indicó que me sentara en el extremo contrario. Al sentarme me di cuenta de que no había siquiera un plato encima, ni cubiertos o servilletas, nada. Solo los candelabros y una exagerada bandeja al centro, que bien podía contener un cerdo asado entero cubierto con un velo blanco. La bandeja, estaba fuera del alcance del Galeno y también del mío. No sabía de qué se trataba. Estaba confundido. A Don Ángelo se le iluminaba el rostro de amarillo por las velas. Sostenía una copa de rojo vino en el aire, al fondo, las llamas avivando el tono tinto de la copa. Entonces habló luego de sorber un poco de vino:
 
―Miguel, con el tiempo, te darás cuenta de que las palabras pueden ser nuestro verdugo o nuestra salvación.
 
―Don Ángelo… todo esto es un poco extraño…
 
―Es más que eso Miguel. Eres demasiado inocente o demasiado tonto ―su tono era severo. Como nunca lo había oído antes.
 
― ¿Qué quiere decir con que no puedo morir? ―retomé. Me había quedado con la duda y no iba a permitirle al Galeno que me enredara de nuevo en su retórica misteriosa.
 
―No morirás Miguel, nunca morirás si haces lo que debes hacer, pero será tu elección.
 
― ¿Y qué debo hacer?
 
― ¿Te has preguntado cómo fue que te salve la vida, Miguel? ¿Cómo te salvé de la muerte? Algo estaba creciendo en tu cabeza, algo maligno… nadie sobrevive a eso Miguel, no en este tiempo… Tú… debiste morir ―habló el Galeno.
 
―Usted me salvó. Inventó algo para deshacer mi enfermedad. Un elixir.
 
― ¡¿Un elixir?! ―preguntó el Galeno en forma retorica―. ¡Ja! ―hizo una pausa―. Te dije que te había dado algo de beber, Miguel. Nunca dije que fuera un elixir ―dijo. En la última frase, su voz calma y susurrante de nuevo.
 
― ¿Entonces que era? ―pregunté.
 
―Ya lo sabrás Miguel.
 
Un relámpago iluminó las blancas cortinas del comedor. La llama de las velas se movió con una corriente de aire que había entrado por un lugar que yo no precisaba.
 
― ¿Cómo es que me mantiene vivo? ¿Cómo pudo…?
 
―Me temo que no entiendes, muchacho. Seré más claro contigo. Tú no puedes morir, porque de alguna forma, ya estás muerto ―confesó. Su sonrisa indeleble adornándole el rostro.
 
―Creo que ya es tiempo de detener esta broma Don Ángelo ―me puse de pie―. No es divertido…
 
―Nadie dijo que lo fuera, Miguel. Siéntate por favor ―su tono era severo de nuevo. Me senté―. Todo lo que te digo es cierto. Estás vivo porque has bebido de mi elixir ―agregó burla a la frase―. ¿Recuerdas nuestra plática la noche en la que estabas muriendo, Miguel? ¿Recuerdas lo que me dijiste sobre salvar tu vida?
 
Recordé la noche en la que la fiebre no cesaba. Mi cuerpo temblaba como sacudido por un frío imperceptible para el resto. Me dolía la cabeza y casi no podía ver. Sentía que el mundo daba vueltas y que la muerte estaba cerca. Sudaba a pesar del frío y estaba tan blanco como un cadáver, casi no podía moverme y mi voz era quebradiza y gutural. Era como un muerto viviente. Entonces mis palabras me resonaron en la cabeza:
 
―Quiero que haga todo lo que está en sus manos para salvarme, Don Ángelo. Lo que sea, y le juro por Dios que haré cualquier cosa a cambio. ¡No quiero morir! ¡Tengo miedo! ¡No me deje morir Don Ángelo!
 
El me había contestado con una pregunta:
 
― ¿Puedo pedirte lo que yo quiera si salvo tu vida? ¿Cualquier cosa?
 
― ¡Lo que sea Don Ángelo! ¡Sálveme! ¡No quiero morir!
 
Él se había acercado a mí antes de que yo cerrara los ojos creyendo que me abrazaba la muerte. Estaba tan cerca que pude sentir su aliento en mi cara y luego desperté. Habían pasado dos días. Don Ángelo me ofreció una pequeña infusión en un tubo, me pidió que la tomara con los ojos cerrados, yo estaba cansado, me dolía el cuello y sentía el pecho y la cabeza como si me fueran a explotar, el sabor me era familiar y desagradable con un gusto a hierro y vino rancio. Lo bebí hasta el fondo. Don Ángelo estaba contento de que,  por primera vez, bebiera la infusión por mi cuenta. Los días siguientes me sentí mucho mejor. Incluso más enérgico que antes, Don Ángelo me había dicho que me mantuviera dentro de la casa y que no saliera durante el día porque mi cuerpo estaba aún bajo el efecto de su medicamento, y que si me exponía al sol, podría sufrir una reacción alérgica. Le hice caso. No salí ni siquiera durante la noche por tres días y la primera vez que salía luego de ese tiempo, era aquella en la que me había citado en la plaza.
 
―Ya veo que lo recuerdas ―dijo el Galeno y sentí su mano sobre mi hombro. Me sobresalté. No lo había visto venir y menos pararse detrás de mí.
 
―Así es Don Ángelo. Y lo sostengo, haré lo que usted me pida.
 
―No quiero que hagas nada. Quiero que me des algo, Miguel.
 
―Dudo mucho que un hombre como usted quiera algo de un hombre como yo, Don Ángelo.
 
―Miguel ―me dijo. Yo me puse de pie y lo miré. El me sostenía por los hombros cual un padre que aconseja a su hijo―. Hay algo más que debes saber.
 
― ¿Aparte de que ya estoy muerto? ―bromeé. El humor negro era algo que Don Ángelo solía usar mucho.
 
El sonrió mostrándome su dentadura perfecta y luego dijo:
 
―Ángelo no es mi verdadero nombre.
 
Hubo un silencio en el que solo se escuchaba el chasquear del fuego y el furor de la tormenta, yo sabía que aquello no era ni la mitad de lo que El Galeno quería decirme esa noche.
 
 
 
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Descripción

Una novela corta llena de suspenso, misterio y narración descriptiva que cuenta la dramática historia de Miguel y los eventos que lo llevaron a su extraña muerte...

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Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Terror & Misterio


Creditos: Francisco Pérez

Derechos de Autor: Francisco Pérez


Comentarios (6)add comment
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Francisco Perez

Wuao! Veo q vas devorando cada capítulo con mucha atención además! Q bueno es ver que lo que haces, le agrada a los lectores! Gracias por tu comentario mi amor, me das muchos ánimos para seguir escribiendo! UN ABRAZO Y UN BESO PARA TI!
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July 03, 2010
 

Angelica

Esta historia se vuelve cada vez mas interesante... Me gusta mucho tu estilo...! Quiero saber que pasará entre estos dos personajes que has sabido crear tan bien! Aunque las historias de suspenso, al parecer, no son tu única area... He pasado por tus otros escritos y me sorprende lo Versátil que puedes ser y cómo en todas lo haces excelente! Desde humor y cuentos "infantiles", hasta poemas que de verdad me dejan con ganas de mas! Te felicito, tienes mucho talento...
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July 03, 2010
 

Francisco Perez

Muchas gracias por sus valiosos juicios sobre este pequeño trabajo, es un orgullo y de gran motivación saber que te leen con atención y sobre todo con agrado... Haberle recordado (señor Roberto), a Wilde, James y al DRACULA DE STOKER con su infortunado joven Harker, ES UN GRAN HONOR... Aprecio sus buenas apreciaciones y con agrado igual sus consejos críticos.. Muchas GRACIAS por la lectura, pronto un poco más de ésta historia...

Pdta: No soy médico, estudio para serlo, María. UN ABRAZO!!
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July 02, 2010
 

Francisco Perez

APRECIO sus opiniones*
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July 03, 2010

Roberto Langella de Reyes Pea

Bueno, el discurso va ganando en agilidad, sin perder por ello la calidad ni el equilibrio. Va ganando también en expectativa, y (casi) me desdigo de mis dudas presentadas en comentarios anteriores. Por lo menos, las mantendré en reserva. Depende de cómo termine esta historia, que mis dudas cristalicen o e deshagan en sí mismas. Por de pronto, sabés mantener muy bien la atención sobre un tema que, como dije, aparentemente puede estar trillado; quizás sea una muy buena recreación de un clásico; quizás sea que hayas sabido dar las oportunas vueltas de tuerca necesarias a tiempo, o quizás sea que este escrito sea lo suficientemente engañoso respecto de su verdadero tema. Todas las posibiidades son válidas yestoy disfrutando esta lectura enormente.
Por momentos, tu relato me remite a grandes clásicos, Henry James, Oscar Wilde, y hasta al Drácula de Stoker.
Un valor enorme que tiene este relato tuyo, es la solidez, seriedad y madurez en la psicología de tus personajes. No hay una sola línea que esté de más, y eso es mucho decir.
Como sea que resulte esta historia, en su final (ya te daré mi opinión definitiva), desde ya te digo que la estoy disfrutando enormemente; que con mis "miedos" antes mencionados, aún, me da muchísimas ganas de seguir leyéndola, de saber más. Hasta ahora el proceso va in-crescendo, con muchas ganas de volverse excelente. Se nota las horas de trabajo que le has puesto a tu escritura, y también lo que lo has disfrutado. Muy prometedor, con lo poco que he leído. Seguiremos. Un abrazo.
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July 01, 2010
 

María de la Paz Reyes de Langella

Este capítulo, más dinámico, es excelente. Me gusta mucho la atmósfera que logras recrear alrededor de este personaje tan complicado, de tan trillado que es. Le confieres un toque muy especial con esa mezcla de sarcasmo y elegancia. Te regalo las estrellas y sé que me vas a sorprender gratamente con el desarrollo de los acontecimientos y un inesperado final. Besos para ti. Una pregunta: ¿eres médico, cierto?
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July 01, 2010
 

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