Vierte el otoño lágrimas de cobre sobre la verde piel de musgos y líquenes de terciopelo que viste tus huesos de roca entre el que discurre, como en una sangrante herida abierta, un torrente de oníricas aguas que manan del interior de la espesura. Nacidas las aguas rápidas de lluvias pasadas que alimentaron tu alma serena. Bosque, que rehuyes de ojos increpadores, de miradas quebrantadoras que vienen a perturbar la íntima quietud que late en tu adentro, rota tan sólo por el melancólico canto de un ruiseñor que permanece oculto en tus entrañas, confundido en la frondosidad de tu follaje. Cegado el ojo inquisidor, deslumbrada la mirada escrutadora incitada por la curiosidad despertada por el armonioso gorjeo que perdura camuflado en el dorado de los árboles.Llora el otoño la reciente despedida del estío, su muerte aún fresca, añorando el sosiego que aún no ha sucumbido a recuerdos relegados.