Desastre aéreo 7
Publicado en Feb 02, 2010
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7
 
Y Atendí.
-Vale, mi amor... ¿ya estás en el estudio?
-si, estoy en el estudio.
-¿sabés que recién hablé con Steffi a "su" celular?
-¿ah sí? ¿A "su" celular? ¿Tiene uno?... mejor. Así la tenés comunicada.
-si, bueno... viste que yo no quería saber nada.... Pero... -contesté hipócritamente- lo mismo  pensé.
Paula tomó la notebook que reposaba sobre mis muslos; sólo la movió lo suficiente como para mirar la pantalla y poder tipear algo. Vi piernas, desnudas e interminables como autopistas, cruzarse. Se acercó tanto que sentí su calor juvenil y la cordial fragancia del perfume: Chance de Chanel. Con un roce bien estudiado me apoyó la cabeza en el hueco de la axila del mismo brazo cuya mano tenía el celular, y se puso a escribir algo.
-¿sigue con retraso tu vuelo?- preguntó Valentina con un talante con el que decía que seguía enojada conmigo.
-si, todavía no se sabe por cuánto tiempo... quiero viajar de una vez.
-me imagino ¿y que estás haciendo?
-nada... acá con el Autocad, aburriéndome.
-pero la rubia parece divertirse ¿Quién es, Seba?
-¿eh?
-la rubia que te está abrazando.
Entonces la vi.
Valentina estaba parada del otro lado del vidrio, junto al mismo ficus que disimilaba una esquina.
Me armé de hipocresía como primer e inmediata defensa, la saludé con la mano libre y contesté, fresco:
-y te compraste el cepillo, nomás.
-no te hagas el estúpido. ¿Quién es?
-¿Quién? ¿Paulita?
La aludida abandonó su pose de auscultar corbatas y volvió a poner la laptop en su lugar. Todo aquello, seguramente, fue peor.
-ah, Paulita. ¿Y quién es Paulita?
-una amiga...
Paula me miró; aunque arrugara el entrecejo, se percibía algo de disfrute a través de aquellos rayos en su mirada.
-se parece más una amiga de Steffi... no sabía que te hacías amigas tan jóvenes y tan lindas esperando abordar aviones. -dijo con su tono cínico, inédito para mí.
-es una amiga de hace mucho tiempo.
-¡ja! ¿Desde que ella tenía cuatro años? qué poco te conozco, Sebastián.
Entonces dije, estúpidamente, lo imperdonable:
-Valentina: no es lo que parece.
Que detonó en Valentina un ataque de nervios.
-¡qué basura! ¡Dios mío! ¡Sos una basura!
-¡calmate Valentina! Vos me conocés muy bien, mi amor, y sabés toda mi vida...
-¡no! ¡No me digas "mi amor"! ¡Yo no te conozco! ¡No te conozco nada! ¡Y qué hace todavía al lado tuyo! ¡Que se vaya de ahí!
No sé si acaso los gritos de Valentina se oían a través del vidrio, o por mi celular, o si por simple y pura intuición Paula se levantó del asiento, dejó sus cosas y se dirigió al bar a pedirse una Coca cola Light.
El guardia se acercó y dijo algo pero Valentina, con un certero manotazo, le hizo volar la gorra que fue a aterrizar en la maceta del ficus. Entonces comenzó una discusión del otro lado del vidrio, discusión en la que, a pesar de ir ganando en retórica y decibeles, Valentina terminó por sacar un aerosol de la cartera y rociar el rostro del pequeño y calvo empleado de seguridad, quien cayó de rodillas a frotarse los ojos. Los que esperaban de mi lado del vidrio, en zona de embarque, empezaron a inquietarse. Aunque algunos se rieron del suceso, la mayoría se preguntaba qué cuernos pasaba; dos viejas pulcras, muy probablemente turistas con destino a Cataratas, pronto se acercaron al detector de metales para averiguarlo.
Estaba abochornado y sentía que yo tampoco conocía lo suficiente a Valentina; jamás creí que iba a verla en semejante despliegue de violencia. También pensé que a pesar de los diez años de relación, y de los ocho que llevábamos de casados, tampoco conocía tanto a Alejandra, y que quizás, recién con la separación, apenas la estaba conociendo.
 Cuando llegué al detector de metales, una de las viejas decía:
-que barbaridad ¡que loca está la gente!
La otra le contestaba:
-es increíble, es por los comunistas que hay en el Gobierno.
-cuánta razón tiene usted, señora. -agregó un viejo que se había sumado a la inútil vigilancia de nada. -cuando vuelva el Ejército, la juventud va a aprender lo que es la disciplina... ¡háyase visto un uniformado golpeado por una mujer! ¡En mi época la fusilaban ahí nomás, en el acto!
-disculpe, señorita. -le pregunté a la chica del birrete de la Fuerza Aérea, exagerando el tono respetuoso que suele satisfacer a los militares: -¿Me puede dejar salir un segundo? Ella -apunté a la zona del ficus- es mi mujer.
-no, no puede, señor. Si sale pierde el importe del pasaje: su vuelo está por abordar. -contestó uniformada y oteando a un imaginario horizonte.
-¿su mujer? ¿Usted no era el que estaba con aquella rubia despampanante? -dijo una de las viejas.
-picaflor. -agregó el fascista.
-¡que barbaridad! ¡Ya no se respeta nada!... es por los comunistas del Gobierno. -dijo la otra
-usted es un baboso. ¡Con razón la pobre chica reaccionó así! -me dijo la primer vieja.
-no sea metida, señora.- contesté sin demostrar el mínimo interés a aquella discusión. Aún menos me importaba perder el importe del pasaje.
-¡no le hable así a una señora! Si yo fuera mas joven, le partía la cara aquí mismo.- dijo el viejo con la justa indignación del autoritario.
-señorita, por favor -insistí- déjeme salir un segundo... de todas formas tengo mis cosas aquí dentro.
-señor: usted no puede salir. Su vuelo está por abordar. Si sale pierde el importe del pasaje.- Me contestó esta vez mirándome fijo y seriamente, como para dejar en claro que esa era la única respuesta que iría a obtener de ella.
-ahora quiere salir a buscarla a la pobre, el muy necio ¡Traidor! -dijo una vieja.
-¡infiel! -croó la otra.
-¡cállense las dos, chusmas!- grité con la paciencia agotada.
-¡ahora si! ¡En guardia, señor, que va a pelear!- el viejo fascista se puso en una pose de box tan anticuada que hasta me causó gracia; Cassius Clay no habría nacido cuando todavía se combatía así.
 Sólo atiné a sonreír.
Pero pronto, el impacto de un puño en jab, directo y por certero, me hizo lagrimear.
 -¡vamos! ¡Pelee como un hombre!
 Me tomé la nariz que ya sangraba.
Lejos, se escucharon sirenas.
 
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