Y escupes de forma explícita
todos aquellos llantos que soltaste a borbotones;
la simpleza irresistible de tu boca triste
por la partida de un corazón errante e insincero,
y abandonas la existencia
de un ser impuro e incierto
dejas el sopor de la niebla
y te abres al mundo entero.

Pausas en tu boca un beso,
que dejó libre el firmamento
de lluvia gris, de nubes claras,
a la esperanza de descubrir un rayo de luz perlado,
que les de fuego de perpetuos suspiros,
para dejar de cenizas
un mensaje póstumo,
de verdad y ardor,
el favor de un astro que desapareció
de las tinieblas de un rostro austero,
que no pudo ver realmente
el corazón puro de un amante de verdad,
con el pensamiento a flor de piel
llevando consigo cada una de las oscuridades
de aquel rostro cansado
que se tiñó de verdad y dulzura,
de lágrimas liberadoras,
amor de fieles y caídos,
nada con sentido absoluto,
sólo la calle de una niña inocente,
aquella que abrazó por primera vez a su muchacho,
aquel que le dio piedad y alegria,
que se compadeció de su joven corazón entristecido,
y acunó con la certeza de un amor no visto
de una felicidad que acalla
hasta el dolor más profundo,
ese que ahondaba en el desenfreno y la injusticia
de un prejuicio implacable.

Uno el trino de la última vez
que se escuchó la canción que revelaba
el romance de aquellos dos amigos;
una vez, que esos dos sintieran
la silenciosa vertiente de sus labios,
esos, que creían ciegamente
en el encuentro de un mundo sin reglas
donde disfrutar el paraíso infinito,
el insondable pais de nunca jamás.