Un cuento de Navidad III
Publicado en Dec 28, 2009
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Capítulo III
        Conforme nos alejamos de la estación de Villareina el paisaje va adquiriendo tonalidades distintas, la campiña se adivina, bajo el manto de nieve, más agreste y monótona. En Gilburgo habré de tomar un charrete que me lleve a la comarca de Beauboi donde se dicen han visto por última vez al Espíritu de la Navidad deambular por las calles de alguna de las aldeas del condado, y por supuesto el susodicho charrete debería estar esperándome en la estación por orden de Don Manuel.
         En la estación de Gilburgo encuentro un espectáculo que apenas difiere del presenciado en la de Villareina. Las lágrimas no son de despedida sino de encuentro, los adioses se han tornado en bienvenidas, las tritezas en alegrías. Los maleteros comienzas su coreografía de valijas, baúles y maletas que bajan de los vagones. Un hombre de aspecto ceñudo, vestido como lo hacen los campesinos, de gesto brusco rayano a la grosería, tras escrutar el horizonte de cabezas se me acerca pletórico de certeza:
         - Si es usted Sebastián, sigáme – mientras emprende una marcha apresurada hacia la salida de la estación sin ayudarme con el equipaje.
         - No corra usted tanto – acerté a decir con la respiración entrecortada por el esfuerzo.
         - Tenemos que darnos prisa. No me gustaría que nos anocheciera en el camino. No sabemos que podría suceder.
         - ¿Qué cosa podría suceder?
         -  Mejor no se lo digo – concluyó categórico – Me han pagado para llevarlo a Beauboi y no para contarles las historias y leyendas de nuestra tierra. A la gente les gusta exagerar las cosas y por ello hay tanta gente atemorizada por esos cuentos.
 
         Sólo me falta una actitud enigmática para empeorar las cosas. Apenas podía arrastrar la maleta, en la que Doña Clara debió meter todas mis pertenecias al juzgar por el peso, y ahora ese campesino hosco, arisco y seco me viene con fábulas de un territorio al que no tengo apetencia alguna de pisar. Sin embargo, ahí me tenéis, persiguiendo a duras penas a un hombre enfrascado en un grueso gabán, gorra encasquetada hasta las gruesas cejas y bufanda envolviendole el cuello que me arranca con violencia la maleta para subirla a un carro tirado por un caballo enclenque y viejo, de mirada cansada y triste como todo lo que me rodea.
         La nieve ha perdido toda su blancura, ahora es un amasijo de barro y hielo que hace intransitables las calles y los caminos. El frío es intenso, penetrante, cala hasta los huesos y la lona, basta y desgarrada, que cubre parcialmente el charrete es insuficiente para contrarrestar los rigores de las inclemencias del invierno.
         El camino enlodado transita entre riscos helados que confieren un aspecto aciago al paisaje. La noche va envolviéndonos lenta, inexorable en una tenue penumbra que va sumiendo el paraje en un tenebroso silencio sólo roto por el sonido de los cascabeles del caballo, que bufa exhalando bocanadas de vaho a la gélida brisa que sopla, y el restallido del látigo del cochero espoleando el paso cansino del animal. Al campesino se le nota nervioso, inquieto. Una sombra de inquietud se ha apoderado de su semblante.
-      Está anocheciendo demasiado aprisa – musita en tono alarmante.
Al fin, atisbamos las tímidas luces de una aldea en el horizonte.
-         Beauboi – dice mi guía algo más relajado.
          Hasta el caballo parece aminorar la marcha ante el avistamiento de la aldea. A la entrada del poblado,  un desvencijado palacete, rodeado de un abandonado jardín circundado por un muro enrejado, de aspecto siniestro y lúgubre alza sus dos plantas como una desincronizada armonía arquitectónica con el resto de las construcciones, pobres y simples de la aldea. Sólo la exigua lúz que despide una de los ventanales evidencia que el palacete está habitado.
-               Es la casa de los Conde de Beauvoi – informa lacónico el cochero –  Acaban de ser padres de dos varones gemelos y eso nos va a traer serios problemas.
-               ¿Problemas? – pregunto extrañado, pero no recibo respuesta alguna.
 
El charrete detiene su marcha ante un local del que emana el sonido entremezclado de voces y música. Un haz de luz brota de las rendijas de la puerta y de las persianas que permanecen cerradas como queriendo alejar extraños maleficios. Es la posada de El Viejo Gastón, el lugar donde habré de pasar la noche. Abro la puerta y entonces, el ruido se acalla. Me convierto en el repentino e involuntario epicentro de de todas las miradas, de todas las atenciones.
 
 
 
         Continuará…
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Foto del autor Rafael Criado Garca
Textos Publicados: 35
Miembro desde: Dec 17, 2009
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Descripción

Palabras Clave: cuento navidad

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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