Hoy vi en el rostro de mucha gente la ilusión perdida de los tiempos actuales. Y dentro de la gama de sensaciones, las cuales incluyen el mas alto desagrado y la compasión de la mañana, vi desde lejos caminar entre las columnas humanas de los andenes del metro a una mujer que me contagio el estado de total vulnerabilidad. Quizás la quietud de mi mirada no la perturbaron, pero sin dudas la de ella frente a su reflejo si y a esto podemos agregar un surtido de miradas llenas de pena, sorpresa e incomodidad, una combinación letal dentro de una sociedad tolerante y comprensiva, se supone. Supongamos que somos capaces de identificar estas miradas e incluso hacernos parte de ella, no obstante ¿Nos acostumbramos a ellas? ¿Las hicimos parte de nuestra rutina?
 Más de un personaje santiaguino se volteo a mirar y la atmosfera se hiso frágil en cuestión de segundos, tal como si mas allá de la integridad un mundo incierto se desenvolviera sin decirme como. Una mujer menuda, casi al borde de la anorexia diría yo, ojos oscuros, ojeras oscuras, pómulos prominentes y extremidades largas y delgadas. No era exactamente un prototipo de belleza y de salud, pero aun así llamo la atención.
No tarde en comparar el asunto con un  pequeño can vagabundo al cual se le observa, se le compadece y por ultimo, se ignora.  Me perturba pensar que somos capaces de albergar un sentimiento compasivo y luego darle un final casi feliz para mantenernos con salud mental el resto del día. La comparación no es la mas apropiada pero si la mas ilustrativa, por que entre mas cruel, mas comprendemos. Esto sucedió en no mas de un minuto y me dejo pensando mas de media hora y  mientras analizaba a la gente que estaba a mi alrededor, no pude evitar repetir en mi cabeza la típica frase : “ Me muero si me pasa ”, pero en verdad esa frase tan cliché y común en verdad, no es tan verdad; por que a pesar de siempre estar pensando que nos moriríamos si nos llegase a ocurrir, al igual que el otro personaje, seguiríamos nuestras vidas acostumbrándonos a las miradas prejuiciosas, a los espejos y ventanales que nos abren los ojos a diario, hasta a lo mas importante y peligroso; nosotros mismos. Los que somos capaces de sentir compasión de otros sin saber lo que es y lo sentimos solo por que se ve como aquel perro de la calle. ¿De donde y hasta donde somos capaces de dejar que nuestra mirada se interne en la vida de otros sin que estos nos llamen? Hay que aprender a vivir dentro de un mundo al cual no siempre le somos los mas especiales pero si los mas representativos, como un segmento de la sociedad que mira alrededor viendo todos los días que las personas son cada vez mas vulnerables a sus propias miradas y que de eso depende muchas veces el curso de sus vidas, con miradas aprobatorias o reprobatorias, dejamos entre ver que de vez en cuando dejamos de ser una sociedad individualista para convertirnos en una sociedad que moldea con o sin permiso previo, pero que al fin y al cabo nos hace darnos cuenta que todo lo que ocurre en los estratos de la vida es producto, inevitablemente, de cómo miramos el mundo.