LA TRAVESÍA
Publicado en May 23, 2023
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LA TRAVESÍA
 
 
 
 
 
 
 
 

 
 
 
 
                        A ti, que también me destrozaste la vida, pero gracias a eso aún respiro…
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
                           La vida es un viaje y quien viaja vive dos veces (Omar Khayyam)
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
LA TRAVESÍA
 
   ¿Han visto llover en París?. Yo sí, cada invierno, cuando el cielo se pintaba de negro y las calles se arropaban con un manto parecido al gris terciopelo. Creía que era tan afortunada por vivir en la capital de Francia, quizás mi sangre era española, pero había nacido en la ciudad del amor, y me sentía dichosa por ello. Había conseguido un trabajo de dependienta en unas de las mejores boutiques de París, en George Rech, en la Avenida de los Campos Elíseos. Mi madre hubiese querido que estudiase Derecho, porque decía que tenía inteligencia para eso y para mucho más, pero a mí me gustaba la moda, atender a las clientas, e incluso entablar amistad con las más fieles. No me atraía la idea de estar siempre envuelta en problemas desagradables, era una soñadora y en mi sencillo trabajo me sentía como una modelo admirada, aunque solo desfilase en unos pocos metros y sin alfombra roja (estaba contenta y tranquila). Cuando decidí empezar a trabajar, al terminar bachillerato, mi padre me dio un único consejo:” no hace falta que triunfes en tu carrera profesional, con que te guste hacer bien el oficio que elijas, te sentirás satisfecha al final de la vida”, pero se le olvidó advertirme de algo muy importante, que me hubiese ayudado a no tomar erróneas decisiones :”todo el mundo es capaz de matar, y quien quiere hacerlo, no piensa en las consecuencias, solo en el triunfo de conseguir su deseo”. Si hubiera conocido la oscuridad que existen en las personas, hubiera elegido un camino menos siniestro, hubiese perdonado, me hubiera aferrado a mi bonito presente, sin pensar en cuentos de hadas, donde siempre habían malvados, que te quieren cortar como mínimo las alas…
 
 
PARIS
Todo cambió una mañana, después de que Oliver me dejara en la puerta de mi trabajo. Era Semana Santa en España, un jueves creo, pero en París se  trabajaba. Sobre las doce sonó la campana de la puerta, y al entrar un hombre rubio, algo risueño, no sé porque, me quité las gafas. Venía a comprar un fular de seda morado para su madre, tenían un evento, y se lo había encargado. Le enseñé uno liso y otro estampado, tampoco sé porque, pero la timidez apareció por mi piel, me sonrojé, quizás porque no paraba de mirarme, y me incomodaba, aunque lo tengo que reconocer, también me alagaba. Se decidió por el liso, no sabía los otros colores le iban a estropear el outfit. Se lo envolví bonito, con esmero, y quedó encantado. Justo antes de salir, me miró y dijo “volveré”, sonriendo. Me sentí mal, quizás había coqueteado, pero a veces esas reacciones salen de forma natural, al hablar con un hombre guapo y atento, o eso quise pensar al recordar que luego vería a Oliver, cuando viniera a traerme el almuerzo. Era más que mi novio, era mi compañero, con quien iba a mudarme el año que viene a un apartamento. Se lo había dejado una tía como herencia, y lo estábamos arreglando poco a poco, mientras ahorrábamos, bueno más bien él, a mí me daba lo justo para pasar el mes, pero era lo suficiente para comer bien una vez al día,  con una pieza de fruta, cenar  un vaso de leche con galletas e incluso para mi tableta de chocolate de los fines de semana. Oliver aún vivía con sus padres y ganaba más, trabajaba como guía para la ciudad de Paris, era de los mejores, también hacía visitas nocturnas guiadas con personajes importantes, quienes le daban una buena propina al contarle todos los secretos que existían en mi ciudad, porque era mía, aunque la compartía. Le quería mucho, no era de esos hombres que ven a la mujer como rival o una posible enemiga, que le sacaría todo el dinero y le privaría de su libertad, yo era su prioridad, a quien daba las buenas noches con un beso, a quien mimaba, y con quien compartía sus sueños. ¡Qué más iba a pedir!, lo tenía todo, aunque no colgasen diamantes de mi cuello. Esa medio día, cuando me trajo el sándwich para que tomase algo en la media hora que nos daban en la trastienda, me sentí como si lo hubiese traicionado, aunque fuese solo un coqueteo, pero me entró la culpa, como a toda buena católica que anduviera con esos devaneos. Intenté pensar en otra cosa, pero cuando me despedí hasta la noche, intuí que algo especial había ocurrido, que algo había cambiado o que algo iba a cambiar entre nosotros, con la presencia de ese forastero
Durmió en casa, antes hicimos el amor con la pasión de la juventud, y porque le gustaba mi cuerpo, le gustaba acariciar mi piel morena, mi vello oscuro y mi melena agitanada, que me hacía igual de exótica que a Esmeralda, la gitana del Jorobado de Notre Dame(significado: la que está llena de esperanza), por quien llevaba el nombre, que tanto les gustaba a mis abuelos ( mi madre me lo puso para agradecer a Paris la acogida, pudiendo evitar la miseria provocada por las guerras en España). Cuando Oliver lo recordaba, bromeaba diciendo que si ella tenía su cabra, yo tenía mi oso, porque también era rubio pero con mucho pelo en el cuerpo, como Robert Reford. Mis padres habían muerto, por eso quizás era tan atento, solo le tenía a él, y sabía que sin su olor me perdería en el infierno. Ahora con el paso del tiempo creo que era el hombre perfecto: me contaba historias románticas, me hacía ver que cada rincón de mi ciudad guardaba un misterio, haciendo que mis días fuesen hermosos y serenos, que el tiempo que pasábamos juntos era el tesoro más bello (No sé porque se me olvidó, supongo que me cegó la comodidad del dinero).
Esa mañana madrugamos, quería enseñarme cómo iban las obras en el apartamento, y fuimos paseando, cogidos de la mano, parecíamos tan enamorados, como en la fotografía de “El Beso”. Tardamos unos veinte minutos, porque fuimos muy despacio, luego había que trabajar, y no queríamos ir desaliñados. Estaba quedando precioso: habíamos unido la cocina con el salón, para darle más espacio, tenía dos habitaciones amplias y un baño, también un pequeño balcón que llenaría de jazmines, porque me recordaba a mis vacaciones de verano en Sevilla. Oliver lo veía como la primera vivienda, porque su idea era conseguir comprar una casa a las afueras de París, con un pequeño jardín o patio, donde tomar el sol, pero yo me conformaba con el apartamento, además por nuestro trabajo no íbamos a tener muchos hijos, uno o dos, así que podríamos apañárnosla bien, imaginaba ,que según pasase el tiempo, a Oliver se le iría esa idea de la cabeza, porque era muy difícil conseguir ese capricho, además el apartamento estaba muy bien situado y prefería vivir en la ciudad, donde tenía todo a mano, sin depender de coches ni trenes, pero nunca me opondría a su sueño. Recordé los consejos que me dio mi abuela, para que funcionase mi relación, algo anticuados, pero muchas veces tienen razón. Eran siete, decía que  estaban relacionados con el número de la suerte: 1. No ser totalmente sincera con lo que nos molesta de la pareja 2. Contar diez en las discusiones y no irme a la cama enfadada por ello. 3. Las intimidades siempre a solas en el baño, aunque fuese entrar y salir. 4. Intentar estar guapa, incluso cocinando 5. Tener  la casa bonita, limpia y cómoda 6. Salir de la casa dejándola lista para cualquier visita, y una misma preparada para tener hasta un encuentro sexual 7. Y por último, el más importante, ser cariñosa con quienes vaya a compartir la vida, si no buscarán el cariño por otro lado. Siempre añadía un comentario: “y no olvides que más vale estar sola, que mal acompañada”, se refería al maltrato, porque ella lo sufrió, antes de conocer a mi abuelo. Intentaría no defraudarla, porque no quería perderlo, y si ella estuvo cincuenta años casada y enamorada como el primer día, es que le funcionaron. Mientras pensaba en todo, Oliver me llevó al minúsculo balcón para que viese las pequeñas vistas, y me sorprendí porque cabía una mesa con dos sillas, por si algún día queríamos desayunar viendo amanecer. No era mucho, pero era más que suficiente, y con ganas de instalarme, todo estaría listo para después de las Navidades, y para mí perfecto, porque en esas fechas siempre había mucho jaleo en la tienda, y prefería hacer la mudanza algo más tranquila. No quería perder mi trabajo por cualquier contratiempo, tenía claro que debía ser independiente económicamente, ya saben: hoy te quiero, mañana ni me acuerdo.
Volví al trabajo algo excitada, lo bueno que ya no me acordaba de ese hombre apuesto. Había venido mercancía nueva y la estábamos alarmando. Me di cuenta que faltaba un artículo, y cuando fui a llamar al almacén, apareció Jaime, porque así se llamaba.
-          ¡Buenos días!¿Ocupada?
-          Sí ( fui algo seca, pero siempre me pasaba cuando estaba nerviosa o me entraba la timidez, aun sabiendo que una sonrisa amable te salva de cualquier contratiempo)
-          Volveré en otro momento ( no dije nada, pero mi compañera se dirigió a él para atenderle, mirando la cámara)
Nos controlaban, y esperaba que no se hubieran dado cuenta de que no fui muy agradable con el cliente, le debía una, se lo haría saber. Entonces me quedé sorprendida, porque Jaime rehusó su ayuda, diciendo que prefería que le atendiese yo, y que volvería mañana. No me lo podía creer,  pensé que sería una excusa para irse, sin comprar nada, pero no fue así, al día siguiente por la tarde, casi anocheciendo, llegó con una rosa roja para mí, cerré los ojos, porque sabía que no se iba a quedar en eso. Me dio la flor, la puse en el florero del mostrador, y le di las gracias. Le pregunté en que le podía atender, y me contestó que esta vez quería una blusa blanca, algo satinada, de la talla cuarenta. Teníamos un modelo, se la enseñé, contestó que se la llevaba, sonriendo, nunca perdía la sonrisa. Cuando fue a coger la bolsa, me apretó la mano, como dándome confianza, susurrando: ”tranquila”, pero no lo estaba, sabía lo que iba a pasar, si insistía
-          ¿Qué haces esta noche?
-          Cenaré en el apartamento con mi novio
-          Creo que no
-          Si lo tengo, no es una excusa
-          Para mí no lo es, no me importa Además esta noche vas a estar sola, así que vente conmigo a cenar a la Torre Eiffel, no te arrepentirás, no te voy a seducir, solo quiero que me conozcas, luego ya decidirás
-          A mi novio no le gustaría la idea
-          No se tiene que enterar. No creo que tengas más oportunidades de cenar en ese restaurante, así que piénsalo, tienes unas horas hasta que cierres, vendré, y si rechazas la invitación, no te molestaré más. Te repito que solo será una cena, luego te llevaré a tu casa, y no intentaré subir, por lo menos el primer día.
-          Me parece feo hacerle eso a mi novio
-          Repito que no se tiene que enterar, pero si fuese así, puedes decirle que era una cena de negocios, me muevo por el mundo de la moda, entre otras cosas, y quizás tenga un proyecto mejor para  ti. ¡Piénsalo!, aún te quedan unas horas.
Se marchó sonriendo, ya me estaba molestando esa sonrisa conquistadora, pero tampoco entendía porque me enfadaba, había sido cortés, solo tenía que rehusar la invitación y todo pasaría. Entonces sonó el teléfono de la tienda, era Oliver para avisarme que esta noche se iba a su casa directamente, porque le había salido una visita guiada con un Príncipe Árabe, que no podía rehusar, eran los mejores clientes, pensaba que con la propina podríamos comprar los muebles del salón, ya que eran muy generosos, por lo menos los de un dormitorio. Me dio un beso, y colgó. Cerré los ojos, no pensé en nada durante las horas que faltaban para el cierre, pero cuando bajamos la persiana, se acercó un chófer de una limusina, para decirme que el Duque de Anjou me esperaba en el coche, volví a cerrar los ojos, y me subí, olvidando los sentimientos de Oliver, no sé porque, pero me fui con él a la Torre Eiffel
-          ¿Habías venido antes a este Restaurante?
-          Personalmente no, pero lo había visto en fotos, porque mi novio ha venido con algún cliente.
-          Por favor, no hables esta noche de él, eso sí me parece una falta de respeto
-          Es verdad, intentaré olvidarlo por unas horas
-          Bueno, mira la carta y me dices lo que te apetece, también el vino que quieres tomar ( pasó un tiempo)
-          ¿Sabes qué pedir?
-          Estoy algo liada, porque no he probado casi ningún plato
-          Pediré por ti en esta ocasión, hasta que te acostumbres a lo bueno. ¡Mètre!
-          Tomaré Blanquette de ternera con el mejor vino tinto burdeos que tengan, y para mi pareja (cerré los ojos otra vez) pediré lenguado a la Meuniere con el mejor vino blanco Chardonney. Gracias
-          No te he querido interrumpir, pero no tomo alcohol, solo agua.
-          Muy bien ahora pedimos una botella, pero prueba el vino, mójate los labios.
-          De acuerdo
-          No me digas que eres de esas que no toman nada más que agua, como mucho agua con limón en ayunas
-          Si soy de esas, aunque en ayunas tomo también agua sin nada, madrugo para trabajar, y no me meto en esos jaleos (volvió a sonreír). Además me sienta bastante mal el alcohol, espero que no te moleste
-          Para nada, me gusta, te hace más femenina
-          Gracias
-          Ojalá no cambies, ojalá mi dinero no te corrompa
-          Creo que te precipitas
-          Siempre consigo lo que quiero
-          Dejemos la conversación, porque no vine con esos miramientos (volvió a sonreír, siempre sonreía)
A pesar de ese momento de confusión, fue una cena muy agradable, con Édith Piaf susurrando, y la verdad es que hable mucho, más de lo que suelo hacer, quizás por los nervios, le conté mi vida, también mis planes de veranear en la casa familiar en Sevilla, le pregunté si conocía España, si había visto la Semana Santa y la Feria de mi ciudad, (por ahí tuvimos una conversación muy amena, y aunque daba por hecho que nos seguiríamos viendo, yo conseguí relajarme al pensar que no habría más ocasiones). El postre lo compartimos, porque suponía que no quería tomar dulce, y pidió el mejor coulant de chocolate que había probado en mi vida, reímos porque nos quemamos la lengua. Luego tomó un licor y yo un poleo menta, para terminar con buen sabor de boca. Me llevó la misma limusina a casa. Por un momento dudé, porque si algún vecino me veía bajar de ese espectacular coche, empezarían las preguntas, entonces le pedí que me dejase una calle antes, para no levantar sospechas. Aceptó, pero advirtió que el chofer me seguiría andando para asegurarse que llegaba bien a casa, porque por la noche es cuando más cosas malas ocurren. Acepté y en unos quince minutos me despedí, diciendo que había sido una velada muy agradable, me fue a dar un beso, le rehusé, y cogió mi mano para acariciarla. Le pedí que no viniera más a la tienda, volvió a sonreír, diciendo que solo si le hacía falta cualquier prenda para su madre, hermana o amante. Cambié la cara, y volvió a sonreír, siempre lo hacía, pero ya no me molestaba. Me bajé del coche, no sé porque algo ilusionada, así que me marché rápido, por si metía la pata. Sentí al chofer detrás, y cuando cerré la puerta del portal, se acercó y pasó por debajo la tarjeta de su jefe diciendo” solo es por si algún día la necesitas”, la metí en el monedero, y vi cómo se alejaba.
Llegué a casa contenta, aun sabiendo que si Oliver se enteraba, le dolería esa pequeña traición, pero no sé porque no me pesaba, daba por sentado que nunca lo sabría, y que había logrado cenar en uno de los mejore restaurantes de París, así que no me importaba, porque no tenía idea de repetir, aunque su compañía me gustara. Me lavé las manos, porque venía de la calle, me puse cómoda, me quité los zarcillos, y cuando los dejé en la caja de música, donde los guardaba, me sentí mal al ver el resto de los pendientes que Oliver me regalaba, todos de bisutería, tenía una pequeña colección, porque me encantaban, y él cada vez que veía un puesto con alguno bonito, me los compraba, sin necesidad de que fuese una fecha señalada (era mi capricho y el lujo que se podía permitir). Entonces me dolió el corazón, creí que le había traicionado, pensé que él jamás lo hubiese hecho, jamás se hubiese ido a cenar con una mujer, a no ser que fuese por trabajo. Me entró el remordimiento, porque sabía que era muy afortunada, no era de esas mujeres que no conocen el buen amor, que tienen relaciones basadas en el perdón, quienes daban su juventud y belleza a hombres que no las valoraban, quienes se alejaban de la relación tóxica cuando estaban algo marchitadas, quienes quizás se vayan de este mundo sin que nadie las quiera de la forma adecuada, y aunque hay otras cosas en la vida, daba rabia, porque una parte de ti muere, cuando dejas de ser deseada. Cerré la caja de música, y me fui a la cama, no tenía teléfono, no podía hablar con el hombre de mi vida para pedirle disculpas, lo prefería. Mañana sería otro día, y esperaba poder pasar página.
Continué la semana algo seria, pero seguí con mi vida, como si no hubiera ocurrido nada, hasta que un martes, junto al correo de la tienda, llegó una carta para mí, en la que había muchas fotografías. Volví a cerrar los ojos, porque pensé que me habían sacado fotos junto a Jaime, y que iba  a empezar un chantaje, porque se trataba de un hombre importante, aunque no conociera su importancia. Entonces me di cuenta que se trataba de Oliver en una fiesta con Príncipes Árabes, en compañía de mujeres guapas, más guapas que yo, o por lo menos con más arreglo. Según las pasaba, lo veía más contento, despeinado, con la camisa por fuera, abrazando a todas, especialmente a una, hasta que en las últimas se veía como se besaban y se acostaban, con aclaraciones de los movimientos. No sé qué sentí, primero decepción, luego enfado, más adelante tristeza, porque mi historia de amor bonita, se había estropeado, y no por haber ido a cenar, sino porque mi pareja me había traicionado con una bailarina, sin que fuese por amor o atracción, solo por un momento de excitación, que no pudo aguantarse. Sabía que los hombres no dicen que no al sexo, pero creía que evitaría esas situaciones, que antes de empezar a levantar su pasión, marcharía para no caer en las tentaciones. Me confundí, era como todos, solo esperaba que esa noche no se hubiera acostado también conmigo, me daría asco. No sabía qué hacer, ni qué decir. Mi compañera, al ver como se caía alguna lágrima, me preguntó que me pasaba, y solo se me ocurrió que eran malas noticias de España, que me perdonara. Entré al cuarto de baño y lloré con más ganas, sin llegar a conclusiones, no las iba a pensar esa mañana. Guardé las fotos en el bolso, me tranquilicé en unos minutos, y continué con el trabajo. Esa tarde no esperé a que Oliver viniera por mí, me fui directamente a casa. Sobre las diez llamaron a la puerta, era él, con la cara algo desencajada, supongo que ya sospechaba
-          Tenemos que hablar
-          Lo sé
-          Perdóname
-          No se trata de eso, solo quiero saber por qué
-          No sé lo que ocurrió, empezamos a beber, y cuando quise darme cuenta, estaba dormido al lado de una mujer. Quizás me echaron algo en la bebida.
-          Me has partido el corazón
-          No me digas eso, el mío está roto de dolor por haberte hecho daño
-          Ahora mismo no sé qué decir, ni qué pensar
-          Te daré tiempo, pero no mucho, vaya que te olvides de lo nuestro, el Sábado te recojo en la tienda, y vamos a cenar donde quieras, tú eliges, sin miramientos por el dinero, donde prefieras
-          Oliver, no sé si es buena idea, solo quiero dormir
-          Me voy. ¿Te puedo dar un beso?
-          Claro, solo una cosa, como sabes que me he enterado
-          Tu compañera me ha dicho que estabas llorando, e imaginé cual era el motivo, porque con los Jeques siempre hay prensa, y mala prensa
-          Buenas noches
-          Que descanses. Recuerda que mis sentimientos hacia ti jamás cambiarán, intenta recordar siempre eso…
No pude dormir, estaba triste, muy triste, solo le tenía a él, y me había fallado. Me daba tanta pena, me dolía el cuerpo, como si me hubieran dado una paliza. Tenía tanta rabia, que decidí llamar a Jaime la mañana siguiente (cometí el error de pensar en pagar con la misma moneda, y esas cosas salen muy caras). Me levanté temprano, me arreglé sin ganas, y me fui al trabajo. Desde allí llamé a Jaime, porque su tarjeta la había puesto con la de mejores clientes. Estaba deseando verlo
-          Hola, que pronto llamas
-          Yo también estoy sorprendida, pero creí que no debía esperar mucho, vaya que ocuparan mi hueco(mentí)
-          Vivimos en la ciudad del amor, de la libertad, nadie quita el espacio de uno, como mucho lo comparte, como un buen compañero. No lo olvides
-          El amor es difícil de compartir, quieres que tenga un solo dueño
-          Pregúntale a los hombres, a ver qué opinan
-          Todos sois iguales
-          Si cariño, no hay excepciones. No te confundas
-          Bueno he llamado por si quieres venir por mí, y tomar algo antes de irme a casa descansar
-          Me parece genial, quieres ir directamente o prefieres ponerte algo más cómoda
-          Prefiero directamente, vaya que cuando llegue a casa, cambie de idea
-          Por mi perfecto, iremos dando un paseo
-          No me preguntas por mi novio
-          No cariño, ya te dije que no me importaba
-          Mejor, entonces
-          ¿A qué hora me paso?
-          A la del otro día, a las nueve, porque cierro a las ocho y media, pero tenemos que hacer caja, prepararlo todo para el día siguiente y también me arreglaré algo.
No sé cómo me sentía, si realmente deseaba verlo, si era despecho o simplemente había cogido el error de Oliver como una excusa para estropear lo nuestro. Muchas veces estás aburrida de la relación, y por cualquier novedad que te llame la atención, olvidas los buenos momentos, lo construido juntos, el cariño que se siente, por algo desconocido, que quizás fuese una equivocación, pero te saca del que crees un atolladero. No sé realmente cual era la razón, pero decidí verlo e incluso estaba dispuesta a más, quizás por despecho, y para que Oliver viera que no me tenía segura, que podía elegir otra vida, si no me quería, además esperaba que me hicieran fotografías, iríamos al lugar de moda a tomar copas, si fuese necesario me emborracharía. Me habían hecho tanto daño, que creo que realmente no sabía dónde me metía.
-          Sabes dónde quieres ir
-          Hay un bar de copas muy cerca, que está muy bien
-          No has cenado, vamos a mi apartamento, está aquí al lado
-          De acuerdo, puesta a rehacer mi vida, que sea con alguien como tú
-          Bien pensado, no te arrepentirás
Llegamos pronto, y pueden imaginar cómo me impresionó tanto lujo, jamás había visto tanta acumulación de riqueza, ni en las mejores películas. Tenía pocas habitaciones (dos) incluso con una distribución parecida al apartamento de Oliver, pero con mucho más espacio. En la cocina había un hombre preparando una pasta que olía de maravilla, mientras me enseñaba todo, creo que quería impresionarme, para que se hagan una idea, los grifos eran de oro y el cristal de bohemia. Una vez que nos sirvió la cena, el cocinero se marchó con una buena propina. Puso una botella de vino en la mesa y otra de agua, pero retiré la última, esa noche iba a necesitar una pequeña ayuda para no recordar las manos de Oliver, mientras me acariciaba. Hablé menos que en la otra velada, estaba triste y se notaba. Jaime no forzó la situación, respetaba los silencios, e incluso me daba algo de cariño con bonitas palabras, creo que imaginaba lo ocurrido, y no quería presionar nada. La pasta estaba deliciosa, con nata, piñones y champiñones, dulce y a la vez salada. El vino casi un manjar, y como postre bombones rellenos de avellana (me gustaban más los que solo tienen chocolate, pero esos no los despreciaba). Luego nos fuimos al sofá, veríamos una película, para ver si me relajaba, entonces advertí que no debía trasnochar, porque tenía que trabajar mañana. Y utilizó una de sus sonrisas para añadir “no creo que haga falta”. No sé qué quiso decir, pero me senté a su lado, puso “El Código Da Vinci”, colocó su brazo alrededor de mi cuello, y me sentí tan cómoda, que no dudé en apoyar mi cabeza en su pecho, mientras empezaba. Me quedé dormida, desperté en la cama, a su lado, con un camisón color champán, lleno de encajes, que me hacía mucho más guapa. No recordaba nada, creí que cogí el sueño, por tomar tanto vino sin estar acostumbrada. Esperaba que se hubiera comportado como un señor, que no me hubiera rasgado las bragas, y mientras miraba mi cuerpo, por si había alguna señal de que estaba equivocada, se despertó, tocó mi pelo y me pidió que no me marchara, no hacía falta que fuera a trabajar, había pedido a sus contactos que me dieran de baja. No supe qué hacer, ya os comenté que no tenía  a nadie, y que la independencia económica era muy importante para una mujer, pero a su lado me sentía incluso admirada, así que cerré los ojos y me dejé impresionar, por un amante francés, quien me estaba convirtiendo en una auténtica dama.
Hicimos el amor, no noté violencia en su sexo, pero mientras me apretaba, mi corazón crecía, casi queriendo salir del alma. Me sentí querida, aunque fuese de forma falsa, pero me encantaba. No pensé en Oliver, y eso más me extrañaba. Estaba con él, en su cama, y entre sus sábanas, sin recordar nada. Dieron las doce, como en cenicienta, pero de la mañana. Me asusté, no había ido a trabajar, y sabía lo que significaba. Me incorporé rápidamente, Jaime me pidió que me tranquilizara, sabían que no iba a ir esa mañana, añadiendo, “y si quieres, no iría más, mientras me acompañes en la cama”. No entendí muy bien lo que quiso decir, pero me dejé llevar, estaba tan relajada a su lado, que casi nada me importaba. Pidió el desayuno (más que un apartamento parecía un hotel). Se trataba de dos cruasanes con jamón york y queso, junto a dos zumos de naranjas recién exprimidos, con algunas fresas de postre. Se levantó, se puso su albornoz, y me enseñó un armario, (había dos en la habitación, uno en cada pared). Estaba lleno de ropa para mí, con todo tipo de complementos, me pidió que me instalase con él, podría estar tranquila porque no me faltaría de nada, dejaría de trabajar, y tendría una vida llena de comodidades, si nuestra relación funcionaba, añadiendo que estaba seguro que así sería, y más después de haber probado mi cuerpo y mi boca rasgada. No sabía que decir, era demasiado pronto, me parecía una especie de broma o prueba, ¿cómo iba a dejar todo por una noche?, aunque hubiera sido mágica, y cuando se lo fui a comentar, continuó con un discurso, intentándome hacerme ver que no era ninguna tontería, que se enamoró de mí nada más verme, y no creía que nadie le fuese a provocar esa sensación, porque había conocido a muchas mujeres. Seguía impresionada, a lo que solo le supe contestar que era muy pronto, no podía olvidar toda mi vida por una noche, pero realmente lo estaba deseando. Llegamos a la conclusión de que me tomaría un mes de vacaciones, conseguiría que así fuese, aunque aún no me tocase, y luego decidiríamos, porque quizás había sido un impulso  y a los días se olvidaría de su capricho (es lo que pensaba,) pero parecía que lo tenía muy claro, hablaba con tanta seguridad, que casi me convencía, sabiendo que era una locura de colegiala. No creía lo que me estaba pasando, no sé si el lujo me cegaba, pero parecía que me estaba enamorando. Nos fuimos otra vez a la cama, e hicimos el amor toda la mañana, lo peor de todo, que no me acordé de Oliver ni un solo segundo, mientras Jaime me besaba, era agua pasada, cuando hacía unas horas tenía rota hasta el alma.
Por la tarde fuimos a mi apartamento, me pidió que cogiera la documentación y alguna cosa personal, porque no iba a necesitar nada. Todos los recuerdos de mis padres estaban en Sevilla, en la casa familiar,  así que cogí el pasaporte, dos conjuntos de mi boutique (GR), que me había comprado con esfuerzo, sin ocasión de estrenarlos, pero para la nueva vida eran adecuados, y también metí la caja con los pendientes de Oliver, no sé porque lo hice, supongo que era lo que realmente me importaba (si iba a perderlo todo, por lo menos quedarme algo de quien primero me trató como la Princesa Esmeralda). Cuando me monté en el coche, me pidió que no me preocupase, que al terminar el dichoso mes de prueba que quería, llevaría a alguien de su personal para que se ocupase de sacar el resto, darlo a alguna parroquia, y terminar de liquidar la cuenta con el casero, desde hoy correría con los gastos. Creía que me estuviese sobrevalorando, era una persona muy normal, por lo que esperaba no acostumbrarme a las comodidades, porque pensaba que cuando se diera cuenta, me quedaría otra vez sin nada, y lo peor sin nadie, pero si no lo intentaba, era una cobarde, aunque sí lo era, porque iba a desaparecer por arte de magia, sin darle explicaciones a Oliver, no podía enfrentarme a él, a su calma, a su comprensión, quizás recordase su apartamento, nuestros proyectos y se me quitasen las ganas de dormir rodeada de flores y alhajas. Era inteligente, entendería porque no le explicaría nada, además tenía contactos, sabría quién era el que le robó la primera ilusión por quien amas (solté alguna lágrima). Después de ir a mi apartamento nos dirigimos a Notre- Dame, tenía un asunto pendiente allí, y además quería que me conociesen unas personas. Entonces me miré por encima, por si iba apropiada, llevaba un traje de chaqueta rosa de Chanel, quizás algo corto para entrar en una catedral, pero esperaba que no se molestasen, por lo menos llevaba medias tupidas y los hombros tapados, que era más que importante,  lo combiné con unas bailarinas del mismo todo y bolso ya no llevaba, porque no lo necesitaba (a las princesas no les hace falta guardar nada, se lo dan todo). Había elegido todo de la misma marca, las mezclas no eran buenas, incluso olía al Número Cinco (mi colonia de Don Algodón estaba muy bien, pero el cambio había sido muy positivo). Me vi casi perfecta, porque la perfección no existe, y menos para alguien que viene de fuera, pero me sentí segura, y eso hacía tiempo que se convirtió en una fantasía inalcanzable, después de la muerte de mis padres.
Al llegar nos estaban esperando por la puerta de atrás, Jaime le dijo al chófer que se podía ir, porque íbamos a comer en el barco del Sena, dando un paseo,  luego le llamaría para que nos fuese a recoger. A mí me pareció un plan perfecto, tampoco me lo había podido permitir antes, y si iba a durar poco mi historia de amor, que fuese inolvidable. Me sentí un poco materialista, y nunca antes lo había sido, pero en tan poco tiempo había cambiado tanto, que casi no me reconocía (el dinero siempre afecta cuando se recibe de golpe, por lo menos al principio, luego esperaba recuperar mi esencia). Jaime no recordaba que Oliver era guía, y me había contado todos los secretos de Notre-Dame, pero había decidido hacerme la que no sabía nada, para que me dejase impresionar, si es que en eso consistía la visita. El sacerdote, que nos esperaba, se dirigía a Jaime como maestro, sin entender nada, le pregunté en voz baja por que le llamaba así (por lo visto pertenecía a los Caballeros del Santo Sepulcro, quienes, como su nombre indica, protegen todo lo relacionado con el Santo Sepulcro, por ejemplo las reliquias que allí existían de Cristo: la corona de espinas, un clavo con el que fue crucificado, y un trozo de madera de la cruz. Recordé que una vez me comentó Oliver, que esa organización estaba formada casi toda por personas de la nobleza europea, aunque cada vez había más integrantes de fuera. También que existían tres grupos en dicha organización: caballeros, canónigos y peregrinos. Los caballeros lo protegían con su arma y fuerza, mientras que los canónigos rezaban por ella, celebrando los oficios divinos en su memoria. Y a quienes tenían un alto estatus dentro de él, se les llamaba Maestros. Nadie me comentó nada, pero a mí me recordaban un poco a los Templarios, supongo que el fin era más o menos el mismo: ayudar al mantenimiento de la presencia Cristiana en el mundo, y más en la Tierra Santa). Se pusieron a hablar en inglés, yo dominaba el francés y el español, me comunicaba en inglés, pero no lo dominaba tanto para enterarme de las conversaciones que tenían de manera fluida, así que me dediqué a observar de cerca todos los misterios de la Catedral, sin ni siquiera prestar atención a alguna palabra, que quizás conociera. Jaime me llamó, y entonces cambiaron el idioma al francés, menos mal
-          Te presento a mi futura mujer (ya me hacía gracia)
-          Encantado, eres muy guapa
-          Gracias
-          ¿Sabes lo que estás haciendo?, le preguntó a Jaime
-          Por supuesto, tengo edad para eso
-          Pues mucha suerte, porque no siempre se consigue lo que uno quiere
No entendía nada, pero poco a poco llegué a una conclusión: quizás aún existían los matrimonios concertados, y yo sería un obstáculo para el futuro que había elegido para Jaime, quien me miró sonriendo, como siempre, y me dijo que no pensase tanto, que eso era muy malo. No sé muy bien, qué era lo que quiso decir, pero me cogió la mano y nos dirigimos abajo, por una escalera que no conocía.
-          Te voy a enseñar las verdaderas reliquias, las que están expuestas son una copia, comprenderás que no las iban a dejar cerca del público, donde pudiera haber cualquier loco que las robase o rompiese. ¿lo sabías? (claro que lo sabía, Oliver lo sabía todo, pero ya dije que me haría la tonta. Eso sí, jamás pensé que tendría la oportunidad de ver en persona las verdaderas)
Al llegar a una habitación, vi como había una especie de caja fuerte, que intentaban abrir con muchas llaves y combinaciones. No sabía porque habían tenido ese detalle conmigo, hasta que entendí que el motivo real era darle una documentación que había junto a ellas, supongo que enseñármelas era como una especie de aprovechar el viaje, y hacerme sentir importante. La que más me impresionó fue la corona de espinas, aunque quizás lo que más valor tuviese sería la que poseía un poco de su sangre.
-          Tócala
-          No se puede
-          Sabes que no soy muy católico, pero necesitamos toda la suerte del mundo
-          Entonces ¿puedo?
-          Con la yema de los dedos, muy suavemente
-          Gracias
Fui a tocar la corona, me la quitó antes de tiempo, y me pinché. Todos se miraron asustados, por si había dejado algo de sangre, casi lloran, así que agaché la cabeza, hasta que Jaime bromeó diciendo:” has dejado de ser la cenicienta, para pasar a ser la bella durmiente, aunque espero que no duermas mucho tiempo”. Sonreí, pero los demás no lo hicieron, me miraron bastante mal, y me sentí culpable por ello. Guardaron todo, como si no hubiese ocurrido nada, pero seguía disgustada.
-          No la has roto, puedes estar tranquila
-          No fue culpa mía, y creo que si me hubieran podido matar, lo hubieran hecho
-          Para ellos es más que una corona de espinas, mucho más
-          Lo sé, lo entiendo, me he educado en la religión católica
-          Olvídalo, solo dije que la tocases, por si nos daba suerte
-          ¿Es que la necesitamos?
-          Mucho
-          ¿Por qué?
-          Prefiero no darte miedo
-          Ya lo tengo
-          Pues más miedo innecesario, intenta estar tranquila, todo pasa, hasta lo malo
-          Me estás asustando
-          Bueno tenía un matrimonio concertado con una condesa de Inglaterra, y no sé cómo le sentará que me case contigo (no me confundí)
-          Es muy pronto
-          ¿No quieres?
-          Siempre quise casarme, pero es tan precipitado
-          A veces es mejor no pensar mucho las cosas
-          Quizás tengas razón
-          No la dudes, siempre la tengo
Me pareció todo muy triste. Había dejado a mi novio, por un hombre que ni conocía, y otra mujer se iba a quedar con el vestido de novia colgado. Me dio malas vibraciones, porque si haces mal, la vida suele corresponderte con la misma moneda, y aunque no había elegido nada o casi nada, me veía envuelta en una situación algo complicada, dejando atrás la calma que Oliver me daba. Entonces le eché un poco de menos, recordé cuando cantaba canciones en diferentes idiomas, como nos reíamos con ello, porque ponía un simpático acento, pero sabía que ya era tarde para nosotros, que algo había cambiado, en casi un instante. Creí que se había estropeado lo bueno que  teníamos y no valorábamos. Me dio un poco de miedo pensar que había dejado una bonita relación, por un hombre desconocido, y temí que se tratase de esos que se ven superiores, debiendo ser sumisa y agradecida porque tuve mucha suerte de que me eligiese, o mucho peor, que se tratase de un maltratador, que empezaría psicológicamente a destruirme y aislarme, para luego continuar con los golpes. Realmente no lo conocía, aunque aparentemente fuese encantador, y me tratase como a una princesa, me entró la duda de lo que estaba haciendo, por primera vez tuve miedo de donde me metía, y más después de esos misterios en los bajos de Notre-Dame, porque algo parecía que ocultaba, deseando que solo fuese un fallido matrimonio concertado, y no sucios negocios. Mi abuela siempre decía que era muy afortunada por no conocer una guerra, y no sé porque intuí que había comenzado una, aunque no pisase una trinchera.
Nos montamos en el restaurante del Sena, y ahí se me pasó el temor, tomamos algo ligero, pequeños platos de degustación, junto al mejor vino, por supuesto. Había decidido que solo tomaría vino comiendo, no más alcohol, ni para acompañarlo, pero ya que eran buenos y caros, por lo menos saborearlos (en un día había cambiado algo de mí, y no solo la ropa). Se trataba del príncipe de los cuentos de hadas: encantador, galante, atento. Lo miraba y no lo podía creer, no me veía merecedora de tanto bueno, e incluso creía que debía haber algún truco, pero miré Paris a lo lejos, y me dije a mí misma: ”Disfruta el momento”. Cuando nos bajamos del barco, había un mercadillo a las orillas del Sena, Jaime se encontró con algunos amigos, mientras decidí mirar los puestos, por si encontraba algo para él, quería demostrar gratitud, y también que tuviera un recuerdo mío, por si al día siguiente descubría que no era digna de ningún título. Al cabo de unos quince minutos apareció el chófer, para decirnos que nos estaba esperando, que ya había llegado. Jaime dejó la conversación, me avisó, y marchamos al apartamento ( La verdad es que estaba muy cansada)
-          Toma, esto es para ti
-          Un zippo con la Torre Eiffel, me gusta, gracias
-          De nada, quería que tuvieras un recuerdo mío
-          Lo guardaré con cariño, como tu primer regalo, pero tendré muchos, relájate con la idea de que nos vamos a dejar de ver mañana. Acaba de empezar nuestra historia de amor, no se trata de un buen sexo de una noche. No te confundas. No te llevaría conmigo a todas partes. Por cierto, ¿cómo lo has comprado?, no llevabas dinero
-          Lo he robado para ti, si te pedía dinero, no hubiese sido un regalo
-          No hagas esas cosas, y menos conmigo. Me has enfadado, espero que no seas de esas personas que no controlan los impulsos, porque un error y puedes ir con la cabeza baja toda la vida, creando la duda en ti de cualquier fechoría, que ni se te ocurriría realizarla. Si no respetas las normas de convivencia, te excluirán socialmente, y no creo que nadie pueda ser feliz de esa forma. No lo vuelvas a hacer más, ¿entendido?. Quiero que seas mi mujer, y además de tener una buen imagen, también debes cuidar los modales, no comportarte como una persona sin clase.
-          No te pongas así, era como una especie de broma y gamberrada, para reírnos. Hay muchas cosas peores, como el ayudar a destruir a una persona por sus errores de la adolescencia o por no estar en buenas condiciones. Quizás no sea una excusa, ni esté bien, pero es algo material, no un daño que provoque sufrimiento
-          No lo vuelvas a hacer
-          De acuerdo
-          No lo devolveré, pero si quieres algo, solo tienes que pedirlo. Mañana tendrás una tarjeta, y si quieres efectivo, se lo pides al chófer, luego se lo daré.
Me sentí un poco mal, pero aprendí el error, estaba siendo muy generoso conmigo, y no quería decepcionarle, por lo menos tan rápidamente. Además una travesura quizás se olvide con quince años, con mi edad deja marca, realmente no pensé mucho en lo que significaba. No volvería a ocurrir, debía convertirme en una auténtica dama, aunque me costara. Esa noche antes de irme dormir, me dijo que al día siguiente íbamos a hacer nuestra luna de miel (esta vez sonreí yo, porque lo tenía todo tan claro, que me hacía gracia). Me pidió algo extraño: que me pusiera a la mañana siguiente el traje de chaqueta blanco de GR, que recogí en mi casa. Me pareció correcto, había trabajado en la moda, y más o menos sabía que era lo adecuado para cada ocasión. Estuvo haciendo llamadas, para arreglarlo todo,  y luego hicimos el amor, no tenía sexo con él, porque cada caricia estaba llena de sentimientos, creo que fue lo que me hizo olvidar a Oliver, aunque a veces me doliera el pecho, al ver algo que me recordara lo nuestro.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
TRANSCANTÁBRICO
 
Después de coger un avión, llegamos a San Sebastián, al Hotel Costa Vasca, donde nos esperaban las maletas, ni siquiera las hice yo, pero había todo tipo de prendas y de buenas marcas (si lo nuestro terminaba, esperaba al menos quedarme con lo que había en ellas, jamás lo podría comprar, y por lo menos no irme con las manos vacías, porque había renunciado a mucho por intentar una relación que creía que no tenía futuro. No era mi mundo y no era ninguna princesa, solo una persona normal y corriente con sus virtudes, pero también con sus defectos, que quizás a él no le agradasen, cuando los descubriera). Íbamos a coger el tren Transcantábrico, algo parecido al Orient-Express, un tren de lujo por el norte de España. No podía haber elegido mejor destino como luna de miel. Era el país de mis raíces, y conocía muy bien el sur, pero jamás había estado por allí, así que intentaría no desentonar, disfrutar de este privilegio que la vida me daba, sin saber muy bien porque era tan afortunada. Teníamos al chófer Clemente que nos acompañaba, para resolver cualquier contratiempo. Era su hombre de confianza, y no sé porque creía que yo no le gustaba, quizás por mis errores, que siempre marcan, por lo menos me daba esa sensación, pero estaba tan ensimismada, que había olvidado todo mi pasado por arte de magia, y creo que fue una equivocación, porque una nunca debe olvidar sus orígenes. Antes de subir por la noche al tren, conocimos San Sebastián, y le encantó. El País Vasco había sido un lugar difícil en la historia de España, pero había conservado su belleza de forma intacta, algo raro cuando vives guerras, aunque sean con pequeños conflictos. Después nos dirigimos al tren, allí estaba nuestro equipaje colgado, y todo preparado para tener una agradable estancia. Me quería duchar antes de ir a cenar, pero me dijo que esperase un momento, que no me quitase el traje, porque era muy apropiado. Entonces llegó un cura, algo asustado. No me podía creer que me fuese a casar en un tren, sin ni siquiera haberme retocado.
-          ¿Sabes lo que significa?
-          Sí
-          ¿Quieres?
-          Cuando dejé todo atrás, era con la idea de intentarlo, incluida la boda
-          Pues empecemos
Vino el chófer y una camarera como testigos. El cura dijo unas palabras brevemente, también preguntó si conocíamos el significado del matrimonio, y después de dar el sí quiero, Jaime sacó todos los anillos de su bolsillo. Una alianza muy fina para él, casi no cabía el nombre, y dos para mí: otra alianza igual de menor tamaño, y un solitario con una pequeña esmeralda, que relucía como jamás había visto antes. Me las puso en el mismo dedo, una hacía como señal del compromiso y otra del matrimonio. No pueden imaginar cómo estaba de impresionada, no entendía que me estuviera pasando el cuento de hadas que toda niña desea, pero una parte de mí decía que seguro que había algún truco, porque tanta felicidad casi siempre era destruida, y me quedó muy claro cuando el cura antes de marcharse dijo: “buena suerte”, en vez de felicidades. No sé porque pensé que ahí empezaría una nueva vida, pero con muchas preocupaciones, al menos más que dichas, porque el mundo estaba lleno de personas de todo tipo, y si cerca andaba alguna que fuese desgraciada, tuviese celos o simplemente fuese mala, no querría ver cerca la fortuna que nunca alcanzaría, haría por aniquilarla (eso lo aprendí de niña). Me besó, mientras todos salían, y en el oído escuche una frase muy bonita: “serás mi gitana bendecida”. Me entró miedo, porque el lujo carece de valor, si no va acompañado de una buena vida, y temía dejar la tranquilidad, por una vida llena de traiciones y codicia, pero, como siempre, todo pasó cuando estrenamos juntos a la ducha, cuando limpiamos nuestros cuerpos de la suciedad, que a veces se escondía, pareciendo que el alma también lo hacía. Era tan buen amante, que merecía la pena sufrir por él, si al final del día compartía la cama y en su concubina me convertía, porque si algo aprendí en la vida, es que el amor mueve montañas, aunque algunos mueran por una mala pisada.
Nos arreglamos para cenar en el restaurante del tren. La verdad que me veía muy bien adaptada al lujo, no me sentía fuera de lugar, quizás porque aún nadie me había despreciado. Cuando entramos Jaime me miró asustado, y diciendo “va a ser un viaje más entretenido de lo que pensaba, no te separes de mí”. No sé muy bien a qué se refería, pero lo pude comprender, cuando saludó a la mayoría de las personas que estaban allí: una mujer muy atractiva llamada Mabel, junto a un hombre muy elegante llamado Augusto, a otro caballero que parecía un soldado italiano (por lo menos así le puse) porque no escuché su nombre, también a otro caballero que fumaba un puro llamado Alfonso y por último a una mujer muy bien vestida llamada Berta. Habían más personas en el vagón, pero creo que esas eran las que me importaban, porque empezaron las puñaladas con las miradas, esas que sabía que en algún momento vendrían, porque me había convertido en la mujer de un hombre importante, que era un buen amante y que me estaba mimando, como creo que jamás a nadie. El motivo ya no me importaba, solo esperaba tener la fuerza mental, para que no me hicieran derramar lágrimas. Después de entablar una pequeña conversación con todos, nos sentamos en una mesa vacía que seguramente estaba reservada, porque era la mejor de todas. La verdad que me seguían incomodando las miradas. Quise preguntarle el porqué  de ese comportamiento, pero Jaime lo intuyó y cambió la conversación rápidamente, como si no quisiese saber nada del tema. Seguimos con la cena, y como no quería molestarle, le quise contar cosas sobre mi vida, que quizás le hiciesen gracia, como que de niña bailaba en escenarios, sin vergüenza ni nada. Jaime no parecía muy atento a lo que le contaba, tenía la cabeza agachada y de vez en cuando miraba a los demás viajeros, con cara de preocupación, yo seguía sin entender muy bien qué era lo que pasaba, pero teniendo claro que había sido una coincidencia que a él no le gustaba. Nos marchamos pronto a nuestra pequeña suite decorada de forma vintage, y algo había cambiado en Jaime, estaba preocupado, callado, pero seguía sin atreverme a preguntar quiénes eran esas personas, que tanto le habían desagradado. Dormimos de forma incómoda, mientras rezaba porque todo pasase, y que a la mañana siguiente pudiéramos continuar con nuestro viaje, demostrando nuestro amor como antes. Al amanecer estaba algo más alegre, pero seguía alterado
-          ¿Me tengo que preocupar de algo?, ¿las personas del vagón son peligrosas?
-          No te tienes que preocupar de nada, cuanto menos sepas mejor
-          Espero que podamos disfrutar del viaje
-          Eso te lo aseguro, pero no te alejes de mí, no llevamos escolta
La verdad es que me asusté, pero no quería que estropeasen mi luna de miel, así que intentaría hacer como si nada me afectase, y cogería de la mano a mi marido, para dejar claro que no era su nueva amante, que era su mujer, a quien amaba a pesar de su clase. No sabía si era buena idea o no, pero era lo que se me ocurrió, lo que pensé que se trataba del mejor comportamiento, para que se olvidasen de Jaime, porque tenía una nueva vida conmigo, por si eran otras amantes u hombres que querían defender alguna honra, como de la condesa que dejó en los altares. Me entró un poco de pánico al recordar eso, pero había que tirar para adelante, sabía que nuestra felicidad sería envidiada, así que intentaría hacer ver, que a mí nadie me agacha. En la siguiente parada nos dirigimos al Museo de Bilbao, el Guggenheim, pensando que por unos minutos nuestras mentes se relajarían sin pensar en nada.
-          Hola Jaime
-          Hola Mabel
-          ¡Vaya!, te acuerdas de mi nombre
-          Claro, ha sido mucho tiempo
-          Sí, demasiado como para no decir ni un adiós
-          A veces es la mejor despedida. Te presento a mi mujer Esmeralda
-          ¿Ya te has casado?. No has dado tiempo ni a que surgiera la duda
-          No la tenía
-          Hola guapa, que le has dado para que quiera dejarlo todo
-          No la agobies, que te conozco
-          No era mi intención
-          ¿Qué haces aquí?, ¿cómo sabíais que haría este viaje?
-          Paris no es tan grande, y más si te mueves en un círculo cerrado. Además todo el mundo sabía que te querías montar en este tren
-          Si, a veces hablo demasiado, y supongo que mi amigo sacerdote tiene la lengua muy larga también
-          No ha sido él, puedes estar tranquilo por ese lado
-          Pues no lo entiendo
-          Vamos Jaime, sabes que se controlan tus movimientos desde que eras pequeño, cualquiera lo ha podido comentar, si haces la pregunta adecuada
-          Bueno dejémoslo, lo importante es que estáis todos aquí, y yo quiero tener un viaje tranquilo
-          Pues lo tendrás, claro que sí, pero no sabes eso de que el pasado siempre te persigue
-          Más bien parece que acosa
-          Pues ya sabes por aquí andamos, para lo que necesites
-          No quiero nada de vosotros
-          Pues no opinamos lo mismo, no puedes dejar todo atrás como si no hubiera pasado nada, las personas tienen sentimientos e incluso odio por el daño recibido, no lo olvides, así que ándate con ojo
-          ¿Qué es lo que quieres?
-          Aún no lo sé
-          Pues cuando lo tengas claro, me lo dices, y vemos qué es lo que podemos hacer
-          Iré pensando, mientras abre bien los ojos
-          ¡Mabel la vas a asustar!
Se marchó mirando para atrás, sonriendo, como una auténtica psicópata, y la verdad que me entró intranquilidad, pero lo sabría sobrellevar. Había empezado nuestro matrimonio, y ya se lo querían cargar. La vida a veces no es fácil de llevar, pero había que luchar, y es lo que haría (había perdido mucho, para que terminase a los dos días) porque a una mujer le hubiera entrado la envidia. Jaime me cogió la mano, y empezamos a admirar la araña que había en el exterior del edificio, medía nueve metros, un gran trabajo, porque tuvo que ser difícil utilizar el cincel tan arriba. Y cuando nos giramos, la cabeza cayó a nuestros pies, asustándonos, supusimos que fue una coincidencia, un macabro accidente, no algo provocado, era bastante complicado planear eso, pero a lo lejos Mabel sonreía. Hubo un alboroto al escuchar el ruido que hizo al caer, y vinieron encargados del Museo para preguntarnos cómo estábamos. Lo importante es que no había pasado nada, pero desde ese momento en mí se  encendió una alarma, que esperaba que durase el tiempo de la travesía, y que luego podría olvidar, en la nueva vida que me esperaba junto al Príncipe que buscaba desde niña, aunque ya me dijo mi abuela que los cuentos de hadas no existen, y menos si la envidia te acaricia.
Subimos al tren para comer, había un buffet, y casi no probamos bocado, aún seguimos excitados por todo lo sucedido, sabiendo que había sido un accidente, pero siempre la duda pasa por tu cabeza, aunque no hubiera un motivo suficiente. Jaime me pidió que pasásemos la siesta en el camarote, y eso hice. Me fui a la cama a leer, había unos libros en una estantería, que estaban bien, mientras el arreglaba unas cosas por teléfono, aunque también lo vi escribir desde la habitación, parecía una carta muy larga, mientras me miraba con los ojos llenos de lágrimas. Esperaba que no fuese una despedida, por temor a que nos hicieran daño, pero lo intuí, y me  eché a dormir, para evadirme de lo que creía que se me avecinaba. Me dormí mientras lo escuchaba hablar con su abogado, no recuerdo sus palabras.
Llegamos a Santander por la noche, y nos arreglamos para ir al Casino. En esta ocasión me puse un vestido de cóctel de Dior  (siempre hay que tener un buen traje de chaqueta y un vestido bonito negro). ¡Qué guapa me sentía!. Me volví a emocionar, porque nunca había ido a un casino, y me hacía mucha ilusión jugar a la ruleta, aunque siempre me habían dicho que estaban algo trucadas, porque pasaba como con la banca: hagas lo que hagas, siempre ganan. No jugaría mucho, porque nunca hay que jugar con la suerte, pero por lo menos lo intentaría tres veces en cada diversión, iría a la ruleta, a las máquinas tragaperras, y para terminar probaría con las siete y media. Creía que era suficiente, y mientras Jaime jugaba al póquer, yo me moví por el Casino como Pedro por su casa, incluso me senté en la barra a tomar el mejor combinado que tuvieran.
-          Sentarte sola en una barra, significa que estás buscando compañía
-          No lo sabía
-          Pues tiene el mismo significado que ir al cine sentarte en la última fila. Parece que pides guerra.
-          Perdón, tengo mucho que aprender. Disculpa
-          Lo importante es que no lo vuelvas a repetir, menos mientras estés casada conmigo
-          No te preocupes, por cierto he ganado 320 euros, esta noche te invito a cenar
-          No permitiría eso. Guárdalo y cómprate alguna chuchería (se me ocurrió comprarme unos pequeños pendientes de esmeraldas, para que pegasen con el anillo. Iría bien todos los días. Echaba de menos mis pendientes de bisutería, pero no pegaban con la ropa de marca, que ahora me ponía)
Pasamos una velada maravillosa, sin recordar a la araña, y sin casi coincidir con los enemigos, porque para mí ya eran eso, hasta llegar al tren. Fuimos al vagón del bar, para tomar la última copa, y allí estaba Augusto, quien parecía un hombre de negocios importante
-          ¿Qué tal?, ¿cómo te va?
-          Mejor, ya me recuperé del fracaso que tuvimos
-          Lo siento, pero la última decisión no fue mía
-          No quiero hablar del tema, he venido a disfrutar del viaje
-          ¿Con quién?
-          Con Mabel, ya sabes: lo que uno rechaza, otros lo cogen como un tesoro
-          Es verdad que os presenté en una comida. Y por curiosidad, ¿estáis desde entonces? ¿o surgió después?
-          Cuando me enteré que lo habías dejado, no dudé en llamarla, siempre me gustó
-          Espero que os vaya bien
-          Igualmente, creo que te has casado
-          Sí, perdona, es Esmeralda, mi mujer
-          Encantado, siempre tuviste buen gusto
-          Por supuesto, disculpa nos marchamos al camarote
-          ¿No tomáis algo?
-          He pedido que nos lleven una botella de champán, es un mejor plan
-          Pues hasta mañana, aquí es difícil no coincidir
-          Hasta mañana
Dormimos bien, e hicimos el amor, es lo que toca en la Luna de Miel, pero algo en nosotros había cambiado, la relajación que teníamos en París, había desparecido, sabía que había que vivir junto a la maldad, que había que acostumbrarse a eso, pero no era fácil, porque nos separaban unos pocos de metros. La siguiente parada era Potes, donde iríamos al Palacete del el Capricho, y bueno casi lo hicimos a escondidas, por lo menos no vimos a nadie, ya cuando regresamos al vagón del bar, para tomar mi infusión, ahí empezó la temida reunión. Berta estaba junto al soldado, que se llamaba Ramón, Mabel y Augusto justo en frente, mientras el otro caballero (Alfonso) estaba en la barra, pero hablaba con ellos. Fue una situación muy incómoda, parecía que nos estaban esperando para apuñalarnos. Todo el mundo tiene enemigos, es más se dice que la importancia de las personas se mide por el número de ellos, pero daba mucho miedo, pavor, hacer el viaje más bonito de tu vida, junto a personas que te desean mal. Jaime me cogió la mano, y nos sentamos en una mesa en una esquina, me pidió que no los mirase, y que habláramos como si nada nos afectase, pero a mí me temblaban las piernas, me dolía el pecho e intuía que algo malo empezaba dentro de esas puertas. El tren se puso en marcha, dirección a Santillana del Mar, donde visitaríamos la Cueva de Altamira, si es que de ese vagón salíamos con vida. Llovía mucho, y entonces pasó lo peor que podría pasar,  después de un relámpago inmenso, se fue la luz. Jaime me cogió las dos manos, y me pidió que no me moviera, y eso hice. Escuchamos pasos, algunas personas no paraban de hablar alto pidiendo que volviera, y volvió al cabo de unos segundos que parecieron eternos. Miré alrededor, descubriendo a Ramón y a Berta casi al lado. Jaime se levantó de forma agresiva
-          Tranquilo, solo quiero presentarte a Berta, es la hija de Fray Gonzalo, de quien tanto te hablamos, ya sabes nuestra segunda opción, pero veo que te has casado pronto, no has dado tiempo a nada, aunque quizás le guste a Alfonso, quien podría ser mejor candidato
-          Me has asustado, encantado, y sí me he casado, ya os podéis olvidar de mí, por favor
-          Sabes que es complicado
-          Todo es proponérselo, ni siquiera lo intentáis
-          No eres cualquier persona, te debes a muchas cosas
-          Estoy en proceso de renunciar a todo. ¡Dejadme en paz!, por favor
-          Bueno el viaje dura una semana, disfruta, luego ya hablarán contigo. No será sencillo, lo sabes
Jaime agachó la cabeza, me miró y me pidió que olvidase la conversación, que se trataba de un mal entendido. Le pedí explicaciones de lo referente a la segunda opción, a lo que asintió diciendo “no solo había como candidatas la condesa de Inglaterra, aunque era con la que se había hablado”.  No entendía qué hacía aquí, como se la habían traído, quizás pensaban que me podría suplantar en mi luna de miel fácilmente, no entendía el verdadero motivo, quizás Jaime era más que un simple hombre importante, quizás los papeles que cogió de Notre-Dame guardaban algún secreto, dejé de pensar en todo porque quería tranquilizarme y disfrutar con él de este apasionante viaje, aunque no fuese lo que esperábamos. A la mañana siguiente me puse un atuendo cómodo, pero sin perder el glamour, al colocarme un pañuelo de Hermes, ya sabes el típico de las cadenas, porque en los pequeños detalles está el secreto de casi todo. Intenté vestirme además con las mejores de mis sonrisas, ya que eso camufla hasta un triste peinado, y fuimos andando despacio hacia la entrada de la cueva. Había un guía, me acordé de Oliver, pero mientras cerraba los ojos, intenté olvidarlo, porque pensaba que muchas personas habían sufrido por nuestra unión, y me daba miedo que el Karma no se olvidase de eso. Respiré profundamente, mientras Jaime me miraba con cara de preocupación. La cueva era fantástica, con dibujos, estalagmitas, piedras de muchos colores, una maravilla, y mientras la observábamos me preguntaba si por entonces también se enamoraban o solo se apareaban como los animales, y al observar una especie de precipicio que había cerca, nos quedamos atrás, sin darnos cuenta, entonces seguimos las antorchas, aunque dejamos de oír al guía. Nos habíamos perdido, y los nervios nos estaban traicionando. Se escuchaba el sonido del viento, que daba la sensación de que las figuras pintadas se movían, y la verdad me entró miedo, un miedo atroz que me invadía el cuerpo, y más después de ver como la sombra de un hombre se acercaba a nosotros. Pensé en Ramón o en Augusto, pero quería dejar de asustarme, me agarré al brazo de Jaime, hasta que una voz varonil dijo “es por aquí”. Que susto pasé, pero es que me veía tan en peligro, que pensaba que nos podían atacar en la oscuridad y quizás nadie nos encontrase en una cueva, donde solo hay murciélagos que quieren chupar la sangre. Jaime me cogió fuerte la mano, y nos reunimos con el grupo en un par de minutos
-          Creo que el resto del viaje lo vamos a pasar en el camarote, ¿te importa?
-          No, lo estoy pasando mal, quizás podamos hacer el viaje más tranquilos en otra ocasión
-          Ya se verá, creo que la mejor opción para viajar son grandes ciudades con grandes hoteles, no sitios con un espacio tan reducido. La verdad, no creo que me dejen en paz
-          ¿Quiénes son?
-          Te lo explicaré todo cuando lleguemos a casa, cuando regresemos a París, porque allí me siento seguro, hay quien me odia, pero también hay quien me quiere
-          Creo que lo mejor es alejarse del peligro, y que se olviden de uno
-          Quizás tengas razón, pero cuando estemos en el apartamento, llamaré a mi abogado, y buscaremos la mejor opción
-          Volvamos al vagón, hay cosas que podemos hacer sin necesidad de nadie
-          Claro que sí, el amor lo cura todo
-          Pues ya sabes
Llegamos al tren al cabo de media hora, pedimos que nos sirvieran en el vagón, queríamos intimidad y tranquilidad, esa fue nuestra excusa, y como estábamos de luna de miel, lo comprendieron. La siguiente parada sería Oviedo, una pena perdernos el Parque Nacional de los Picos de Europa y el Santuario de Covadonga, pero más vale prevenir, que sufrir algún daño, que era lo que temíamos. Decidimos pasar un par de días solos, luego, si nos tranquilizábamos, quizás nos atreveríamos ver la playa de las Catedrales en Ribadeo, pero no con el grupo, Jaime llamaría a un taxi y le diría a Clemente que nos acompañase. Sería la última parada antes de llegar a Santiago, donde terminaría el viaje tan siniestro. Se duchó, mientras miraba todo lo que había en el armario, ya saben a los maridos hay que tenerlos entretenidos, y descubrí un corsé de J:P:Gaultier, sería perfecto para una noche loca y apasionada. Una parte de mí estaba totalmente enamorada y ensimismada, pero la otra estaba preocupada, incluso me susurraba al oído que me había confundido, realmente ni nos conocíamos, había sido una locura de juventud, cuando ya rondábamos los treinta, pero mi lado salvaje quería vivir la aventura, sin pensar mucho en las consecuencias, quizás eso del yin y el yang existía dentro de mí, por no decir que una parte de mí era bondadosa y la otra un alma enloquecida llena de libertad, de una libertad que nadie sujetaba, . Miré el corsé, por supuesto era mi talla, y sin muchos aspavientos me lo llevé al baño, para salir con él ya perfumada, deseando despertar en Jaime las fantasías más sexuales, hasta que llegase la mañana.
Pasamos dos días en el camarote, probé el champán, las ostras y el caviar, tomamos muchos manjares, y nos conocimos bien en la cama. No fue un tiempo perdido, se nos olvidó que fuera había una compañía muy desagradable. Llegamos a Ribadeo, me estaban esperando fuera, porque me había puesto una blusa de lunares de YSL, que le pegaba mucho una pamela, pero no encontraba ninguna entre los sombreros que me había traído, así que decidí ponerme otro pañuelo, estaba vez uno liso blanco, como los pantalones, de Givenchy . No había que perder la clase, ni en la playa. Al final no cogimos un taxi, Clemente había alquilado un coche y nos llevaría a ver esa maravilla de la naturaleza, que tanto se admiraba. Clemente guardó el coche, mientras nosotros nos acercábamos hasta la orilla, para poder admirar bien el paisaje. Nos quitamos los zapatos, eran cómodos, pero había que mojarse los pies, no sé dónde lo escuché, pero siempre pensé que traía suerte hacerlo.Era un paisaje idílico, con el olor del mar y la suavidad del viento, me entraron ganas de hacer el amor, pero sabía que era algo feo mostrar demasiado afecto en público, te resta valor y respeto, así que controlé los instintos y me conformé con un beso. Después dimos un paseo entre las rocas que el agua había erosionado, dando la sensación de estar entre rascacielos, y volvió el miedo, porque había muchos pájaros volando a nuestro alrededor, y escuchamos disparos, los que mataron a dos de ellos, cayendo a nuestros pies. A lo lejos vimos a un cazador, que se marchaba sin recoger a su presa, y nos pareció muy extraño, más bien creímos que fue una aviso como con la araña, o simplemente creía que había fallado, no creíamos en las coincidencias, y no hay dos sin tres, así que sin decir palabra, volvimos al tren, con la cabeza gacha. Lo consiguieron, nos habían arruinado la luna de miel, y la verdad sospechaba que no se iba a quedar en eso, algo querían, sin tener mucho claro de qué se trataba. No iba a ser pesada, esperaría que  me quisiese contar todo cuando  llegásemos a París, quedaba poco, en Santiago nos esperaba un avión privado, y en pocas horas estaríamos en casa. Llegamos al vagón, y nos sentamos en la cama, iba a empezar a hacer las maletas, pero ya estaban hechas, solo dejaron algunos conjuntos fueras junto al camisón, lo suficiente hasta llegar al último destino. Jaime se tumbó en la cama, puse la radio, por si había noticias importantes que nos entretuviesen, hasta que llegara la cena. Miré la carta, me dejó elegir: una tártara de salmón me pareció una buena idea, el metre nos aconsejó un albariño para acompañarlo, y sin dudarlo junto al mejor marisco de la zona. Estábamos tristes, y por lo menos tener una buena despedida, que nos alimentara el alma. Jaime se durmió, mientras yo me hacía los rituales de belleza, porque también habían dejado fuera todos los productos de Lacome que me habían regalado para el viaje (os aseguro que se nota mucho una crema buena), y en un par de minutos llegó la comida. Nos pusieron la mesa decorada con gran esmero, por lo que debía demostrar mi educación comiendo (no olviden que la educación es lo que nos diferencia de los animales, y en la mesa es donde más se nota). Os aseguro que nuestro paladar disfrutó mucho, por lo menos alguien salió contento del viaje, pero no hablamos, nos mirábamos un poco asustados, quise pensar que no arrepentidos. Terminamos, y Jaime cogió un poco de licor del mueble bar (eso no lo iba a probar), así que me fui otra vez al baño para ponerme mi camisón de LaCroix, por lo visto estaba expresamente hecho para mí, según decía la nota (también os quiero comentar, que una se acostumbra pronto a lo bueno, al revés nunca. Así que intenten avanzar, no ir hacia atrás). Y mientras me acicalaba para mi última noche de la Luna de Miel enturbiada, escuché al camarero y a Clemente traer algo para Jaime, o es lo que me pareció oír en ese momento, porque en la radio sonaba Carmina Burana, y ocultaba el sentido de las palabras
-          Se va a enfriar el Poleo Menta, creo que me lo voy a tomar. ¿Me escuchas?
-          ¿Dices algo?
-          Déjalo, luego pedimos otro, si te apetece, cuando estés lista para dormir
-          No te oigo. Ya mismo salgo
Fue mi última conversación con Jaime, porque cuando salí hubo una gran sorpresa, la que remataba el viaje. Al abrir la puerta vi que estaba sentado en el sillón con los ojos cerrados, sujetando un papel en la mano, parecía un telegrama. Le pedí que se fuera a la cama, pero no reaccionaba, lo moví y nada. Me volví a asustar. Insistí, pero parecía que algo malo le había pasado. Llamé a Clemente, quien vino corriendo, mientras leí el telegrama que sujetaba en la mano: era una invitación al funeral de la condesa de Wellington, que sería el próximo viernes a las doce de la mañana en Londres. Dios mío, no me lo podía creer, se había desmallado de la impresión. Lo primero que pensé es que  era joven y no pudo soportar la vergüenza de quedarse plantada con el traje de bodas, por lo que se suicidó. Me tiré en la cama, por una locura habíamos provocado muchas desgracias, quizás me mereciese tanto mal como una alimaña. Clemente abrió la puerta rápido, y atendió a Jaime, le gritaba “Señor, señor”, pero Jaime parecía que no respiraba. Entonces lo supe, de la sorpresa le había dado un ataque al corazón, otra explicación no había. Llamamos al médico, pero ya no se podía hacer nada. Me arrodillé junto a él, pero me separaron inmediatamente. Trajeron una camilla, lo taparon con una sábana, y me quedé sola en la cama, sin que nadie me explicara nada. El médico vino al cabo de media hora, para darme un tranquilizante, e intentar averiguar lo que había ocurrido, quería saber si habíamos discutido, y jamás tuvimos una palabra más alta que otra, jamás hubo un gesto feo entre nosotros, jamás hubo maldad en nuestras sábanas. No contesté, solo le miraba algo adormilada. Me tumbó en la cama, y me dijo que Clemente se encargaría de todo, que no me preocupara. La verdad no tenía fuerzas, solo quería dormir, acurrucarme en la almohada, porque todo había terminado antes de lo pensado, y de una forma trágica. No dormí, pero si estaba aletargada. Cuando el sol salió, sonó el teléfono y Clemente me pidió que sobre las diez estuviese lista, porque el avión salía para París a las doce y media. Lloré, no sabía lo que iba a pasar conmigo, si habría venganza, solo había pensado en mí, pero quien no hace eso cuando está enamorada. Ni siquiera fui yo quien le busqué, solo surgió como por arte de magia Me sentí egoísta, ya que Jaime se encontraba bajo unas sábanas. Me puse un conjunto de Balmain oscuro y cogí un bolso de Luis Vuitton, porque supuse que ya sí los necesitaba. Hice el resto del equipaje, incluido las cosas de Jaime, mientras lloraba. Esperaba que cuando llegase a Paris alguien me explicara mejor todo lo sucedido, por el momento solo tenía suposiciones, no lo que realmente había ocurrido, porque si habíamos pasado mucho miedo días atrás, quizás habían conseguido lo que buscaban, quizás quisieron matarme a mí, y se confundieron, a veces pasa. La verdad es que me parecía extraño que Jaime hubiera muerto de la impresión, porque realmente la condesa no le importaba, aunque quien sabe el sufrimiento que llevaba a lo largo de su vida, eso cansa el alma y al corazón lo raja, así que esperaba que cuando todo estuviera confirmado, me explicaran porque me había quedado viuda y sola, aun siendo joven y guapa. Bajé del tren algo más elegante que subí, pero también más desgraciada. Todos los pasajeros, que nos incomodaron, me dieron el pésame, también estaban destrozados, pero no saqué más conclusiones, la policía se encargaría de todo. Me monté en coche, cerré los ojos, y me marché con algo de nostalgia…
 
 
PARIS
 
Para la hora de comer estaba en Paris, durante el viaje Clemente me había comentado que el abogado de Jaime me llamaría en unos días, porque no debía asistir al entierro, debido a las enemistades que irían. También me pidió que estuviera localizada, tanto en Francia como en España. Lo comprendí, y esperaba que me diera todas las explicaciones, para poder dejar atrás las conclusiones hechas, a Clemente nunca le gusté, y bueno, siempre hay un motivo, aunque no fuese ni justo ni verdadero. Así que me armaría de paciencia, y esperaría la conversación con el letrado, además no me quedaba más remedio que obedecer, ni siquiera tenía a alguien que diera la cara por mí. Subieron las maletas, y Clemente me dijo que podía quedarme con todo. Asentí triste, después de lo ocurrido, no me importaba tanto tener o no ropa de marca. No deshizo las maletas,  ya eso me tocaba a mí, y es lo que hice, poner todo como si fuese expuesto en una tienda, además el apartamento era precioso, pero frío, le faltaba vida, así que haría juego con la decoración. No sabía qué iba a pasar conmigo, si me dejarían vivir ahí, si podría costeármelo, y mientras lo miraba llegué a una conclusión: me marcharía a Sevilla, aquí no tenía nada, ni siquiera las cosas de mi apartamento, supuse que ya las habían dado, y había perdido a las personas que antes me importaban. Creía que era la mejor opción, iría a la casa familiar e intentaría buscar trabajo en alguna firma francesa de moda, lo que sabía hacer. No tendría el gasto de pagar una hipoteca, y más o menos sobreviviría, además había algo de familia allí, creía que era la mejor opción. Cuando una está casi marchitada, quizás lo mejor era volver a tus raíces, para regarse y volver a florecer, por si la vida te daba una segunda oportunidad, la que habría que aprovechar, porque no se vuelven a repetir las buenas jugadas.Siempre pensé que no era bueno cambiar mucho de pareja, porque dabas más oportunidades a las desgracias, si te salvabas de algunas en la primera, podrían aparecer en las siguientes, pero a mí no me había quedado más remedio que avanzar, quizás porqué tomé la decisión equivocada, pero de ellas se aprende, así que intentaría pasar página. Decidí que no me llevaría nada, bueno sí: la esmeralda, ni siquiera la alianza, porque esa boda trajo muchas desgracias, y no quería llevarla en la mano, ni guardarla. Cogería la maleta que traje, con mi ropa de GR, mi caja de música con los pendientes de Oliver, mi pasaporte y algo de ropa interior, por si pasaba algo en el viaje. Además en el estilo de vida que iba a llevar, no pegaba nada ir como una señora de alta clase, si debía bajar la basura, limpiar, trabajar e incluso freír a demanda. Creo que era lo más justo, quizás jugué un tiempo a ser cenicienta, pero la verdad solo era Esmeralda, la chica que vivía en París y soñaba con dormir por las noches acompañada, solo que Jaime lo cambió todo, sin entender muy bien porque lo hizo, porque me sacó de mi zona de confort, si sabía los peligros que entrañaban. No sé a quién le debía dar las gracias por seguir viva, pero me costaba, porque había dejado atrás a un hombre que me lo dio todo por unos días, sin ponerme límites en lo que se me antojaba. Nunca lo entendería, pero la vida está llena de misterios, y esperaba que en Sevilla, poco a poco, pudiera pasar página. El lujo no era mío, ni el dinero, ni las alhajas, ni siquiera creo que lo fueran a permitir, después de haber estado solo unos días medio casada, así que fue honesta conmigo, con Jaime y con la vida, porque no iba a salir beneficiada, cuando mi marido dormía en el Paraíso, que todo el mundo adora, pero nadie tiene prisa por atravesar su valla. Así que respiré tranquila, porque tenía unos ahorros para imprevistos, y lo ocurrido era más que eso, era una desgracia. Llamaron por si quería comer, pedí que no me molestaran, había algo de fruta en un cesto, y es lo que tomaría si me entraban ganas, que lo dudaba. Por el momento había muerto en vida, pero rezaba porque Sevilla con su olor a azahar, con sus flores y plazas, me devolviera las ganas de vivir, sin mirar atrás, sin casi recordar nada, porque si algo tenía Sevilla, era la alegría, la fiesta que cada día se montaba por cualquier vagancia, así que me iría a la mañana siguiente, no debía demorar lo que ansiaba, dejaría todo atrás, vaya que la culpa me apagara, y me durmiera hasta fundirme entre las sábanas. Entonces vi en el taquillón de la entrada el correo, solo había una carta, y estaba dirigida a mí (que cosa más extraña). Me tumbé en la cama, y empecé a leer lo que tanto necesitaba.
 
Querida Esmeralda:
Primero quiero recordarte que me has visto escribir esta carta, así que léela con atención, porque te explicará todas las dudas que puedas tener, si es que la llegas a recibir. Ojalá la leamos juntos, pero como no tengo claro lo que ocurrirá en esta travesía, quiero dejarlo todo atado, por si acaso la vida nos separa, bueno más bien la envidia y la rabia. Primero quiero decirte quien soy realmente, porque creo que no conoces la magnitud. Soy el Delfín de Francia, el posible Rey, si la monarquía se instalara. Pensarás que es maravilloso, pero acuérdate de lo que les ocurrió a las cabezas de mis antepasados, nada es tan perfecto, te lo aseguro. Empiezo por aquí, para que puedas entender la presencia de esas personas en el tren. Mi vida desde que nací está condenada a la voluntad de otras personas, simplemente porque nací con sangre real, aunque fuera roja y se derramara. No es fácil no poder elegir, simplemente obedecer a lo que otros veían conveniente para mí. Ni siquiera mis padres mandan mucho en el tema, solo hay que aparentar tener clase, no dar escándalos y los demás irán marcando tus movimientos, no importando tus gustos, inquietudes y deseos. Puedes imaginar llegar a los treinta así, y como no tenía novia oficial, me iban a casar con una condesa que no me gustaba, si no era esa, podría ser otra peor, irían descartando, hasta encontrar a una que por aburrimiento no rechazara. Era un horror, para mí fue la gota que colmó el vaso, estaba cansado de tantas órdenes e incluso para dormir, vaya que no fueran suficientes horas para que el corazón descansara. Entonces un día entré en la tienda y te vi, eras todo lo opuesto a lo que conocía, y sobretodo libre, además de guapa. No sé porque, pero decidí que serías la elegida, que me casaría contigo y viviríamos en cualquier granja, alejados de todo lo que me recordara la vida pasada, pero sabes una cosa querida Esmeralda, que puedes huir de muchas cosas, pero no de ti mismo, de lo que eres y de quien eres, eso siempre te acompaña, aunque haya momentos en los que juegues a tener una vida disfrazada. Me di cuenta cuando subimos al tren y estaban ellos, por supuesto, sabían todo, incluso antes que yo, no sé cómo, pero siempre pasaba. Mabel fue una amante que me buscaron, hasta que tuviera una relación formal, para saciar mis necesidades. No era una prostituta, pero se prestó a eso, porque decía que le gustaba. Creo que pensó que la relación sería eterna, y ya no me atraía en la cama, me aburrí de sus juegos forzados, era buen sexo, pero todo en exceso harta. Augusto fue un hombre con quien inicié un proyecto laboral, del que me separé y después quebró. Me echaba las culpas a mí, creo que sabrás que muchas veces las personas no son capaces de reconocer sus errores o circunstancias, y le es más fácil culpabilizar a una enemistad, para así excusar sus actos de venganza. Alfonso es un candidato al trono de Francia, aunque no tiene muchas posibilidades, pero a veces insistir o quitar las personas de en medio, da una salida a tus deseos, o creo que es lo que pensaba. Ramón es parte de los Caballeros de la Orden del Santo Sepulcro, quienes también se ven con derecho para elegir a mi mujer, y una de sus candidatas era Berta, supongo que se la llevó pensando que sería un buen momento para que la conociera, no pensaron que me casaría antes de iniciar el viaje. Y creo que no fueron más, porque no había más camarotes libres, porque hay otras personas interesadas en mi vida, vaya que perdieran alguna ventaja, porque la vida está llena de eso, de intereses, y muchas veces, por ellos matas. Creo que con esto te quedó claro mi temor en el tren, no creo que les hubiese hecho gracia, que dejase todo para casarme con una dependienta, sin dote, ni idiomas para las relaciones internacionales, puedes imaginar mi desgracia, cuando mi alma es libre y mi cuerpo una cárcel, aunque el mundo se arrodillara. Según ellos, no había madurado, y era una crisis, pero no era el caso, y sabes lo que pasa, sabes mi miedo, que a mí me quieren, por lo que excusarían mi comportamiento siempre, pero a ti no te aprecian, por lo que serías la culpable de todo. Una persona tiene cualidades positivas o negativas, según los ojos que la miren, e incluso se puede llegar a estar ciego por querer a quien quizás fuese un monstruo perverso. Te aseguro que no lo soy, pero no mando en sus pensamientos, no sé lo que piensan de ti, o lo que quieren que seas, para una posible venganza, por no conseguir sus deseos. Al contrario de lo que creían, sí era una persona madura, ese fue el problema, que maduré, que desperté. Cuando te das cuenta que la vida no es perfecta, que los cuentos de hadas no existen, que el mundo está lleno de peligros y problemas, entonces es cuando empiezas a vivir conscientemente, no con la fantasía que de niño inventas, empieza la supervivencia, y solo si esta está garantizada, podrás buscar la felicidad, una cosa que para muchos era etérea y lejana. Por eso, querida Esmeralda, si nos han separado, huye, aléjate del peligro, y quizás él se olvide de ti, es la única solución, porque serás la culpable hasta de que yo no haga bien el almuerzo, no sé si me explico. Si me pasase algo, quiero que sepas que lo dejo todo listo para ti, para que no seas víctima de más odio. No van a consentir que heredes, pero si dejo una pequeña compensación económica, por haberte metido en este lío, y una pensión vitalicia, mediante un seguro, que no te dará para lujos, pero podrás dejar de trabajar. Así mi fortuna se quedará casi intacta, y nadie podrá reclamarte nada. Si vivo, intentaré escapar, si veo que hay demasiado peligro, no de ti, nunca lo pienses, si no de la vida que me han impuesto, sin preguntarme nada.  No sé si servirá de algo estas palabras, pero quiero que también sepas que adoré a mi princesa gitana, porque me dio un rayo de esperanza, mientras mi vida se tejía del color que a otros les daba la gana. Siento haberte roto la vida, pero espero que encuentres un nuevo lugar, y el dinero te ayude a ello. Lo siento de corazón, pero a veces las circunstancias mandan. También quiero decirte que mi abogado es un buen amigo, quizás el único de confianza, si alguna vez necesitas algo, no dudes en hacer una llamada, pero no preguntes mucho, eso incomoda, y cuando sucede, uno se aparta. Para terminar, y sepas la magnitud de mi importancia, no creas que los documentos que cogí de Notre- Dame están relacionados con algún negocio que te oculto, simplemente era mi partida de nacimiento, porque la Iglesia en mí también manda, menos yo, manda todo el mundo. A la familia real francesa se la relaciona con Jesucristo, por eso se guarda ahí. No sé porque pensé que llevándola, tendrían menos poder sobre mí, si ella no existía, quizás el Delfín tampoco (me volví a confundir) pero ya sabes, te lo repito, uno puede huir de todo, menos de uno mismo. Creo que te explico todo en esta carta, te lo merecías, pero por favor, cuando lo leas destrúyela, para que no te pregunten por lo que ni sabes, para que no saquen sus conjeturas. Eres la mala del cuento, nada de lo que digas o hagas servirá para calmar el odio, que surge incluso de la nada. Solo hay que dar explicaciones a quien esté dispuesto a escuchar y a comprender, para los demás es una pérdida de tiempo, al enemigo ni agua. Vete de Paris, haz una nueva vida, siento haberte jugado esta mala pasada, espero compensarte de alguna forma, y no dudes de que te amé con todo mi  corazón y con toda mi  alma.
                              
                                                                                       Jaime, conde de Anjou
 
 
 
-          ¿Oliver?
-          Sí
-          Estás mucho más delgado
-          Quizás las penas
-          No me digas eso, por favor. Creí que no vendrías
-          No iba a venir, pero supongo que el corazón me pidió verte otra vez
-          Gracias
-          ¿Cómo estás? ¿te creía en Sevilla?
-          ¿Lo sabes todo?
-          Sí, claro.
-          Bueno he tenido que quedarme unas semanas para arreglar papeles, como la nulidad del matrimonio.
-          ¿Y por qué me has citado aquí?
-          Es una sorpresa. Ven, doblemos la esquina. ¡Aquí es!, esta es tu nueva casa. No ha dado para un jardín, pero tiene un patio trasero que da el sol por las tardes, con espacio para sillas, mesa, hamacas, barbacoa e incluso algunas plantas.
-          ¡Estás loca!. No lo puedo aceptar
-          No te estoy preguntando, en esta carpeta están las escrituras a tu nombre, el abogado de Jaime me ayudó con todo. Te lo debía Oliver, te lo debía.
-          No sé qué decir, estoy en Shock
-          No digas nada, solo espero que me perdones, y puedas disfrutar de la casa
-          No era tan bueno, ¿sabes?. Con el tiempo me enteré que planeo lo de mi infidelidad, para que te fueras con él. No era un hombre honesto
-          Lo imaginé, pero quiero pensar que me quiso, aunque fuese por un breve espacio de tiempo. Nunca sabré si fui un capricho, porque se rompió rápido, pero quiero pensar que fue algo bonito, que mereció la pena el sufrimiento
-          ¿De verdad crees que el dinero lo compensa todo?. Te quería, aún te quiero.
-          No pienso mucho, si te sirve de algo, lo he pagado, porque no tengo la paz interior que tenía contigo, creo que en cualquier momento me pueden hacer daño, bebo vino e incluso volvió el miedo a la oscuridad
-          Quédate en Paris, retomemos lo nuestro, sé que aún te quedan sentimiento, lo nuestro fue bueno, no creo que lo hayas olvidado de un día para otro, no lo creo.
-          Claro que te quiero, pero he cambiado tanto, dudo que funcionase
-          Te daré tiempo. Sabes lo que voy a hacer, en las próximas vacaciones que tenga, iré unos días contigo a Sevilla, siempre me la quisiste enseñar. No será en verano, sabes que tengo mucho trabajo por esas fechas, pero creo que sí podrá ser en Septiembre, a finales, ¿te gusta la idea?
-          No sé
-          Pues yo sí lo sé, pasaremos un tiempo juntos y poco a poco te volverás a enamorar de mí, haré por ello (me sacó una sonrisa)
-          Necesito tiempo
-          Te llamaré, aún quedan meses, ya lo vamos viendo, pero cógeme el teléfono, al menos contesta a mis mensajes, solo te pido eso
-          De acuerdo ( me dio un beso)
-          Vamos a ver la casa, y así me das ideas para la decoración, eres buena en eso
-          ¿Solo en eso?
-          En más cosas (me abrazó y en esta ocasión hubo más que un beso…)
Oliver se tenía que marchar a las dos, porque tenía trabajo, pero quedamos en vernos en Sevilla, y la verdad, me apetecía, no sé lo que pasaría con nosotros, pero estaba segura que lo quería en mi vida. No podía prometerle nada, pero ojalá volviesen las ganas de empezar de nuevo, y con quien mejor, que con el primer amor, con quien me despertó el deseo. Dudaba si realmente llegaría a perdonarme, si me sacaría mi error en cualquier momento por despecho, así que dejé de pensar, seguiríamos en contacto, y el tiempo diría qué pasaría con nosotros, si volveríamos a ser uno o solo un pasatiempo, pero estaba muy contenta con haberle comprado la casa, con haberle realizado su sueño. No compensaría el daño, pero a mí me aliviaba el desconsuelo. Me despedí en la puerta, y cogí el autobús hacia el centro, iba a despedirme de las compañeras de trabajo, a las otras personas no era necesario decirles adiós, había perdido el contacto, había cometido el error de centrarme en el trabajo y el Oliver, de aislarme un poco, y nunca se sabe en esta vida a quien vas a necesitar (no lo hagáis). Sabían cómo localizarme, si es que querían saber algo de mí y de mi duelo. Llegué a la media hora, no estaba tan lejos, y fui caminando por última vez por los Campos Elíseos, porque a la mañana siguientes cogería el vuelo, y dejaría definitivamente el apartamento. Entonces vi a lo lejos a Clemente, me miraba, me sonreía, pero de una forma trágica, y volvió el miedo, quizás me culpabilizase de la muerte de Jaime, la cosa es que cambió de acera, sin no antes volverse, para hacer un gesto feo. Entonces mi cabeza empezó a maquinar, empecé a atar cabos. Realmente Jaime no tomaba poleo menta, y escuché antes de salir al camarero, quien lo pudo envenenar, pero también a Clemente, e incluso me pareció que subió el tono de voz, y en cualquier despiste de Jaime pudo echarle algo, pensando que era para mí, porque conocía muy bien a su jefe, y no era de infusiones. Nunca lo podría averiguar, nunca lo sabría, ni lo podría preguntar, me lo advirtió Jaime, dando a entender que a veces lo mejor es una buena despedida, y olvidar las cosas malas, pero saben una cosa,  una parte de mí necesitaba el cuento de hadas, e intentaba buscar el lado bueno de lo sucedido, aunque fuese una quimera idealizada. Nunca se lo dije a nadie, pero cuando releí la carta, antes de echarla a la chimenea, saqué una conclusión algo fantástica: “Y si Jaime había fingido su muerte junto a Clemente, al médico y su abogado, para poder abandonar la vida que tenía, la que tanto detestaba, porque a veces una muerte es la única manera de pasar página”. Quizás dentro de un tiempo me buscase en Sevilla, quizás no había sido un desastre La Travesía, solo la huida que esperaba, quizás fuese un hombre egoísta, que solo buscaba su satisfacción personal, sin importarle nada ni nadie, pero le justificaba, porque quien no lucha de todas las formas por su libertad, aunque alguien llore mientras la alcanzas. Una parte de mí, quería creer eso, lo prefería a vivir con la muerte de una persona a mis espaldas, pero no pensaría mucho en ello, vaya que la locura de mí se apoderara. Volvería a Sevilla, y el tiempo diría qué sería de mí, si volvería a ser dichosa como en París o me convertiría en una especie de esclava de la desgracia…
 
 
 
 
 
 
 
 
SEVILLA
 
-          Hola tía
-          Te he dicho muchas veces que no me llames así, me hace mayor
-          Hola Trini
-          Hola amor. ¿Has vuelto para quedarte?
-          Sí, esta será mi nueva casa
-          Me han contado todo lo sucedido
-          Bueno vengo aquí para olvidar, por favor
-          De acuerdo, vuelves a tu casa. Le he dado una vuelta y he comprado algo de comida, para que puedas instalarte directamente. Traes poco equipaje
-          Lo suficiente
-          Bueno hay ropa de tu madre, si necesitas algo
-          Sí, ya miraré, gracias
-          Aquí tienes las llaves, solo una cosa, a mí siempre me gustó Oliver, y a tus padres también, por si te sirve de algo. Eres joven, nunca se sabe a quién puedes conocer, pero quiero que lo sepas.
-          Lo sé tía, a mí también me gusta, pero necesito tiempo
-          Todo el que te haga falta, no fuerces nada, pero aunque vuelvas con él, no olvides una cosa, un consejo de abuela: “busca siempre tus propios sueños”, así nadie tendrá derecho a reclamarte nada, porque ya sabes, hoy eres la princesa del cuento de hadas, y mañana la bruja malvada. Te lo prometo
-          Lo tendré presente, también siempre me lo recordaba mi madre, supongo que es una refrán feminista de familia. Gracias
Los días pasaron rápido, intentaba estar ocupada, por lo que me dediqué a darle una mano de pintura al patio y a ordenar la casa. Me había impuesto una rutina, para no caer en depresión, había adoptado una gatita que apareció en el jardín, a quien llamé Paris, (como la ciudad encantada y como el príncipe mitológico, aunque no compartieran género) salía a pasear con mi tía por las tardes, porque ya saben lo que dicen: el sol y el ejercicio es el mejor antidepresivo, también me apunté a un curso de corte y confección, con la idea de hacerme mis propios diseños, (nunca se sabe). Poco a poco retomaría las antiguas amistades del verano, aunque ya no compartiéramos casi nada. A mí la vida me había llevado por un camino diferente a los suyos, ella siempre manda en lo que te acompaña. Una tarde, cuando paseaba, ocurrió algo que no pude compartir con nadie, pero a vosotras os lo cuento. Me crucé con un hombre parecido a Jaime, igual de apuesto, con su misma estatura, rapado, pero se veía como él: rubio, delgado y sonriendo. Agachó la cabeza cuando nos cruzamos, como asintiendo, y pueden imaginar lo que se pasó por mi cabeza durante un momento. Dejé de atender a lo que decía mi tía, me entraron escalofríos, al creer lo que estaba sucediendo, perdí la noción de los minutos, hasta que la sombra de Oliver se acercaba, despacio, con su camisa blanca y su mochila casi al cuello, despertando en mi corazón nada más que buenos sentimientos, pero a la vez desvaneciendo mi sueño…                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                      Marisa Monte
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Foto del autor Sandra María Pérez Blázquez
Textos Publicados: 60
Miembro desde: Nov 23, 2012
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Descripción

Una bonita historia de amor

Palabras Clave: TRAVESÍA

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficción



Comentarios (4)add comment
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juan carlos reyes cruz

Comentario 1
Estoy sorprendido con esta historia y confieso que rápidamente he llegado a la página 20 en escasos minutos, por la sencillez, fluidez y naturalidad de su relato.
Había entrado de manera expreso a la página para cerciorarme cómo le estaba yendo a mi escrito (hacía dias que no participaba) y me encontré con tu publicación que me resultó fuera de lo común por su extensión (77 páginas) y quise solo hojearla, quedando atrapado, como insinué antes. Pero estoy en tiempos de otras obligaciones y debo atenderlas, por lo que he detenido la lectura para proseguir en instantes libres de presión... Cuando termine te haré conocer mi comentario final.
Un abrazo
Responder
May 23, 2023
 

Sandra Mara Prez Bl�zquez

Muchísimas gracias!!!deseando saber si te gusta el final
Responder
May 24, 2023

juan carlos reyes cruz

Comentario 2

Sin dudas no solamente me ha gustado el remate final, sino muchos de los matices utilizados por la autora en la composición de esta historia.
Como dije en el primer comentario, has hecho gala de un lenguaje distanciado de un abuso metafórico, adecuado en una expresión natural de la gramática, pero sin caer en la vulgaridad; bastante explícito para hacerlo imaginativo y --a la vez-- fluido. No puedo negar que me causó simpatía la inserción en la narración de términos de la moda universal que le sumaban al cuento la finura requerida para el medio en que se desarrolla, como así mismo la mención de lugares de interés de la región, y en ocasiones con su correspondiente conexión histórica.
Evidentemente el suceso completo es una fantasía, pero en la imaginación del lector es abordablemente verosímil.
Otro rico aspecto se aferra de una digna lección pretendida en la conclusión de lo acontecido, cual es el merecido derecho de una persona a tentarse con los beneficios de la vida sin necesidad de ser condenado por su intento--por una parte-- y entender que la conformidad, la sencillez y las limitaciones, también pueden darnos felicidad.
Felicitaciones por tu talento y lucha por mejorarlo, para avanzar en un medio que no es fácil.
Un abrazo
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May 24, 2023

Sandra Mara Prez Bl�zquez

Oh!!!muchas gracias!!!no sabes lo q me animan tus palabras. Tengo más trabajos publicados, no todos con el mismo estilo, pero como me ha encantado su análisis, seguiré por esta línea sencilla. Ya mismo comienzo con una nueva idea, y lo hago mucho más ilusionada. Mil gracias!!!
Responder
May 25, 2023

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