Las moscas
Publicado en Oct 13, 2009
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Las moscas
            Estaba tendido en la cama, mirando el techo, esparciendo su mirada por las tablas descascaradas, intentando no ser él por un minuto, luchando por lograrlo, pero tan pronto se alejaba de esa imagen tórrida e insufrible, retornaba el zumbido de las moscas que importunaban su tranquilidad. Uno tras otro los bichos oscuros iban y venían como una escuadrilla indeseable, pero él ya no tenía deseos de enfrentarlos, eran demasiados. Todas las mañanas los barría, eran cientos y durante la semana miles, también los aplastaba, sonaban en el suelo como guatapiques húmedos, esos juegos de artificio que él preparaba cuando era un niño y que lanzaba antes del año nuevo. No quería moverse de ahí, estaba cómodo. El cuerpo largo y las piernas levemente abiertas formando un ángulo de 30 grados. Cerró los ojos por si realmente se olvidaba de todo y despertaba antes que el verbo haya sido conjugado, cómo lo deseaba,  incluso antes del caos, antes del todo y él fragmentado en un universo sin límites, sin voz, sin el hágase tal cosa o hágase la otra o la de acullá o la más distante. Giró su cuerpo hacia la pared y allí estaba el sustento diario de todos los días, el que mantenía la esperanza, el que llevaba el pan a la mesa y el gas a la cocina, ahí estaba el saxo tantas veces soplado por él, en realidad donde lo llamaran. Nunca se imaginó que ese instrumento de un seudo metal: cobre y estaño, le diera la posibilidad de sobrevivir y de mantenerse en un mundo cada vez más inaudito y estrambótico.
            - Te dije que Mazzoni te necesita para un evento.
            Él estaba mirando el saxo y a las moscas que giraban alrededor de su instrumento.
            - Lo sé.
            - ¿Te sucede algo Amancio? ¿No te encuentras bien?
            - No, sólo estoy un poco cansado, pero estoy bien. A las nueve parto a la cafetería y tocaré ahí hasta la medianoche y luego regresaré.
            - Está bien.
            Ella abrió un cajón de la cómoda y sacó su ropa interior limpia: un calzón de color negro y un sostén de color celeste, luego dejó caer la toalla y quedó desnuda, pero Amancio ni siquiera se percató de aquel breve strip tease de su compañera, se encontraba mirando el saxo.
            - Estás seguro que te encuentras bien.
            - Seguro, sólo estoy descansando, a las nueve le dije a Mazzoni que estaría en el local.
            - Quieres que te preparé algo de comer, un sándwich, por ejemplo.
            - No, comeré en la cafetería.
            Amancio giró otra vez su cuerpo y volvió a quedar con la vista hacia el techo, pero esta vez deslizó su mirada hasta donde estaba ella que se abrochaba el sostén, aún no se había puesto los calzones. Esa breve visión punzó todos sus sentidos y una leve corriente alterna le llegó a su miembro y lo sintió duro entre sus piernas.
            - Ana ya no quiero seguir en esto.
            - Como que no quieres seguir en esto, a qué te refieres.
            - Me refiero a que no quiero seguir con mi saxo, quiero dejarlo ahí por un tiempo.
            - Y qué piensas hacer.
            - Nada Ana, no deseo hacer nada, seguir tendido en la cama, mirando el techo y barrer las moscas que caen por el efecto del Raid. Algún día las exterminaré a todas.
            - Entonces ya no quieres ser músico.
            - Ya no quiero ser nada, tal vez un exterminador de moscas, sólo eso y quedarme en casa.
            - Amancio, ¿te encuentras bien?
            - Demasiado bien, es la primera vez en mucho tiempo que no me encuentro tan bien como ahora. Antes estaba invadido por las sombras del futuro, del querer, del ser, y llevaba a ese precipicio insólito a mi saxo, a mi fiel amigo, ahora lo quiero salvar y salvarme. ¿Por qué no te tiendes a mi lado Ana?
            - El turno en la farmacia comienza a las ocho y le prometí a mi amiga llegar un poco antes.
            - Hace tiempo que no estamos juntos Ana.
            - El sábado, cuando llegaste algo ebrio y con ganas de hacerlo ¿lo recuerdas?
            - No me lo recuerdes. Estuve muy mal.
            - Luego te quedaste dormido y...
            - Y tu pegada al techo, es lo que siempre dices cuando yo me acelero, ya lo sé, por eso es que te digo que te tiendas un rato conmigo.
            - No Amancio, ya me he bañado. Hace frío y queda muy poco gas, dejémoslo para más tarde.
            - ¿Más tarde?
            - Sí, más tarde, no seas impaciente frescolín.
            Ana rodeó la cama y se inclinó ante aquel cuerpo y lo besó en los labios y él sintió aquel beso como el aleteo de esos bichos que mataba con Raid.
            Ana ya estaba lista, abrió la puerta del departamento y una fría brisa entró por todas las habitaciones y se marchó sin antes decirle a Amancio que en el refrigerador había algo de comida.
            Amancio giró su cuerpo otra vez en la cama y se encontró con su saxo. En la mesa de noche estaba el Raid, lo tomó y pensó que apenas se posara una mosca en su instrumento la rociaría con el mortal veneno y la exterminaría sin ninguna compasión, sin embargo puso el rociador en su boca, la abrió y lanzó el veneno dentro de él.          
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Foto del autor rodolfo reyes
Textos Publicados: 3
Miembro desde: Oct 13, 2009
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Descripción

La historia de un desesperado msico.

Palabras Clave: Cuentos & historias

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin


Creditos: Rodolfo Reyes

Derechos de Autor: Fegalo-57@hotmail.com

Enlace: reydolfo@gmail.com


Comentarios (1)add comment
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miguel cabeza

Enhorabuena Rodolfo. Me gustó mucho tu bello relato. Ágil, humano, contundente.
Responder
October 13, 2009
 

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busy