Pequeño par de satélites que orbitan mi cielo, dupla irreconciliable de destellos húmedos y fugaces. Me he planteado la posibilidad de la pérdida de tu mirar en mi vida, de esa sensación de vacío nietzscheano donde el abismo ha corrompido en mí reptando con escamas y tatuajes en la piel húmeda, y me parece inaudita y descabelladamente estúpida. Al parecer no hay nada más hermoso que tus ojos de luna enmarcados por ese par de párpados ligeramente extendidos hacía abajo, como si tuvieran la pena y osadía de cargar con el peso de dos astros innegables e inefables que brilla con luz propia, una luz que no es hurtada de ningún sol, no es prestada por horas esperando su vuelta ni revuelta, ni pagando alquiler, ni conteniendo cofradías de amantes nocturnos que juran amor eterno bajo un fulgor pálido. Tus ojos son hermosos, como los jardines colgantes de babilonia, como el resplandor de una aurora boreal nórdica que pinta un cielo ocre de colores que bailan moviendo sus titilantes manos. Es cierto que la luna tiene sus destellos, que su sombra se proyecta ondulante en el Sena, en el Tigris y Éufrates o en el Coatzacoalcos donde ese mismo halo impregna a la naturaleza de un erotismo desbordante y un celo crepuscular que dota la atmosfera de vida y placer, melancolía y muerte. Los poetas han escrito infinidad de versos bajo el signo de la contemplación y la añoranza, una añoranza remota de pensamientos ajenos y arcaicos, o de tiempos finitos y quiméricos, “luna espejo de tiempo” espejo de mitos, de Selene, de Metztli, lugar idóneo para plantar una civilización, en el ombligo de la Luna.
Aún con todos estos atributos metafísicos me quedo con tus ojos que pueden opacar el resplandor de la más rebuscada y pedante luna de un otoñal y lastimero atardecer. Tus ojos al igual que ella me persigue me acecha, pero esta búsqueda no es solo de noche, es de día, en sueños y en vigilia, es una mirada de lechuza incógnita, un beso silencioso que te estremece, un calor de fuego apagado. Creo que me hundiría en tu mar epónimo, en un canto ensordecido, en una mirada de Medusa quedando petrificado como la mujer de Lot. Tus ojos de luna esconden un conejo que brinca y brinca en mi pecho, quiere salir, a veces me niego, a veces lo dejo, y otras muchas soy yo quién participa en el juego y él se queda absorto en su rincón y me mira a mí como saltimbanqui, participe de un rito ancestral de apareamiento y siendo cómplice de un silencio post amor. Me quedo reducido a murmullos y él entra en acción saboreando tu miel blanquecina, el color de tus muslos y el sabor de tu miel. Tus pupilas emulan la circunferencia de la bola de nieve celestial y nocturna, pero ella solo contempla siendo indiferente de contemplación, tú miras, participas en este juego de azar, de tirar los dados esperando el uno más uno, de mover tus piezas de ajedrez sabiendo que eres la reina y de reconocernos a través de un juego de encuentro y perdida milenario que se pospondrá hasta el día del juicio final.