Desmoronarse
Publicado en Nov 24, 2021
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Siempre imaginé que sonaría como un “crack”. O tal vez gritaría “amén” y podría reconocer que lo merecía. Pero, en una tarde fría de algún septiembre que trato de olvidar, más de una pared se vino abajo.
Al salir de la habitación, traté de recuperar el aliento, y parecía que este se encontraba atascado en la cima de mis pulmones.
Salí rapidito, porque no quería seguir viendo mis nervios y emociones fuera del cascaron.
Ya no le daría ese permiso.
Cuando esquivé la puerta y entré en la habitación que compartíamos, ésta se fue expandiendo y llenándose de toda luminosidad. Estaba solo y me sentí más pequeño con cada paso que erraba en el interior.
Me quedé un ratito contemplando por fuera de la ventana y el sol radiante del atardecer me abofeteó. De un impulso, en lo profundo de mis entrañas, cerré los ojos y pude verlo todo con mayor claridad.
Y las paredes de nuestra habitación parecían no encontrar límites. Todo yacía tirado por los suelos; los escombros y los años que pasamos juntos. Las lágrimas que derramamos en vano y los recuerdos que me acecharían tras su partida.
Agarré rápidamente la escoba y supe que mi única misión en el mundo era limpiar el desastre que se aparecía recurrente frente a mis ojos.
De pronto, escuché su voz quebradiza del otro lado, preguntándome, casi suplicante, si es que necesitaba de ayuda. Y sentí cómo las barreras fueron subiendo nuevamente. Con voz fuerte y decidida le grité que podía hacerlo solo. Y agarré, más bien, empuñé la escoba y pala con convicción, tal como si mi vida dependiera de ello, y limpié todos los escombros, hasta dejar la habitación vacía.
Mi pulso empezó a golpetear con más fuerza. Los latidos desbocados se podrían oír en un eco galopante contra cada pared. Y quise callarlos con todas mis fuerzas, pero fue inútil.
Juro que escuché un “crack”, pero nadie sabrá jamás cómo suena un corazón al romperse. O quizá tenía un sonido distinto, casi ancestral. Tal vez podría ser una melodía que se quiebra, una súplica que se vuelve murmullo, el tiempo que no pausa, solo cesa. Un “que así sea” que se esconde, que se difumina continúo en el infinito.
Mi cuerpo se tensó y mis piernas cedieron ante la gravedad de lo que se había terminado entre los dos. Mi pecho se desplomó con el peso del mundo y todo el dolor que contuve, simplemente corrió salvaje de mis ojos.
Me sostuve con ambos brazos, apretándome, en un intento fallido de contenerme, pero supongo que es cierto lo que dicen, que lo mejor es que te consuele, que te contenga quien te hizo daño. Y atravesando el umbral de la habitación, en cámara lenta, me sujetó con sus brazos y me hundí en su pecho.
Su pecho latente; inhalando y exhalando, me calmó como el soplo de las hojas de un árbol que sigue creciendo, brindando la sombra necesaria para descansar y volver a continuar.
De pronto, mi llanto se hizo su llanto, y nuestra pena compartida solo fue media pena.
Sus manos cálidas secaron las lágrimas de mis mejillas y lo abracé con la fuerza que aún me quedaba. Él también lo necesitaba y yo solo quería calmarlo como él siempre lo había hecho.
Y es curioso cómo, aún en ruinas, el amor puede enmendar, resistir y perdurar.
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Foto del autor Mitzio Antonio
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Descripción

Siempre imaginé que sonaría como un “crack”. O tal vez gritaría “amén” y podría reconocer que lo merecía.

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Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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