Dulce lesbianismo.
Publicado en Jul 04, 2021
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                                                         Dulce lesbianismo.
Hola; soy Valentina, tengo cuarenta, me declaro lesbiana, tengo pareja, Alejandra, 38 años, para mí la mujer más hermosa y dulce del mundo, como me confiesa que lo soy yo para ella. Dado el carácter de nuestra opción ninguna de las dos posee en la composición de su perfil algún rasgo  masculino,  pues a ambas nos  complace nuestra naturaleza y nos encanta ser lo más dulcemente femeninas la una para la otra porque con ello hemos conseguido una gran dicha.  
Lógicamente, como todo el mundo, viví una etapa de lucha de definición en mis primeros años de infancia y mis memorias muestran difusos fragmentos que meticulosamente escudriñados podrían articular una conclusión sobre mi entonces futuro comportamiento. Recuerdo de niña que me atraía bastante observar los genitales de todos, hombres y mujeres, incluidos mis padres, pero el “paquete” de papá era el que más me llamaba la atención, comparado con la simpleza de la forma de la vagina de mamá que era pequeña y coronada de poco vello púbico. Lo de papá me incomodaba por lo excesivo del bulto y por esa fea selva de pelos que le rodeaba y que terminaba extendiéndose por gran parte de su cuerpo.
Por otra parte, existía la existencia de Juana, la joven y bonita nana que cuidaba de mí y mis hermanos, quien a mí, suponiendo que por ser la única mujer entre todos, me brindaba una palmaria y dedicada atención en todas las cosas, cubriéndome con caricias, besuqueos y preferencias. Su actitud, su proximidad, su roce con mi piel, el aroma particular de su ser, la espontaneidad de sus sentimientos y todo lo suyo me subyugaban sobremanera para que su presencia terminara para mí siendo indispensable. El vacío fue ostensible cuando en los inicios de mi adolescencia ella desapareció de nuestro lado para siempre sin que mediara una razón que me conformara. Francamente su ausencia me causó un gran dolor; sin embargo, inconscientemente  asumí con claridad que debía reemplazar aquel sentimiento perdido, a como diere lugar, ya fuere entre mis cercanos, entre mis compañeras,  mis amistades, o con quien fuere. 
Porque luego, en la continuación de mi crecimiento hubo una etapa compleja que me mantuvo psicológicamente confusa. La necesidad de relacionarme sentimentalmente con la muchachada circundante fue inevitable y evidente, ya que todos lo hacían. Pero en mí,  el afán fue más instintivo que la razón y me dejé fluir insulsamente sin pensar en contextos; no hice distingos entre besar a un hombre o a una mujer; cada quién era simplemente una necesidad. No obstante, de todas, ninguna – ni ninguno -- me dejó aquella plenitud sensorial que había alcanzado a experimentar con Juana, cuya fresca, lozana y dulce imagen permanecía todavía en mi memoria.
 
Hasta que apareciste tú. Fue en un festejo del cumpleaños de un amigo en común. Muchos imberbes y chiquillas gritonas, música en altoparlantes, globos multicolores, confeti explotando en el jardín, una mesa plena de manjares, un escenario en el que nadie actuaba y en el que estabas viviendo tu mundo. Fuiste la golondrina que anunció el verano; surcaste mi espacio y clavaste tu verde mirada de gato hambriento en mis ojos que admiraban lo linda que te veías con tu disfraz de mujer maravilla. Diste un alto desde las tablas y llegaste a mi lado blandiendo tu brillante cabellera entre los hilos del viento. Con tu dulce vocecita susurrante me dijiste. “Hola. Soy Alejandra. ¿Tú cómo te llamas?  Fuiste aquel día mi premio de la lotería.  
Bastó un chasquear de los dedos para que me enamorara instantáneamente de ti. Me has confesado muchas veces que te sucedió lo mismo.
La mayoría de los amantes terminan asegurando que el amor es un matiz absolutamente circunstancial y transitorio, con fecha de vencimiento incluida y de difícil prolongación. Sin embargo, no ha sido así en nuestro caso, pues debo decir con orgullo que hemos llegado ya a cumplir dos ricas décadas nadando sin pausas en nuestro íntimo océano de satisfacciones tal como las del día uno en aquella fiesta.
Debo reconocer que ambas hemos hecho francos esfuerzos para pavimentar esta senda. El principal factor que nos ha llevado a semejante éxito ha sido la convicción de la importancia que una tiene de la otra, intentando ponerla siempre adelante del interés propio. Por ejemplo, dentro de nuestra intimación sexual, el clímax de la otra es factor indiscutiblemente primordial. Y en lo cotidiano no es diferente, pues nos preocupamos constantemente de agradarnos con la imagen, el peinado, el maquillaje, una caricia extemporánea, una tocada de nalgas, una injustificada llamada telefónica, un regalo casual simplemente porque me gustó al verlo en la tienda, un “Te quiero” cuando nos invade el silencio y el corazón quiere escaparse por la boca.
 
¿Cómo no amarte, por ejemplo, cuando el día del pago llegas con un robusto ramo de fragantes gardenias para mí, y me impresionas con el esquicito aroma en tu cuerpo de un nuevo perfume que te has comprado para ti ( nunca usamos el de la otra) y me propones galantemente que esa noche vayamos a comer a un  buen restaurante?
Otras veces yo contigo hago lo mismo y consigo igualmente un fuerte abrazo.
Creo que la fórmula de nuestras victorias consiste en haber tomado las cosas de manera diferente a como la mayoría lo hace; por ejemplo, el límite en nuestra intimidad no puede existir y disponemos con total libertad de todas las variantes que la bondad mutua ofrezca. Ambas desconocemos lo que significa contener un secreto, porque si es necesario evacuar un pedo ¡adelante! quedas automáticamente excusada. Nos gusta fotografiarnos desnudas, o grabarnos realizando el acto; practicamos todo tipo de aventuradas posiciones y nos excita dialogar en el momento; hemos llegado a revelarnos escapes verbales de fantasías personales: “Me gustaría ser dueña de un buen pene, masturbarme y eyacular dentro de una vagina.  Me encantaría darme un revolcón con Jennifer Lopez… No me escandalizaría que realizaras un perfecto striptease sobre la mesa en una fiesta con muchos participantes… Juana me hacía cosquillas en la vagina y me enloquecía…” Con la confianza que nos profesamos hemos dejado en un costado el fenómeno de los celos. Quizás sea porque estamos muy convencidas que no somos esclavas de nada, ni de nadie.
El tiempo ha permitido que me provoques esa necesidad infinita que me producía mi recordada Juana, por supuesto con la ventaja a tu favor pues contigo tengo el cuerpo real, la calidez cierta, la suavidad de tus besos, la belleza, armonía, delicadeza y perfección de tus formas corporales, tus olores, tus secretos, tus debilidades, tus sueños y la libertad sin límites de gritar al viento que me amas sin tener la más mínima migaja de vergüenza.  
Desgraciadamente ningún sueño puede llegar a ser absolutamente perfecto, pues aparte de todas las maravillas que hemos sido capaces de concretar en nuestro fantástico desafío amoroso, jamás podremos brindarnos el maravilloso placer de engendrarnos tú a mí, o yo a ti un hijo…
Tendremos que acudir a la alternativa de la adopción, a una inseminación asistida, o al sacrificio de una de las dos con un voluntario desconocido en nuestros días de ovulación ( Sería rápido y barato, pero tiene que ser pronto, porque se avecina la menopausia).
Es la realidad.  
 
 
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Foto del autor juan carlos reyes cruz
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Categoría: Ensayos

Subcategoría: Sociedad



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