MI BANKSY
Publicado en Jun 13, 2021
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BANKSY
 
Trabajaba en el número 10 de Dawning Street. Me llamaba Aurora  y no era la asistente personal del Presidente, pero me ocupaba de que la casa estuviera impoluta. Llevaba el uniforme típico de las doncellas, con cofia incluido, dando una cierta categoría al estilismo. Esa noche serví la cena a dos invitados importantes, no sabía el cargo que ocupaban, nunca lo decían, para evitar cotilleos en la servidumbre. Solo pude concretar que tenían edad avanzada, una gran presencia, que hablaban inglés con acento extranjero, y que uno había sido paracaidista. Lo dijo Sebastián, porque identificó los galones en su chaqueta. No solían continuar con la conversación mientras servíamos, pero una vez que lo dejé todo listo, para que ellos lo hiciesen sin dificultad, pude escuchar como nombraban al duque de Edimburgo. Realmente no me interesaba, pero cuando llevas una vida monótona, te da por cotillear por las esquinas, sabiendo que debía mantener la boca cerrada, si mis oídos querían adentrarse en alguna aventura. Nos dejaron ir más temprano, quedando solo la seguridad en la casa y el mayordomo, quien también vivía ahí con su mujer. Me cambié en el sótano, como era costumbre, y me fui por la puerta de atrás, salí la última. Era una noche normal y corriente, con algo de niebla, como siempre, y las calles vacías. Justo cuando iba a dejar la casa, me asusté porque escuché como una pequeña discusión con disparos, o eso me pareció, miré las sombras de la ventana, y nada llamaba la atención, así que seguí el camino para coger el metro. Me monté en el vagón, y al cabo de un par de minutos apareció ante mí una extraña coincidencia. Un artista callejero estaba pintando unas ratas con paracaídas en el subsuelo, me sonrió cuando se dio cuenta que lo había descubierto. Su nombre Banksy y su pincel: su amuleto. Leía mucha novela rosa, pero no pensé en un flechazo, sino más bien que formaba parte de una travesura. Intenté identificarlo, pero no me dejaba esa capucha y esos vaqueros comunes, así que me puse los auriculares, para que la música me inspirase. Cuando llegué a casa, estaba muy cansada, sabía que mañana me tocaba un día de limpieza, así que me fui directamente a la cama, para soñar con ratas y disparos.
Al día siguiente, cuando llegué a mi trabajo, todo estaba alterado, me habían dicho que el Primer ministro no había pedido su zumo de naranja, y que no iba a salir de la habitación en todo el día. Recordé el ruido que escuché justo antes de irme, pero no quería alertar a la bruja que en mi se escondía. Cogí la aspiradora, y no paré de limpiar en dos horas. Sabía lo exigente que era Sebastián. De repente escuché como que aspiraba algo más fuerte que polvo, y no quería pensar que había estropeado el aparato, era nuevo y sabía lo que me esperaba, si le pasaba algo. Limpié el tambor, y descubrí una medalla, de esas que identifican a los altos cargos en el ejército. Dudé si dársela a Sebastián o quedármela, era bonita, y nadie me había comentado sobre la posibilidad de que se hubiera caído. Creo que al ver al artista en el metro, se despertó en mí un poco la niña traviesa que fui durante un tiempo. Me la guardé, además tenía pocas joyas, y parecía de oro, si me descubrían, diría que me la había encontrado en la calle. Seguí con la rutina, hasta que llegaron las siete, mi hora de salida, no era muy tarde, pero si era de noche, y daba miedo pasear por Londres. Me monté en el metro con la esperanza de verlo, no lo voy a negar, pero sabía que las coincidencias no se repiten, y menos en tan poco tiempo. Me bajé en una parada antes de la mía, quería despejarme, y nada más salir, había otra obra: una criada guardando el polvo debajo de la alfombra. Casi me muero de la impresión, parecía que estaba en casa observándome, pero no quise darle importancia. Quizás era un artista, desplegando su arte, seguro que era joven y no temía a la policía, ni a sus reproches. Cuando llegué, puse la medalla en mi caja de música, junto a unas perlas de mi madre y una esclava, lo poco que aún conservaba. Me fui a dormir más nerviosa que el día anterior, porque ya eran dos dibujos, y los dos tenían relevancia.
No cogí el sueño fácilmente, las mujeres tenemos una inspiración romántica para todo, y desarrollé una historia bonita, en la que Banksy era mi caballero andante, que me avisaba de algún peligro, aunque trabajara rodeada de guardaespaldas. Al coger el metro, escuché como los demás pasajeros hablaban del artista callejero,  y me di cuenta que ya tenía un nombre, que no era uno más de los que allí se encontraban. En la vida eres alguien o no eres nada, y él empezó a ser alguien, aunque pintara ratas en las cloacas. No lo conocía, pero ya estaba enamorada, creyendo en una historia de amor, por la falta de tener una vida plena y afortunada. Estaba deseando volver a casa, para ver su futura obra, a ver si me decía algo más, y poder sacar las conclusiones adecuadas, porque algo pasó esa noche, aunque no supiera nada. Llegué al trabajo, y había dos policías esperando en la puerta, no los de siempre, si no otros que se habían agregado, sin saber por qué, pero algo estaba pasando. Cuando me había incorporado al trabajo, llamaron a la puerta, me asomé y ahí estaba el Duque de Edimburgo, con su presencia seria pero agradable, sabiendo que todo lo referente a él era importante. Los dos policías lo acompañaron, cada vez tenía más claro que la noche de los dos invitados ocurrió algo, pero no podía saber qué ni exactamente cuándo. Y llegó la prueba determinante, cuando estaba limpiando los cristales, vi gotas de sangre en las paredes. Llamé a Sebastián, quería comentarlo todo, pero no me dejó, evitaba la conversación, e incluso lo justificó diciendo que sería sangre animal de la cacería. No lo creí, pero sabía que debía mantener la boca cerrada, por si me salpicaba algo más que una bofetada. Nos pusimos a tomar el lunch, y en la televisión salió la nueva obra de Banksy, dos policías besándose. No podía ser tanta coincidencia, esa mañana habían venido a casa, y él los pintaba. ¿ Me estaba espiando?, ¿ era parte del gabinete, y ese era un hobby rebelde?. No lo sabía, pero tampoco lo podía averiguar, era una detective aficionada de las series que en la televisión echaban. Seguí limpiando pensativa, porque no podía imaginar que una historia tan intrigante y bonita me estuviera pasando a mí, una simple doncella, a quien la vida solo le muestraba las horas casi muertas. Sebastián me advirtió que al día siguiente irían a pintar la sala. Estaba claro que algo ocultaban, el Primer Ministro aún no había salido de la habitación, aunque ya pedía su zumo de naranja. Volví a casa como una colegiala, soñando con mi príncipe, ese que me pintaba cuadros en las calles de una ciudad embrujada. Dormí tranquila y enamorada, la soledad en muchas ocasiones hace que te inventes historias, para no caer en desgracia, así que decidí crear la mía, aunque solo fuera una fantasía idolatrada. Al día siguiente llegué más tarde, ya había llegado el pintor, y la sala estaba cerrada. Me dediqué a mis labores,  mientras me repetía que debía de dejar la imaginación tranquila, porque si se despertaba demasiado, podría tener problemas, no solo como sirvienta. No pensé en nada más, hasta que salió el pintor, me sonrió, y mi mente se disparó, cuando vi que llevaba un logo en el mono de trabajo parecido a la medalla que se suponía que estaba en casa escondida. No supe qué hacer, no sabía si ir a Sebastián y decirle lo que pasaba, pero rápidamente desapareció, como por arte de magia, dejando a mi cerebro despierto para inventar la historia de amor jamás soñada. Sebastián me preguntó qué era lo que me pasaba, y entonces fue cuando me entró la vergüenza, al pensar que estaba enferma por crear una historia tan surrealista como rara. Así que agaché la cabeza, y continué con mi vida, esa que al artista inspiraba, porque mi historia era real, lo contaban los dibujos que en las paredes pintaba. El primer ministro se levantó, y dijo que cenaría en la sala con su secretario, tenían que hablar de temas importantes, no se le debía molestar. Entonces entré, por si debía quitar alguna mancha, y fue cuando descubrí el más hermoso de sus murales: un manifestante tirando flores. Dios mío, la que se iba montar, como se había atrevido a entrar en la casa y pintar una obra en las paredes del lugar más importante de Inglaterra. Estaba claro, mi Banksy me amaba, y me había traído flores a casa. Ya no importaba lo que ocurrió esa noche, ni el secreto del Duque de Edimburgo, solo la Historia de Amor que mi mente creaba, con el hombre más famoso de Londres, sin ni siquiera haber mencionado palabra…
 
 
                                                                MARISA MONTE
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Foto del autor Sandra María Pérez Blázquez
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Descripción

Relato sobre el artista Banksy y la imaginación romántica de una mujer

Palabras Clave: BANKSY

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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