LAS REDES
Publicado en Oct 12, 2020
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LAS REDES.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
                                                                                                      
                                                           
 
 
 
                                                                      
 
                                   
 
 
 
 
                                                   
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
       A quienes me hayan dado un poco de amor, en especial a mi abuela Mercedes.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
LAS REDES.
 
 
 
Emilio recogía  temprano sus herramientas para faenar en la mar. En cada amanecer  reiniciaba la rutina matinal: su vida. Día tras día miraba al cielo e intentaba tener esas conversaciones con su único díos, no con Apolo ni con Zeus, sino con el dueño del mar. Aquél que con cada marea daba un abrazo al viento para protegerle de las tormentas enviadas. En esos instantes de soledad y de gloria interna pensaba en el significado de su existencia. Durante unos minutos añoraba el éxito del triunfador, del hombre que cada mañana no se preocupaba del pan que tendría que llevar a la casa. Su falta de necesidad, sus frívolas risas, sus pocas o escasas preocupaciones por sobrevivir. Y a la vez que envidiaba esa superficialidad, se enorgullecía de todo el entorno: de sus compañeros, de su barca, de sus manos, de sus redes, y sobre todo, de su fuerza y lucha diaria. Aún creía que no todo era negociable. Su honradez no se vestía con un disfraz, brillaba pura, parecía no poder ser destrozada. Aseguraba que ni la  necesidad podría cambiar su sencilla vida, transformándola en lo que hoy por hoy se denomina como ilícito. Su edad parecía difícil de determinar, el sol había dejado un pequeño saludo en su cara. La tez: oscura, solo las arrugas de su frente nos ayudaría a descubrirla, como los aros en los tallos de los árboles. No se sabía con exactitud,  pasados los cuarenta todos poseían la misma. Ya llevaba el suficiente tiempo luchando contra demasiadas olas para
que su mirada  pudiera reflejar  un ápice de la insensata juventud. Emilio antes que nada se denominaba a sí mismo pescador, condicionando su actitud a la situación del mar, su razón de existencia.
Tenían dos hijas de quince y dieciocho años. Sus nombres: Victoria y Carmen respectivamente. A la esposa la apodaban “La Panera”, gitana, de esas que habían triunfado con los hombres sin haber querido. Su belleza se veía descuidada pero se reflejaba en sus hijas; dándoles una preocupación constante. Trabajaba con el horno de su hogar, sin tener un negocio ni una clientela fija. En cada bollo ponía tanto amor como sal, de la gorda, la que se necesita para salar bien los peces. Por sus formas y sabores parecían dulces, sin necesidad de aditivos ni colorantes para saciar la sed del hambriento.
Vivían en un pueblo pequeño y acogedor, donde algunos veraneantes, de no muy alto poder adquisitivo, poseían una sencilla propiedad. En las casas predominaba el color blanco, bordeaban la costa, y separadas por un pequeño muro. Desde ellas podían controlar el mar y  los barcos. Los vecinos se encontraban distanciados por pocos metros, dando la posibilidad de alargar la mano y la mirada para adivinar los deseos de cada uno, sin tener que chillar para aclamar auxilio. Recordaba a esas pequeñas aldeas medievales, donde era imposible pasar desapercibido, viviendo rodeados de calor al rozarse los vestidos. Casi todo parecía predecible, y casi nada se veía en los días de niebla. Lo  desechable en ese lugar: las lágrimas que a veces se derramaban por los familiares perdidos en esos días de tormenta.
Lo más llamativo de todo: “su cueva”, con una imagen de una Virgen Cristiana, aportando la serenidad y seguridad tan necesitadas en esos momentos donde no existe consuelo. Visitada por algunos para conseguir un poco de esperanza, otros para aliviar sus secretos y los restantes para esconder sus vanidades.
La Historia de su familia no tenía nada en particular hasta ese año. Aunque a veces las cosas más sencillas esconden una lección en la vida que ninguna experiencia sofisticada puede llevar, como no es necesario llevar demasiados accesorios para sentirse hermosa,  adornar las palabras de afecto para llegar a amar a alguien, o llenar una casa de objetos inútiles para convertirla en un hogar. Todo ante los ojos de Emilio parecía simple y bello, como su vida. Caminaba tranquilo ante su mirada, sin discernir un atisbo de ansiedad. Llenaba sus días con charlas entre amigos, cuidando a su familia y mimando sus redes. Saciaba sus vicios con cosas aparentemente muy mundanas.
 Ese mes de Febrero llegó al pueblo un nuevo vecino  farmacéutico, con gran  prestigio profesional y de buena cuna. Pertenecía a una familia acaudalada del norte. Su apariencia física se diferenciaba mucho a los de allí, no llegando a ser forasteros, se le apodó así. Su aspecto rudo contrastaba con sus finos modales. La tez brillaba oscura, no llegando a ser indios, y con una complexión fuerte. La mayoría del pueblo aseguraba que nunca habían pasado calamidades en la guerra. Tenía tres hijos, dos niñas y un hijo; por quién hubo más de una disputa. Se instalaron detrás del Ayuntamiento y cada mañana, antes de ir a trabajar, compraban el pan a la Panera. Ahí empezó una llamativa amistad entre un hombre culto y otro con devoción a un culto.
La mujer del forastero: Teresa,  cada tarde visitaba a la gitana. , ya que  se había ofrecido a ayudarla a integrarse en esa diminuta sociedad, donde cada día sacaban unas sillas a la puerta de la casa, y entre sus labores  tejían y bordaban critiqueos a los que poco a poco se unió. El mayor de sus hijos empezó a trabajar con su padre en la botica, y Carmen aprovechaba cualquier excusa para poder ir a visitarlo. Se gustaban, se adivinaba en sus miradas y en sus gestos. Incluso llegaban a rozarse cuando efectuaban el trueque: yo te doy mis sonrisas y tú me das caricias. Victoria, Vicky ayudó a las otras hijas a disfrutas de las maravillas del lugar. A contemplar los atardeceres con un grupo de amigos en la playa, a hacer fuegos para celebrar cualquier ocasión y a mimar a los gatos que se escondían entre las barcas. La relación de Carmen se consolidaba día tras día, cada tarde Pablo la recogía de sus clases de mecanografía y taquigrafía. Habían decidido que aprendiese un oficio por si la relación no llegaba a buen puerto. No conocían otra opción que  por esa época ellos se pudiesen permitir. La dictadura dificultaba a la mujer en el mundo laboral, aunque Carmen lo que realmente aspiraba era a estar el mayor tiempo posible al lado de él. Le daba la alegría y la seguridad que toda mujer desea. Estudiaba  por sus padres y hasta el momento del futuro  matrimonio. Cada día  se aseaba para una gran ocasión, así lo intentaba cautivar. Los segundos a su lado lo convertía en una celebración, y en la playa, bajo esa temprana luna testigo de su lujuria, se rasgaban los cuerpos, sin llegar a copular,  pero despertando toda la curiosidad, esperando el día siguiente por ver si podían llegar a su fin. Ambos lo deseaban y a la vez lo retrasaban para poder continuar, y así averiguar  los secretos de cada recodo de su ser, entrando de una sola vez en su alma por medio de su cuerpo. Carmen se hacía la temerosa y escondía su placer por no desilusionar al ansiado amante. Debía mostrarse pudorosa, como una virgen gitana, debiéndose mantener casta hasta el día de su boda, según las costumbres que le habían inculcado. Pablo la respetaba evitando  situaciones que le supondrían un mal trago para su sexo y condición social.
En primavera decidió llevarle a la cueva. Habían transcurrido meses y quería cambiar un poco la situación. Le daba miedo perderle,  se había dado cuenta como disminuían las visitas a la playa. Temía que otra pudiese darle lo que ella estaba dispuesta a ofrecerle. A diferencia de otras chicas conocía bien las necesidades de  los hombres, y los deseos de cualquier muchacho de la edad de Pablo. Desde el mismo día que se hizo mujer,  su madre le dio unos consejos propios de su casi inexistente raza gitana. En su comportamiento solía ocultar su auténtico miedo. Su situación social, su cultura, su estatus:  muy inferiores al de él; no era la primera vez que un buen chico rico se divertía con una como ella,  para luego casarse con una fina joven de modales excelentes, educada para ello. Pensó que ofreciéndole su único y mayor tesoro  se unirían más, la vería como suya. No se equivocaba, porque cabía la posibilidad de que se marcharse para ampliar sus estudios;  y no quería convertirse en aquel amor de juventud. Reconocía que nunca se había sentido discriminada dentro de la familia de Pablo, se consideraba bien recibida, quizás porque su padre tenía una gran influencia entre la prole del pueblo. Se presentaba como el capitán de ese gran barco; un buen hombre que siempre había echado una mano a quién lo necesitaba.  La botica se había convertido en un lugar donde iban a chillar, no a contar sus dolores, obligándoles a solucionar todo.
Los forasteros  despertaron envidias en la familia del médico, quien vio menguados sus poderes de pequeño Dios por otro a quién realmente no le correspondía. El llamado Doctor vivía en la ciudad, su familia en pocas ocasiones visitaba el pueblo; y seguían teniendo en su distinguido club social la misma posición.
Carmen mantenía su plan en secreto incluso para ella, no veía la posibilidad de contar esos pensamientos. Su hermana aún gozaba de la infancia, a pesar de estar en la pubertad, y su madre ante todo era una mujer honrada consigo misma, no creía en los trucos ante el amor,  y menos en la retención de hombres mediante  artimañas. No podía descubrirse. Cuando lo pensaba se avergonzaba, pero sabía que él se marcharía el siguiente invierno, lo mencionaron cenando el último fin de semana. Visitó la cueva, y pensó en ésta como el único lugar que le ofrecía un poco de solemnidad al acto. Era lo que más se asemejaba a una ceremonia, lo que más le alejaba al supuesto pecado y deshonra como mujer. Creyó que al encontrarse ante una imagen femenina, al haber sido esposa, al haber amado, podría perdonar y comprender.
El último Jueves del mes de Mayo, cuando ya hacía buen tiempo, decidió ir. La recogió después de las clases, a eso de las ocho y media, Carmen le pidió ir a la playa. Nunca se habría atrevido, pero como veía que no se decidía, se vio con las fuerzas suficientes para darle todo, acabando  con los misterios. Se había acicalado cubriendo sus senos con prendas de terciopelo rojo, de la misma suavidad que ellos. El perfume de su cuerpo no lo había camuflado con otros olores que no fuesen los desprendidos por ella, no debían confundirse, nunca  olvidarían ningún sentido expulsados de ese amor, y menos aún transformarlos en otros tan poco singulares que se pudiesen guardar en un frasco. 
Primero fueron a la playa, al principio del pueblo. Allí, entre las barcas, corrieron, y ella viendo la excitación de Pablo y provocándolo aún más, decidió jugar al escondite.  
Debía contar más de cien para que le diese tiempo llegar a su santuario. No se encontraba a más de quinientos metros de su futura felicidad. Llegó rápidamente y vio a Pablo buscarla entre las barcas. Se adecentó. Al no encontrarla empezó a buscar en su inteligencia, reconoció las pisadas y vio hacia donde se dirigían. Ya no lo miraba, y él adivinó lo que sucedería cuando llegase. Caminó seguro, sonriendo. Ya estaba oscuro pero continuaba la tenue luz para iluminar la provisional alcoba. Carmen le sonrió nada más entrar. No hubo necesidad de decir nada, sus ojos lo expresaban todo, y las manos lo facilitaron aún más. Comenzó ella y la siguió, solo le preguntó una vez. Desde ese mismo instante él dominó la situación, y la hizo dudar sobre si se trataba de su  primera vez. Gozó, mejor gozaron y dentro de allí no se podía nada más que oler dulzura, ver amor y oír pasiones. Transcurrió lento pero les faltó tiempo para darse todo lo que se podían ofrecer. Las sombras en las paredes parecían pinturas rupestres y tan primitivas como el acto en sí. Se vistieron rápido, sin quitar la mirada uno del otro. No hablaron de ello. No hacía falta. Pasearon por la playa hasta llegar a la casa.
Al entrar creía que se le notaba en todo, y a pesar de no tener hambre,  por la excitación que aún llevaba, tuvo que cenar en la mesa del salón, como de costumbre. La única comida que hacían juntos. En cada palabra ella veía otro significado, en cada gesto un aviso de algo y en cada sonrisa de su madre una aprobación que nunca fue reconocida, porque ambas sabían que no se había equivocado. Llegó el momento de acostarse, y antes de cerrar los ojos para continuar soñando, le confesó a su hermana su felicidad, aunque Victoria no supo entenderla.
Todo iba bien, y las mareas habían pasado sin ninguna preocupación. No se habían oído voces por ninguna parte, aclamando consuelo por la ausencia de algún familiar. Es más se extrañaban de ello. El mes de Julio se acercaba y en esa fecha las fiestas llegaban, con el verano, casi sin darse uno cuenta. Sobre el dieciséis de ese mes, la imagen de la cueva se depositaba en el mar, como una ofrenda. Las calles se vestían con luces, hasta la mar parecía dejar en calma a todos,  para que disfrutasen de la tranquilidad y sosiego.  
En unas de esas noches llegó a Carmen la señal de aviso. Había pasado un mes y aún no había recibido mancha alguna, quizás dentro de sí  vivía alguien. Habló con Pablo, de quién no recibió palabra, solo una mirada de asombro hacia el cielo. No sabía si era  por la noticia  o porque se estaba tornando a un gris oscuro, sabiendo que muchos de nuestros amigos no se divisarían en pocos instantes. Con una breve sonrisa la abrazó, pero su preocupación aumentaba por instantes. Empezó a llover, rápidamente subieron a la casa de Pablo, se dirigió al despacho del padre comentando algo. Ella pensó que se trataba de ellos, admitiendo que era demasiado rápido, sin haber tomado una decisión sobre el asunto. El padre se volvió a interesar por el tiempo asomándose por la ventana,  dirigiéndole una leve mirada cuando se cruzó con ella en el salón. No comprendía nada, e incluso creyó que se preocupaban por Emilio, y nadie había salido a pescar en esos días. Lo aclaró con una simple frase. Los dos se volvieron y asintieron al unísono. Y ella menos comprendía la situación. Surgieron los truenos, la lluvia pasó a ser granizo. Pablo la acompañó a su casa, no hablaron, él llevaba un misterio y no era por su futuro bebé. Volvió a repetirle que no se preocupase, ya contaba con esa posibilidad y no le asustó. Fue lo único que se le ocurrió en ese momento; bastó para que Carmen volviese a sentirse segura.
La tormenta continuó toda la noche y parte de la mañana. Hasta las doce del mediodía no se empezó a ver la luz. Gritaron casi todos a la vez .El agua no dejaba de manar de las calles,  parecía como si la tierra fuese hielo, y éste se hubiese derretido uniéndose al mar. La mayoría de las casas: inundadas, y el pueblo aclamaba al cielo reclamando el sentido de la desgracia. La parte más antigua de la ciudad, y la más cercana al mar se encontraba totalmente destrozada. Las calles principales parecían los cauces de los ríos, las otras no se distinguían con las casas y parques, no había posibilidad de diferenciar nada. Por donde se recordaban edificios se veían muebles llenos de escombro y alguna pared, como las ruinas romanas de antaño. Aún no se podían cuantificar los daños, pero si se sabía el número de desaparecidos: no superior a veinte y a todos se habían visto por última vez entre la Cala y el Peñón del Cuervo. Según avanzaron las horas éstos iban renaciendo, abrazando a sus familiares. La lluvia les había pillado fuera del pueblo (Rincón de la Victoria), viéndose en la necesidad de resguardarse hasta que ésta les había permitido salir.
Las casas blancas estaban más dañadas por su proximidad al mar, pero las más antiguas  seguían manteniéndose en pié. Emilio y su mujer no se enteraron de la catástrofe hasta que no pasó bien el mediodía. Con anterioridad sufrieron este problema en menor grado, decidieron subir los cimientos y revestir las columnas. Su hogar permaneció intacto. Cuando salió a la puerta descubrió la catástrofe. Rápidamente se dirigió al Ayuntamiento, a pocos metros, donde se organizaban las ayudas a las familias necesitadas. Allí se encontró con su amigo “El Forastero”. Notó algo extraño en su rostro pero en un primer momento creyó que se trataba  por los posibles daños en la botica. Cansado de la noche anterior se acercó  pidiéndole ayuda. En un instante Emilio se la ofreció como un perro lazarillo a su dueño. Lo veía tan perdido.
De repente relató y  se descubrió como un hombre partidario de las libertades, y quizás un poco idealista en cuanto a la sociedad en que querían que viviesen sus hijos y descendientes. No era un profeta ni siquiera un predicador, solo un individuo que con su pobre inteligencia y medios económicos ayudaban  a que todo mejorase, siempre desde un punto de vista humilde. Así comenzó la conversación. Emilio aún no llegaba a entender nada, no comprendía su misticismo, sabía que la situación era desagradable y que a muchas personas se les llenaba el cuerpo de sensibilidad al pensar lo que podría haber sucedido.
 Continuaban organizando los colchones para las personas que debían dormir esa noche allí. Los rayos del sol, que entraba por los recodos, se reflejaban en el rostro de niños y de ancianos, dando a cada uno la misma imagen de serenidad. No existía dolor, ni pudores dentro de ese gran espacio instalado en la carpa de la plaza. Todos se comportaron con la humanidad que les caracterizaba. Bastaron solo pequeñas horas para solucionar  el problema, y solo una semana para adecentar el pueblo, y convertirlo en lo que había sido. Durante esos días no hubo otra preocupación que la de auxiliar al necesitado, y cuando éstas fueron cubiertas, surgieron otras aún más importantes.
 El Forastero seguía diciendo frases sin sentido para Emilio, a quién éste dejó de prestarle atención. Es más llegó a creer que la situación le había afectado tanto que no asimilaba nada. Decía cosas que el tranquilo pescador no llegaba a discernir, la vida de un farmacéutico en esa época estaba llena de facilidades y comodidades que ningún buen trabajador podría tener. No hizo más caso, supuso que algún día  le explicaría todo. Algún trauma existía, que él aún no podía ver.
Emilio volvió a  casa, para descansar de verdad. Había pasado más de dos semanas remodelando todo, sin salir a la mar, sin cuidar sus joyas marinas. Viviendo, por así decirlo, de la beneficencia. Se encontraba más cansado que cualquier otro pescador en un día de mar agitada., pero satisfecho de su trabajo, de su gente, como en tantas otras ocasiones, aunque no pudo contener las lágrimas cuando al pasar por la puerta de casas amigas las veía destrozadas, con algunos recuerdos de familia adornando lo que quedaba de ellos. Aún se estaba limpiando las lágrimas, cuando al levantar la cabeza descubrió a su cuadrilla, como en el mundo del toro así lo denominan, en la puerta de su tan preciado hogar. Comenzó la verdadera tormenta para ellos.
Tomás se dirigió a él en un tono de resignación advirtiéndole del mal. Lo saludó, y con grandes ojos le comunicó la gran perdida.
 
-          Emilio, hemos ido a ver cómo se encontraba Vesta (la barca con la que navegaban), y no está. La verdad es que no aparecen  ninguna otra. Todas han desaparecido.
 
Así de simple  lo explicó. Y así continuaron durante un largo rato: repitiendo sin cesar todo lo que a ellos se les apetecía, pero siempre acabando de la misma forma.
 
-          ¿Ahora qué vamos a hacer?, llevamos más de una semana sin salir a la mar,  y no sabemos cuándo podremos.
Lo siguieron chillando durante un largo rato. No se sabía ni cómo ni cuándo, todos conocían la respuesta del Patrón, pero querían oír otra cosa. Emilio no contestaba, solo asentía con la cabeza, esperando algo que no llegaba. No sabía si era producto del cansancio acumulado o simplemente no existía solución. Solo se le ocurrió una cosa.
 
-          Es tarde descansad, y mañana llegaremos a algún puerto. No teníamos pensamiento de salir hasta el  Martes  próximo. Estamos a Jueves, os prometo que para ese día tendremos barco. Ahora me es imposible razonar con claridad.
 
Todos obedecieron como un discípulo a su maestro, aunque en esta ocasión se marcharon rumoreando y dando por sentado que no habría un remedio próximo, otra vez volverían a la tan odiada miseria.
Emilio entró en la casa sin hacer ningún ruido, solo se oyó el interruptor para encender la estufa. La Panera nunca se acostaba sin él, y jamás se levantaba antes. Se dirigió al dormitorio intentando abrazarlo mientras se descalzaba: no pudo, sus rudos movimientos lo impidieron. Sabía que no era un hombre arisco, y que esos gestos se debían a algo más que un simple rechazo. Confiaba en él, tarde o temprano  lo comentaría. Se acostaron y a la vez ella rezó sin saber qué pedir, simplemente como consuelo ante la posibilidad de una mala racha.
A la mañana siguiente Emilio, como cualquier otro, deseaba que la noticia dada no fuese cierta, y sin desayunar ni decir palabra alguna se dirigió al lugar donde “Vesta “, la diosa del hogar, le estaría esperando. Caminó aproximadamente quince minutos,  llegó sin querer levantar la mirada,  hasta no estar en el sitio exacto. Cuando se acercó a lo que quedaba de ella, gritó con desesperación. Solo quien la hubiese conocido antes podría advertir algo de sus rasgos en aquellos trozos de madera dispersos en la orilla, sin ningún valor, solo intentando dar vida a lo que ya se había marchitado. En silencio llegó a la conclusión que la economía de un pescador no daba para ahorrar por si llegaban malos tiempos, al menos no para una nueva embarcación. Y fue la primera vez que se vio atrapado en una red, como uno de esos peces, sin ninguna otra opción  que la dispuesta  por el destino.
 Pasaron horas sin que se moviese, no se sabía si dormía o solo descansaba, y a eso de las tres no se dirigió a su casa, donde le esperaron hasta una hora prudencial. Sabían que algo ocurría, y que seguramente no regresaría hasta  solucionarlo. Emilio no era una persona de pedir favores, no por orgullo sino porque creía que un naufrago en esta vida solo sobreviviría utilizando su fuerza y  su inteligencia, de nada más. Quizás en esta ocasión descubrió que el ser humano no se desarrolló de una forma tan independiente, siempre había necesitado la mano de otro para vivir. Y ahora el tendría que sobrevivir gracias a la mano de un amigo. Al igual que el pescador necesita de su compañero para sacar las redes del mar. Ya no le parecía tan mala idea pedir ayuda, y fue directamente a casa de Miguel, el” Forastero”.
Llegó sobre las cuatro, el camino fue largo pensando las palabras que debía utilizar para que no sonasen a limosna, ni tampoco tan rudas como para que  desaprobase la idea. El ruido del mar y del viento le ayudó  a relajarse lo suficiente para aparentar una tranquilidad inexistente. Se encontraba en el único lugar donde él realmente podría relajarse  para pensar. En ocasiones le daba miedo creer en la posibilidad de una negativa, no lo veía como posible, pero podría ocurrir. Eso le hizo volver a sentarse durante un buen rato, y otra vez aparecía el bloqueo mental, no conseguía llegar a la contestación en ese caso. Se había transformado en un hombre inseguro en solo unos minutos, a su vez se había convertido en más humano, veía mejor que nunca la desesperación  al no poder cubrir las necesidades más básicas, cuando la sombra del bienestar ni se acercaba. Se fue aproximando a la puerta de la casa del boticario, y llamó con un solo golpe. Él escucho el ruido como un sonido estremecedor, preanunciaba su inmediato futuro, sin haber decidido si debía explicarle todo o simplemente pedir lo que creía necesario para no defraudar a nadie. La casa aún no estaba totalmente habitada, y se sentía el vacío en muchas ocasiones. Le abrió la mujer, avisó que Miguel tardaría en llegar, se sentó en lo que supuso un despacho y le sirvieron café con unas pastitas, demasiado insípidas para el hambre que  tenía. Transcurrieron más de veinte minutos hasta que la puerta se abrió. Su apariencia era bastante dejada, creyó que no había dormido desde la tormenta. Sus ojos, enrojecidos por el cansancio y su piel de un color extraño. Si no le conociese hubiese pensado que estaba bastante enfermo. Durante un segundo dudó sobre el momento para comentárselo, no disponía de mucho tiempo para solucionar el problema. Se saludaron e inmediatamente Miguel le sirvió una copa de coñac. Se sentaron uno frente al otro, se miraron a los ojos para intentar saber qué ocurría. Preguntó por el motivo de su visita, y con un suspiro comenzó a relatar la situación. Puso en primer lugar la necesidad de todos lo que dependían de él, de su embarcación y de su situación laboral. No conocía a nadie de medios económicos tan buenos como los suyos. No tuvo que continuar mucho tiempo hablando para saber lo que ocurría. Pero su gran sorpresa fue cuando le contestó que se alegraba de ese cambio tan desfavorable en su vida. Durante un rato estuvo hablando de política a lo que él realmente no atendía, porque la reacción no era la esperada. Parecía festejar todo, y no era muy honrado reírse del mal ajeno. Le llamó la atención también su atuendo, no muy adecuado. Llevaba un mono de mecánico, y además bastante sucio. Como si hubiese estado cavando, llevaba polvo, más bien tierra, en la cabeza y las manos sucias. Durante el rato que  analizaba su físico, Miguel seguía hablando de todo lo que se podría hacer por los nuestros, y otras muchas palabras que volvía a no entender. Se hizo silencio en la habitación, se  volvieron a mirar uno al otro esperando una respuesta que no llegaba. Entonces Emilio mencionó la cantidad que pensaba necesaria para comprar una embarcación lo más rápido posible. Miguel se dio cuenta que sus palabras no habían llegado a oírse, y exclamó otro  suspiro acompañado de una sonrisa, advirtiéndole que no sabía si le volvería a salir como antes, había estado ensayando durante más de media hora, y no pensaba que pudiese repetirlo igual; de todas formas lo intentaría. No repitió el mismo texto, solo se tomó la libertad de explicar lo que llevaba haciendo desde principio de la dictadura .Empezó advirtiendo que no pertenecía a ninguna banda armada, ni a organización, simplemente contaban con él cuando personas conocidas y de su circulo de amigos de la facultad, necesitaban salir del país, o bien esconderse por ser  perseguido por la falange. En pequeños instantes despertó la curiosidad de Emilio. Ahora podía comprender todo el misticismo del día de la tormenta, ya que siempre le pareció un hombre mucho más práctico. No se atrevía a preguntar en qué consistía esa ayuda, y por qué arriesgaba el bienestar de su familia por una causa a la que él realmente no pertenecía. No necesitó decir absolutamente nada. Siguió relatando todo acerca de su segundo trabajo. La verdadera causa: su cuñado, estaba en Francia, donde se refugió  hacía muchos años. La única forma de mantener algún tipo de contacto era por medio de las personas que frecuentemente escondía hasta  poder trasladarlos a Oporto, o conseguirles un refugio mejor. Él no hacía preguntas ni le interesaba saber nada que no tuviese relación con su familia. Si le comentó quién era su cuñado, bueno solo dijo que se trababa de  un buen hombre que no compartía la idea de la forma de vivir impuesta en nuestro país. Residía tranquilamente en Lyon, sin poderlo confirmar. Volvía repetir que él  no lo hacía por unos ideales, pero no le disgustaba la idea de poderse desarrollar en una mayor libertad. Tampoco lo hacía por dinero, todo el mundo conocía que sus ingresos eran superiores a la media,  su mujer fue  hija de un guardia civil de familia acaudalada, de ello seguía viviendo su cuñado. No le dio ninguna charla sobre  el trasfondo que existía en sus acciones, porque para él no lo tenía. También sabía que Emilio no quería meterse en profundidades, era un  hombre bastante sencillo en cuanto a esas cuestiones, y se describía como  honesto, por lo que siempre respetaría las normas impuestas por otras personas. Su única preocupación sería el estado de la mar y de su embarcación. Emilio continuaba observando su atuendo, después de cada brusco movimiento se le caía tierra de la cabeza. Se le olvidaba totalmente el motivo de su llegada, también el de ese discurso inacabable al que él ya no atendía.
Después de unos minutos de silencio le pidió que le acompañase, quería enseñarle una muestra de su lucha. Bajó  al  sótano, y allí  Pablo, junto a otro hombre, esperaba su llegada, éste tapó su cara y se marchó sin saber por dónde. Le explicó que mientras sus vidas no corran peligro, permanecen ahí. Estaban aguardando a tres hombres y a una mujer el día de la tormenta, pero no sabían qué había sido de ellos. Además le aclaró:
   -  No podemos ponernos en contacto con nadie, son ellos los que nos avisan de todo y por personas diferentes. No sabíamos dónde alojar a los futuros huéspedes, nuestra casa es bastante grande pero toda exterior, y siempre podían ser vistos. Decidimos hacer un pequeño zulo aquí abajo, lo suficientemente grande para que sirva en más ocasiones.
Siguió hablando de cómo tenía que hacerlo, otra vez Emilio no le seguía la conversación, y Miguel acabó diciendo:
   _ ¿qué te parece todo?
A lo que él respondió:
    _ ¿Y a ti qué te parece el motivo de mi visita?, casi llegó a chillar.
Le había llamado la atención lo que le estaba mostrando, pero a él no  resolvía  su problema. Estaba convencido que la situación política en la que vivía era en la que se moriría. A un hombre como él no le gustaría vivir a escondidas de la ley, construyendo zulos en su hogar y teniendo que mentir a sus amigos. Fue aquí cuando Miguel comenzó a hablar con claridad:
-          No creas que se me ha olvidado tu propósito. Todo está relacionado, ahora te explicó. Como te he comentado mi cuñado  se ve en la obligación de abandonar Francia inmediatamente para dirigirse a Portugal, pero el único modo de hacerlo sería por mar, aunque descansando aquí primero, ya que  no tiene ningún contacto seguro allí. Además  su madre está bastante enferma, y la vamos a traer esta semana desde Navarra para que mejore. Mi cuñado traerá a un compañero médico.  Con los medios adecuados mi suegra podrían alargar sus días, aunque tenga una enfermedad casi terminal, pero por motivos del aislamiento en que nos encontramos, hay que verla como en los últimos meses de su vida. Mi cuñado conseguirá los medicamentos necesarios para hacer lo que se pueda. No avanzamos económicamente como País, y también nos anquilosamos al no disfrutar de los avances que el resto del mundo posee, mejorando nuestra calidad de vida, disfrutando aún más de los nuestros. Reconozco que quizás mis actos lleven un perfil político ante tus ojos, pero para los míos solo son prácticos y bondadosos, como hombre de ciencia que soy. También sé que no existe otra posibilidad para pedir este gran sacrificio, conozco tus circunstancias personales (Lo dijo en un tono casi ofensivo). Estoy dispuesto a ayudarte, de una forma que tú ni siquiera esperas, a cambio de unos simples favores que acabaran pronto, mientras que la deuda estuviese saldada y mí cuñado a salvo. Esas serían las únicas condiciones que te puedo ofrecer, y obtendrás la seguridad de tus amigos y familiares. Tú continuarías con oficios y costumbres, mientras que yo solo te reclamaría alguna noche que otra para trasladar a personas desde Nerja aquí, sin interrumpir tus labores, ni tener  la necesidad de comentárselo a ningún compañero, quizás a mi amiga La Panera, pero estoy seguro que bastará decirle que lo haces por mi, para saldar la deuda contraída, que  no es vitalicia, sino que llegará a su extinción en un par de meses. Mi hijo y yo te ayudaremos a lo que sea necesario, y nadie más. Teresa está enterada de todo, no mis  hijas,  aunque de vez en cuando hacen preguntas que  no se responden, se silencian diciéndoles que son cosas de mayores. El motivo por el que no traigo solo a mi cuñado es simple, la forma de que llegué aquí es por medio de una organización, y ellos necesitan sacar a más personas que les paga. Como nosotros le podemos servir para llevar a término sus negocios, nos usarán hasta que lo vean conveniente. Pero no será mucho tiempo, puesto que al que considero como mi hermano, debe salir rápido, su vida corre peligro, y con su retiro en Portugal,  finalizará el contacto con la organización. A él ya lo conocerás, estoy seguro que en su debido momento sabrá saldar su cuenta contigo. Es un hombre muy inteligente, de palabra y gran honor. Y te aseguro que como pases tiempo con él te convencerá, y te hará sentir bien por tus actos. Además de defectos, como la arrogancia y la rebeldía, tiene cualidades como un discurso y  una dignidad parecida a la de un líder. Quizás sea mejor que no estés  junto a él en demasía, te llevaría rápidamente a su terreno, cargando en tus espaldas un peso excesivo. El precio que él debe pagar por tener ese don: su cautiverio, si fuese como nosotros llevaría una vida normal, pero piensa: ¿qué persona con grandes cualidades intelectuales y espirituales ha llevado una vida cotidiana? Y te aseguro que no lo subestimo, te darás cuenta  en solo un par de horas. Sé que al final se saldrá con la suya, aunque no estoy seguro de la forma, y tampoco me interesa. Solo me importa su vida, la de mi suegra y la de mi familia. Y si crees que les pongo en peligro con mis actos, te equivocas. En peligro están  por ser familia de quien es. Cuanto más tiempo pase vivo y desconozcan su paradero, más nos controlaran y más querrán que vivamos, para poder cogerle;  lo que menos van a pensar es que lo escondemos bajo nuestro salón. Nos marchamos de Navarra porque allí nos traicionaban continuamente; entonces  me enteré de la plaza aquí y de la cercanía del mar, puse la excusa de la enfermedad de mi suegra para solicitarla: el clima la ayudaría a mejorar, y a la vez su hijo podría conseguir respirar un poco más de paz.
 
Esta vez su voz  pedía auxilio. Emilio no había hablado durante aproximadamente una hora, seguía asombrado, rara vez se quedaba sin palabras, y ahora  además sin pensamientos. Estaba atorado de tanta información, se supone que él sería ahora quién debía ayudar a un amigo o no, claro que ello supondría un riesgo que jamás en su vida había tenido que sobrellevar, con todas las catástrofes vistas desde dentro y fuera de su mar. Solo le pidió a Miguel tiempo, ni siquiera sabía si se había informado bien de todo, pero si tenía claro que desde un punto de vista social dejaría de ser un hombre mundano,  tendría que esconderse de todos. Eso no le gustaba, tampoco sabía las consecuencias que ello supondría. Quizás no volvería a ver a su familia, y aunque saliese bien, siempre tendría algo que ocultar. Necesitaba meditar cerca de su mar, donde las olas y el viento limpiasen todo aquellas ideas que le hiciesen tomar una decisión no adecuada. Así se lo dijo a Miguel, y antes de dirigirse a la orilla, se detuvo en su casa, contuvo la información dada y se limitó a mirar a su Panera mientras cocinaba. No se hablaban, solo se oían ruidos y pequeños suspiros provocados por el cansancio de las faenas domésticas. Él continuaba igual, y ella se volvió para poder ver en sus ojos lo que realmente quería.
 Se encontraban nada más pasar el umbral: en el salón, comedor y cocina. La casa era propiedad de un humilde obrero, solo existía la separación de los dormitorios, y un pequeño cuarto donde se aseaban y lavaban la ropa. Todo había sido reformado por Emilio, al principio allí solo existían cuatros paredes, nunca mejor dicho, que él poco a poco las convirtió en su sueño. Mantuvieron la mirada, y en ella vio que no tenía ganas de hablar, solo de vibrar juntos. La cogió de la mano y la condujo al dormitorio durante un largo periodo de tiempo. Allí solo se respiró paz, incluso pareció cambiar las paredes transformándose en un blanco más puro. Cuando terminaron “La Panera” continuó con la comida. Había empezado, sin saber porque, a cocinar guisos escasos de carne y aditivos, solo un poco de agua, sal, patatas y tocino.   
Emilio aprendió a disfrutar de la desocupación esa misma mañana, no tenía recuerdos en su vida donde hubiese un día sin trabajo. Aprovechó ese momento de tranquilidad para descansar. Solo después de estar a solas con ella podía disponer un poco del olvido, rozando la no existencia. Al cabo de dos horas aproximadamente se incorporó, como si empezase para él el día. Todos habían comido, se dedicaban a aquellas pequeñas diversiones que se podían permitir. El volvió a desayunar, y a marcharse. Mientras caminaba hacia la cueva vio acercarse a la casa a su pequeña tripulación, sabía que querían una solución rápida, no iban a esperar a que él decidiese por su cuenta sin tener presente las necesidades de cada uno. Decidió cambiar la dirección, hacer como si nos los hubiese visto. Aún necesitaba soledad para dar la ansiada solución. Aún seguía siendo el maestro para ellos.
Cambió el camino, pero no la dirección.  Dudaba de la fe, de todo aquello que no pudiese captar con sus sentidos o su inteligencia no pudiese descifrar, pero sabía que  en esos momentos de incertidumbre le había ayudado. No solía profundizar mucho en las cuestiones un poco trascendentales. Era un hombre lleno de sencillez, en él no existía ningún recodo oculto, ni  acertijo por resolver. Su vida era práctica e incluso siempre respetaba las normas, no había cabida para las complicaciones; y si siempre le habían dicho que la imagen había ayudado a otras personas alimentando sus almas, no sería él quién juzgase esa realidad. En solo unos quince minutos se encontró frente a ella. Mirándola  intentaba leer algo que le ayudase. La observó detenidamente, nunca antes. Contó las estrellas de su corona, doce, dibujó en su mente los bordados de su manto dorado. Y vio en sus ojos, o quiso ver la solución de todo. Ella miraba hacia abajo, con una expresión triste y a la vez de aprobación de todo lo que una persona creía un deber. Su gesto no era arrogante, más bien lo suficientemente humilde para serenar al necesitado. Todo eso le bastó para dar por sentado lo que tenía de antemano decidido. Su conciencia le daba permiso para realizar las tareas que viese conveniente para sobrevivir en este mundo a veces no tan justo. Tocó la mano que no sujetaba al niño, y creyó apreciar un claro mensaje. En una mano ella sujetaba a su hijo, y la otra la tenía vacía para poder realizar otras tareas sin soltarlo. Al igual que él tendría que realizar tareas llamadas nobles, y otras no tanto, para no dejar de sujetar a su familia. La explicación o mejor la excusa para llevar a cabo algo que no aprobaba la encontró rápidamente sin esperar a que su conciencia despertase de su letargo, y le advirtiese que según  los ojos con que mirase sus próximas actuaciones se convertirían en ilícitas o no. Se marchó rápido del altar marino,  y se dirigió hacia la casa de Miguel. Nunca la había encontrado tan apartada del principio del pueblo. Quería dar solución pronto a todos sus problemas, aportar un poco de calma a sus amigos de la mar. Visitó como un ladrón su propia casa al entrar por la ventana del dormitorio. No había nadie, debía coger una parca. El viento se había transformado en frío y no quería enfermar, iba a necesitar su salud en plena forma. Sus movimientos se apreciaban rápidos; sus brazos y manos fuertes como un chaval de veinte años. Debía dejar una nota advirtiendo que no sabía cuando regresaría, sus letras delataban su inseguridad. Mientras escribía esas líneas explicativas, volvió a sentirse como uno de esos peces atrapados en sus redes, porque realmente sabía que todo lo que había hecho para reflexionar eran simples acciones para camuflar una obligación dada por la propia vida. Continuó recogiendo la cocina, e intentó no dejar su cuerpo en reposo, para que su mente no volviese a trabajar.
Salió como el dueño de su casa, para convertirse en esclavo de los deseos de propios desconocidos, así lo vio por unos instantes. Llamó a la puerta, y no había terminado cuando Miguel le abrió con una de sus amplias sonrisas, no le hacia falta aclarar nada, sabía cual sería su decisión. No podría ser otra. Empezó dándole lo que desde un principio había pedido: su nueva embarcación. Había llamado a un club social de Málaga donde le había facilitado la compra de la reina de las embarcaciones: Regina. Tenía solo tres años de antigüedad, y totalmente preparada para salir mañana mismo a navegar. Advirtió que los demás debían pensar que había contraído una deuda por una cantidad estimable, y había accedido a su compra por recompensar la ayuda que le había ofrecido cuando llegó al pueblo. Saldrían temprano a recogerla, y a realizar las operaciones pertinentes para que pasase a su propiedad. Otra vez estuvo hablando sin que Emilio le escuchase, paró cuando se dio cuenta, le molestó tener que repetirlo todo. Lo volvió a abreviar, pero sin no antes asegurarse que pondría al menos uno de sus sentidos. Con pocas palabras le explicó su nueva vida. Ahora pertenecía a su familia sin serlo, así comenzó. Luego solo le dijo que actuase con la mayor normalidad posible, y cuando él tuviese confirmado todo: le avisaría. También quiso que supiese la rapidez de las actuaciones, sin mucho tiempo de preaviso, un día de máximo, y la mayoría de las veces con pocas horas de antelación, por lo que tendría que tener siempre la barca en buenas condiciones para el viaje inmediato. Emilio solo asentía, a la vez pensaba como debía llevar las herramientas necesarias para faenar, y que en vez de esperar hasta la fecha mencionada, quería hacerlo cuanto antes, para volver a instalar  la normalidad a sus vidas. Terminaron la conversación con una copa de ese Coñac, con el que solían finalizar sus acuerdos. Brindando con temor, aunque no lo demostrasen,  levantado la copa como dos caballeros ante la posibilidad de una nueva batalla.
Emilio se despidió de todos, siguió escuchando porrazos en el sótano, no se atrevió a preguntar quién sería, supuso que se trataba del mismo hombre que se cubrió la cara y se marchó cuando él llegó. Caminó firme hasta su casa, no tenía que madrugar. Le recogería sobre las doce y media. Se dirigió directamente a la cama, con una excitación propia de un adolescente. Besó a su mujer muy sigilosamente, con más amor que nunca. En el silencio de la noche y mientras llegaba el sueño, tomó la decisión de convertirlo en una travesura de un niño pequeño, sin meditar las posibles consecuencias. Llegó a dormirse aproximadamente hacia las cuatro, a eso de las ocho y media se despertó pudiendo desayunar junto a su hija menor antes de irse al colegio. Acabarían rápido, La Panera no quería utilizar mucha harina. Emilio se dio cuenta; le advirtió que no debía preocuparse por nada, todo se había solucionado. Ella lo miró con aprobación, acercándole la mano sin llegar a tocarle por la distancia que los separaba, pero él lo sintió como cualquier otra caricia de las suyas.
No habían dado más de las doce cuando recibió el recado de uno de los muchachos del almacén de la botica: debía marcharse para allá lo antes posible. Se había arreglado como uno de esos primeros Domingos, cuando se estrenaban las mejores galas para ir a misa. Se dirigió rápidamente, y visitó la farmacia de una forma muy diferente a la acostumbrada. La había convertido como un lugar de reunión con los amigos e incluso en ocasiones pedían café y bollos. Ahora le parecía esperar en la sala de cualquier consulta, supuso que debía aprender a disimular las situaciones a la que él no estaba acostumbrado. Empezó a sentirse observado, quizás la sombra de la culpabilidad estaba apareciendo. Miguel lo miró y dirigió la misma mirada a la puerta, por lo que Emilio salió tropezando con el paragüero. Debía tranquilizarse, y bastaron unas pocas palabras de su nuevo compañero para que así fuese.
 No tardaron más de dos horas hasta llegar al Palo, un barrio de la capital donde le esperaba su ansiada reina. Un anciano le mostró los papeles y antes de llevar a cabo la transacción delante de la Guardia Civil, a la que tuvo  que dar todo tipo de aclaraciones y datos personales, quisieron comprobar el estado de ésta. Subió en primer lugar el anciano, luego Miguel, por último y observándolo todo su futuro patrón. Poco a poco le daban las explicaciones del funcionamiento, a lo que Emilio afirmaba, mientras el vendedor hablaba, Miguel buscaba la confirmación de su amigo, y la consiguió rápido. Sin más dilaciones, firmaron el contrato de la compra-venta, y sonrieron entusiasmados como en el día de los Reyes Magos. Decidieron volver con Regina, y rápidamente puso los motores en marcha mientras le decía claramente las órdenes a Miguel para que le ayudase. Arrancó bien, hasta  los ruidos  parecían celebrar la solución de sus problemas. Era fuerte y ligera, poseía hasta un pequeño camarote. Se asemejaba mucho a la que siempre le había gustado, quizás en peores condiciones, necesitaba algunos pequeños ajustes, pero nada importante que demorase su salida. Pensó cambiarle el color, todas sus embarcaciones habían sido azules, y en cambio ésta se parecía al naranja más que al rojo.
Llegaron pronto a casa, con un gran grito llamó a su mujer para que pudiese admirar la solución a todo, olvidando lo que traía consigo. Salió feliz, agradeció continuamente a Miguel la ayuda que les estaba ofreciendo, tanto que empezó a sentirse mal y  obligó a no hablar más de ello. Emilio abrazó a su mujer, festejando así su nueva adquisición, y seguidamente se dirigió a ella tocando el casco para comprobar algo, aunque más bien parecían mimos a lo que sería desde ese momento su otra hija.
Atracó lo más próximo al bar de Fernando, sabía que se podría encontrar con todos allí. No se equivocó. Nada más pasar, interrumpió la conversación que tenían. Lo miraron asombrados y enojados por los días que iban a pasar, mientras él sonreía. Se hizo un silencio, hasta que uno de ellos se atrevió a preguntarle. Entonces exclamó: ¡salid!
Mantuvieron una pequeña carrera, mientras él repetía sin para el nombre: ¡Regina! Nadie lo comprendía, hasta ver escrito el majestuoso nombre en un lateral. Rápidamente advirtieron su buen estado, a la vez le exigían explicaciones de su procedencia, solo el mayor de todos se mantenía distante y sin sobresaltarse por nada. Le pareció todo muy extraño, recordó la cara de asombró cuando le contaron la situación de la anterior barca, y pensó que si hubiese podido solucionarlo tan fácilmente, no se hubiese preocupado de esa forma. Emilio advirtió su diferente presencia, y comenzó comentándole  lo que habían acordado. Sonrió, subió a Regina. Navegaron hasta el anochecer, junto a la presencia de Miguel, quien disfrutaba tanto o más de ello. E incluso éste intentaba practicar por si alguna vez debía ayudar a Emilio en una de sus salidas. A lo lejos parecía un trasatlántico, lleno de felices marineros en plena fiesta. Al menos eso reflejaba las sombras que brillaban en esas aguas del Mediterráneo.
Regresaban y las mujeres, avisadas por la Panera, les esperaban en la orilla festejando la continuación de la tranquilidad en sus vidas. Recibieron a Regina como a una mascota que llega a una casa llena de niños. La adornaron y limpiaron, a la vez la besaron  e incluso se despidieron con sentimiento de culpabilidad, como cuando dejas a un niño en mitad de la noche, sabiendo que le da miedo la oscuridad. Poco a poco la perdieron de vista, y dejaban de hablar, mostrando su preocupación hasta volverla a ver la mañana siguiente.
Emilio se dirigía contento hacia su casa, habiéndose despedido de todos, incluso de Miguel, quien recibió tantos agradecimientos que no pudo evitar emocionarse. Justamente cuando iba a entrar, el anciano pescador le llamó cautelosamente a Emilio, y le invitó a una cerveza en el bar. Su expresión dibujaba incredulidad, retrocedió unos pasos, y  dijo a su mujer que regresaría pronto.
Una vez apoyados en el mostrador, el anciano comenzó a hablar. Desde el principio de la conversación se sabía que conocía todos los detalles del trueque entre los dos amigos.
Y fue cuando volvió a oír discursos políticos. Nunca pudo comprender como él, una persona sin unas convicciones ni religiosas ni políticas arraigadas, se había encontrado en tal situación. Ni siquiera tenía una de esas obsesiones por la tierra donde nació. Su única patria era la mar, y su gobernante: los temporales que pudiesen venir. El anciano defendía la situación actual de España. Le había prestado la misma atención que a Miguel en sus charlas tan repetidas, lo único que sacó en claro: pertenecía a la falange, y  sabía quién era el cuñado de Miguel. Desde su punto de vista merecía la pena continuar con la situación política. Vivíamos en un país tranquilo, con algunas carencias como cualquier otro, donde predominaba la seguridad en las calles y donde no existían las preocupaciones que en muchos lugares llenos de libertades. Continuó  relatando sus ideales dentro del mundo internacional, según él no teníamos obligaciones con otros países, quienes sacarían provecho de nuestros esfuerzos por levantar al país de la absurda guerra. Seríamos los auténticos dueños de nuestras acciones, repetía constantemente. Continuó hablando a favor del movimiento al que él pertenecía, y ya Emilio no quiso escuchar más sobre ello. Sus acciones no se debían a ninguna afinidad ideológica, solo a una situación motivada por su único gobernante: La Naturaleza.
Cuando tomó el último trago, Emilio dio por terminada la conversación. Fue prudente y no dijo nada. Simplemente contestó a todo advirtiéndole el motivo de sus acciones.
     -Yo solo me muevo por mi familia, exclusivamente por ella. No tengo                     convicciones determinadas, y nunca haría algo que pudiese despertar  mi conciencia.
Con esa frase acabó. Emilio quiso saber si podría contar con él para salir a la mar, a lo que contestó afirmativamente.
 
Por fin acababa el día, y estaba deseando descansar. Cuando abrió la puerta toda la casa se encontraba a oscuras,  se oían las respiraciones. Se alegró, porque se veía con la necesidad de contar  todo a su mujer, quería que fuese consciente, como siempre lo había sido. Llegó al dormitorio y observó el pecho, quería saber si descansaba. Se incorporó precipitadamente, lo miró pidiéndole una clara explicación de todo, aunque en el fondo no se atrevía. Él la miró con una sonrisa muy tranquilizadora, le empezó a  relatar toda la verdad, hasta lo del zulo de la casa de Miguel. Ella parecía cambiar su gesto de felicidad a otro de preocupación. Emilio la relajó con su seguridad, y repitió continuamente que no sucedería nada, todo acabaría pronto, no dándole tiempo a acostumbrarse a dicha tensión.
Derramó unas pocas lágrimas; a esas gotas se unían la duda de las faltas de Carmen. Antes de mencionar algo, quería hablar con su hija. No quería anticiparse, aunque como la mayoría de las gitanas tenían un sexto sentido y sabía todo de antemano.
Ambos cerraron los ojos casi al unísono, mientras esperaban el nuevo amanecer.
Éste llegó antes de lo esperado, ninguno había descansado lo suficiente, pero necesitaban estar despiertos, para poder resolver los asuntos pendientes. Victoria se marchaba a la escuela, ambos desayunaban. Ese día no habían madrugado ni para pescar, ni para amasar la harina. Emilio debía coger todos sus útiles, y llevarlos a la nueva embarcación. Además de adecentarla para comenzar a faenar al día siguiente. Se marchó a eso de las diez, sin despedirse prácticamente. En la casa solo quedaban Carmen y su madre. La hija se despertó, a la vez que su padre cerró la puerta. Se quedó callada, mientras oía como recogían los platos y en vez de levantarse para ayudar, permaneció quieta e incluso con un poco de miedo. Presintió algo. Al cabo de media hora se dirigió a la cocina, tenía apetito. Su madre la observa, no se dirigieron la palabra. Terminó, y cuando volvía a recoger la mesa, la madre la sentó de un modo brusco, exigiéndole una explicación sin mostrar un ápice de comprensión. Después de todo lo que le estaba ayudando la familia de Pablo, no hubiese querido que su hija entrase a formar parte de esa manera, y lo intuía, lo sabía. Permanecieron unos segundos sentadas sin moverse, cada una esperaba las palabras de la otra, que no comenzaban de ninguna parte. La Panera no quería ser torpe, pero se sentía muy nerviosa para disimular su enfado. Agarró con fuerza a su hija de la mano, y la obligó a decir lo que ella aún no supiese de su vida. No debía mentirla, el enojo aumentaría. Carmen empezó a llorar, no por temor sino por vergüenza, aún no había cumplido los dieciocho años, le quedaba un poco de infancia en su temprana madurez. Paró y miró a los ojos a su madre, buscando una salida.  Le explicó todo incluso el motivo, creyó que  sabía lo que estaba haciendo, y no pudo disimular su ilusión. Al fin y al cabo lo deseaba. La Panera poco a poco iba calmándose,  viendo cómo único enigma sería  la redacción de la situación a Emilio. La madre empezó a ver a su hija casi como una enferma, al decirle lo que debía o no hacer, ella la miró sonriendo, y recordándole que se encontraba en perfecto estado, y que su desilusión por la forma en que ella sería madre se la recompensaría, cuando tuviese a su nieto en brazos. Durante pocos segundos consiguió emocionarla, pero inmediatamente volvió a pensar en Emilio, cambió su expresión. Hizo un zumo de naranjas frescas, ya empezó a cuidarla. Cuando le acercó el vaso le tocó la cabeza como a un niño pequeño para que se tome el almuerzo, puesto que para sus ojos ella sería siempre su niña, como le suele ocurrir a la mayoría de las madres. Tomó la decisión de ser ella la que hablase con Emilio a solas, sabía que no iba a responder bien. Se lo comentó a su hija, y le pidió que le contase como había sido la reacción de Pablo cuando se enteró, a lo que ella, mientras sorbía, le confirmó su afirmativa disposición. Y ahí fue cuando descansó su corazón de ir tan acelerado. Carmen se vistió y se marchó a la farmacia, donde esa mañana trabajaba Pablo. Le comentó la conversación, se enojó al pensar que sería La Panera quién tuviese una primera charla con Emilio, rápidamente fue a hablarle de los planes que tenía para ellos. Quería casarse en cuanto pudiesen, comprar una pequeña casa cercana a la farmacia, donde seguiría trabajando, poco a poco a distancia continuaría con sus estudios. No tenía ningún motivo aparente para marcharse a ningún otro sitio, era feliz allí. La joven mujer sonreía sin parar, aunque lo sabía todo, le resultaba precioso oírlo de su boca. La obligó regresar a su casa, y silenciar a su madre hasta que lograse encontrar a Emilio. Le hubiera gustado esperar un par de semanas más para que todo volviese a la normalidad, después del estrés que habían tenido los últimos días desde la tormenta, pero no le apetecía dormir más tiempo solo sin poder acariciar el vientre de Carmen mientras ella descansaba, oyendo esa profunda respiración que la caracterizaba y que le ayudaba a conciliar el sueño.
Llamó a su padre, le dijo donde podría encontrar a Emilio, le contestó sin estar seguro. Mencionó el lugar de la nueva embarcación, suponía que la estarían preparando. Rápidamente se quitó la bata, y casi sin despedirse, cerró la puerta él mismo y se dirigió sin parar de suspirar rápido hacia el lugar que le habían mencionado. No tardó más de diez minutos en llegar. Paró  para que no se le viese nervioso, observaba a todos mientras se tranquilizaba. No quería dar la apariencia de un muchacho nervioso, sino de un  hombre seguro ante su futura familia, aunque él mismo no lo quería reconocer, durante algunos segundos dudó. Su respiración volvió a la normalidad, comenzó a caminar con  paso firme,  se notó la garganta cada vez más seca, tragando sin parar, y sonriendo a todos que lo habían visto desde lejos. Aquellos metros se le hicieron muy pesados, parecía que el viento le imposibilitaba acercarse con la arrogancia que él quería demostrar. Poco a poco su mirada empezó a dirigirse en exclusiva a Emilio queriéndole advertir su intención de hablar a solas. Rápidamente éste soltó la herramienta, creyendo que el motivo de su visita era otro, se adelantó unos metros,  cogiendo  la mano y llevándole a un lugar más apartado, para que nadie los pudiese interrumpir precipitadamente. Se miraron a los ojos y comenzó a relatar los hechos, dando por sentado desde el primer momento, sus sentimientos. Luego siguió con los planes que pensaba llevar a cabo, dónde y cómo iban a empezar a vivir. Otra vez Emilio no entendía nada, ni siquiera porque le había visitado a esas horas, cuando debía estar trabajando. Y al empezar  a hablar del bebe, lo intuyó todo. Él creía que  habían recibido noticias del cuñado de Miguel,  y esperaba las instrucciones. Aunque no lo quería reconocer, se lo había tomado como una aventurita sin pensar en las consecuencias, como la mayoría de las acciones de los adolescentes. Y desde  que entendió el motivo de la visita, le pareció que la arena le iba poco a poco cubriendo, hasta creyó dejar de ver, del ahogo que sentía. No pronunció absolutamente nada, mientras escuchaba atentamente las frases estudiadas por Pablo sobre el tema. Ambos callaron, a Emilio solo se le ocurrió preguntarle si su padre lo sabía. Él respondió con la cabeza negándolo con rotundidad, y a la vez sabiendo que había hecho mal en no advertírselo antes que a nadie,  al fin y al cabo  sería quien les ayudase. En esta ocasión fue Emilio quién le pidió la vez para hablar con Miguel. Antes de marcharse se dirigió a él cómo hombre y solo le hizo una pregunta sincera. Quería saber si amaba a ese bebé  al igual que a su hija, y si sabía  el significado de compartir una vida con personas totalmente desconocidas. Al confirmarlo, dio por sentado todo.
Emilio volvió con sus amigos de siempre con gesto triste. Sus compañeros le preguntaron, le notaron otra expresión en el rostro. Sin pararse a pensar ni un momento, les contó lo que ocurría. A la vez que terminaba, se dio cuenta que vivían en un pueblo donde las personas aburridas tenían una sola misión. Pidió  discreción, aunque sabía que no la iba a recibir. Continuaron con la tarea, y la ilusión de Regina desapareció.
Pablo volvió al trabajo, su padre le preguntó el motivo de su marcha, contestó con un gesto con las manos, advirtiendo que más tarde hablarían. Sabía que quería que fuese a Navarra, y acabara sus estudios allí, para luego ir al extranjero, tal vez Londres, donde se especializaría  en algo nuevo. Quería que enriqueciese su vida con los conocimientos de diferentes facultades, junto a las costumbres de otras culturas. Sabía que tendría que hablar  más adelante,  que debería compensarle por haber matado de un solo golpe todas las ilusiones puestas en él, cuando aún ni siquiera había nacido. Fue la primera vez que pensó en su bebé, decidió no cometer el mismo error. Dejaría que  crease sus propias quimeras dentro de las posibilidades que le pudiese dar, también sabía que serían menores a las que él había recibido desde pequeño, pero intentaría compensar con cosas menos materiales.
A eso de las nueve treinta, Emilio se dirigió, después de haberse cambiado sin mencionar  palabra con nadie, a casa de Miguel. Allí quería hablar de sus hijos y de Regina, sin olvidar al temido cuñado. No sabía por dónde empezar, pero sí de demostrar que aquel hombre, seguro de sus acciones cotidianas, había vuelto a surgir. Llamó a la puerta como de costumbre, y advirtió la presencia de hombres totalmente desconocidos. Se le olvidó el motivo de su visita, se entusiasmaba cuando pensaba que iba a llevar a cabo su nueva travesura. Pero Miguel no le dijo absolutamente nada sobre esas personas, y  le parecía inapropiado preguntar. Bajaron al sótano, quería enseñarle como había quedado. El agujero se había transformado en un cuarto para dos camas y un aseo. Emilio se extrañó que solo él y su hijo hubiesen podido hacer esa obra en tan poco tiempo. Aunque solo fuese por un instante quería saber todo. No le apetecía ser un mero instrumento, para que  pudiese sentirse alguna vez bien consigo mismo, no tendría que concluir que se habían aprovechado de su situación económica, sino que como hombre le necesitaban para realizar un acto noble, salvar la vida a una persona. Continuaron hablando del viaje que tendrían que hacer, y a la vez se le informó de la necesidad de llevar la embarcación hasta unas coordenadas determinadas. Emilio se sonreía puesto que llevaba toda la vida en la mar, y podría hacerlo con los ojos cerrados.
Marchó despacio hacia el otro extremo de la habitación, y habló de lo que realmente le había llevado a su casa.
 
-          Miguel no se cómo empezar; pero ya sabes que nuestros hijos llevan varios meses hablándose (así se refería a la relación entres ambos), y esta mañana tu hijo se ha acercado al mar para explicarme cuales eran sus intenciones con Carmen.
 
Él lo interrumpió advirtiéndole que aunque Pablo tenía un aspecto de un hombre, solo tenía veinte años, y había estado muy protegido toda su vida. No quería que tomase en cuenta las palabras, pensó que se había comprometido. También le comunicó los planes tan buenos que tenía para la educación, si continuaban seguramente  les habría proporcionado un futuro estable y bueno para ambos. Le gratificó que se hubiese fijado en Carmen, le agradaba como mujer,  terminó la frase advirtiendo a Emilio que no se preocupase por nada, y para que no se dejasen de ver, llevaría siempre a Carmen a visitarlo. También quería continuar con el otro tema que les unía porque necesitaba saber algunos detalles sobre el futuro viaje. Emilio volvió a hablar, le advirtió que no hiciese muchos planes porque Pablo tendría que hacer frente a nuevas responsabilidades, y además él esperaba que así fuese. Miguel abrió los ojos y empezó a comprender más o menos. Las frases anteriores, enojaron un poco a Emilio. Entonces le preguntó por la existencia de un posible nuevo ser, a lo que él contestó afirmativamente. Antes que se pusiese a hacer planes para éste también, le contó lo que Pablo había decidido. Quería aclarar que su hija no lo había hecho por temor a perderlo (Dudaba de sus propias palabras) también sentía haber trucado los planes, pero a veces la vida se asemejaba a  la mar: había temporales que trucaban su partida. Pensó en animarlo diciéndole cualidades de su preciosa hija, pero creyó que en ese momento no solucionaría nada la desilusión de Miguel. No porque fuese a contraer matrimonio, sino porque le imposibilitaría realizar la carrera que a él le hubiese gustado. Se hizo silencio. Y no volvieron a hablar del tema. Desde ese mismo instante todo se quedó en manos de sus esposa, prepararían la boda y lo que fuese necesario.
Emilio se marchó, Pablo entró en la casa, directamente se dirigió a la cocina para beber un poco de agua, y comenzar a explicarle todo. Su padre se confundía en una cosa, sí era un hombre en todos los sentidos de la palabra. Se sentaron ante la mesa, Miguel cogió dos cervezas; entre trago y trago comenzó la discusión. Lo que más le había molestado era haberse enterado el último. Creyó que había utilizado el embarazo para no marcharse, y le molestaba que hubiese puesto algo entremedias en vez de haber dejado claro sus deseos en la vida, pensó que había fallado como padre al haberlo intimidado tanto como persona. Pabló lo tranquilizó rápidamente, dejando claro que no había sido buscado pero que tampoco puso los medios adecuados, porque llegado el momento no le hubiese importado. También le advirtió que no le gustaría nada que mirase mal a Carmen, realmente ella solo se dejó hacer. En cuando a su futuro, estaba dispuesto a continuar sus estudios de farmacia a distancia, no llegaría a lo que su padre le hubiese deseado, pero alcanzaría sus metas y contaba con la posibilidad de sentirse realizado. Miguel quiso saber cuánto quedaría para el alumbramiento, a lo que contestó que ocho meses, si todo iba bien. Abrazó a su hijo, desde ese mismo momento lo trataría como un hombre, sin más favoritismos por ser menor, sus responsabilidades serían las mismas que las de él, aunque siempre podría contar con su ayuda. Le dio el último beso en la frente, y le rodeó con un solo brazo, despidiendo así al niño.
Emilio también había llegado a su casa; Carmen a pesar de ser temprano se desnudó pronto para evitar hablar, además ya estaba todo dicho. Se dirigía al dormitorio, cuando la puerta se abrió y  oyó su nombre de una forma seca y desgarrada. Se paró, y a la vez miró a su madre exigiéndole ayuda. Una torpe sonrisa descubría su nerviosismo, simplemente supo decir que todo iba a salir bien, que no tenía nada de lo que se debiera preocupar. Se casarían lo más pronto posible, y nadie sabría nada, porque supuso que al vivir en un pueblo no quería que hablasen de él y de su familia. Él padre contestó rápidamente, asegurándoles que se había encargado de decirlo, ella había cometido un error ante sus ojos, no ante otros, y no sería él quién lo escondiese. Si la ayudaría a solucionarlo, pero debería afrontarlo sin más mentiras. Su tez enrojeció, sabía que las habladurías comenzarían al día siguiente, y su boda en vez de ser admirada sería criticada por todas las malas lenguas del lugar. La madre interrumpió la conversación, veía como su hija pasaba por una mala situación. Le pidió a su marido que empezase a hablarla mejor. Solo estaría mal visto para aquellas personas aburridas. Seguidamente Emilio siguió la conversación, subida de tono con su mujer. Le advirtió que no le gustaba la idea de que su hija hubiese puesto entre la espada y la pared a un chico, siendo de la clase social que fuese, para que contrajese nupcias. Y  continuó chillando recordando todo lo que Miguel había hecho por ellos, y los planes que tenía para su hijo. La Panera elevó aún más el tono en defensa de su hija,  repitió un par de veces que el acto lo llevan a cabo dos personas, que el muchacho había reaccionado muy bien, ambos eran felices, no comprendía el motivo de ser tan retorcido.  Mientras tanto Carmen no cesaba de llorar, no por temor a represalias, sino porque no recordaba una discusión entre ambos, por lo que pararon. Se hizo un silencio incómodo en la habitación, mandó a su hija a descansar,  mientras los dos continuaron hablando  durante largo rato, de una forma más apacible.
A la mañana siguiente todo volvió más o menos a la normalidad. Solo había que determinar la fecha de la boda, y hacer los preparativos necesarios tanto para la ceremonia como para el alumbramiento. A la esposa de Miguel fue a la que menos le importó, le caía bien la chica y hacia años que deseaba volver a tener un bebé entre sus brazos. Se dirigió temprano a la casa de su futura consuegra, estaba excitada con los nuevos acontecimientos y quería compartir su alegría con alguien. Solucionaron todo. Hablaron con la Iglesia, con la modista; y pensaron que en un mes como mucho podría llevarse a cabo todo. Carmen abandonó su tristeza, empezó a rozar la alegría. Ya se miraba al espejo para saber si se le notaría la tripa por esas fechas, su constitución era delgada,  creyó que no. Salieron a la calle, hacía un día estupendo y pusieron tres sillas frente a la puerta. Les daba el sol de cara pero la brisa del mar calmaba el calor que pudieran sentir. En pocos minutos el número de sillas fue aumentando, aunque llegase la hora de la comida ninguna vecina quería perder detalle de lo que sucedería en pocos días. A diferencia de lo que creyó su marido, todas demostraron bondad, y ninguna ofendió  con comentarios jocosos a Carmen. Al revés, participaban en lo que pudiesen en los detalles menores,  e incluso aconsejaban con la experiencia de haber casado a hijos con anterioridad. Llegaba la hora del almuerzo y continuaban igual, a Carmen se les volvió a saltar las lágrimas de la emoción, se rieron pensando que quizás estaba más sensible de lo normal, con motivo de su estado de esperanza., bonita forma de llamar la llegada de un nuevo ser al mundo.  Emilio junto a su discreta tripulación, había pasado a un segundo plano y cuando regresó se sintió un poco desplazado, llegando a encelarse por no haber sido el centro de sus conversaciones. Se adecentó para el almuerzo, y salió a recordar la hora. Todas se levantaron y se dirigieron a sus casa, pero advirtiendo que pasada la hora de la siesta volverían al redil. Carmen creía que habían cogido como excusa su embarazo y boda para salir de la rutina diaria. A lo que su madre contestó afirmativamente. Sonrieron ambas; La Panera aseguró a su hija que todo saldría bien, lo que el futuro le depararía dependería parte en el azar y parte en ellos.  Fue el único consejo que esa mujer le daría a su hija hasta el nacimiento de su nieto, donde podría sacar provecho de su experiencia.
Al cabo de dos días volvió a llamar a la puerta de Miguel aquel hombre tan silencioso que se tapó el rostro en el sótano. Lo reconoció desde el bar de Fernando, se iba a marchar cuando lo descubrió, entonces prefirió permanecer hasta que éste abandonase la casa .Pasados unos cuarenta minutos, Miguel lo acompañó hasta la esquina donde
Había aparcado el coche. Emilio se asomó por curiosidad, vio que tenía una bandera oficial, no todo el mundo disponía por entonces de vehículo y menos de esas características. Le temblaron las piernas, porque creyó que todo estaba cogiendo un matiz diferente. Se dirigía a su casa cuando gritaron su nombre. Le volvieron a temblar, ya iban dos veces muy seguidas. No reconocía la voz. Se paró rápidamente, volviéndose lentamente. Y la sombra de su amigo se reflejó en su rostro. Ahí descansó, al sentir la presencia de Miguel. Se estrecharon la mano, le pidió dar un paseo. Tenía noticias de cuando debían emprender el viaje, advirtiéndole que sería el primero y el último que tendría que hacer. Su cuñado sería el principal y primer tripulante, junto a una mujer y un hombre. Acabaría con la tensión de la nueva aventura más pronto de lo que había podido imaginar. Divisó sombras cercanas, para ver si podía sacar información, le comentó lo que había visto desde el bar. Miguel dudó si debía o no dársela, y por otro lado lo vio como lo más justo, puesto que había confiado en él, tenía la sensación que le debía todas las explicaciones, no quería excluirlo a un segundo lugar. Le aclaró quién era la persona que iba en coche oficial, pertenecía a la policía secreta y también a su familia. Los apellidos no coincidían, los lazos de unión estaban separados por tres grados en línea colateral. Por razones del azar se ha visto implicado en el caso de su hermano, por lo que cada cierto tiempo debe visitarlos para averiguar su paradero. Aprovechaba esas visitas oficiales para dar toda la información posible, por lo que nunca son ni frecuentes ni mayores a una hora. También le pidió prudencia, puesto que si descubría su secreto, muchas vidas estarían  peligro, entre ellas la suya. Otra vez le volvieron a temblar las piernas, porque la pequeña travesura iba tomando cada vez mayor fuerza y peligro, lo que le excitaba, le suponía un temor que antes jamás le había invadido. La advertencia continuó con la aclaración de que esas visitas a veces eran imposibles realizarlas solo: si llegase el momento de coincidir con él, por precaución, debía mantener las distancias y hacer como si no supiese absolutamente nada, era un hombre bastante desconfiado. El Lunes siguiente llegaría su suegra y ese mismo fin de semana, aún no estaba seguro si en la madrugada del  Sábado o en la del Domingo, partirían hacia ese lugar. Se despidieron rápido, mientras concretaban lo que necesitarían, la hora en que saldrían contando con las incomodidades que pudiesen ocasionar las mareas.
Pasaron los días y la Señora Mercedes, como así la llamarían desde el primer momento, se instaló rápidamente en el piso de abajo, las escaleras no le venían bien para sus huesos. Todos parecían más contentos desde su llegada, porque después del temporal y  de las noticias, sus caras poseían una expresión de tensión que no se marchaba. Empezó a hacerle baberos de croché al bebé que esperaban, y cada tarde una vez que el sol bajaba su luz, daban un paseo hasta la casa fortaleza y se volvían. Carmen se unió a ellos y poco a poco consiguió tener una buena amistad. Era una mujer tranquila y serena, con los achaques de la edad, con un corazón debilitado por las desgracias vistas, y el temor a que descubriesen a un hijo oculto, por la cabezonería de llevar la contraría a quién le imponía cualquier tipo de obligación en la vida, o al menos así lo veía ella.
La enfermedad, que tanto asustaba, se encontraba en el corazón, se reflejaba en sus ojos y tez, se marchitaban y se volvían opacas sin que nadie lo advirtiese, tan solo el que se aproximase cuando la respiración se hacía pausada. Debían tener cuidado con las emociones, el médico no le echaba mucho tiempo de vida. Quizás con la medicación adecuada podrían retrasar el fin, y eso iban a procurar. Pensaron que le clima le ayudaría a mejorar, siempre se ha dicho que el sol embellece a las personas, y también les prolonga su existencia. Cada mañana la madre recibía de manos de su hija la medicación adecuada. Y cada semana ella parecía envejecer aún más. Debían comentarle la próxima visita de su hijo, y no sabían cómo. Desde el salón se veía el mar, y después del almuerzo discutían cosas triviales para llamar la atención de su yerno quién estaba un poco ausente, ella aún desconocía el motivo. Una de esas mañanas, cuando su tez parecía estar sonrojada, le habló sobre la posibilidad de la llegada. Se llamaba Antonio, un nombre muy común para tan peculiar persona. Desde ese mismo instante la madre advirtió la presencia de su ausente hijo en la casa. Todo parecía envuelto en una aureola de misterio, no podía entrar en determinadas habitaciones ni tampoco bajar al sótano. Ni siquiera podía preguntar cuándo y cómo llegaría. En el fondo aunque estaba contenta de poderle volver a verlo, sabía que le quedaba  poco tiempo de vida,  le molestaba tener que pasar días evitando conversaciones o lugares, por no levantar sospechas. Su hijo tenía el don de enturbiarlo todo. Su inteligencia siempre le llevaba a caminos desérticos, y ese poder también se convertía en inconveniente para aquellas personas que le rodeaban, porque dominaba tanto las situaciones, que tu actitud se convertía en un mero reflejo de sus deseos, hasta le quería como a nadie, pero le reprochaba tanto, como el hacer que el resto de su familia participase en cosas a las que nunca hubiesen pertenecido. Y a la vez que recordaba con un poco de rencor todo, también le presionaba el estómago, casi como a una enamorada, con el solo pensamiento de su regreso. Creyó conveniente ir pensando todas las cosas que debía decirle, quizás fueses la última vez que lo viese. Quería dejarle por sentado cuál sería su actitud con el resto de su familia; era en lo único en que podía mandar. En el resto de su vida ni siquiera tendría conocimientos, para poder  dar una pequeña opinión al respecto. Seguía pensando en él, cuando llamaron a la puerta. Sus lentos movimientos hicieron que el timbre volviese a sonar. Consiguió llegar antes que se marchase, sin saberlo se trataba de un allegado, quién después de mostrar la placa de policía le exigió que se identificase. Al decirle quién era, éste sonrió, cuando le dijo que iría por la documentación, a lo que contestó que no haría falta. Siguió con la misma expresión, y le entregó una carta para dársela a su yerno. Se marchó con una leve sonrisa, y ella aún no entendía nada. La dejó en lo alto del mueble de la entrada, y con sus torpes pasos, volvió a sentarse en su pequeño sillón. Durmió durante largo rato. En un par de horas llegó Miguel a la casa, se levantó sobresaltada intentando alcanzarle, antes que se dirigiese al dormitorio. Quería darle el recado con la misma importancia con que lo recibió. Intuía que tendría algo que ver con su hijo. Solo le insistiría en saber si iba todo bien. Cogió la carta del vestíbulo, y entre líneas pudo saber que contenía información sobre el esperado viaje. Salió en dirección a la casa de su futuro capitán, pudiendo descubrir la sensación de inseguridad que todo aquello le producía. Recorrieron juntos varios metros sin a penas dirigirse la palabra. Sabía que el momento había llegado. Miguel volvió a abrir el sobre. No lo leyó palabra por palabra, lo hizo en voz baja, y le dijo la conclusión a su compañero. Saldrían la noche siguiente, debían estar en las mencionadas coordenadas a eso de las dos y media, para así regresar con la misma oscuridad. Ambos empezaron a mostrarse tremendamente alterados, incluso se les veía dudosos de poder llevar a cabo todo. Suspiraron y en menos de diez minutos se despidieron, quedaron  a la mañana siguiente para darse los datos oportunos, la aventura estaba tan cerca, y que no querían cometer ningún error. El gran problema consistía  llevarles desde  la playa a su casa, sin que fuesen vistos. Tenían toda la melodía del canto del búho  para aclarar sus pensamientos.
Llegó la mañana y descubrió que nada de lo que había decidido la noche anterior serviría de algo. Había cambiado los planes demasiadas veces, y ninguno le daba la seguridad de no ser descubiertos. A la hora indicada por Miguel se dirigieron los tres a la embarcación, Pablo también les acompañó. Subidos empezaron a retener todos los detalles que Miguel les explicaba sobre su correcto funcionamiento. Terminó la lección en media hora y entonces se quedó callado deseando conocer las órdenes de Miguel. Se volvió a hacer ese silencio tan incómodo que molesta a todos los que lo comparten. El Forastero empezó a relatar un plan totalmente nuevo, pero con una firmeza tan clara, que acabaron creyendo que lo tenía  pensado con antelación. Su estrategia había surgido de la reacción ante una situación incómoda, y quizás por esa rapidez de reflejos, se trazó un perfecto plan.
Al día siguiente todos llegaron a su hora, y el barco partió con la puntualidad de cualquier transporte oficial. La noche estaba en calma y no se veía ninguna nube que pudiese estropear lo acordado. Compartieron las tareas como una buena tripulación, dejando claro que nunca se podría encender alguna luz que pudiese despertar  a la guardia costera. Los motores iban a una velocidad lo suficientemente baja para no llamar la atención, se mantuvieron casi inmóviles durante un buen rato. El recorrido lo hicieron sin alejarse mucho de la costa. La distancia era tan pequeña que las sombras de las casas a través de la ventana se distinguían con claridad, e incluso se diferenciaban las  femeninas de las masculinas. Durante el  trayecto se distraían viendo esas imágenes hasta llegar a las coordenadas exactas. No hubo ningún acontecimiento extraordinario que perturbasen sus nervios. A veces llegaban a traicionarlos, porque fumaron cigarros todo el tiempo, sin preocuparse de la luz que éstos les podía delatar. Las olas pasaban despacio, parecía facilitarles el camino. Emilio sabía, que llegado el momento, las rocas próximas a la orilla, dificultarían el desembarque. No lo había mencionado, no querían que se preocupasen por ello, llevaba el suficiente tiempo en el mar para saber como solucionarlo, y a la vez quería demostrar sus habilidades en la vida, y sentirse por una vez más sabio que sus compañeros. Las coordenadas coincidían y las piedras crecieron obstaculizando el final de la mitad del trayecto. Emilio cambió la ruta, y al protestar Pablo decidió explicarlo todo con un poco de misterio, y así subir su estima, al menos por unos pocos  segundos. Pararían cerca, a pocos metros de las coordenadas exactas. Incluso con una simple voz, podíamos llamar la atención los posibles e importantes viajeros. En un primer momento no estaban muy conformes con la posibilidad de tener que acercarse, y prolongar más de lo acordado la situación de la recogida. Pero no tenían otra alternativa. No echaron el ancla, Miguel se bajó rápidamente, intentando buscar entre las rocas alguna señal de la presencia de su cuñado. Vio lo que delata a todo impaciente, el humo del tabaco. No pudo esperar a acercarse y tuvo que chillar de una forma peculiar, sin levantar mucho la voz. En ese mismo instante tres cabezas surgieron de la tierra. Y precipitadamente abandonaron su escondite para marcharse cerca sus mensajeros. No tuvieron ocasión de preguntar nada, ni de saludar. Cogieron sus humildes mochilas, y volvieron a sentarse sobre Regina. Siguieron sin gesticular hasta que la embarcación  volvió a navegar sin piedras en el camino. Cuando ya estaban buscando las nuevas coordenadas, se oyó unos golpes en la espalada, se trataba de un abrazo entre dos amigos aunque les uniesen lazos familiares. En pocos minutos aparecieron las presentaciones, cada uno mencionaba su nombre como los alumnos el primer día de clase. Las dos personas que acompañaban a Antonio tenían aspecto de extranjeros, con rasgos irlandeses, por lo que no entendían  el motivo de su huída. Pero no preguntarían absolutamente nada. Tardaron varios minutos en sentirse más o menos cómodos. Aún les quedaba mucho camino, veían la necesidad de empezar a preguntar, aunque fuese en voz baja, cosas triviales para mejorar la tensión entre tanto desconocido. Poco a poco Emilio se encontró tan seguro, como cuando pescaba de madrugada. Había cambiado su salada presa por unos arrogantes forasteros. Entre ola y ola creía estar haciendo lo adecuado, en realidad había dejado de matar vidas, para salvar otras. Visto así se trataba de un buen cambio. Esa reflexión le hizo sentirse bien consigo mismo, llegando  a acelerar el motor. Sonreía y se enorgullecía de tan noble hazaña. Miguel comenzó preguntando qué tal les había ido hasta llegar, a lo que contestaron con monosílabos que bien. Pretendía empezar una conversación, repreguntar de otra forma lo mismo, pero no obtuvo respuesta alguna. Volvió a hacerlo, al menos así se lo había propuesto, por las horas que llevaban esperando. Ahí respondió la mujer relatando la llegada en coche, y que el chofer les había permitido estar dentro hasta que se aproximase el momento, solo estuvieron a la intemperie una media hora. Mientras ella aclaraba, Antonio negaba con la cabeza, y antes que continuase dando información, la cortó preguntando la distancia de su escondite de la playa.  Ahí si comenzó una charla entre negociantes. Miguel contó su simple plan con unas claras explicaciones a lo que Antonio se negó rotundamente. Miguel se molestó, ya había dejado el timón sin darse cuenta a otro capitán. No quería empezar a discutir con él, pero tampoco estaba dispuesto a quedar en un segundo plano. Y lo advirtió rápidamente al decir que era él quién conocía el pueblo, la distancia a su casa, la policía y todo. Antonio sonrió y comprendió su enfado. Dejó a su cuñado la dirección. Faltaba  poca distancia, y estaba casi amaneciendo. Aceleraron los motores y observaban todo con gran expectación. Quedaban  minutos para que sus rostros apareciesen totalmente al descubierto. Todo transcurrió rápido, y veían claramente la casa desde la orilla, se la señaló Miguel. Uno a uno fueron allí, pero siempre acompañados de él, mientras los otros permanecían en la cueva. A Antonio no le había gustado la idea de separarse de sus compañeros, y que su cuñado pasase tres veces por el mismo lugar. Cada uno tenía su punto de vista, siempre le sería más fácil justificar la llegada de una persona a su hogar, mientras para su cuñado el pasear de forma tan continua con distintos acompañantes e introduciéndolos en  su casa, sería mucho más fácil levantar sospecha. No había muchos motivos para retrasar el momento de estar a salvo, pero dejó hacer a su cuñado. Antes de entrar quería tener una conversación privada. No tenía que darle ningún consejo ni ninguna orden, solo hablar y sacar algunas cosas en claro. Por lo que dejó a su cuñado como el último huésped en dirigir a su casa. Cuando regresó a la cueva volvieron a saludar como si no se hubiesen visto con anterioridad. Solo hubo palabras de respeto y admiración por parte de ambos. Debían actuar con cautela,  pero la tranquilidad solo estaba a pocos metros de distancia. Cogieron las bolsas y se dirigieron rápidamente a su nuevo destino. Durante el camino le advirtió de la situación delicada de la Señora Mercedes, a la vez le preguntó por los medicamentos. Antonio desbordaba seguridad en todos sus movimientos pero aquellos pasos parecían diferentes, al fin y al cabo iba a ver a su madre después de años sin tener ni noticias de su enfermedad. Abrió la puerta y tras ella se encontraba una mujer débil, casi sin carnes en su cuerpo. Adivinó quién era por sus ojos  pequeños y debilitados, pero con una profundidad que ninguna otra dama había conocido. Se abrazaron largo rato, se unieron aún más. Ese momento le bastó para perdonarle todo lo que jamás hubiese podido recordar. Se dirigieron al salón, con una taza de café charlaron de cosas simples y de la forma en que se había alimentado todo este tiempo, básica preocupación de una madre con su prole. La miraba con delicadeza, la recordaba tan diferente, con la vitalidad de una adolescente, aunque en su frente se dibujasen arrugas como muestra del paso del tiempo. Quería hablarle de sus planes pero supo que no la volvería a ver después de esos días, quiso ahorrarle toda la preocupación. Además lo conocía y sabía que jamás cambiaría su forma de vida. Después de unos quince minutos de preguntas y respuestas francas, volvió a un tema que él no quería recordar. Quiso saber si aquel rudo hombre que tenía frente sí había vuelto a enamorarse. Aunque por su solitaria mirada creía ver la negación. No contestó, solo la miró sonriendo, y a la vez reafirmando lo que con antelación sabía. Le advirtió que aunque mantenía una estrecha relación con la mujer que había visto, no estaba enamorado de ella, y además ella conocía sus inquietudes por lo que no habría ningún desengaño más por parte de nadie. Después se habló de otro tema importante.: el dinero. Y el contestó que no sería difícil vivir con lo que le quedaba, además el aseguraba que la situación política en España variaría en pocos años. E intentó dejar el tema para no enfadar más a su madre. A esa edad los ideales por los que se luchaban no tenían mucho sentido, aunque el poder estuviese en manos de otro, siempre habría cosas que cambiar y con las que no se estaría de acuerdo. Su hijo disponía de una situación económica privilegiada en esa época para que se hubiese complicado de esa forma su única y plena vida. Ella pensaba que  había perdido años, un verdadero amor e incluso el calor de los suyos, por una lucha que nunca conocería en plenitud. Una lucha que duraría toda su vida, sabía que su actitud en este mundo no descansaría. Y nada de lo que veía le gustaba, a pesar de que su mentalidad era mucho más avanzada que la del resto de las personas de su generación, creía que su hijo nunca llegaría a ser feliz, como su marido le advirtió una vez. Tanto Pablo como las otras dos hijas mantenían una cierta distancia en las conversaciones que allí se producían. Sabían que todo lo que veían y oían debían callarlo, si fuese posible: olvidarlo.  La mujer se llamaba, o eso dijo, Amalia. Su aspecto era delicado, pero cuando hablaba parecía igual de fuerte que cualquier hombre, quizás porque su feminidad quedaba oculta cuando demostraba sus conocimientos científicos. Su acento parecía francés, más tarde explicó que su madre había vivido toda la vida en París, donde ella fue a la Universidad, y donde conoció al profesor Borges, catedrático, no especificó más, quizás por mantener el anonimato. “El profesor”, como desde entonces se le denominó, tenía la cualidad de calmar con una sola mirada, no habló mucho, pero si mencionó que tenía mujer e hijos con los que se reuniría cuando pudiesen. Esos fueron los únicos datos que recibieron de su huésped. El motivo de su huída lo desconocían, podía coincidir con los mismos que Antonio o bien otros que era mejor ignorar. Acabaron la deliciosa comida que se había preparado contando  con los gustos de los huéspedes, y con lo que dominaba en el lugar. La dorada brillaba como ninguna otra anteriormente en la casa, y la sal gorda esparcida por todo lo largo se asemejaba a las piedras preciosas que de vez en cuando podían verse en las pantallas del cine de verano cercano. Disfrutaron tanto comiendo, que no hubo ni una palabra mientras el paladar actuaba sin cesar, casi relamiendo todo lo que desprendía olor a mar. Ya en el postre comenzó la tertulia hasta las doce, cuando bajaron a su nueva e improvisada habitación. El sótano tenía una pequeña rendija por donde se podría mirar a la calle en momentos de aburrimiento. Las noches anteriores a su llegada habían sido muy breves, y aunque ese sueño no lo recuperarían, si lograrían abandonar el cansancio de los brazos, espalda y sobre todo piernas. A la mujer le habían salido sabañones en los dedos de los píes, y poco a poco con pomadas y ungüentos naturales intentaba que éstos desapareciesen. La tarde pasó tranquila, entre ellos casi no hubo palabras. Tenían lo que desde hacía mucho tiempo no había podido tener. Se encontraban en su País, además no oían los gritos de la guerra, su último recuerdo. No recordaban casi nada de lo vivido, eso les hacía respirar y dormir como nunca antes, puesto que sus pesadillas las dejaban en la calle, quedando sin peso alguno  sus hombros. Sabían que su partida no tardaría más de una semana, pero cuando miraban a través de la rendija soñaban con salir al exterior, abandonar el cautiverio que ellos mismos se habían impuesto. Cuando deseaban vivir una vida sencilla, les entraba la duda de si realmente valdría la pena dejar esa lucha, no se sabía si tendría un buen final. E incluso llegaban a comprender la renuncia de muchos colegas, la soledad de la noche y el día; y sobre todo la guerra interna por unos ideales no compartidos por su patria quién aceptaba lo impuesto. Le hacía dudar del sentido que había adquirido sus vidas, y más aún de si se quedarían solos con la huída de los restantes compañeros, por no ver un resultado a los sacrificios ofrecidos. La causa casi se les había olvidado, solo de vez en cuando al mirar la marcha de otros, le volvía a salir la rebeldía de sus conciencias por no permitir que gobernasen sus vidas, cuando las normas impuestas por otros nunca serían las dueñas de sus cuerpos, al que habían encerrado sin facilitarle placeres mundanos y tan llenos de satisfacción. En cada silencio de la noche les surgían todo tipo de preguntas, todo tipo de contradicciones e incluso lágrimas por no saber si aguantarían más tiempo esa marcha constante. Quizás el aburrimiento y el no haber encontrado una inquietud  les había llevado a esa situación, a enmarañarse en una red tejida por los llamados compañeros.
 
Antonio y su amigo se dirigieron a la biblioteca, Amalia ofreció su ayuda en la cocina a Teresa. El arte culinario no era su fuerte, pero si eso podía distraerle sus pensamientos, estaba dispuesta a aprender. Allí surgió una amistad no esperada. Comentó la futura situación de Pablo, y que aún no le había dado tiempo de decírselo a Antonio. Mantuvieron una conversación muy agradable sobre los planes que quedaban para la boda, donde vivirían y el nombre que a ella le gustaría si fuese niño o niña. Después hablaron sobre las relaciones entre los adolescentes, y los cambios que después surgían en la vida. Ambas eran de mediana edad, aunque sus vidas llegaban a ser casi opuestas. Amalia no se atrevía a preguntar por Maria, una antigua novia de Antonio, quién guardaba una fotografía en su bolsillo, aunque jamás la mirase, todos sabían que quizás por ella si hubiese abandonado su lucha particular, y a la vez le hubiese salvado de la soledad a la que él se había atado. Amalia añoraba la posibilidad de rozar lo que la otra rompió. La mujer de Miguel pareció leer sus pensamientos, y le relató la historia de esa joven con su hermano, en parte lo hacía para que supiese acabar con la otra barrera que él se había construido, así lo llegaría  a comprender y que en la opacidad en su alma, volviese a existir  luz. No sabía por qué, pero creía que ella podría ser la adecuada. Pensó que al saber su pasado comprendería mejor su presente, y le haría olvidar. Teniendo un poco de más paciencia, la tranquilidad en estas situaciones hacía no caer en errores, no precipitándose al tomar decisiones. Comenzó advirtiéndole que esa chica nunca sería un obstáculo para ella, se casó hacía muchos años y vivía feliz en un pueblo de Navarra. Ella no conservaba nada de Antonio, solo un hermoso recuerdo de su adolescencia. Sabía que aún la amaba, pero no quería que la viese como un rival, al fin y al cabo había dañado mucho a su hermano, debía convertirse en eso: pasado. Abrevió todo y aún más los días que Antonio pasó en la cama, después de enterarse de la boda con uno de sus mejores amigos. Estuvieron saliendo aproximadamente dos años, reconoció que fue la única vez que él sonreía por todo,  incluso dejó apartado los pesados pensamientos que tanto habían estropeado su vida. Cuando ya estaban a punto de prometerse, conoció a los que destrozaron los planes de su entonces plena existencia. No sabía el nombre que tenían, pero empezaron a hablar demasiadas tardes con Antonio, él fue descuidando todo, y más aún a ella. Maria tenía muchas cualidades, entre ellas: la belleza, no le faltaban admiradores, y él cometió el error de conservarla en manos de uno que consideraba su amigo, para salvar a este país de no sé qué. La policía lo arrestó, y entró en  la lista de exiliados del país, tuvo que marcharse rápidamente sin avisar. Cuando pudo regresar para hablar con ella, y decidir su futuro, ya había tomado la decisión de casarse con Juan. No quería la vida que él le proponía, ni que sus hijos viviesen con el miedo que nosotros tenemos de no volverlo a ver. Hubiese renunciado a todo; pero era tarde. Debía marcharse del País en cuestión de horas, y ella no estaba dispuesta a acompañarle. Le dolió, mucho. Él sigue creyendo que la felicidad solo la hubiese encontrado junto ella .Fue dura y sincera al relatarle todo  a una persona que amaba tanto a su hermano, pero también la animó al advertirle que ni su madre ni ella así lo pensaban, pues a pesar de que reunía casi todos los requisitos que un hombre puede buscar en una mujer, carecía de la comprensión necesaria para aceptar a su hermano. Y aunque  pensase que hubiese podido abandonarlo todo, no hubiese sido así; le surgirían otras inquietudes y volvería  a dejarla sola una y otra vez. Finalizó asegurándole que ella sería la mujer indicada para su hermano, le quería dar toda la seguridad que necesitaba para empezar a luchar por él y, no lo abandonase por el temor de un recuerdo inexistente en sus vidas. También le advirtió muy sutilmente cosas sobre su aspecto físico, aunque no era un hombre superficial, si tenía los mismos deseos que el resto. Se sintió mal al mencionarlo. Amalia le comentó que después de todo lo que llevaba a cuesta, su aspecto se había deteriorado mucho y su sensualidad, después de tantas críticas y humillaciones, estaban ocultas. No sabía si lograría volverlas a sacar. Se sonrieron y dejaron la charla, porque su compañero decidió ver a la Señora Mercedes para conocer perfectamente su estado de salud.
 
Llamaron a la puerta del dormitorio, había comenzado a mantener correspondencia con sus amigas de siempre. Su hija creyó que se alegró de la noticia de lo de Pablo, porque así tendría algo que contar, seguramente lo exageraría. Su concentración había disminuido con los golpes en la  puerta. Pero no creyó que lo que querían era entrar, así que no les hizo caso, y continuó relatando hechos que quizás nunca ocurrieron. Se preocuparon, entraron precipitadamente, a lo que ella entre risas y suspiros advirtió que nunca se entraba así al dormitorio de una bella dama. Todos se relajaron al verla bien. El profesor sacó su maletín y le advirtió que sus intenciones serían honestas; ella se quejó diciéndole entre broma y broma que lo sentía, porque se había fijado en él desde el momento que entró por la puerta.
Salieron todos de la habitación, comenzó con el reconocimiento. Al cabo de media hora terminó. La miró a los ojos, y le advirtió que sin análisis ni otros medios adecuados no le daría el correcto informe, pero que a simple vista le parecía todo más o menos correcto. Ella lo miró con esperanza, pero en sus ojos adivinaba que solo una vez más podría ver a su hijo, aunque el profesor no dijo  nada. Continuó con sus cartas, y él bajó al salón para hablar con todos de lo que se había dado cuenta. Nada más abrir la puerta le acompañó esa pequeña multitud. Según su opinión y los informes leídos la aorta permanecía obstruida, y al igual que los anteriores médicos, afirmaba que era imposible cualquier tipo de operación dado su débil estado de salud. Los medicamentos que traían no solucionarían nada, quizás si hubiesen llegado unos meses antes y la obstrucción no hubiese estado tan acusada, pero solo era una suposición.  Todos intentaron hacerle la misma pregunta, sin llegar a pronunciarla, él comenzó a hablar de lo que se denomina esperanza de vida. Bajo su punto de vista no llegaría a más de un año, siempre que hasta entonces no tuviese ningún otro ataque. Todos se volvieron silenciosos hasta en sus movimientos, aunque conocían los datos ya mencionados, no era agradable volverlos a oír. Regresaron a la normalidad. Se asearon y colocaron las camas para después de la cena. Teresa había cocinado pollo en salsa, un plato preferido de Antonio, que como siempre hacía que todo girase en torno suyo, incluso la cocina. Llevaron los platos y demás cosas al sótano. Se les notaba cansados, quizás por la presión de haber tenido al enemigo tan cerca. A Miguel se le notó un poco disgustado, y Antonio esperaba que la situación no durase más tiempo que el necesario, porque no aguantarían mucho más. No sabían la forma de cómo llegarían las noticias sobre su partida, por lo que cualquier ruido les hacía ponerse en pie. Estaban relajados en lo que hacía referencia a la posibilidad de que les pillasen allí, pero no en cuanto a lo referente a la marcha. Sabía que si se alargaba la partida de su viaje la situación en la casa de su hermana empeoraría. A Miguel le empezaría a molestar que Teresa tuviese que cocinar para tantas personas, que sus hijas se relacionasen con gente que debía permanecer oculta, en conclusión: temía que se les acabase la paciencia. Aunque desconocía todo lo que pudiese ocurrir hasta llegada  la orden de abandono de la casa, sentía que no tardaría mucho en recibirla, puesto que creía ser necesitado en Portugal para cuestiones mayores. Éstas no les daban miedo, solo nostalgia al recordar los días en que se sentía útil para alguna causa. Desde que empezó toda la huida, desperdiciaba su inteligencia en buscar el nuevo escondite, la forma de salir a la calle con un nuevo disfraz para no ser descubierto, en conclusión: la derrochaba preparando juegos. Quería contar con la posibilidad de ser necesario fuera de su país. No había pasado ni un día, y ya empezaba a sentirse mal. Desde que el profesor había comentado lo de su madre, no quería causar más problemas. No había dado ninguna noticia que no supiese, pero a veces oír las cosas cuando esa persona se encontraba tan cerca, te despertaba el sentimiento de pena, no quería darle más sufrimiento.
Antonio dio unas cuantas cabezadas hasta la hora de la cena. Se despertaba de cada una con dolores de cabeza, al recordar a su madre, y más aún a su padre en diferentes discusiones. Odiaba recordar, porque le hacia ver su existencia vacía. Tenía la idea de que las personas que se pasaban el día recordando, era como consecuencia de no llevar una vida feliz, buscando entre los recuerdos aquello que en ocasiones les habían hecho sentir algo, aunque fuese malo, algo que le hiciera sentir vivo y en paz. Bajaron todos a cenar. Y agradeció la interrupción de sus pensamientos, las niñas animaron la casa con sus juegos y sus curiosidades de la boda, fue cuando se enteró. Le dio unos golpes en la espalda a Pablo, diciéndole  que de repente le había hecho viejo.
Antonio no era un hombre muy familiar, siempre creía que el calor de los suyos le restaba el amor y la sexualidad de otros. Al menos eso decía en su juventud, hasta que conoció a María. En parte tenía razón, afirmaba continuamente que al hablar con hombres y mujeres casados éstos siempre les decía que su sensualidad se había mermado desde el mismo día de su boda. Lo expresaban entre bromas, pero todos llegaban a esa conclusión. La aventura y el misterio se les terminó, aunque para la gran mayoría obtenían otras cosas a cambio, simplemente habría que calibrar lo que perdías y lo que ganabas. Lo que mayor beneficio te diese, eso acababas escogiendo. Aunque el deseo ante lo desconocido siempre se mantendría vivo, y solo el temor a perder algo que realmente quieres, lo contendría. Esa eran sus conclusiones, las que por un momento hicieron dudar otra vez a Pablo de su decisión, Miguel se dio cuenta, y cambió la conversación.
Volvieron a disfrutar de las habilidades culinarias de su hermana, y se disponían a recoger la mesa cuando sonaron pasos en la entrada. Se hizo un silencio, incluso las niñas lo mantenían sin que nadie les hubiese recriminado nada. Se volvieron a oír a lo lejos, como si se hubiesen asomado y luego se marchasen sin esperar nada a cambio.
Todos se relajaron  y  disimularon ante la presencia de las hijas menores, se sentaron alrededor de la mesa, y les explicaron todo sobre la tormenta y lo ocurrido desde entonces. Se volvieron a sentir cansados a la hora y media,  despidiéndose  hasta la mañana siguiente. Él último en subir fue Miguel, quién les indicó que se sintiesen relajados y sin ataduras, solo aquellas que les pudiese perjudicar. Se despidió con formalismos y subió los peldaños despacio, demostrando su abatimiento.
Una vez arriba, cuando iba a asegurarse que la puerta estaba totalmente cerrada, observó un papel en el suelo. Parecía una carta, en un principio no le dio importancia porque algunos admiradores de sus hijas les dejaban muestras de su infantil amor por medio de mensajes a través de la ella. Abrió el sobre y despertó su alegría. Todo transcurriría  más rápido de lo que esperaba. Por fin volvería a reinar la tranquilidad, y seguirían su rutinaria vida, que tanto echaba de menos. Hacía semanas que tenía la farmacia descuidada, confiaba plenamente en sus mozos, pero no le gustaba dejarlo todo en esas manos. Volvió a bajar y aunque sus huéspedes estaban acostados, los reclamó en lo alto de la mesa advirtiéndoles. Les comentó lo de la noticia, dándole el sobre al Profesor, y a su vez justificando los pasos que habían oído con anterioridad. Rápidamente lo abrió, leyó la información que tanto esperaban. En conclusión los recogerían en una cala cercana allí, dentro de dos noches, a las dos cuarenta y cinco de la madrugada, desde allí viajarían al nuevo destino sin confirmación alguna de cual sería. Deberían asegurarse que quién les recogería se llamaba Israel. Todos volvieron a la excitación, se sentían seguros al pensar en la libertad que tendrían en otro País, aunque echasen siempre de  menos su casa, pero podrían pasear por las calles, aunque fuese con una identidad inventada. Se pusieron a caminar por la pequeña habitación, y Miguel exclamó más animado que nunca.
 
   _ A mí me dejarán en paz. No pueden continuar con  mi ayuda por tener amistades que podrían, en un momento determinado, sospechar de todo. Me lo agradecen, pero no tendré más noticias de ellos, esperan que nunca traicione a mi cuñado. Suena un poco a amenaza o más bien una advertencia, ¿verdad?
 
Su cuñado lo miró con bondad, y le advirtió que esas personas podían ser muy peligrosas. Jamás dejarían ningún cabo suelto, aunque debía estar tranquilo porque realmente solo sabía lo que ellos habían querido, nada que les pudiese perjudicar.
Abrazó a su amigo, y entonces se dio cuenta de lo que para él había significado su llegada, el trastorno en sus vidas, lo que realmente habían hecho por él.
Ese día terminaba al igual que había comenzado: con abrazos entre buena gente que se alegraba de un hermoso final. Amalia se sintió más cerca que nunca de él, e incluso lo buscó antes de girar la cabeza y dormir. Quería hablar un poco de todo, de su relación. Desde que lo conoció había admitido su lugar, pero esa resignación no significaba absolutamente nada ante la posibilidad de cambiarla. Debía intentarlo puesto que si no fuese posible acercarse más, podría volver a algo que no la satisfacía suficiente. Comenzó con titubeos que Antonio rechazó por cansancio, y ella volvió a insistir, ya que su ambición había surgido en esa casa, y quizás al alejarse volviese a conformarse con las frías caricias que él a veces le regalaba. Cogió aire y le pidió que la mirase a la cara porque quería hablar con él. Antonio ni sospechaba lo que le estaba anunciando. E incluso tuvo que reiniciar la conversación varias veces, porque no llegaba a comprenderla. No quería exigirle nada, solo que conociese sus sentimientos, y viese lo que podía sufrir con la situación. Sus palabras fueron cautas, y además lo suficientemente concisas para que él pudiese llegar a comprenderla. Explicó todo  pausadamente y sin los titubeos del comienzo, mientras  Antonio mostraba aprobación con todo lo oído por quien sería su mujer. Aún no le había comentado nada, pero según ella iba relatando  con palabras miedosas, y con la sensualidad que da la inseguridad, él la iba viendo con otros ojos. No sabía si por el ambiente que respiraba o porque al estar junto a su familia su corazón se había ablandado, dando cabida a quién realmente siempre había estado junto a él. Amalia acabó con una sonora pregunta, a la que él contestó con un abrazo y permaneciendo en la cama, durmiendo rozando todo su cuerpo, temblando y sudando.
Al día siguiente se despertaron de otra forma, más cercana que cualquier otra noche de pasión. Antonio no habló absolutamente nada, pero con su nueva forma de actuar había resuelto todo los problemas que  veía. Amalia sonreía sin parar, y también sabía que aunque volviesen a la situación anterior se quedaría junto a él, no creía que otro hombre pudiera darle tanta felicidad, lo hacía con una simple mirada. Subieron a desayunar, se trataba de su último día en ese pueblo. Habían pasado poco tiempo, pero a la vez el suficiente para resolver todo lo que en sus vidas podía haber quedado dañado. La mañana pasó sin sobresaltos, y en un momento de intimidad, agradeció a la hermana de Antonio, todos los buenos consejos que le había dado. La Señora Mercedes descansó mejor que nunca, pensó que todo llegaba a su fin e incluso su vida, pero la sentía llena, sin ningún agujero que tapar. A veces en su dormitorio se veía como los bolígrafos con los que escribía sus fantásticas cartas, que cuando ya les quedaba poco, los solía tirar por temor a quedarse sin tinta en mitad de su maravilloso relato. Metafóricamente su tinta se acababa, y quizás no podría ver el precioso final de la historia de sus hijos, por lo que en cada cabezada soñaba con ellas, intentando dar la fuerza suficiente para convertirlas en realidad.
Mientras todo esto ocurría en casa de Miguel, Emilio había vuelto a salir a faenar en el mar. La relación con sus compañeros no había sido dañada, aunque sintiesen un poco de celos por poseer una embarcación, a diferencia de ellos que solo aparecían como propietarios de sus cuerpos, y no era poco, puesto que Emilio en más de una ocasión había tenido la sensación de pertenecer a Miguel. No tenía conocimiento de que en pocos instantes su leve esclavitud acabaría. Mientras su tripulación se jactaba de él, por haber conseguido lo prometido, Emilio se sentía pequeño al saber el modo en que lo había hecho, ¿había vendido su honestidad? Hablaban de la futura boda, e incluso bromeaban con el buen partido que había conseguido su hija. Él se enfadaba, y a la vez se divertía bastante, porque nada era mencionado con maldad, simplemente tenían ese tema de conversación, e incluso advertían que no se volverían a preocupar si Regina se fugaba con Neptuno en una de esas tormentas, su hija les volvería a sacar del apuro. Ahí se molestó realmente, y ellos al darse cuenta, se acercaban y con una palmada en el hombro le intentaban pedir disculpas.
La Panera arreglaba cada Rincón de su casa, porque había dispuesto antes la fecha de la boda una cena con la familia de Pablo, quería agradarles en todo lo posible. Pintó  e iba pensando como prepararía la comida, la mesa y como la debería servir. Sus modales se diferenciaban mucho de los de sus futuros consuegros, pero estaban dispuestos a aprenderlo todo, y acercarse lo máximo posible a ellos. Se asustaba al pensarlo, pero en parte lo hacía por su hija, para que no se sintiese en inferior situación. Cogía la información de sus vecinas, quienes las recopilaban de preguntas a otras mujeres con mayor nivel adquisitivo. Incluso sobre la forma de vestirse y de arreglarse para cada acontecimiento. La Panera le contaba todo a Carmen, aunque estaría segura que en todas las dudas que le surgieran sobre  esas frivolidades, podría preguntárselo a Teresa. Lo correspondiente a las labores domésticas y a su comportamiento como ser humano, ya lo había adquirido poco a poco desde que nació.
Emilio acabó la tarea y se fue con todos al bar de Fernando. Allí festejó el próximo acontecimiento,  entre risas y chistes apareció Miguel. Se le veía contento, y Emilio volvió a equivocarse al creer que era por el mismo motivo que allí se festejaba.  Lo llamó desde la puerta, salió con una copa de vino para él, cuando se decidía a brindar, Miguel le soltó toda la información de un golpe, sin cuidar el más mínimo detalle por si les podía oír. Entonces brindaron con la tranquilidad de las cosas bien hechas. Acababa su deuda con él y consigo mismo, pudiendo recuperar la vida que tanto le gustaba llevar.  Entraron y continuaron hasta pasadas bien las cuatro de la tarde. Prácticamente hubo una pequeña celebración, y más de uno regresó a su casa bastante ebrio.
Miguel se marchó directamente a la farmacia y al llegar allí, se llevó una gran sorpresa. El Médico le esperaba, las noticias corrían rápido en un pueblo y quería felicitar a Pablo. El boticario seguía un poco contento, y le pidió disculpas por no haberle llamado personalmente, pero todo había pasado velozmente, que no había dispuesto de tiempo para avisar a sus amigos, a él lo consideraba como tal. Seguía sin mejorar su estado anímico, y no quería permanecer más tiempo en la farmacia. Se dirigieron a su casa donde le ofrecería una copa para volver a celebrarlo, pero le advirtió que no le acompañaría,  le era imposible continuar. El médico le ayudó a subir los últimos peldaños, y bromeando sobre ello consiguió abrir la puerta de su casa. No se le ocurrió avisar de la llegada, se olvidó sus huéspedes e incluso al entrar llamó a Antonio para presentárselo, solo cuando descubrió la cara de asombro del médico, al chillar el nombre de su cuñado,  reaccionó e hizo como si se hubiese equivocado queriendo llamar a su hijo. Volvió a chillar pero llamando a Pablo. El Médico: Dalmacio, vio algo extraño en todo aquello, le preguntó por el tal Antonio, a lo que él siguió haciéndose el ebrio y renombrando a su descendencia. Teresa permanecía totalmente callada y asustada, pero Dalma, como así lo conocían, se sonrió recordándole que su hijo aún continuaba trabajando. Miguel rió con él, y a la vez se relajó del error. Su mujer lo miraba con desaprobación. Pasaron al salón, y le sirvió ese brandy tan famoso.
Abajo oyeron toda la conversación, cuando les pareció oír el primer grito se llevaron las manos a la cabeza, sin comprender porque Miguel actuaba de esa forma. Transcurrieron los minutos, solo se sentían risas, por lo que se volvieron a relajar. La puerta se abrió, y unos pasos se aproximaban hacia el sótano. Todos suponían que se trataba de Miguel, hasta que vieron la cara de un auténtico desconocido, reanudaron las voces, y cuando se encontraba junto a ellos, lo miraron y el médico solo mencionó que venía por otra botella. Sabía donde la guardaba, en el sótano junto al vino, resguardándolas de la humedad. Agarró una y se despidió sin más presentaciones. Miguel miraba desde unos escalones más arriba, sosegadamente y después de que Dalma marchase arriba, explicó que le había sido imposible pararlo. Ninguno dijo nada, solo bajaron la mirada y continuaron con lo que estaban haciendo. Miguel subió con miedo a su despacho o biblioteca, allí sentado le esperaba su amigo. Se había servido una copa, y le daba sorbos grandes. No preguntó nada, solo asentía con la cabeza, porque su instinto le decía que se había equivocado al querer continuar la fiesta, sin preguntar antes la posibilidad. El Forastero no habló, solo dijo que se trataba de unos  invitados por parte de su suegra. La fiesta acabó con un gran trago por parte de ambos. Lo acompañó hasta la puerta, se despidió. Teresa salió e intentando acercarse más a él, pues no eran amigos de gran confianza, le pidió la dirección para enviarles la invitación de la boda, la apuntó y se despidieron con temor. A la vez que se cerraba la puerta, las miradas del matrimonio se cruzaron. Y cuando dirigieron al frente tropezaron con el cuerpo de su cuñado. Quería saber quién era ese hombre, y los lazos afectivos. Miguel le relató cabizbajo todo lo ocurrido, parecía un niño asustado justificándose ante su progenitor. Y Antonio miró a su hermana preguntándole si creía que sería un problema. La hermana subió los hombros, no lo sabía. Solo lo había visto en dos ocasiones, y no conocía su personalidad. Aunque le advirtió de la arrogancia que descubrió nada más llegar al pueblo. Particularmente a ella no le gustaba, pero quién lo trataba un poco más era su marido. Miguel no sabía que decir, aunque realmente dudaba. Lo consideraba un buen hombre, pero a la vez demasiado recto para ocultar cosas que ante sus ojos podrían aparecer como delictivas, y más aún conociendo el partido que decía militar orgullosamente. Antonio  bajó las escaleras para advertir a sus amigos los nuevos planes. Su hermana y cuñado le siguieron. Allí repitió con voz clara que debían marcharse inmediatamente, en  el momento que oscureciese. No podían arriesgarse a quedarse una noche más. Dormirían a la intemperie, ya encontrarían el lugar adecuado para esconderse. En un instante recogieron todas las cosas,  cabían en tres mochilas, una para cada uno. Se miraron y se dirigieron hacia la puerta. Antonio pidió la carta donde se especificaba el lugar exacto donde le recogerían la noche siguiente, mientras iba hacia la puerta. Su hermana le advirtió que no se despedía de su madre, él la miró y le dijo que lo hizo el mismo día que llegó, además no quería lágrimas en su último beso.
     - Dile que la quiero y que jamás nadie ocupará un espacio mayor en su duro    corazón, le repitió. También que no volveré a estar solo; y miró a Amalia sonriendo. Sabía que le reconfortaría esa idea.
Miguel se ofreció a ayudarles,  pero apretándole la mano, y medio en broma le aseguró que no se encontraba en condiciones. Los abrazó, y casi con una reverencia les agradeció todo. El profesor y Amalia lloraron en la despedida. Volvió a besar a su hermana, y salió. Miguel y su mujer se quedaron inmóviles en el vestíbulo. Se habían descolocado ante tanta agitación, se miraron sin mediar palabra. Salió su madre, y sin saber que  ocurría se ofreció a hacer la cena. Teresa se dirigió con ella a la cocina, mientras Miguel se hacia un café acompañándolo de unas galletas. La Señora Mercedes se sentó en un taburete, y esperó que le contasen lo que estaba ocurriendo. Su hija fue muy rápida explicando la partida, pero no olvidó las palabras que su hermano tuvo para ella. Ésta no pudo evitar emocionarse, pero en el fondo no le quedaba nada más que decir a su hijo, y además le enorgullecía saber que éstas habían servido de algo. La preocupación por si lo pillaban, la hermana se la solventó asegurándole que ya se encontraban con personas adecuadas, y en menos de doce horas estarían a salvo. También afirmó que la llamarían para confirmárselo. Fue una mentira piadosa para que su madre no volviese a perder el sueño. Acabó advirtiéndole que no debía decir nada en sus cartas, quiso bromear y quitar hierro al asunto.
Esa noche no se hizo cena, ni se comentó nada más. Las cosas en unas semanas pasaban tan rápido que no se sentían seguros de expresar con acierto ninguna emoción.
Bajaron despacio la mirada y se dirigieron al dormitorio. Las niñas no habían demostrado nada sobre el asunto, ni preguntaron cuando se dieron cuenta que su tío no volvió a cenar con ellas. Pablo llegó tarde, había acompañado a Carmen al médico a eso de las ocho. Se encontró la casa en silencio. Bajó para charlar con Antonio, y vio todo vacío. Se asustó pero al ver que su padre dormía, creyó que se trataría de un cambio de planes, y al día siguiente se enteraría de todo.
  Antonio y sus colegas consiguieron pasar la noche sin problemas cerca de donde los recogerían, tras unas barcas destrozadas por la tormenta. Dormían tranquilos bajo ellas, por su estado físico sería imposible sacarlas a flote. Nadie vendría por la mañana temprano para echarlas al mar. Tan solo servían como escondite o como recuerdo de lo que trajo consigo el agua. Él no sabía cuanto debía agradecerle a ese temporal. Los demás descansaban, y aunque se sentía seguro, no lograba conciliar el sueño. Ese viaje había significado mucho para él. No le había cambiado, pero si le había calmado. Miraba  sus objetivos desde otra perspectiva, aunque no los transformaría, sí se mostraba más relajado en su lucha. Pasó la noche, y solo deberían permanecer ocultos aproximadamente unas doce horas. Les entró hambre, se les había olvidado coger
comida,  pero  con unas pocas sobras que tenía en la mochila  y las algas que se mantenían debajo de las embarcaciones, podrían aguantar las horas que les quedaban.
No olvidarían ese último viaje.
Al amanecer Miguel se dirigió a la casa de Emilio creyó que le debía algunas explicaciones de lo ocurrido. Quería llegar antes que se marchase, y lo  consiguió, aunque no pudo evitar asustar al resto de la casa. Mientras se ponía el atuendo adecuado le explicó lo ocurrido la noche anterior. Él lo miró incrédulo, todo había terminado, y a la vez pensó que podría comenzar un cautiverio si al médico le daba por comentar algo. Miguel solo le quiso advertir por si pasaba. Se dirigía a su casa cuando vio un gran coche oficial en su puerta. Si  Dalma les hubiese delatado, y hubiesen indagado: sabrían la situación de su hermano. Le temblaron las piernas de igual modo que a Emilio con sus primeras experiencias. Llegó a la casa y tuvo la buena idea de comprar el periódico antes de abrir la puerta, por si le preguntaban. Así ocurrió, su mujer aún con el camisón y la bata puesta hablaba con un hombre que se identificaba como jefe de algo, no se le entendió muy bien. Quería bajar al sótano, habían denunciado la presencia de personas buscadas en este país. Ninguno de los dos se opuso, aunque se les veían inseguros ante la posibilidad de haber dejado algo que le delatase. Le interrogaron y la primera pregunta fue acerca de unos tres individuos. La mujer susurró algo que nunca se entendió, y dejó hablar a su marido. Contestó afirmándolo todo, y advirtiendo que se trataban de parientes lejanos quienes habían localizado su dirección para pasar unos pocos días de descanso en el mar. Miró a Teresa, fue lo primero que se le ocurrió.
El inspector necesitaba los nombres de esas personas para confirmarlo. Se hizo un silencio, desde atrás una voz dio el nombre y grado de parentesco de dichos familiares, se trataba de la Señora Mercedes. El cogió los datos e hizo unas llamadas. Lo confirmó y sin registrar más el lugar, se marchó, incluso pidiendo disculpas.
Miguel y Teresa se quedaron atónitos, no llegaban a comprender nada. La madre aclaró que en sus fantásticas cartas había pedido ayuda en caso de que su hijo lo necesitase. La verdad es que lo hizo antes de venir, porque sabía que lo vería por última vez. Lo que no aseguraba: si esas personas de avanzada edad lograrían fingir acorde a las circunstancias. Una vez más se supo de donde había sacado la inteligencia Antonio. Solo surgiría el problema si confirmaban físicamente a esas personas, suponían que les había dado una descripción detallada de los anteriores huéspedes, pero cuando volviesen de nuevo los problemas, intentarían resolver uno a uno. Ahora no podían sobrellevar más cosas. Miguel volvió a la casa de Emilio antes de ir a la farmacia. Debían  hablar sobre lo que llevaron a cabo los últimos días. Pero ya se había marchado. Regresó a su negocio, donde entró y pudo pensar tranquilamente lo sucedido en todos esos días. Cerró la puerta de su despacho, por unos instantes parecía que iba a ocurrir algo malo. Después de sentarse se dio cuenta que tras el ruido producido por la puerta, todo se quedó en silencio. No lo comprendía, porque en la parte de la tienda vio a varias personas. Se extrañó tanto que salió para comprobarlo. Miró desde la entrada al almacén, y una vez que los demás le  vieron el rostro, se tornó a la normalidad.
Durante largo rato permaneció como adormilado por unas pastillas, aunque sus ojos seguían abiertos, su mirada continuaba perdida. Mantuvo la vista en un punto fijo, y solo pudo observar como se caían al suelo las hojas de papel que se encontraban encima del escritorio. Sabía lo que le ocurriría si intentaban reconocer a esos supuestos familiares. Normalmente no lo llevarían a cabo, pero si descubrían los lazos con su
Cuñado,  seguirían adelante con las investigaciones y se acabaría todo por lo que tanto había luchado. Le cerrarían el negocio y su familia sí sabría lo que sería pasar calamidades, no tenía claro lo que harían con Pablo. Quizás por ser hombre lo incriminasen también. Quería parar ahí, y no seguir añadiendo nombres a la lista de futuros presos políticos.  Se lamentaba sin cesar. Nadie le recriminó nada, pero se reconocía como culpable, un simple error  podía destruir vidas que empezaban. La de Pablo con Carmen, la de sus hijas…Se contuvo las lágrimas durante largo rato, y prefirió salir para despejarse y evitar pensar en más cosas. Quizás estaba corriendo demasiado y no ocurriría nada, pero con la simple idea de una leve aproximación a ello, le volvían a temblar las piernas con más fuerza que un delincuente ante sus carceleros, e incluso llegó a pensar que no podría mantenerse en pie. Salió a despachar un rato, hasta que Pablo entrara a trabajar, esa semana le tocaba de tarde pero quería algunas explicaciones de la boca de su padre. No le exigiría nada, solo le preguntaría por su tío.
Miguel le relató vendiendo los medicamentos, y con la voz temblorosa los hechos que tanto le preocupaban a ambos. Destacando los últimos. No quiso contárselo detenidamente sino en plena actividad, para no volver a meditar sobre las consecuencias. Hasta bien entrado el mediodía Emilio no regresaría. Volvía a necesitar de su amigo para animarse, y solo quizás su conciencia buscase a otro culpable de su descuido, al fin y al cabo él fue quién invitaba a las copas. Se sentía cruel cuando pensaba de esa forma, pero realmente necesitaba un apoyo, y una vez más las rudas y fuertes manos de Emilio sostendría su anunciado derrumbamiento. Entre paseo y paseo a las estanterías se vio claramente el estado anímico de Miguel, y Pablo le pidió que se marchase a la casa a descansar, sino quería levantar más sospechas. Obedeció, no tenía capacidad de mando en esos momentos. Mantuvo la distancia con los clientes, uno llegó a preguntarle si se encontraba bien. Se quitó la bata y antes de despedirse le recordó a su hijo la necesidad de hablar con Emilio lo antes posible. Éste continuó con todo. Poco a poco volvió la normalidad en la farmacia, incluso llegó a olvidar porqué se había marchado su progenitor. Mientras Miguel se había echado en la cama, ya no podía pensar más lo que necesitaba solo se lo podía ofrecer su mujer. Quería que le dijeran que no había sido culpa suya la brusca marcha de Antonio, y que la policía no indagaría más. Emilio llamó a la puerta y casi sin esperar a que la abriesen del todo, pasó por un hueco exigiendo a la vez el paradero de su amigo. Le indicó con una señal el lugar. Éste se precipitó, y entró sin haber llamado con antelación. Miguel seguía tumbado y no movió ni un solo dedo de su cuerpo. Emilio abrió la ventana y le obligó a que se sentase, para poder hablar mejor. Lo hizo inmediatamente, y el pescador intuyó lo que le ocurría. Intentaba tranquilizar el ambiente,  advirtiéndole que si hubiesen indagado más ya los tendría a los píes de la cama, anunciándoles su futuro inmediato. Por unos segundos relajó los músculos de su cuerpo. Se incorporó, y Emilio le relató lo que había pensado mientras navegaba. Contó las malas y oscuras ideas que había tenido mientras se encontraba en la mar. En un primer momento creyó conveniente amenazar al médico con su vida, sus compañeros lo harían encantados, lo verían como una gamberrada aunque jamás lo llevarían a término. Y después llegó a otras conclusiones aún menos acertadas.  Pero mientras venía hacia aquí tomó la última decisión, la más sencilla y a la vez la más acertada de todas. Solo con su aprobación la ejecutaría. Él conocía desde hacía mucho tiempo a dicho personaje, y sabía como tratarlo. Debían sincerarse y
explicar  todo como él lo hizo en su momento. Quizás llegando al corazón del hombre, lo que en un principio pudo ver como una violación a las normas de un Régimen, después de conocer los datos adecuados, lo asimilaría como una ayuda personal cuya vida peligraría sin los medios adecuados para ocultarlos. Miguel no estaba en condiciones de pensar mucho, y menos aún de llegar a conclusiones para salvar lo que él había destrozado. Se mantuvo en silencio, dando por sentado que la decisión la tomaría él. Su autoestima como jefe de algo no se encontraba muy alta, para poder creer que tomaría la elección adecuada. Miguel creyó que sería lo más conveniente, aunque este conociese más su secreto ya sabía lo suficiente para hacer que todos fuesen a la cárcel. Sospecharían de Regina, y al estar las carreteras totalmente controladas, sabrían que llegaron por mar, que él sería quién los trasladó. Tomó la decisión e indicó a Miguel la puerta de salida de su propia casa. Cogieron el tranvía hasta llegar al centro de la ciudad. No sabían la dirección exacta pero si la zona donde tenía su otra consulta. Se situaron en menos de dos horas, y bastó preguntar en tres ocasiones para dar con ella. Llamaron muy educadamente.  La enfermara le recibió pidiéndoles sus nombres y apellidos. Avisó que el doctor tardaría más de media hora en recibirles. La espera sería larga, duraría todo el tiempo que él quisiese. Sabían que por sus nombres y apellidos él no los reconocería. Tendrían que pasar  para que pudiese saber de qué querían hablarle.
Transcurrieron más de treinta minutos, y cuando ya se les había pasado el nerviosismo, les mencionaron desde el corredor. Miguel había pasado a un segundo plano, quizás el espíritu de supervivencia lo tenía más desarrollado Emilio,  encontraba las frases más adecuadas para lo que querían. Les hizo pasar, y no tenía un semblante agradable por la visita recibida. A pesar de ello se mostró cortés con ambos, quienes tenían aspectos de quinquilleros. Emilio relató su historia de una forma humilde, su objetivo era darle lástima ante lo vivido. Miguel seguía como avergonzado, no de sus actos, sino de su torpeza. Y viendo que la conversación se alargaba, Dalma  les invitó a beber en un bar cercano a la consulta. Debía terminar con los restantes pacientes. Ambos se levantaron velozmente, como si de una orden militar se tratase.
Le esperaron tomando una cerveza en el lugar indicado, y aunque no les había parecido incómodo con lo que le estaban comentando, siempre cabía la posibilidad de llamar otra vez a la policía. Había que arriesgarse y volver a esperar. Al estar distraídos, se les pasó el tiempo más rápido, incluso Miguel comenzó a levantar la cabeza, y a coger la seguridad adecuada a la situación. Dalma tocó el hombro de Emilio, les indicó la mesa que podían ocupar para comer. Se sentaron y pidieron unos aperitivos. Miguel, ya en mejores condiciones, repitió con palabras más cultas lo anteriormente dicho, y con el mismo tono dado por su amigo. Las explicaciones duraron lo mismo que los entrantes. El médico no parecía asombrado, más bien incluso el semblante lo llevaba relajado. Eligieron la comida. Miguel se estaba enfadando por momentos, parecía que se burlaba de la situación, como si el tuviese las riendas de sus vidas y quisiese jugar un poco con su destino. Se descubrió atrapado en las mismas redes que Emilio. Dalma comenzó a comer, y les comentó algo inesperado. Entre bocado y bocado, quizás para disimular ante los ojos de los demás hombres, confirmó que tenía conocimientos de la existencia del hermano de Teresa.  Una vez realizada la denuncia se arrepintió, fue un acto no meditado, aclaró e  incluso pidió disculpas mirando a los ojos a Miguel, sentía traicionar a un amigo. Cuando le enseñaron la foto de un tal Antonio, a quien reconoció, negó con la cabeza. Intentó salvar lo que había estropeado: la confianza de un buen hombre. Poco a poco parecía una simple reunión entre conocidos. Miguel adquiría seguridad y Emilio cada vez dudaba más de aquellas palabras. Mientras contaba lo sucedido en la comisaría, llegaron los postres y la copa de brandy. Según acababa la exposición de los hechos, Dalma miro su reloj, porque debía regresar a la consulta. Le quedaba menos de sesenta minutos, y antes quería pedirles un favor. En la consulta había llegado a la solución de todos los problemas, mientras Emilio le relató la historia más enriquecedora que jamás había oído. Había dejado claro que sus vidas no volverían a correr peligro. Repitió las disculpas por su imprudencia, más bien arrogancia, y añadió que él también necesitaría ayuda. Cuando  se habían olvidado de la tensión que traían desde sus casas, surgió otra: El médico conocía la situación actual mejor que nadie sobre los avances científicos en nuestro país. Su consulta se llenaba de enfermos a los que por falta de medios técnicos, químicos y materiales, no podían ser tratados adecuadamente. Sus viajes al extranjero podían ser frecuentes pero a veces inútiles, su situación social le imposibilitaba actuaciones que no se adecuasen a lo establecido por la dictadura. No podía avanzar a otro ritmo que el impuesto, y en cada salida observaba como sus conocimientos se quedan anticuados, ante los descubrimientos de otros países con mayores medios económicos. Quizás, sin la experiencia vivida, no se le hubiese ocurrido tan semejante idea, pero ahora se sentía capaz de llevar consigo mayores cargas, aunque su espalda no fuese muy fuerte para aguantar tan peculiar peso. Quería comenzar a traer más medios desde el extranjero, y solo con la ayuda de ambos podría llevarlo a cabo. Se trataba de la misma causa por la que se habían arriesgado anteriormente, pero esta vez las vidas a las que ayudarían serían totalmente anónimas.
Sus contactos en el extranjero aumentaban por día, y confiaba plenamente en la posibilidad de realizar los movimientos necesarios. Solo debía contar con la ayuda de Miguel para guardar la mercancía en la farmacia hasta que él pudiese recogerla,  con la de Emilio para transportarla de algún sitio cercano hasta el pueblo. No sería siempre,
solo en el caso de no encontrar un transporte hasta esa costa. El tiempo que haría esto sería de por vida. Aseguró su total discreción, y la de todos los que la ayudasen. También  les daba tiempo para que reflexionar, la contestación deberían dársela cuando estuviesen totalmente seguros, tanto de su negativa como de su acertada afirmación.
Miguel contestó rápidamente con un sí rotundo, tanto por deber al corresponder por sus actos, como por compartir las curiosidades de la ciencia, y no estar a favor de los obstáculos impuestos. Ambos miraron a Emilio, éste permaneció callado. La verdad es que quería negarse. Ni sus convicciones políticas, ni científicas, ni de ninguna otra clase le movía en su vida. Sus necesidades ya podían ser cubiertas, y la travesura ya había sido realizada. El mar le había enseñado que jugar con la suerte siempre desembocaba en mal puerto, y eso es lo que tendría que hacer. Sus dos nuevos confidentes le continuaron mirando, advirtieron que no debía temer represalias, no lo veían seguro.
Emilio pidió otras tres copas de brandy y sin titubeos su conciencia apareció limpia ante la posibilidad de nuevos viajes. Aquí no sería un pez más en sus redes, la decisión era libre y totalmente ajena a las necesidades que la vida le pudiese ofrecer. Simplemente sería tomada como reflexión ante una propuesta, como el resto de acciones en su vida.
Levantó la copa y propuso un brindis, arriesgando su tranquilidad por otros. 
Volvieron a sus casas. Y en el camino tomaron la decisión de mantener en secreto lo ocurrido. Cuanto menos conociesen sus familias, mejor para todos. Emilio estaba deseando volver a pescar, y para eso tendría que esperar. Al cabo de las dos horas ya se encontraban en el pueblo. Miguel se incorporó en la farmacia y Emilio le acompañó, sabía que allí podía encontrar a Pablo, quería navegar junto a él, al menos una vez.
Llegaron animados y orgullosos de la decisión adoptada, aunque tuviesen la mala suerte de ser descubiertos, jamás deberían agachar la cabeza, sus acciones tenían un fin noble, a diferencia de los que les llegase a condenar. Una vez en la farmacia le comentó a Pablo sus intenciones de salir a la mar con él. Éste se extrañó, no hacía buen tiempo. Había salido esa mañana, y al día siguiente tendría que hacer lo mismo. Pero como persona respetuosa no le quiso contradecir, solo le pidió el tiempo suficiente para cambiarse. Antes de marcharse Miguel pidió a su hijo que advirtiera al resto de la familia que nunca más se deberían preocupar por nada, ni por las anteriores visitas. Estaba totalmente convencido de que creyeron a su suegra, y sobre todo en el Médico, destacaba por su rectitud en sus decisiones. Pablo hizo lo acordado, y su madre empezó a tener la misma expresión de dulzura que él siempre la había conocido. Subió al dormitorio y se puso ropa cómoda. Teresa también se extrañó de la repentina cita de su hijo cuando éste se lo comentó, ambos exclamaron con la mirada. Había quedado con Emilio en su casa, hablaría con  Carmen, sabía cuánto tiempo estaría en la mar y ese día aún no la había visto. La visita fue rápida, su futuro suegro tenía mucha prisa por navegar. Solo le dio tiempo para darse algunas caricias y despedirse hasta el día siguiente. Quedaban semanas para la boda,  no querían dedicarse mucho tiempo,  para  aumentar sus deseos. Emilio y Pablo pasearon largo rato hasta lograr divisar a Regina. El joven suponía que en cualquier momento comenzaría una charla de hombres, donde pediría que cuidase de su hija, y otras muchas cosas más sobre el futuro alumbramiento. Para él ya estaba todo dicho, pero supuso que no así para la otra parte.
Subieron a la embarcación y Emilio le preguntó si había pescado alguna vez, a lo que él asintió y aclarando que nunca con redes. Emilio sonrió, y dijo que siempre había una primera vez para todo. Se alejaron lo suficiente de la orilla para saber que no volverían con las manos vacías, e incluso hablaron lo que les apetecía coger por si llegaban para cenar,  lo prepararían ellos mismos. Emilio sacó las redes de un enorme cajón y con la ayuda de su nuevo marinero, la desplegaron a la vez que Regina corría sin cesar, dejando tras sí la señal de su atrevimiento. Una vez esparcida mantuvieron una charla sobre lo vivido, también de lo bien que había salido todo, e incluso de la recuperación del pueblo tras la tormenta. Pablo esperaba en cualquier momento esas palabras de padre preocupado, pero no llegaban. Al cabo de una hora aproximadamente, Emilio decidió dar marcha atrás e ir recogiendo “Las Redes”. Le explicó a su principiante amigo la forma de hacerlo, y el joven marinero comenzó a ver el verdadero motivo de esa pequeña salida. Su nueva familia le quiso demostrar el sentido algunas acciones en la vida, al fin y al cabo la mayoría de los comportamientos en el mundo son movidos por la necesidad, otros  por temores o por llevar a cabo deseos. Aclaró que al igual que algunos de esos peces enredados en la red acababan escapándose, continuando con su camino; otros permanecerían enredados sin lograr salir de un lugar en el fondo desconocido e incluso para ellos mismos. Terminó advirtiéndole que manteniendo su conciencia tan limpia como las redes antes de salir a la mar, sin enmarañarla, ninguna de sus acciones podrán dañar su  posible placentera vida, el mayor tesoro que da el destino.
 
                                                           
 
 
                                                                                     MARISA MONTE
 
 
 
 
 
  
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Foto del autor Sandra María Pérez Blázquez
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Descripción

Breve historia de unos acontecimientos particulares durante la Dictadura en el pueblo "Rincón de la Victoria"

Palabras Clave: Redes

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficción



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