Mi verdadero amor
Publicado en Sep 24, 2020
Prev
Next
 
Una vez escuché que la historia que nos resulta más difícil de contar es la nuestra, y creo que quien lo haya dicho sentía lo mismo que siento en estos momentos y se puede resumir en unas inmensas ganas de vomitar palabras con la mínima instrucción de cómo hacerlo. Así que simplemente contaré lo que guarda mi memoria, quizá algunas cosas con mas detalles que otras, todo depende del recuerdo, de la sensación y de los protagonistas. Les dejaré la tarea de juzgar mis historias, sé que las opiniones para situaciones ajenas nunca escasean, y eso está bien, yo realmente no tengo mis criterios tan bien establecidos de todas estas pequeñas o grandes narraciones, más las dejo aquí para que causen en quien desee leerlas una pequeña sonrisa, una mínima empatía o incluso, ¿por qué no?, un enorme desagrado y desacuerdo. En fin, nunca se sabe lo que resultará, pero siempre da curiosidad, siempre.
Si tuviera que elegir un momento donde pudiera decir “aquí inicio todo” sería a la edad de seis años, si, sé que quizá es muy prematuro para hablar de amor, pero estamos claros en que eso no era amor; era una niña pequeña conociendo por primera vez el concepto de gustar. Si tan solo el amor fuera tan dulce e inocente como a los seis años, creo que la historia terminaría aquí, como el hermoso cuento de hadas que debería ser, pero no, la inocencia, como muchas cosas buenas, va desapareciendo a medida que crecemos. O quizá no desaparece, solo se mancha poco a poco hasta dejar de ser tan visible.  Y es que a los seis años, según lo que puedo recordar, el amor se resumía a tomarse de la mano para salir a la calle mientras desfilábamos para una excursión por órdenes de la maestra, y recibir una que otra carta de amor, que rápidamente eran escondidas de mi madre, sobre todo aquellas que significaban una respuesta positiva a las recibidas. Ese primer acercamiento al amor quedaba detrás de los juegos de muñecas y de la enorme adoración a los chocolates, por lo que era imposible que causara algo más que una risita nerviosa al sostener la mano de alguien que no fuera uno de mis papas. ¡Como extraño ese tipo de amor!
Luego, por los siguientes tres años mi definición de amor se convirtió en perseguir a un lindo niño por toda la escuela hasta que sonara la alarma del recreo, para luego continuar corriendo en el próximo timbrazo. Mas adelante todo cambio, y ¿saben cuándo me di cuenta?, el día en que me vi en el espejo, creo que tenía unos 10 años en ese momento, y tuve la intención de soltar la colita que toda mi vida escogí como peinado, para así dejar que mi cabello se viera, el día en que desee usar aretes que combinaran con el color de mi ropa mientras sonreía aceptando que era una linda niña, aunque por mas que quisiera eso, y por mas que sea verdad, nunca lo sentí. Algo que compartimos todas las niñas al adentrarnos en la temida adolescencia.
Si tuviera que escoger mi primer amor sería él: Armando. La primera vez que comprendí que, a pesar de mi colita, de mi postura de niño, de mi odio por las enaguas y de mi frustración por caminar con los pies hacia afuera, había en mi mucho más de lo que podía ver. Y él lo veía. Si pudiera definir en una palabra ese amor sería: dulce, extremadamente dulce. Nuestro amor era de mensajes, de chocolates y una que otra hamburguesa, de mirarnos desde lejos y sentir los cachetes arder, de reír y de hablar, pero solo por teléfono. Recuerdo cómo me llamaba algunas veces a mi casa, lo que era todo un terror al pensar que alguien me descubriera, pero era bello oírlo, hablar de cualquier cosa sin relevancia, de escribir en mi diario su nombre y de soñar con el posible cuento de hadas, con él como mi príncipe. ¡Malditos príncipes! Ya verán porqué. Bueno, cabe destacar que él fue mi primer beso. O al menos el primero que realmente cuenta, el primero que realmente quise. De una manera rápida, nerviosa, escondidos tras el comedor de la escuela con uno que otro par de ojos mirando a lo lejos. Este amor fue para mí un amor intermitente. Por muchos años se mantuvo en un vaivén, el resto de mis años de escuela, y los primeros tres años del colegio. Estuvo allí, por temporadas, desapareciendo unos meses de mi vida, pero nunca de mis pensamientos, pero sin algún dolor real ¿me comprenden? Le quería mucho, juré muchas veces que le amaba, los besos se pusieron mejores, los abrazos, las citas, todo un poquito, solo un poquito más serio, muy acorde a los catorce años que en ese momento tenía. Le seguía mirando como aquel niño gordito que se moría de vergüenza al ponerme un chocolate en las manos, pero ya no lo era. Amo haber vivido eso, verle crecer así, lastima que nuestros príncipes también maduran en los sueños. Hace mucho tiempo que ya no se gran cosa de él, la última vez no fue realmente placentero, pero en fin hoy sé que encontró su princesa y me da alegría por ambos. Siempre amaré a ese niño que me enseñó lo que significaba estar tontamente enamorada. O el creer estarlo, al menos.
Durante todo ese tiempo tuve uno que otro de esos amores fugases, tan volátiles que no son necesarios de mencionar, pero aquí quedan, como prueba de esto.
Luego conocí al primer hombre que pensé sería el verdadero amor de mi vida, y claro que no lo era, sin embargo, es el más especial para mí. Hoy después de toda nuestra historia, siento como si hubiera sido otra persona y no yo, le recuerdo con mucho amor, y bueno si continúan leyendo se darán cuenta de porqué. Su nombre es Josue, aunque yo lo conocí por su apodo, un poco inusual y no lo diré para dejar vivo el misterio, él era uno de esos hombres rudos del colegio que no se dignan a ir a clases y que parecen rebeldes, siempre llamó mi atención, pero yo no llamaba la suya, tuvimos uno que otro encuentro vergonzoso en donde mi admiración salía a flote, pero él, como buen hombre, era demasiado distraído para notarlo. El tiempo pasó, y… Armando también pasó, lo que para mi suerte llamó su atención. Y bueno después de unas muchas conversaciones y uno que otro beso, aquí va una aclaración muy importante, pero la dejaremos para después, Josué y yo empezamos una relación. El momento culminante fue el decirle a mi madre que tenía novio. ¿Yo? De 16 años, con novio. Sentí que me matarían, lo cual casi sucede al trata de soltar la noticia con papas fritas dentro de mi boca, pero para mi sorpresa no fue así, en realidad le recibieron con demasiado cariño. Con él todo fue… intenso. No hay otra palabra que lo describa mejor.  Ambos éramos unos adolescentes con las hormonas al tope de su energía, ambos nos atraíamos mucho y ambos nos queríamos mucho. El amor entre los dos era realmente tierno. Algunas veces reíamos tanto, otras nos odiábamos, otras nos queríamos comer a besos y otras… nos comíamos a besos. El me hacía reír, me hacía llorar, me hacía enojar, nunca había paz, la relación era un constante sube y baja de emociones, pero era divertido. Soñábamos con crecer, estudiar, hacer casa e hijos. Éramos unos pequeños con muchos sueños y poca realidad. Pero también existían cosas oscuras, eran constantes los celos, las faltas de respeto, los gritos. En ese momento no lo sabía, pero resultaba muy difícil para mi el lidiar con algunas cosas debido a mi ansiedad y eso generaba demasiados problemas entre los dos. Nos ahogábamos en un vaso de agua, uno muy grande donde no podíamos nadar. Pero nunca había sentido tanto amor por parte de una persona, y eso lo sigo manteniendo hasta el día de hoy. Con él gané un alma gemela, que no tiene nada de gemela pero que está allí siempre, a pesar del tiempo. Se que cuento con él, así como él conmigo y eso es algo muy valioso. De todo ese amor tan sincero entre los dos quedo mucho cariño. Y de todos, como mencione anteriormente, él es uno de los mas importantes. Allí entre las hormonas y el amor que sentíamos descubrí muchas cosas que agradezco. Y mi único remordimiento es no haber aprendido más. Alguna vez lo miré con tanta admiración, como un amor imposible de concretar, su sonrisa, sus ojos, sus manos en la guitarra y su voz… todo era para mi un foco de placer visual. Uno que al acabarse creó una inigualable dificultad, pensé que hasta allí llegaría mi umbral de dolor por decepciones amorosas, bueno, no lo sabía, pero apenas comenzaba a vivirlas. Ojalá todo se hubiera quedado allí. Allí en su habitación, yo con sus camisas puestas y el con su guitarra. Una imagen tan perfecta, cargada de ilusiones hermosas que nunca se harán realidad pero que hoy no me roban el sueño, hoy me saquean los sueños otras ideas, otras realidades. Lo que buscaba describir era que realmente le amé, y que hoy puedo verlo y abrazarlo y sentir un tremendo amor por algo que se compartió y que dejó su huella, pero en este caso no quedan brazas ardiendo, y yo soy la más sorprendida y agradecida por ello. Y aquí va la aclaración que prometí. Sus besos fueron, y creo que serán, los besos con los que siempre compararé todos lo demás, tenían la capacidad de transportarme a lugares que nunca visité, me sacaban de la realidad y simplemente me dejaban sin aire, rogando por más. ¡Como extraño esos besos! Todos merecemos vivir y morir en besos así. Los demás besos, has sido buenos, pero nunca nadie me ha dejado sin aire con cara de tonta y con los ojos cerrados asumiendo lo que acaba de ocurrir. Josué y sus besos...
Bueno luego de los años en lo que me dediqué a olvidar a Josue conocí al primero de la lista de desgraciados de mi vida, aunque viéndolo bien no lo fue tanto, o quizá sí. Juzguen ustedes. Este caballero se llamaba Marco. ¿Qué me gustaba de él? Todo y a la vez nada. Lo conocí de una forma completamente normal, uno que otro mensaje de feliz cumpleaños y luego llegamos a participar juntos en una especie de función teatral, empecé a mirarlo más seguido y sin darme cuenta le admiraba mientras cantaba, verlo tocar la guitarra y el piano fueron unos muy potentes afrodisiacos. Como fue natural empezamos a salir, sin hacer mucho esfuerzo, y casi como si fuera algo casual, nos tomamos las manos. Llego el día del beso y bueno… eso fue un poco desalentador, primero porque venía acostumbrada a los besos de Josué y segundo porque Marco, como decirlo…, era más cachetón que yo, y eso, créanme, es mucho que decir. Pero claro, eso no importaba, yo estaba dispuesta a vivir con unos pésimos besos a costas de estar con él. Tan perfecto, tan dulce, tan amable, tan… idiota.  Justo cuando todo comenzó a tomar forma sus mensajes se hicieron mas distantes y gracias a mi ansiedad, de nuevo sin saberlo estaba allí conmigo, leí su mensaje. Hasta ese momento el mensaje más doloroso que podría alguien leer, o bueno yo. Decía algo como así: “… y antes de que las cosas se compliquen mejor dejamos todo aquí…hasta luego” Si, así de corto, así de sencillo, así de cruel. Lloré, lo enfrenté, reí, volví a llorar y lo superé. Hoy él se ve como una historia lejana donde por primera vez sentí lo que era tener un corazón roto. Roto pero pasajero, porque al final todo eso nunca fue real.
En el tiempo de mi universidad conocí otro personaje, nos hicimos bastante cercanos y la amistad entre nosotros creció hasta que sin querer se convirtió en amor. Bueno de mi parte, al menos. Este se llama Johan. Un hombre muy complejo, creo que igual o mas complejo que yo. Fuimos amigos, fuimos algo más que amigos, pero sin llegar a ser nada, aunque no tenga mucho sentido. Le quise mucho, me lastimo mucho sin saberlo y nunca lo admitiré en su presencia, pero fue un amor del cual quise todo y obtuve nada. Aun hoy, que apareció de entre las sombras, todo sigue igual. Dos amigos que nunca admitirán lo mucho que se querían… quizá por miedo, por falta de ganas, por fuerzas vencidas o simplemente porque dos personas con ansiedad no se logran comprender y compaginar tan bien como una imaginaria. Lloré por él, más de una noche, soñé con él, aun cuando sabia que no debía. Le quise en secreto, le miré tantas veces. Pasar a su lado y sonreír, mientras mi alma lloraba por dentro fue una prueba enorme de mi dignidad como persona, y de lo mucho que el ego puede arruinar algo potencialmente hermoso. Nunca sucedió nada más que unos besos de esos que no se olvidan, y hoy está allí muy dentro mío como ese amor que llegó y se fue. Y no se por cual de esas dos le doy más gracias a Dios.
Luego apareció ese hombre… ese que sabes que es el cual deberías amar y cuidar, pero no lo haces, ¿por qué?, no tengo ni la más remota idea. Este personaje se llama Emanuel, lo conocí en Facebook, claro que ya lo había visto antes, y en realidad fue novio de una vieja amiga, pero antes de que me empiecen a ofender debo aclarar que esto sucedió cinco años antes de que yo siquiera le hablase, y antes de iniciar le consulté si estaba bien, ella dijo que sí. Mintió, no estaba bien. Emanuel es un tipo amable, tímido, gracioso a su modo y muy inteligente en lo que hace. Tiene una buena familia y una cartera muy amplia, cosa que nunca me importó, aunque si soy sincera era bastante genial pasear en su carro. Pero bueno, a todos a mi alrededor parecía impresionarles mucho el dinero que tenía e inclusive hacían bromas y gestos que me parecían completamente desagradables. Él nunca me encantó, lo intenté, pero no fue así. Cinco meses juntos y nunca sentí la mínima emoción por decirle “te amo”, no imaginaba mi vida con él, por mas imaginativa que fuera. Tenia sus cosas buenas, y me dio la mejor cita de mi vida, y le quiero mucho pero no podía hacerme eso, ni a mi ni a él. El día que terminamos nuestra relación fue… y lo digo con tristeza y vergüenza, fue liberador. Sentí que volvía a respirar y no lo extrañé ni un solo día, no lloré por él, fue como perder algo y alegrarse por ello. Pero le guardo un aprecio grande, quizá siempre estuvimos destinados simplemente a conocernos, porque estoy muy segura de que él sintió la misma libertad.
Lamentablemente la soledad a veces nos hace buscar un salvavidas, aun cuando sabemos que al subirnos acabaremos con él. Para mí, ese salvavidas se llamó Raúl. Lo conocí en mi etapa de teatro, una que duró mucho menos de lo que me hubiera gustado, es una de las personas más dulces y hermosas que he conocido. Deseé tanto, pero tanto poder corresponderle, pero no fue así. No voy a negar que había en mi algo por él, pero no era ese amor que siempre había buscado, él no lograba hacerme sentir loca de amor, deseosa por él y por todo de él, así que me partió el alma irme de allí, mas aun sabiendo el daño que le causé. Dudo que sepa lo que significó para mí, y es mejor así, no quisiera nunca hacerle daño de nuevo. Fue una luz en medio de mucha soledad, fue un sustento, un consuelo. Raúl fue… un milagro que desgraciadamente no supe valorar. No me arrepiento, porque nunca hubiera conseguido amarlo de la misma forma en que él lo podría haber llegado a hacer y eso, para mí, es un acto muy cruel. Privarle un amor real, de ese que todos merecemos. Así que me alegro de que todo sucediera así, y si algún día lee esto solo quiero que sepa que le amé, a mi forma, bajo mis propios términos de amor, le pido perdón por eso y me alegro de que hoy sostenga la mano de alguien que le valora y ama como merece.  Creo que disfrutaba mucho de estar sola, y es que cuando estoy enamorada tiendo a dejarme en segundo plano, mi ansiedad me asalta y me hace ir más rápido que de costumbre, por eso me costaba tanto amar a alguien, pero a la vez siempre lo ansié.
Y entonces así llegamos al año 2016, específicamente al mes de setiembre. Allí me encontraba yo, con veintitrés años, cansada de amar a la fuerza, cansada de perder tiempo, cansada de jugar, de buscar y harta aun más de no encontrar. Y en medio de todo eso apareció ÉL. Sí, en mayúscula y resaltado. Este “él” se llama Mario. Y no se ni por donde empezar cuando se trata de él. Le conocí por casualidad, y desde ese día sentí como todo calzaba, sentí una sensación de eternidad, de una inmarcesible alegría de cuentos de hadas. Le conocí y aprendí a amar cada una de las pequeñas cosas que lo hacían ser él. Llegué a conocer sus defectos, sus virtudes, sus miedos y debilidades, aprendí a querer incluso aquello que jamás pensé amar de alguien.  Fue un proceso muy largo. Al inicio todo marchaba con tranquilidad, yo sabía que me estaba metiendo en un camino muy peligroso, pero ignoraba todo con tal de seguir en él. Yo quería amarle, quería que me amara, y había visto en ese hombre, que disfrutaba tanto de hacerme reír, todo lo que ansiaba encontrar. Todo eso que sus antecesores nunca hubieran logrado. Fue fácil, amarlo fue tan fácil, tan normal que no me di cuenta del momento en que me encontré totalmente a su merced. Fue complejo al inicio, había muchas dudas, muchas cosas que hoy me parecen tan fáciles de resolver, pero que allí, en ese momento no logré visualizar. Ahí me encontraba yo, completamente segura de lo que quería por primera vez en mi vida, y ahí se encontraba él, totalmente inseguro, debatiéndose entre el deber y el querer, y si soy sincera aun no se cual de las dos fui yo, si una obligación o un deseo. Había allí mas factores que no voy a mencionar por mi salud mental y porque hay cosas que simplemente no se pueden poner en el papel. Para mi sorpresa me escogió a mí y allí, allí sí que empezó mi cuento de hadas. Se abrió para mí, y yo, que creí amarlo, descubrí que no había medida para lo que ahora sentía. Le amé con tanta paz, con tanta seguridad, con tanta emoción, jamás había sentido eso y jamás había vivido lo que él me dio. Fue magia, así de ilógico, así de sencillo, magia pura. Poco a poco le perdí el miedo, guardando una reserva claro, pero cada día era mas tangible la realidad que nunca pensé alcanzar. Pasaron los meses, estuvimos más juntos de lo que jamás había estado con alguien, aprendí a vivir con él y amé cada bendito día, realmente si pudiera escoger una época de mi vida donde viviría por siempre serían esos meses, donde su pequeño apartamento era el lugar más hermoso del mundo. Luego no alejamos en distancia, pero seguíamos amándonos cada segundo que podíamos. Y así llegaron los sueños. Un día que empezó como cualquier otro se convirtió en el más bello, verle allí con un anillo en su mano mirándome a mí, diablos eso fue la cereza de un pastel que llevaba horneándose en mi por años. Se quería casar conmigo, quería que yo fuera su esposa… no lo podía creer, le miré y deseé llorar y gritar que sí, tan fuerte como nadie nunca lo había hecho, pero me congelé, los nervios son traicioneros, pero allí estaba el más posible amor de mi vida sosteniendo el más bello anillo que jamás imaginé tener. Tuve miedo, claro que sí. Pero todo se silenció, ya nada importaba… el feo inicio, las dudas, la ansiedad, nada ni nadie importaba, nada ni nadie podía arruinarlo por qué era yo la que tenía el anillo en su mano, nadie más que yo. Ese hombre testarudo que me decía que no con todo menos palabras me había escogido a mí, a la tonta y enamoradiza niña que no lo dejó en paz. Algunas veces deseo tanto actuar de una manera, pero logro hacer lo opuesto. Ese día quería correr, enseñar mi anillo, reír con cualquiera que pasara por allí, o simplemente pasar la noche a su lado y besarlo. Nuestro sueño fue pequeño, pero hermoso. Y como toda buena historia tuvo su clímax dramático un día como cualquier otro, ambos cometimos errores, nos lastimamos y en este punto ya no le veo la importancia a descubrir quien ganó en esa categoría. Por cosas de la vida, o porque simplemente el diablo disfruta de arruinar lo que Dios con tanto afán busca armar, no lo sé, nos olvidamos, y permitimos el paso de personas que solo trajeron dolor, pero que a su vez funcionaron como pegamento de la sal y la pimienta, y es que cuando Dios quiere unir algo utiliza incluso al diablo para lograrlo. Y así sin esperarlo, el amor de mi vida me enseñó lo que realmente era tener el corazón roto, desinflado y muerto, todo mientras comprendía que las lagrimas nunca cesan aun cuando nada sale de tus ojos. Y a la vez me enseñó lo que era realmente el amor, y estuve tan equivocada por tantos años, pensando que el amor eran los príncipes y princesas que se juraban amor eterno, que eran romances perfectos donde dos personas, dos mitades, se unían para completarse, cuando la realidad es que nada de eso es amor. Amor es aceptar al otro como imperfecto, es perdonar tus errores y los del otro, es ser capaz, por amor, de mirar más allá de lo que se mira con los ojos, es comprender la fragilidad, la debilidad, la oscuridad en el otro y aceptarla con la certeza que la luz que amas le gana a todo eso, es entender que nadie te pertenece, que la vida cambia, que las promesas y sueños se construyen día a día. El amor es poder mirar a quien está allí luchando por ti y sonreír, es confiar a pesar del miedo, es escuchar y ser escuchado, y sobre todo es saber que alguien te acepta, te ama y te comprende, es no tener que fingir o mentir, es libertad para llorar las veces necesarias hasta sanar las heridas, es construir un castillo una piedra a la vez. El amor es una flor de loto que surge del pantano.
Y así llegamos al final, por ahora, al año 2020. Donde después de descubrir todo esto que mencioné, una vez que mi mente se liberó de los corazones y las flores finalmente encontré al amor de mi vida. Y resulta, por si les interesa saberlo, que siempre estuvo dentro de mí, solo que hoy se hace mas notable. El amor de mi vida me lo regaló un hombre que amé, que lastimé, que me lastimó, que me amó, y que lucha junto a mi diariamente. El amor de mi vida crece un poco más con el pasar de los días, es increíble y perfecto y hoy solo puedo soñar con su rostro, en unos meses lo tendré en mis brazos y al fin, después de tantos años de búsqueda, lo conoceré y miraré los ojos del amor, de mi amor. Y si soy honesta espero se parezcan a los míos.
Hasta pronto…
Página 1 / 1
Foto del autor Lucia Alfaro
Textos Publicados: 57
Miembro desde: Mar 02, 2016
2 Comentarios 139 Lecturas Favorito 0 veces
Descripción

Una larga historia de amores

Palabras Clave: amor crecer

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Personales



Comentarios (2)add comment
menos espacio | mas espacio

Gustavo Adolfo Vaca Narvaja

“Y todas esas historias dejaron el viento lleno de amor” Voltaire

Una historia, un reconto autobiográfico transparente y con las reflexiones propias de una mujer quede edad temprana buscó el amor en sus diferentes formas y símbolos. Desde pequeña, las miradas, los mensajes, las manos entrelazadas, el acercamiento y el beso que conmovió a la otra niña de pocos años más que despertó lentamente la sensación lógica de la búsqueda. La creencia de que ese niño, joven, hombre sería el años de su vida, en sus diferentes etapas, hablan de esa búsqueda que no lograba completar lo que ella sentía, sin embargo la búsqueda siguió en la madurez creciente y lograba no solo aprender que el amor no solo da felicidad sinò también dolor, esa mujer encontró en ellos, algunos complementos que repito, siempre encontraban un “algo” que faltaba o separaba. Hoy, después de este relato de éxitos y frustraciones donde queda la huella de las edades y sus lógicos desarrollos, ha logrado encontrar en esta gestación, el verdadero “otro” amor de su vida que en pocos meses serán tal vez la mirada de sus propios ojos cuando nazca y de sus primeros llantos a su madre. La verdad que la mujer, tiene el concepto del amor más complicado que el nuestro. Es indudable que eso nos hace diferentes para ser luego complementarios pero, las vivencias que la mujer tiene en sus realidades y fantasías la hacen un poco más complicadas en el buen sentido de la palabra. Pero bueno, son aspectos que cada uno tiene sobre el tema
Felicitaciones Lucía y que todo salga como lo deseas.



Responder
September 25, 2020
 

Lucia Alfaro

Un saludo y un abrazo Gustavo. Y como siempre, gracias.

Lucia
Responder
September 28, 2020

Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.

busy