Hace ciento cinco años murió el general Porfirio Díaz
Publicado en Jul 03, 2020
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Por Roberto Gutiérrez Alcalá
 
El 31 de mayo de 1911, antes de abordar en el puerto de Veracruz el buque alemán Ipiranga, que lo llevaría a su exilio en Europa, el general Porfirio Díaz pronunció estas palabras: “Me voy porque no quiero que se derrame más sangre mexicana, pero si el pais se viera en peligro por alguna intervención, volveré, y con este bulto blanco de hombre como vosotros, sabré triunfar...”
Díaz, cuyo nombre completo fue José de la Cruz Porfirio Díaz Mori, nació en Oaxaca el 15 de septiembre de 1830. En su juventud comenzó a estudiar derecho, pero abandonó esta disciplina al darse cuenta de que las armas lo atraían más.
Combatió a los conservadores en la Guerra de Reforma y desempeñó un papel de primer orden en la derrota de las fuerzas invasoras francesas que habían apuntalado a Maximiliano de Habsburgo como emperador de México.
En 1867, Díaz se postuló a la presidencia del país, pero perdió las elecciones ante Benito Juárez, quien, por cierto, había sido su profesor de derecho civil.
Cuatro años después participó de nuevo en las elecciones presidenciales, pero las volvió a perder ante Juárez, por lo cual proclamó el Plan de la Noria, que llamaba a todos los militares a luchar contra aquél.
No obstante, el 18 de julio de 1871, Juárez falleció en la Ciudad de México y, como Sebastián Lerdo de Tejada asumió la presidencia interina, la lucha de Díaz perdió todo sentido.
En octubre de ese año se convocó a elecciones presidenciales extraordinarias, las cuales se deberían realizar el año siguiente. Lerdo de Tejada y Díaz fueron los candidatos. Y, por tercera ocasión, Díaz salió derrotado.
Cuando Lerdo de Tejada decidió presentar su candidatura para las elecciones presidenciales de 1876, Díaz, quien ya había hecho lo propio, organizó una serie de manifestaciones de protesta que fueron sofocadas por el régimen; a continuación, con el apoyo de varios militares y de la Iglesia católica, proclamó el Plan de Tuxtepec, que desató la última guerra del siglo XIX en México.
Una vez ganada la guerra, y luego de algunas escaramuzas legales y militares, Díaz venció sin ningún problema en las elecciones presidenciales extraordinarias de 1877 y, por fin, el 5 de mayo de ese año, asumió el poder, que ya no soltaría hasta el 25 de mayo de 1911, cuando, presionado por el movimiento revolucionario que lideraba Francisco I. Madero, envió su renuncia a la Cámara de Diputados y ésta se la aceptó.
Ya en París, quien había gobernado México con mano férrea y despiadada durante treinta y cuatro largos años se instaló, junto con su segunda esposa, Carmen Romero Rubio, en un departamento ubicado en el número 26 de la avenida Foch, cerca del bosque de Boulogne y el Arco del Triunfo.
En una visita a los Inválidos, el general francés a cargo de ese complejo arquitectónico, le puso en las manos, a manera de homenaje y reconocimiento, la espada que Napoleón había usado en la batalla de Austerlitz. Díaz, entonces, dijo: “No soy digno de tener esta espada en mis manos”, a lo que su anfitrión respondió: “Desde la muerte del emperador no ha estado en mejores manos.”
Aún tuvo la oportunidad de viajar con su esposa por distintos países, como España, Alemania, Italia y Egipto. Y fue recibido por el rey Alfonso XIII de España, así como por el káiser Guillermo II de Alemania. El invierno lo solía pasar en Biarritz y San Juan de la Luz, en la costa francesa.
Díaz nunca dejó de estar bien informado de lo que acontecía en México. Incluso, según su nieta, cuando se enteró de que Madero había sido asesinado, comentó para sorpresa de los presentes: “Cuánto siento esta muerte. Después de este crimen auguro días tristes para México.”
A finales de 1914, su salud se quebrantó. En lugar de hacer sus recorridos habituales por Paris, se pasaba las tardes recordando a su madre y pensando en cuándo podría regresar a México y, en específico, a Oaxaca. Finalmente, el 29 de junio de 1915 recibió la extremaunción y hacia las seis y media de la tarde del 2 de julio, acompañado por su esposa y su hijo Porfirio, murió a los ochenta y cuatro años.
Sus restos fueron sepultados en la iglesia de Saint Honoré l’Eylau, pues sus familiares tenían la intención de traerlos a México más o menos pronto; sin embargo, frente a la negativa de las autoridades mexicanas, en 1921 resolvieron exhumarlos y trasladarlos al cementerio de Montparnasse.
A pesar de que ha habido otros intentos por repatriarlos, todavía permanecen ahí.
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