Aprendí que el amor no deja de existir, aun cuando lo ocultemos con todas nuestras fuerzas. Que la decisión de olvidar no es tan sencilla porque la mente es selectiva. Aprendí que la vida no cambia, sino que te hace cambiar y que las oraciones que elevamos por la noche son escuchadas con mas detenimiento del que podemos imaginar, y eso, a veces, las hace peligrosas.
Aprendí que el odio y el amor logran coexistir por algunos segundos, que la ira se siente en el estómago y que el llanto puede ser adictivo. Aprendí que la vida te premia con lo que mereces pero que no conoce de proporciones o justicia.
Aprendí que amar es aceptar la humanidad y debilidad inherente al otro hasta el punto de amarla, incluso cuando desees odiarla, y que nuestros tormentos son creados al pensar en nuestro propio egoísmo. Aprendí que nadie está de acuerdo en recibir la misma moneda, pero justamente eso es el precio de la empatía.
Aprendí que las ideas son más fuertes de lo que parecieran y que no es tan simple olvidar. Que una sola palabra cargada de dolor resuena más que mil hermosos “te amo”. Aprendí que las lecciones mas importantes te dejan de rodillas en el suelo; su cometido es enseñarte como levarte.
Aprendí que amar significa ser vulnerable y que el pedestal que algunas veces creamos siempre termina cayéndose, esto hasta que entendamos quien realmente merece ese lugar. Aprendí que nunca existirá la valentía sin el miedo y que el abrazo propio es el más valioso.
Aprendí que cada historia posee matices que nunca nadie podrá entender y que la historia que escribimos no esta hecha para ser comprendida por todos. Que algunas veces el negro y la tristeza también forman parte del amor verdadero.
Aprendí que se puede sonreír con el alma rota y que en medio de la soledad y la desesperanza siempre existirán segundos por los que vale la pena continuar. Que una broma sigue siendo graciosa en medio del dolor y que todos en algún momento somos bipolares.
Aprendí de mi misma y de los que rodean mis días. Aprendí de la niña que vive en mi cabeza y de la mujer que siempre trata de ocultarla. Aprendí que se extraña mas un tierno beso en la frente que uno apasionado que te despierte en las madrugadas. Aprendí que siempre continuamos aun cuando todo parece detenerse y que no hay razón alguna para apresurar los minutos del día.
Aprendí que el soltar no significa olvidar, y que mi corazón, a pesar de todo lo que busca marchitarlo, es completamente inmarcesible. Aprendí que hay mil formas de morir y que las mas dolorosas no tienen nada de violencia en ellas, también aprendí que se puede resucitar, y que entre mas cenizas mas hermoso es el inicio.
Aprendí que nos amamos más cuando no hay nadie cerca, quizá, no lo sé con certeza, porque muy adentro sabemos que somos aquello seguro en la vida, aquello tan preciado que no se comparte y que solo sale a relucir en la seguridad de nuestras propias caricias.
Aprendí que el comprender, como todo en la vida, es relativo, por lo que no es de extrañarse que la vida te conceda más lecciones en un mes que en veintiséis años de vida.