El nio que fue no lo saba
Publicado en Apr 03, 2020
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El niño caminaba por la acera y sufría.  El Sr. Morató le había insistido en que al día siguiente le pediría las notas firmadas por su padre.
El mundo se encogió en su estómago.  El niño se sentía fatal, el miedo le tenía poseído un miedo que sólo él podía definir.
Desearía que ése fuera un día cualquiera, otro día en que nada perturbarse su triste monotonía de colegial.
Caminaba lentamente, asustado, con los sentidos abotargados, su vida se le había trastocado en unas horas.
Sentía envidia al observar a los otros colegiales que corrían felices, chillaban, jugaban gastándose bromas entre sí de regreso a sus respectivos hogares, ajenos totalmente a su miedo, a la tragedia que se luchaba en su estómago.
Notaba el cuerpo vacío, quería negarse a sí mismo lo que se le avecinaba en pocos minutos. Sabía perfectamente lo que le esperaba en casa, ya había pasado por ello otras veces. Eso hacía que cada vez la angustia fuera mayor.
Esa angustia que dominaba todo su ser, pero el niño no sabía que esa sensación trágica tuviera un nombre.
A medida que se acercaba las ganas de orinar se acentuaban.
Quería imaginar que con algo de suerte en casa habría ocurrido algo lo suficientemente gordo como para restar importancia a sus notas.
Llegó al portal, empezó a subir las escaleras. Lo inevitable le empezaba a ahogar a pesarle demasiado. Llamó al timbre, las rodillas le temblaban y el corazón golpeaba con fuerza su pequeño pecho.
La puerta se abrió.




                                                        Acostado en su cama se sentía seguro. Acurrucado, avergonzado de sí mismo. De nuevo sus padres estaban defraudados con él.
La paliza no duró demasiado, los golpes aunque temidos no eran lo peor. Lo peor fueron los larguísimos minutos que dé pie en el pasillo y con la mancha vergonzante de la huella dejada por el pis que  se le escapó tuvo que aguantar escuchando a su padre que sentado en su butaca del salón le reprochaba, recriminaba con un discurso lleno de reproches, insultos y desprecios.
Ellos tenían razón, no merecía el plato caliente en la mesa, ni los gastos que les generaba. Tenían razón cuando le ponían a Luisito y Pedrito hijos de los amigos de sus padres y de su edad más o menos como ejemplo de hijos que se esfuerzan, que son responsables y regalan cada mes a sus padres unas notas fabulosas.
Tenía razón su padre y debía ser muy humillante cuando los amigos padres de Luisito y Pedrito le preguntaban por las notas de su hijo. ¡Pobre papá!
La oscuridad de su habitación era su aliada, metido en su cama, encogido y acurrucado se sentía a salvo de ellos. Se sentía tan despreciable….

A la  mañana siguiente y como era de esperar los padres le saludaron con frialdad. Estaban muy disgustados y sufría sabiendo que era por su culpa, tenía razón su padre al llamarle desagradecido.

Lo primero que hizo al llegar a clase fue entregarle las notas firmadas al Sr. Morató.
La mañana transcurrió lenta y soñolienta. Era incapaz de centrar la atención en las explicaciones del Sr. Morató. ¿Era así como iba a empezar a cambiar las cosas?, imposible contentar a sus padres. Era cierto, solo sabía comer de la sopa boba.

En el recreo se peleó con Sito y ambos se pasaron una hora castigados en la sala de profesores.
La mañana al fin acabó. En la calle volvió a pelearse con Sito, no paró de golpear su cara hasta que asomó la sangre. No sentía los golpes recibidos, en su ira solo tenía ojos para la cara pecosa y sucia de Sito que siguió golpeando a pesar de las lágrimas de éste.
Llegó a casa y tras hacer los deberes de cada día y en vez de ir a jugar abrió el libro de Ciencias y con los codos clavados en la mesa pasó toda la tarde sin poder apartar la mirada de las mismas fotos de la misma página con los pensamientos perdidos por un limbo infantil.
Sus padres seguían disgustados. No había querido merendar, hubiera sido una frivolidad demostrar apetito mientras la cara de su madre reflejaba aquella pena causada por su inutilidad.

Desde la radio de la cocina la voz de Elene Francis llenaba toda la casa, con una melodía que dañaba sus sentidos. Una música diaria, música de horas largas, aburridas. Música de deberes en las tristes tardes de otoño, de bombilla de 60 vatios, de dolor de cabeza, de estufa encendida sobre calentando la estancia. La voz de aquella señora aconsejando a las oyentes, una voz de merienda de pan con chocolate, voz de deberes difíciles, del café de sus padres, voz y melodía que acompañaba la tristeza de su niñez.
Era muy infeliz pero no era consciente de serlo. Sus percepciones, sus sentidos crecían con él, doloridas, humilladas, pero, el niño tampoco lo sabía. Confundía los hábitos con los estados de ánimo. La depresión infantil aún no se había inventado en España a mediados de los 60. 

Echaba de menos aquellas tardes que aunque escasas eran un paréntesis en su monotonía. Tardes en las que sus padres recibían alguna visita y todo eran sonrisas y simpatía. En esas tardes todos los adultos pasaban al salón y la habitación era para él solo. Estaba entonces relajado y feliz sin tener que escuchar a la sufrida Francis y su repugnante y triste música.
Creció en aquella habitación que servía para todo, allí se estudiaba, era cuarto de plancha, en la mesa de enfrente trabajaba su padre, y al mediodía y a la noche servía de comedor. Al final de la jornada se recogían las mesas y se bajaba su cama y la de su hermano pequeño.

Quería a su familia, pero sus sentimientos los vivía de una manera dolorosa, las veces que todos estaban contentos y felices, navidad o fin de año o días señalados para estar felices y contentos el al contemplarlos no podía evitar que una extraña tristeza y sensación de pérdida se apoderara de sus sentidos.

                                                                 El hombre, hoy sabe que la suya fue una niñez en blanco y negro, donde siempre era invierno, una niñez llena de miedos y angustias. El niño que fue no lo sabía, el niño solo sufría el niño sabiase inferior al resto de hermanos, al resto de niños. Intentaba demostrar que podía estar a la altura, pero era algo imposible.
Y llegó la adolescencia. Y tenía el alma saturada de complejos. Los espejos le devolvían una imagen desgarbada, unos minúsculos ojos que detrás de las gafas de miope observaban aquel cuerpo flaco sin formas. El adolescente sabía que era un perdedor.
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Foto del autor Fernando
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Descripción

Recuerdos de la niez

Palabras Clave: nio tristeza depresin

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Personales



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