Allá lejos luce imponente el castillo del Conde Drácula. Ya es media noche. Los murciélagos vuelan por los alrededores. A esa hora, las doce de la madrugada, sale Simón Belmont, de la familia de los Belmont. Simón Belmont es un caza-vampiros profesional y se propone a entrar en el castillo del Conde Drácula y sortear escollos hasta conseguirlo y encararlo y eliminarlo. Para eso lleva su súper látigo, su hacha y su espada. Está decidido a internarse en ese territorio plagado de fantasmas, monstruos y calaveras. Se dirige hacia el castillo. La puerta se abre sola. Y enseguida ve que otros murciélagos vuelan en bandada por el pasillo central. Y a medida que Simón Belmont va avanzando van saliendo esqueletos vivientes, pero eso no representa ninguna dificultad, puesto que él con su látigo los vuelve cenizas. Sale de un pasillo y entra a una sala donde destacan los candelabros, hay varias puertas y algunos adornos que parecen gárgolas. Y allí hay más murciélagos y esqueletos vivientes. Belmont tiene una habilidad increíble para ir sorteando los escollos, haciendo uso de su látigo, su hacha y su espada. El castillo está hecho de muchos pasillos y salas centrales y de algunos puentes que se conectan con torres. En algunas salas salen unos monstruos que sería difícil describirlos. Son como una especie de dragones de inmensas proporciones lanza-fuegos. Belmont consigue pasar esa parte y se dirige por un pasillo largo, oscuro, lúgubre, y ya al final de ese pasillo le salen cuatro esqueletos vivientes, pero él con su domino de su látigo los vuelve trizas.
Sigue caminando, sigue adelante, sigue avanzando, cada paso que da lo acerca más a la habitación, al aposento del conde Drácula, que “despierta cada cien años” y ahora como ha despertado las cosas no andan bien en Transilvania. Camina Simón Belmont ahora por un puente y tiene que ir poco a poco, porque cualquier resbalón sería algo catastrófico. Pasa ese puente y se consigue con una especie de ranas que son muy molestosas, cada vez que lo tocan le van quitando algo de energía. Ahora tiene que pasar otro puente y tiene que ir poco a poco. Porque ya se sabe lo que puede pasar: caería al vacío. Pasa el puente, y consigue más murciélagos, esqueletos vivientes, pero él con su látigo también los vuelve nada. Ya a estas alturas, Simón Belmont se encuentra muy cerca del aposento de Drácula, pasa un pasillo donde hay muchos candelabros y al fin sale al encuentro del Conde donde también se puede ver su ataúd de donde ya ha salido. No diré quién gana aquí, sólo diré que si vence Belmont, entonces Transilvania será un lugar bonito, pacífico, claro, iluminado. Y si vence Drácula, entonces Transilvania será un lugar oscuro, lúgubre, la gente iluminándose con candelabros nada más y teniendo que oír aullidos de manadas de lobos que se pasean por los alrededores. Y lo más trágico aún, esos habitantes estarían bajo la égida y los mandatos del malvado y cruel conde Drácula, que “despierta cada cien años”. Y el conde Drácula puede mandar, por cualquier razón, a muchos de ellos a las mazmorras, o a los calabozos que se encuentran en las torres, donde ellos morirían de hambre hasta volverse calaveras.
Allá lejos luce imponente el castillo del conde Drácula. Y más en las noches cuando vuelan los murciélagos en bandadas por los alrededores y se ve la luna amarillenta, que bien sabemos que refleja los rayos del sol, pero que es ya media luna. Y ya en el día, antes del amanecer, el conde volverá a su ataúd, porque no le gusta la luz del sol, pero ya en la noche volverá a salir y estar en su aposento, esperando, mandando sus fantasmas, sus monstruos, sus esqueletos vivientes, para que le hagan difícil el recorrido a Simón Belmont. 
 
1 y 2 de diciembre de 2019
El Conde Drácula y Simón Belmont -
CC by 4.0 -
Ibrahim Fajardo Muñoz