Libro Historia de instituto. Captulo 12. Final
Publicado en Nov 13, 2019
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Capítulo 12. Reencuentro.
Siempre me ha gustado ir a las fiestas de mi pueblo. El olor a turrón, los gritos y risas de los niños subidos en las atracciones, la plaza llena de gente, el jaleo, la música de orquesta. Te hace volver al pasado, a tener 15 años. Y ahora ves las cosas desde otra perspectiva, diez años después. ¿Cómo puede ser que haya pasado tanto tiempo? Parece que fuese ayer cuando te montabas en los cochecitos y jugabas en las casetas de tiro.
Este año parece como cualquier otro. Sentada en una mesa con mi madre y su amiga, esperando a que empiece la orquesta para bailar unos pasodobles. Pero es distinto porque él está ahí. Jaime. Nunca lo he visto en la feria. No sé si porque no coincidíamos o porque no había vuelto a venir. Desde que cortamos siendo adolescentes, en los siguientes años nunca lo vi en la feria. Sofía me dijo en una ocasión que se quedó a vivir en el pueblo donde trabajó aquel verano. La verdad es que nunca pensaba en él, excepto cuando se acercaba la feria. Era normal. Era nuestra fecha.
Seguía igual de guapo. La orquesta empieza a tocar y mi madre y yo nos animamos a ser las primeras en la pista de baile. Puede que hayamos tenido muchas peleas y muchos desacuerdos en todos estos años, pero siempre bailábamos en la fiesta del pueblo. Es como nuestra tradición. Tras un par de largos pasodobles, salimos de la pista. Mi madre va hacia la mesa y yo me dirijo al baño. Cuando salgo, él está frente a mí, con esa sonrisa que siempre me volvió loca.
– Hola Jaime. – Le devuelvo la sonrisa.
– Hola Alicia. – Se acerca a mí y nos abrazamos. Es extraño, volver a abrazarle.
– Cuanto tiempo. Llevo años sin verte. – Vamos caminando hacia un lugar tranquilo.
– Sí. Me mudé.
– Lo sé. – Se hace un silencio. Parece como si no encontrase las palabras para hablarme.
– La verdad es que los primeros años no quise venir mucho por aquí, sobre todo por estas fechas. – Se atreve a decir al fin.
– Lo entiendo. Demasiados recuerdos.
– Sí.
Nos sentamos en un banco del paseo. Hace buena noche y hay luna llena. Nos quedamos un rato en silencio. No porque no tengamos nada que decirnos, ni porque no nos salgan las palabras. No hablamos porque estamos a gusto así, siempre nos ha pasado.
– He vuelto. – Me mira. Vuelve a poner esa sonrisa.
– ¿En serio? ¿Para quedarte? – Asiente con la cabeza.
– Estudié cocina y he empezado a trabajar en un restaurante.
– ¡Vaya! Qué bien. ¿Te gusta?
– Sí. – Ahí está, esa mirada fija que tanto me incomodaba. Sonrío. – Sofía me ha contado algunas cosas sobre ti.
– ¿El qué? – Me sorprendo.
– Que estudiaste administración, como querías, que tuviste una relación algo turbia, y que ahora estás soltera y sin trabajo.
– Pues sí. Es un buen resumen de mi vida. ¿Me haces uno de la tuya?
– También tuve una relación, pero duró poco. Estudié cocina, como sabes, y me he comprado una casa en la playa.
– Como siempre has querido. Te ha ido bien entonces, al menos en el terreno económico.
Se me queda mirando. Empiezo a recordar esa mirada. Siempre me hacía sentir escalofríos, como ahora. Suena un teléfono. Es el suyo. Mientras contesta la llamada, yo me levanto y doy unos pasos. Cuelga y se acerca a mí.
– Era mi hermano. ¿Te tomas algo con nosotros?
– Vale. – Ese escalofrío ha hecho que me quede sin palabras.
Volvemos a la plaza. Antes de ir con Jaime y los demás, me acerco a la mesa donde está mi madre para decirle dónde estoy. Volvemos a estar juntos los mismos de siempre. La mayoría con sus parejas. Pasadas un par de horas, mi madre me pide que la lleve a casa. Jaime me acompaña. Volviendo a la fiesta, suena una música romántica en la radio. Él no deja de mirarme. Eso me incomoda, igual que hace años. Estoy cada vez más tensa. Cuando llegamos, tras salir del coche, Jaime se acerca a mí y me besa.
En un beso suave y tierno. Ha puesto su mano en mi cara. Es igual que hace diez años. Pero esta vez tengo los ojos cerrados. Vuelvo a recordar esa sensación, ese sentimiento que creía desaparecido. Se separa un poco de mí, nos miramos a los ojos y nos volvemos a besar. Esta vez es más intenso y apasionado. Mis brazos rodean su cuello y los suyos están en mi espalda, apretando mi cuerpo con el suyo. El beso es cada vez más intenso, nuestras bocas están ansiosas, al igual que nuestros cuerpos. Soltamos varios gemidos. Hasta que paramos.
Respiramos con dificultad. Seguimos agarrados, mirándonos. Nos quedamos así un instante. No sé cuánto tiempo llevamos así, si sólo unos segundos o varios minutos. Nos separamos. Seguimos sin decir nada. Y volvemos a la plaza, en silencio.
En la mesa del bar, estamos cada uno en una punta de la mesa. Nos miramos cada dos por tres. Intento disimular, pero aún siento el fuego en mi interior y el cosquilleo en los labios. Sofía se levanta y se sienta a mi lado.
– ¿Qué ha pasado? – Otra vez esa sonrisa pícara. Me la quedo mirando y ella me echa esa mirada de «no me puedes engañar»
– ¿Cómo sabes…? – Se ríe. – Ssshhhh.
– No habéis tardado mucho. Así que ha sido al rápido o sólo un beso. – Me susurra.
– Sólo un beso. – Le respondo.
– ¿Y? – Quiere más detalles.
– Vale. Tú ganas. Vamos a hablar a otro lugar.
Nos separamos un poco del bar. Le cuento lo de la conversación y lo del beso. Ella me ataca con preguntas, de las que algunas no tengo respuesta: ¿Qué has sentido? ¿Cómo ha sido? ¿Te besó él o fuiste tú? ¿Vais a volver? ¿O lo vais a dejar así? A la vuelta, repito una y otra vez esas preguntas en mi cabeza.
Me despido de todos. Jaime me acompaña hasta mi coche. Caminamos sin decir una palabra. Al llegar a mi coche, nos paramos uno frente al otro.
– Bueno, buenas noches. – Rompo el silencio. Él me sigue mirando fijamente.
– ¿Quedamos mañana? – Vuelve esa sonrisa.
– Claro. – Digo sin pensar.
Me besa. Un simple beso. Pero hace que me vuelva a dar un escalofrío. Subo a mi coche y voy a casa. Me cuesta dormir. Ha sido una noche intensa y de lo más inesperada. Mañana. Hemos quedado mañana.
Suena un ruido lejano. El volumen va subiendo poco a poco. ¿Qué es ese ruido? Aún sigo medio dormida y no consigo distinguir el sonido. Me voy Despertando y todo se va aclarando. Es mi móvil. Deja de sonar. Vuelven a llamar. Estiro mi brazo y cojo el teléfono. Contesto con los ojos cerrados.
– ¿Sí?
– ¿Aún dormida? – Es una voz familiar.
– ¿Quién es? – Pregunto con voz un poco ronca. Se oye una pequeña risa.
– Soy Jaime. – Me despierto de golpe y me incorporo.
– Hola. – No sé qué decir.
– Al final no quedamos en nada concreto para hoy. Sofía me dijo que aún tenías el mismo número de teléfono.
– Sí. Es lo único que conservo en mi vida. – ¿Qué? ¿Pero qué frase es esa? Por eso no es bueno hablar cuando una está medio dormida.
– ¿Te parece bien si te paso a buscar?
– ¿También te ha dicho Sofía dónde vivo?
– Sí. Te recojo en media hora. ¿O necesitas más tiempo?
– No. Media hora está bien. Hasta ahora. – Él también se despide.
Salto de la cama y me meto en el baño rápidamente. Tengo la cama llena de ropa. Me ha costado decidirme qué ponerme. Llaman al timbre. Aún me queda ponerme los zapatos. Abro la puerta y Jaime espera al otro lado, con una sonrisa. Nos saludamos, le hago pasar y le digo que esperaré un momento mientras me pongo los zapatos. Salimos enseguida.
No sé a dónde me lleva. Ni siquiera se lo he preguntado. Se escucha música en la radio. No decimos ni una palabra durante el trayecto. Vamos por la carretera de la costa. Y llegamos a un pequeño mirador. He pasado unas pocas veces por esta zona, pero nunca he llegado a pararme.
Cuando salimos, me coge de la mano. Un cosquilleo me recorre el brazo. Es una sensación que mi cuerpo está recordando. Estamos un rato en el mirador escuchando las olas romper en las rocas, inhalando el aroma a sal y sintiendo la brisa marina. Siempre me ha gustado esta sensación. Cada vez que he tenido un problema, he ido a la playa sólo para sentir esta calma y poder relajarme.
– Te he echado de menos. – Me suelta. Me está mirando fijamente, como siempre.
– Yo también. – Le confieso. Sonrío y me devuelve la sonrisa.
Nos acercamos, me coge de los hombros y apoya su frente en la mía. Es agradable. Me hace sentir a salvo y sin preocupaciones. Nos abrazamos y estamos así un rato. Estoy con los ojos cerrados, sintiendo su calidez y, al mismo tiempo, la brisa que nos trae el mar.
Suena un móvil. Es el suyo. Al parecer, anoche quedamos con los demás en la feria del mediodía. Ni lo recordaba. En el camino de vuelta, estamos más relajados. Hablamos de cómo nos ha ido en nuestras vidas.
Han pasado ya diez años. Hemos dejado atrás las travesuras adolescentes y los caprichos de juventud. Al igual que nos hemos quitado de encima nuestras inseguridades y nuestros miedos. Hemos cometido los errores típicos de un adulto. O más bien los de unos jóvenes que están madurando. Trabajo, pareja, desamor, cambios de vida… Ya no somos los mismos que antes. Hemos aprendido, como hace todo el mundo. Ahora pensamos diferente.
Ha sido un viaje fructífero. Nos hemos puesto al día. Y estamos más relajados y hay más confianza entre nosotros. Al llegar al recinto ferial, ya están todos allí.
– ¿Habéis venido juntos? – Pregunta Andrés, sonriendo de forma pícara.
– Hemos… – Miro a Jaime.
– … llegado al mismo tiempo. – Termina mi frase.
– Qué casualidad. – Dice Andrés de forma sarcástica. Miro a Sofía y ella le da un codazo.
– ¿Ya habéis empezado? La siguiente ronda la pago yo.
Jaime intenta desviar la atención. Y lo consigue. Pasamos un buen rato sin ninguna mención de nuestra llegada. Es el último día de feria, así que decidimos quedar por la noche de nuevo. Vamos en el coche. Estoy con los ojos cerrados. Ni siquiera sé a dónde vamos, ni me importa. Nos detenemos. Abro los ojos y veo la puerta de un garaje abriéndose. Miro a Jaime.
– Quería enseñarte mi casa. – Me dice.
Veo el exterior de la casa. Es grande, de dos plantas y con un gran balcón. Es preciosa. Entramos en la casa. Cocina americana con una isla y un gran salón con una televisión enorme.
– Éste es el recibidor, hay también un baño y por aquí está el patio trasero. – Me va diciendo a medida que vamos avanzando por la casa.
– ¡Qué grande! Y con césped.
– ¿Seguimos? – Me pregunta. Asiento.
– Menudas escaleras. – La barandilla es de madera y hace una curva de media luna.
– Hay tres dormitorios y dos baños. Uno de ellos en el dormitorio principal. – Vemos de pasada las habitaciones hasta llegar a la habitación de matrimonio. – El balón de la Entrada es el de este dormitorio.
Salimos al balcón. Estamos frente al mar. Se puede oler y saborear el aire salado. Jaime me abraza desde atrás. Cierro los ojos y pasamos un rato así. Empieza a darme sueño. Entramos y nos recostamos en la cama. Estamos de lado mirándonos a la cara. Nos quedamos dormidos sin darnos cuenta.
Nos despierta el sonido de un teléfono. Es el de Jaime. Miro el reloj. Hemos estado durmiendo durante tres horas. Él ha contestado la llamada. Yo me levanto y voy al baño. Me lavo la cara y me peino el pelo. Al salir, Jaime ya ha terminado de hablar.
– Hemos quedado en la feria a las ocho. – Me comunica.
– Vale. ¿Me acercas a casa?
– Claro. Vamos. – Me da un beso y bajamos.
En casa, me doy una ducha y me preparo para salir. Jaime me recoge y vamos a la feria. Pasamos una buena noche. Hasta bailo un pasodoble con Jaime. No lo hace nada mal. Nos despedimos los unos de los otros. Vamos en el coche.
– ¿Te quedas en mi casa esta noche?
– Sí. – Le respondo casi sin pensar.
Ambos sonreímos. El resto del trayecto no hablamos nada, solo escuchamos la música romántica que sale de los altavoces. Estamos otra vez en su casa. Me pide que espere en el salón, mientras él sube a prepararme una sorpresa.
Tras un rato, aparece en el pie de las escaleras, alzando la mano para indicarme que vaya hacia él. Yo se la cojo y subimos, sin decir nada. La puerta del dormitorio está cerrada. Me pide que cierre los ojos y pasamos dentro. Abro los ojos y lo que veo es maravilloso. Pétalos de rosa en el suelo, varias velas encendidas, una música suave, un aroma cautivador… El ambiente te envuelve.
Nos ponemos cara a cara y empezamos a besarnos, despacio, con ternura. Pero enseguida la pasión se enciende y nuestros cuerpos ansían el contacto con la piel. Nuestra Ropa va cayendo al suelo mientras nos dirigimos hacia la cama. Caemos en ella. Él está encima de mí. Me besa en los labios y pasa al lóbulo de mi oreja, lo que me hace enloquecer. Baja por mi cuello, me da mordisquitos y empieza a succionar. Lo que hace que se no pongan los ojos en blanco y suelte un gemido. El deseo es cada vez mayor, terminamos de desnudarnos y nuestros cuerpos se funden en uno.
Gotas de sudor caen por su frente, mientras me da un besito tras otro. Mi pelo debe estar enmarañado. Nos quedamos largo rato mirándonos. Después se acuesta a mi lado y yo me giro hacia él, colocando mi cabeza sobre su pecho. Él me rodea con su brazo y me da un beso en la cabeza, mientras yo le doy otro en su pectoral. Y nos quedamos dormidos.
Al despertar, noto que está detrás de mí, abrazándome y nuestros dedos están entrelazados. Me muevo un poco, intentando no despertarle. Consigo salir de la cama y voy al baño. Salgo envuelta en su bata.
– Hola. – Está despierto e incorporado en la cama. Me sonríe.
– Hola. – Le devuelvo la sonrisa y voy hacia él. Nos besamos.
– ¿Deberíamos hablar de esto?
– ¿Te refieres a lo de anoche o a lo nuestro? – Sonríe.
– Me gusta esa palabra: «nosotros».
Esa es una muy buena palabra. Tenemos un pasado que, aunque no acabó bien, no parecía ser un final. Siempre pensé que ese capítulo estaba inacabado. Creí que si nos volvíamos a ver y retomáramos lo que dejamos pendiente, pondríamos fin a la historia. Pero al parecer, ha sido todo lo contrario. Se ha encendido algo que creíamos apagado.
No sabemos qué pasará. No hemos decidido nada. Sólo vamos a dejar que fluya lo que estamos sintiendo ahora y no queremos forzar las cosas. Ahora estamos juntos y eso nos hace felices. Porque eso es lo que ahora importa. Porque nos hemos reencontrado.
FIN
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Foto del autor Araceli Galera Ruiz
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Miembro desde: Sep 30, 2019
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Descripción

Palabras Clave: Juvenil amor pensamientos reflexiones

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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