11. Del otro lado.
Publicado en May 13, 2019
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Camino por calles desconocidas en un mundo ajeno a mi origen, el bullicio de los seres que me rodean es molesto provocando jaquecas y nauseas en mi cuerpo de vibraciones etéreas. No sé cómo llegué aquí, solo poseo vagos recuerdos de un viaje dimensional que comenzó una fría noche de invierno culminando décadas después en este lugar, lejos, tan lejos como el olvido de un sueño antes de la medianoche donde las pesadillas vienen a tocarte con tentáculos de esquizofrenia. Pero tengo recuerdos, esos que se presentan como nubes de amargor y depresión. Al fin he terminado de caminar hasta lo que llamo mi casa, un habitáculo de metal que dispersa a este ser vibratorio dejando una oscilación de movimiento que solo late en medio de esta habitación sin tiempo. Me he perdido y ya no hay regreso… Todo empezó cuando el aburrimiento no detuvo a mis ganas de conocimiento, un siete de diciembre de 1902 a mi edad de 24 años terrestres;
Mi abuelo alquimista desde de joven, buscador de secretos inenarrables, solía contarme historias fantásticas de mundos ajenos al conocimiento de la época, mucho antes de que viajar a la luna fuese quizá un sueño sus ante pasados ya conocían de leyendas y relatos de seres que se acercaban por las noches en busca de cambios para continuar su viaje, casi siempre se llevaban animales, niñas y hombres desviados de la cordura, ya que estos solían no echarse de menos al desaparecer, a cambio dejaban secretos, libros de otros mundos, que abrían portales a otros espacios, sistemas de galaxias y otros universos agrupados en tantos sin fines de infinitos que darle un nombre en el lenguaje humano seria limitar la bastedad de tales creaciones abismales y frías.
Al morir el dejo un vacío muy grande en mi ser, intenté traerlo a la vida con sus propios secretos y rituales, más mis intentos solo lo traían de vuelta por unos minutos, fue en la última oportunidad que lo traje a su cuerpo, ya en casi estado de putrefacción, que me dijo;
-Hay otros mundos nieto querido, pero la carne humana se pudre, no es eterna, es alimento de gusanos, dulce alimento de gusanos y de otras especies que viven bajos los cementerios. Céntrate en abandonar tu cuerpo sin morir y conseguirás el viaje eterno. Conocimiento hijo mío, conocimiento.
Y su cuerpo cayó desplomado sobre el frio cemento de mi sótano, sus palabras quedaron dando vuelta en mi cabeza, para ya no irse más. Procedí a echar su cuerpo en el incinerador personal que teníamos a escondidas para que su carne no fuese alimento de ni un gusano, rata u otro bicho reptante que olfatea en su madriguera.
Busque información en los cinco continentes para encontrar respuestas a lo que mi abuelo me había dicho antes de que lo quemara y echase sus cenizas a los siete vientos. El de seguro al morir encontró más respuestas que en su propia vida, ya que de haber tenido el conocimiento antes de su partida me lo hubiese trasmitido, me contaba cada avance en su alquimia biológica, sideral y mental, ya que yo era su asistente y discípulo.
Probé con libros, chamanes, me inmiscuí en varias sectas, con tarot, meditación, sin encontrar nada… Así pasaron los años y mi búsqueda no rendía fruto, decepcionado, en banca rota y con un desprecio total por mis semejantes me estaba volviendo cada día más irritable, odiaba el ruido de mis vecinos, sus conversaciones vanas, esas risas tontas por algo estúpido, sus rostros, o sacro Necronomicón, como odio a mis prójimos y su semilla. Ya un día cuando mis fuerzas invocaban al suicidio me senté en un viejo sillón con una botella de fuerte ron que databa mínimo cien años atrás en el tiempo, años mejores supuse, bebí en silencio sorbo tras sorbo, en sumo silencio con mi mirada fija en una foto que mi abuelo me regalo, en donde salía su pluma y su mano escribiendo algo, la tomé y la acerque a mis ojos, no distinguía bien las letras así que la acerque a la vela y alcance una lupa del desordenado escritorio y ¡Eureka! Escrita estaba la fórmula de abandonar el cuerpo sin morir, no lo podía creer siempre estuvo ante mis ojos, como él me decía;
-Jonathan Hackker, eres un despistado, el secreto está en observar hasta el más mínimo detalle.
No perdí el tiempo ni un segundo y en la borrachera me dispuse a juntar los elementos. Un libro en lo sumo antiguo, algunas drogas usadas para sedar caballos, polvos que teníamos en nuestra droguería personal y lo más importante un picahielo junto con un martillo de goma.
Hice la mezcla justa al calor de un fuego de ramas secas y comencé a conjurar en lenguas antiguas los párrafos que mi abuelo ordenaba citar, comencé a beber la mezcla con lentitud, mientras terminaba de conjurar a los avernos y señores trasportadores de seres entre portales, el fuego se apagó al pronunciar la palabra R'lyeh, las sombras sacudieron el edificio entero y lamentos brotaron de todas partes, era el momento, debía aplicarme un auto lobotomía, introduje el pica hielos en mi parpado superior izquierdo sin miedo, ya nada me detendría, destruí la masa cerebral sin piedad, caí desmayado, en espasmos brutales que partían mis huesos como ramitas débiles.
No sé cuánto tiempo pase en este estado de doble conciencia, solo sé que al destruir el hemisferio izquierdo, destruía todo tipo de conocimiento intelectual para conllevar un ritmo social y con dejar intacto mi hemisferio derecho mi percepción tridimensional se magnifico pudiendo arrancar de mi cuerpo, dejando a un retardado parte de mí en la tierra mientras yo me sume a un viaje sin fin en el tiempo del conocimiento, este es mi último contacto con la tierra, a través de mí, el loco Jonathan Hackker que balbucea estupideces encerrado en un manicomio y que en un par de horas más dormirá en una mesa de metal.
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Foto del autor Jonathan Ibarra Luman
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11. Del otro lado.

Palabras Clave: 11. Del otro lado.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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