Proyecto Majestic
Publicado en Jan 06, 2019
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Luis Fernando observaba el amanecer con inusual detenimiento desde una ventana del tercer piso del Hotel Majestic, que daba a la Plaza de la Constitución de la Ciudad de México.
Apenas pasaban de las seis treinta de la mañana en ese primer domingo de julio que se perfilaba, según el pronóstico del tiempo, a convertirse en uno de los días más soleados  del año.
Observaba, sin admiración, como surgían de la obscuridad cada uno los edificios que rodean el Zócalo. Era espectacular ver cómo empezaban a iluminarse, simplemente por ser algo poco usual. Sin embargo para Lufer, como le gustaba que lo llamaran, no representaba nada extraordinario, sólo lo consideraba un amanecer más, tal vez diferente,  pero nada más.   
-¿Cómo es posible calificar de extraordinario lo cotidiano?-, se preguntó.
-¡Es una tontería! Es como calificar el soplido del viento como hermoso. Simplemente ocurre y ya. La cotidianidad no es extraordinaria.-
Nada lo conmovía. Todo lo calificado como “poético”, amaneceres, atardeceres, puestas de sol, estrellas fugaces y las auroras boreales, eran lo mismo. Sin embargo, verlo mirando el amanecer, podría confundirse con una transformación, pero no era así, la realidad era otra, porque aunque alcanzaba a ver el avance de luz, lo que realmente le interesaba era el movimiento aleatorio de las personas que empezaban a llegar a la plaza. Observaba su arribo por diferentes accesos, sin ningún orden. La gente aparecía por la calle de Madero, a su izquierda,  y la salida del Metro, que le quedaba justo enfrente.      
 
Había llegado a la ciudad la noche anterior. Traía consigo sólo un consigo un viejo veliz que contenía la muda para un día y un estuche de guitarra negro, muy desgastado que, como en las antiguas películas de gánsteres, contenía un rifle de caza Remington nuevo y con el cual pensaba  matar al azar a un desconocido. 
Lo había decidido un mes atrás cuando su hermano Jacobo se burló de la insignificancia de su vida, pero además, resaltando que era incapaz de hacer algo al respecto. En un principio lo tomó como un comentario más,  sin sentido y muy alejado de la realidad. Sin embargo, días después, cuando dicho por Jacobo seguía dándole vueltas por la cabeza,  empezó a considerar con más seriedad la afirmación.
Empezó a preguntarse por lo que valía la pena en su vida. No alcanzó a decir más de tres. Luego comparo lo que imaginó lograr hace cinco años con lo conseguido al día que vivía. Nada, absolutamente nada. Es más sentía que había tenido un retroceso. Tal vez Jacobo tenía razón. Le había estrellado en la cara su verdad, extrayéndole la angustia y vergüenza del fracasado.   
 
LAS SIETE
Las siete de la mañana en punto. La plaza ya está totalmente iluminada por la luz solar. Lufer estaba cumpliendo la primera media hora de observación y ahora intenta ahora, concentrarse diferentes puntos del cuadro simultáneamente. Comienza a disfrutar el día, porque ya tiene en su mano derecha la acostumbrada e insustituible taza de café, pero además, ha pensado a vislumbrar el asesinato como la mejor manera de liberar su frustración.  
La plaza empezaba a llenarse, aunque aún era muy temprano. Los únicos edificios abiertos eran La Catedral y las puertas del mismo hotel Majestic, pero era un hecho que las personas que arribaban a la plaza superaban por mucho a las que la abandonaban. De todos modos, no le interesaban las multitudes. Sólo una persona moriría esa mañana.
El que llegaran en grupos o solos era una ventaja. Facilitaría la selección… 
-¿Me facilitará?-, se preguntó. -¿Cómo podía ser sencillo? De ninguna manera. ¿Cómo voy a seleccionarlo? ¿Al azar? No importa. ¡Claro que importa!-
Los cuestionamientos empezaron a acumularse en su cabeza hasta que apareció la  duda definitiva, 
-¿Vas a matar por matar? No puede ser así. Debe tener un significado.-   
 
LAS SIETE TREINTA Y NUEVE
Casi veinte para las ocho de la mañana. No había establecido una hora específica para el disparo. Planeaba que fuera entre las diez y diez y cuarto de la mañana. Sin embargo, seguía indeciso respecto a la forma en qué seleccionaría a la víctima,
-¿Cuáles debían ser sus características?-
Era increíble e imperdonable que no hubiera pensado en eso. 
Respiró profundamente y reflexionó. Todo lo que estaba a punto de hacer, partía de un principio, no iba a matar sólo por matar. No era un inadaptado descargando su furia contra la sociedad. Era una demostración de existencia y trascendencia que involucraba agallas y audacia. Sabía lograrlo o no, lo sacaría de su frustración existencial. Eso era lo más importante.
Su acción, matar, no era cualquier cosa. Detallando su significado, era privar a un ser, para siempre, de sus recuerdos, de su presente y de, tal vez, la infinita ilusión de un futuro. Era su decisión, unilateral, arbitraria, tal vez injusta y egoísta, pero que lo liberaría al devolverle la confianza en sí mismo. 
Ya inmerso en su “filosofía del asesinato”, imaginaba dos opciones para seleccionar a la víctima. La primera, tenía que ser un solitario, hombre o mujer, que en apariencia, no podía ser de otro modo, representara a la soledad. La segunda, fulminar la vida de un “triunfador”, aquel que está acompañado por lo menos por una persona y que también, de cierto modo,  refleja el éxito en sus gestos, en sus ademanes y movimientos, pero, además, está rodeado del amor de sus acompañantes. Un ser que proyecta un futuro iluminado. Matar a alguien así de un solo tiro, terminar de tajo con todo lo que pudo ser y representar a sus seres queridos, reducía la vida a la fragilidad una hoja en medio de una ráfaga de aire, un insignificante latido de corazón, un respiro, haciendo valer de lleno la premisa, “El mañana no le es prometido a nadie”. 
 
 
 
LAS OCHO TRES
Inició la búsqueda visual de su objetivo. Encontró muchos “solitarios”, pero no más de tres “exitosos”.  Entonces surgieron más cuestionamientos,
-¿Y si el solitario es un ser bondadoso, productivo y con aportaciones reales para su comunidad? ¿Y si el exitoso es un egoísta, cuyos logros son resultado del aprovechamiento de situaciones y personas? ¿Quién merece viviendo? ¿Quién merece morir?-
Considerar la infinidad de variables, buenos y malos comportamientos, pensamientos, intenciones y acciones, era imposible. 
-No hay alternativa, una selección más, basada en el azar.  La víctima,… ¿víctima?-, se cuestionó, dudando nuevamente de su retorcida filosofía de lo que denominó, “asesinato representativo”.
-¡Por favor! ¿A estas alturas no sé si es lo correcto? No puedo dudar. Lo pensé, lo medité y lo he repasado por veintidós días y ahora qué, ¿la “buena conciencia”?!-, se reclamó en voz alta. 
Detuvo la búsqueda. Recorrió con la mirada el interior de la habitación. Apagó la lámpara que continuaba encendida. Vio que aún quedaba café en la jarra. Sirvió todo en la taza que había dejado en el buró. Se sentó en la cama, el rebote del colchón provocó que derramara un poco, nada grave. Dejó la taza de nuevo en el buró y se recostó. Puso ambas manos detrás de la cabeza. Observó el techo. Miró con detenimiento su blancura, como si buscara en esta, el olvido de sus dudas, pero no desparecieron. Sólo quedaba resignarse.
Aún no tenía decidido quién sería el objetivo. Sabía que nunca sabría si su selección sería correcta o justa.  Tampoco tenía idea lo que su acción provocaría y mucho menos, su magnitud. Lo tenía que aceptar, su visión, aunque la había repetido una y otra vez durante casi un mes, no tenía ni pies ni cabeza, pero por otro lado, sentía que tenía un compromiso ineludible, porque quería vivir a toda costa y si no hacía realidad su visión de probarse asimismo y tener éxito.
Reflexionó sobre la última palabra que había pensado, “éxito”, y,  ¿si no lo tenía? Escaparía, pero si era detenido, no se suicidaría. No era una opción. Después de confirmar que el disparo había dado en el blanco y que la persona seleccionada había muerto, se retiraría con calma. Sabía de antemano que la probabilidad de una huida exitosa, era altísima y aunque podrían atraparlo, hasta cierto punto dependía casi totalmente de él. 
Si era atrapado, iría a la cárcel. Enfrentaría las consecuencias sin más. 
 
OCHO VEINTIOCHO
 
Sintió que el momento lo alcanzaba. En menos de dos horas alguien tenía que yacer muerto sobre la plancha del Zócalo. Decidió que sería un solitario. 
–Es lo más práctico.-, se dijo.
Amplió su reflexión. No le gustó pensar así, de una manera tan simplista, lo hacía verse como un desequilibrado. Lo que menos quería es que se le considerara un loco, porque no lo era, aunque a muchos les iba a parecer lo contrario.
Su premisa de homicidio, aunque sencilla, iba mucho más lejos de sólo matar por matar, era  “Matar y morir para trascender”. Trascender a una sociedad en la que, la gran mayoría que la compone, tan sólo es “un montón más”. 
Ahí terminó el va y viene de las argumentaciones. Lo haría, pero a diferencia de los días anteriores, no estaba ya tan convencido.
 
Su idea se había transformado, no había duda. Resurgía con toda su fuerza la lógica de lo inmoral e injustificable de su acción. 
-¿Por qué? ¿Qué está fallando?-, se preguntó.         
 
LAS NUEVE
Estaba paralizado, porque las dudas lo envolvían. Su otrora convicción respecto al asesinato y la trascendencia, se tambaleaba. 
El arrepentimiento empezó a penetrarlo y avanzando rápidamente dentro de él.
Terminar con un supuesto sufrimiento finalizando la vida. Trascender, al través del recuerdo del evento y de las personas más allá de la muerte. Destacar como ser humano, impactando. Dejar una huella permanente por un acto único que lo liberaría a él y al asesinado de una existencia mediocre, de seguir viviendo como un indiferenciado. Sin embargo, parecía que ya ninguna de las  justificaciones era suficiente. 
-Es una gran locura-, se dijo sintiendo el coraje que trae consigo la aceptación de un error.   
Todo lo planeado, lo organizado, los visto en sus más profundas meditaciones,  acaso, ¿había sido en vano? 
La profunda situación de duda, la redondeó un sentimiento de pánico. Sin embargo, estando en la frontera del caos, creía que la situación aún era controlable.
-No detendré mi plan. Hoy va a morir alguien. Más allá de moralidades, creencias y demás suposiciones sociales, lo que haré. No es una locura. Lo he pensado, lo he meditado, morir tiene que ser una doble trascendencia. Los vivos, recordarán el suceso y los muertos serán mártires. 
Volvió su mirada al techo, como si esperará que de este cayeran las justificaciones. Se complicaba lo que en un momento parecía resuelto. 
-Desde luego que nadie quiere morirse, bueno, nadie en su sano juicio y mucho menos con una vida hecha, pero no se trata de querer. Como todo en esta existencia, desde que somos concebidos, todo es resultado de la casualidad. ¿Quién decidió nacer? Y la verdad sea dicha, pocos deciden morir.-
Tampoco era un argumento convincente. ¿Habría alguno? Ninguna situación existencial puede justificarse totalmente.
-Mi justificación, la casualidad de trascender y con suerte, cumplir un deseo, bajarse de este recorrido llamado vida, ¿por qué no? Sigue siendo una locura, pero lo voy a hacer.-   
 
NUEVE TREINTA Y CUATRO
No lo pensaría más, era lo mejor para tomar la decisión definitiva. Tenía que darle menos vueltas a las cosas, en ocasiones puede ser lo más positivo. Aunque que de antemano sabía que el riesgo a equivocarse se incrementaría, pero no le importó.
Tomó el rifle del estuche, lo reviso detalladamente comprobando la perfección de acabados y funcionamiento. Cargo cinco balas que, aunque sabía no las utilizaría, prefirió tenerlas ahí. No estaba de más. Puso el seguro y lo colocó junto a la ventana. Volvió a recostarse en la cama. Una vez recostado intentó nuevamente lo imposible, poner la mente en blanco. Ya no dudaba, estaba decidido y lo llevaría al cabo. No más justificaciones, temores o arrepentimientos. Respiró hondo antes de levantarse y asomarse por la ventana. Le sorprendió ver cómo había aumentado el número de personas en la plaza. Revisó los  puntos de acceso a la plaza, detectando de inmediato a varios seres solitarios, todos ellos excelentes candidatos con la viabilidad para desaparecer de la faz de la Tierra ese soleado día. 
Fijo su mirada justo debajo del asta bandera, donde rondaba un hombre, que a la distancia parecía joven, no mayor de treinta y cinco. Al parecer esperaba a alguien, porque  no paraba de moverse y revisar su móvil. Estaba nervioso,
“¿Por qué?”, se preguntó en voz muy baja
Surgieron las lucubraciones en las que todo era posible, incluyendo que matarlo pudiera ser un escape para el pobre hombre. 
Tomó el rifle, apuntó hacia el asta bandera. Cuando el hombre apareció en esta, disparó. Un segundo después este se desplomó. Dejó de ver por la mira. Le sorprendió que  después de casi veinte segundos nadie se hubiera acercado. El hombre yacía inmóvil en el piso justo debajo del asta bandera, pero la gente que por ahí transitaba ni siquiera lo volteaba a ver. Fue casi dos minutos después que el grito de una transeúnte llamó la atención de otras personas. Nadie lo tocó. Lo rodearon. Aparecieron los celulares, unos para hablar otros para filmar.     
DIEZ ONCE
Se alejó de la ventana con tranquilidad, guardó el rifle en el estuche, cerró la ventana y salió de la habitación. Caminó con normalidad por el pasillo hasta el elevador y apretó el botón del restaurante. Antes de alcanzar el piso, escuchó los murmullos de las personas que ahí se encontraban. Salió y se dirigió a pedir una mesa. 
Dos o tres minutos después de haber llegado, lo condujeron hasta una mesa cercana a la terraza con vista al Zócalo. Todo parecía tranquilo. 
Se sentó y recibió el menú que le ofreció el mesero. Lo revisó rápidamente y pidió fruta, un omelette de queso y café. Una vez que el mesero se fue, Lufer se levantó para asomarse y  ver la plaza. Cuál sería su sorpresa al ver que  no había nada fuera de lo normal. Las personas caminaban distraídas, con toda tranquilidad. Miró en dirección del asta bandera, todo normal, nada que destacar o fuera de lugar.   
 
DIEZ TREINTA Y DOS Regresó a la mesa totalmente sorprendido y confundido, tanto que no escuchó al mesero ofreciéndole más café. Cuando no tuvo respuesta, sencillamente avanzó a la siguiente mesa.
-¿Qué está sucediendo?-, se preguntó, sin esperar tener una respuesta. Todo estaba viviendo estaba fuera de toda lógica.
Una duda irracional lo invadió,
¿Realmente disparé? ¿Di en el blanco? ¿Murió?  No lo soñé, ¡claro que no!-
Era la primera vez que sentía el pánico del “sin sentido”. No podía concebir que todo lo que había hecho fuera producto de su, ahora torcida, imaginación, porque si así fuera, estaba sumergido en las profundidades de la esquizofrenia más extrema.  
Llegó su desayuno el cual empezó a comer muy lentamente. Hacía pausas muy prolongadas entre bocado y bocado, porque reflexionaba sobre cada detalle de lo que le estaba sucediendo aglutinando en su cabeza diferentes versiones, supuestas explicaciones y miles de recorridos mentales de lo que había hecho aquella mañana. Buscaba una sola respuesta lógica, pero esta no surgía por ninguna parte por más vueltas que le diera al asunto.
Ricardo, el mesero que lo atendía, detecto la lentitud con la que comía. Un síntoma inequívoco de que algo no estaba bien. En primera instancia lo observó con extrañeza, pero con discreción. La inmovilidad de Lufer no tardó en despertar la curiosidad de los comensales a su alrededor. Algunos no dejaban de observarlo comentando entre ellos lo extraño de esa situación inédita. 
Una paradoja en todos los sentidos lo que vivía Lufer en ese momento queriendo probar que había matado, cuando lo lógico sería desentenderse de una situación de homicidio.
Dejó el tenedor sobre el plato. Miró a su alrededor y vio los con indiferencia los rostros que lo observaban y comentaban Pidió su cuenta y se retiró a su habitación. 
 
ONCE TRES Abrió la puerta de su habitación con cautela. Todo estaba ahí tal como lo había dejado después de haber disparado. Se asomó por la ventana, sorprendiéndose de encontrarse con decenas de personas corriendo o moviéndose con la prisa provocada por una situación de angustia y desesperación.  
Una ambulancia de la Cruz Roja llegaba en ese momento abriéndose paso entre multitud con una escandalosa su sirena, que de ninguna manera podía pasar desapercibida. Subió a la plancha del Zócalo y se dirigió al asta bandera. 
-Sólo va a levantar el cuerpo-, pensó Lufer.
Sin embargo, en ese momento apareció la preocupación al reflexionar sobre lo que estaba sucediendo,
-¡La Cruz Roja no recoge cadáveres! Un balazo en la cabeza y una hora después, ¿aún vive?-
Prosiguió con su asombro al pensar sobre todo lo ilógico de la situación. ¿Desde su habitación podía ver a la persona que había herido con todos los pormenores que rodean un suceso así  y desde la terraza del restaurante, no? Era una locura total.
Salió de la habitación corriendo. Tomó el elevador, llegó al restaurante y sin hacer caso a nadie se dirigió a la terraza para comprobar la recolección del cuerpo, pero no había nada. Las personas transitaban  normalmente y la ambulancia no se veía por ningún lado.
 
ONCE VEINTIOCHO Mientras bajaba las escaleras para salir a la calle y comprobar que sucedería cuando estuviera al nivel de calle, pensaba que la realidad sería lo encontraría cuando estuviera justo debajo del asta bandera.   Sentía una ansiedad que lo orillaba más y más al miedo sin control. Su respiración se aceleró sin control, cayendo en una hiperventilación que provocó que rodara el último tramo de las escaleras. No supo más sí.
 
DOCE CUARENTA Y CUATRO Despertó en un sillón de la recepción oliendo un algodón impregnado de alcohol. Las manos suaves de la recepcionista sobre la frente le hicieron recordar a su madre, pero desechó de inmediato el recuerdo. Milagrosamente sólo eran golpes. No había sangre.
Intentó levantarse, pero se sintió muy mareado. No lo manifestó, por lo que, aunque se incorporó, continuó sentado. Respiró hondo para comprobar que todo estaba bien. Le ofrecieron agua azucarada o una Coca Cola. El diagnóstico era que se le había bajado la presión.  Lufer agradeció las atenciones,
-Ya me siento mejor, muchas gracias. Recibí un mensaje y me he preocupado de más, pero estoy seguro que todo está bien.-
Poco a poco la gente empezó a dispersarse. Lufer permaneció sentado unos minutos más, pero después de diez, decidió había llegado el momento. Se levantó e intentó caminar hacia la puerta que daba a la calle de Madero. Se levantó apoyándose con los dos brazos y se mantuvo en pie un instante hasta comprobar que no se desmayaría. Volvió a respirar profundamente y comenzó a avanzar. Las personas que se encontraban en recepción, no le quitaban la vista de encima, más que por curiosidad, por prevención, dispuestas a auxiliarlo en caso necesario. Así lo entendió Lufer.
-Si supieran lo que he hecho, estarían dispuestas a lincharme-, pensó para sí mismo. 
Una vez en la calle,  sintió la luz del sol en la cara, experimentando una sensación que jamás había tenido. Se sentía observado. Mientras cruzaba la calle para llegar a la plancha del Zócalo, volteaba con desesperación por sentir que alguien lo seguía o lo observaba. Llegó hasta el asta. La rodeó revisando cada detalle del piso. No había nada extraño. 
Ubicó la ventana de su cuarto en el  hotel Majestic detectando el cañón  de un rifle. Fue lo último que vio.      
 
  
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Foto del autor Juan Carlos Maldonado Garca
Textos Publicados: 109
Miembro desde: Jul 09, 2009
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Descripción

Historia surrealista que involucra la fragilidad de nuestra existencia y cordura.

Palabras Clave: Muerte locura asesinato

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



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