Casa Trampa de los Espectros
Publicado en Sep 17, 2018
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La rentera era una persona de proceder agradable, de una actitud ligera y pacifica cuando me mostró la casa, que aunque a primera vista era pequeña, contaba con espacios amplios.
Me agradó el decorado en madera y el ambiente rústico que emanaba junto al piano, apoyado a la pared que daba a la cocina, en el espacio del recibidor. que daba a la cocina.
Aunque en mi mente no dudaba que esto era lo que buscaba, a mi interlocutor le hable con voz desinteresada, esperando que el tono me diera un precio más barato si acaso ella se encontrará en necesidad.necesitada.
Después de aclarar los pagos que tendría que realizar, me preparé para comenzar mi mudanza en dos días que me parecieron eternos. De haber sabido con antelación lo que me acontecería, no me hubiese desesperado tanto.hubiese preferido que así se quedasen las cosas.
 
Cuando el día llegó, el alba mostraba un cielo cerrado de negras nubes que como el edredón en una cama cubrían la ciudad en su totalidad. El camión llegó puntual a la puerta de la casa que estaba por abandonar y les abrí a los cargadores, con ellos entró un aire frío y seco, extraño para la temporada. Así que me abrigué tomando algunas cosas de cajas ya embaladas.
Cerrando la puerta por última vez, después de haber acomodado todo en el camión de mudanza, subí a mi auto y dejé el edificio de departamentos en la calle siete y me enfile hacia mi nueva dirección en la calle diez y ocho.
A medida que avanzó el día, el oscuro manto seguía sobre la ciudad dándole un ambiente callado, y la ciudad parecía temerosa pues las casas, normalmente vivas, estaban apagadas ante la carencia de actividad. Cada una tenía tan cerradas sus puertas y ventanas que casi ni un sonido salía de ellas, más que repentinos murmullos apagados.
Durante la mudanza me vi en la necesidad de dejar a los hombres descargando mis pertenencias en mi nuevo hogar mientras iba a la tienda más cercana, en el número ocho de la calle Olivia. Me aseguraron que fuera con confianza, que ellos terminarían mientras me ausentaba. Aunque lo dudé un poco., el hecho de que contaran con oficinas tan pulcras me hizo aceptar, al fin con confianza.
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Cuando el gato se va los ratones hacen su fiesta. Aunque aquí el único ratón era quien dirigía a quienes bajaban los muebles, mientras él simplemente veía a sus hombres, primero, desde el porche alzado de la casa. Había encontrado unas sillas alrededor de una mesa sobre la que, de forma pedante y a sus anchas, colocó sus botas sucias. Tras de sí la puerta de la casa se encontraba abierta de par en par, detenida con nada más que una piedra ovalada y lo suficientemente pesada como para soportar el empuje de tan pesada pieza de madera.
Con la libertad que sentía, sacó un cigarro y decidió disfrutar de su despreocupación, cuando la sensación de ser observado comenzó a embargarlo.
La percepción de su entorno era incómoda, cargada de un desprecio que le erizó los vellos de la nuca, donde percibía una pesada presencia helada que hacía que su columna le lanzará señales de urgencia por huir, pero el hombre aún sentado caló su cigarro y apretando la mandíbula, volteó intentando hacerlo sin temor,no vio nada más que la tenue penumbra dentro del recibidor al otro lado de la puerta. La silueta del piano agregaba más frialdad a la soledad y mortecina luminosidad que observaba.
Alejó el temor de su mente con una nueva calada pero ya no había marcha atrás, la sensación se mantuvo a su espalda, erizándole los vellos del brazo mientras escuchaba susurros lúgubres. Intentó convencerse de que no era más que el viento atravesando la casa. Entre ellos discernía las palabras veladas de un alma obscura que entraba hasta lo hondo de su ser provocando un frío interior que sacaba el terror desde sus entrañas. Sentía cómo esta fuerza le oprimía las cuerdas vocales, le impedían gritar. Sus músculos estaban tensos, le costaba trabajo moverlos, pero a pesar  del terror de las sensaciones, juntó sus fuerzas en un grito interior para levantarse violentamente de su lugar y salir rápidamente hacia donde estaban los demás, que lo miraron con extrañeza. Al advertir sus miradas, temió sus burlas y calmó su ser callando lo que acababa de sucederle y socarronamente les apresuró ante su tardanza, pero el temor estaba en él y ya no deseaba estar a la sombra de ese espacio, mucho menos entrar por su cuenta.
Se mantuvo cerca de ellos con miradas fugaces hacia la casa, mientras en su mente una criatura terrible, de toda sombra helada como masa, comenzaba a escurrirse hacia fuera de la casa desde la puerta abierta. Percibía cómo una parte de ese ser se iría a casa con él.
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A pesar del poco tráfico en la ciudad, mi trayecto de mi nueva casa a la tienda en la calle Olivia y de regreso, me tomó una hora, esto por el aletargamiento, que me provocaba ese clima tan extraño, que me hizo perder noción de mi dirección en mas de una ocasión.
Cuando bajé del vehículo, me percaté de que los hombres estaban esperando afuera de mi casa aún con unas pocas de mis pertenencias fuera y les apuré a meter lo poco que faltaba, a lo que mirándose entre ellos lentamente, como queriendo retrasar el momento, tomaron las cosas y se dirigieron dentro. Tras ellos iba su supervisor, y pude notar que había algo que él deseaba decirme, pero cuando parecía que sus labios estaban a punto de pronunciar palabra, algo le disuadía de lo contrario. En mi mente sólo esperaba que no hubiesen destruido algún mueble de la sala o alguna de mis pertenencias. Después de acomodar todo, los despedí, no sin antes pagarles por sus servicios. Tan pronto tuvieron el pago en la mano, hicieron un veloz adiós y sin mirar atrás subieron en su camión y se alejaron.
Cerrando la puerta me quedé como todo nuevo dueño, admirando mi nuevo hogar y sonreía ante la satisfacción de haber encontrado algo de mi agrado. De pronto escucho la voz de un hombre adulto saliendo de la habitación al final del pasillo a mi izquierda. No entiendo palabra alguna, pero lo que llega a mí se entiende como una conversación. Me molesté al pensar que la falta de atención de los cargadores hubiese permitido la entrada de algún vagabundo, que viendo las puertas abiertas pensara que ese sería un buen lugar para poder dormir. Así que molesto, me enfilé a las pequeñas escaleras que se dirigían a las habitaciones superiores. Al entrar al pequeño pasillo, frente a la puerta de la habitación sentí la temperatura bajar drásticamente, mi corazón comenzó a latir con fuerza en mi pecho, mientras con cada respiración corta crecía un miedo interior que no entendía, pero mi coraje me hizo abrir la puerta de la habitación de golpe para encontrarla vacía. Aun así había una sensación de presencia que no dejé de sentir mientras recorría la habitación con la vista. Cerré lentamente la puerta y me convencí de que sólo era mi imaginación. Decidí alejar mi mente de tal suceso, bajé las escaleras y tomando el pequeño pasillo bajo las habitaciones entré en la primera puerta, de madera desgastada. Era el cuarto de televisión, era una habitación alfombrada con ebanistería ocupando la pared ante la entrada. Su iluminación diurna era a través de una ventana, opacada por las décadas, que ocupaba todo el muro lateral izquierdo, y en este ambiente añejo me acomodé para ver la televisión.
Cuando el hambre apremió, la tarde aunque temprana parecía cuatro horas más avanzada, y me dispuse a preparar mi cena en la pequeña cocina. No podía dejar de sentir la sensación de ser observado desde el recibidor a través del marco de la cocina.
Aun con la estufa encendida, mis dedos se sentían entumidos; sentía tras de mí una masa pesada que clavaba su atención en mí e invadía mi espacio personal con una energía incomoda que me hacía apretar los dientes, mientras sentía el cuello de mi camisa levantarse como si en verdad estuviese alguien detrás mío jugueteando con él. En el sobresalto, tiré la espátula, manchando el suelo, mientras salía de espaldas de ese espacio que me provocaba tal incomodidad. En este momento y con la desesperación creciente ante el miedo que me albergaba, comencé a tensar mis músculos tan fuerte que sentía la tensión acumularse en mis hombros.
En un intento de insuflar valor a mi temeroso coraje, alcé la voz, en un intento por llenarme de un valor que perdía a cada instante.
 
—Ya carajo... —hablé fuerte con una voz entrecortada—, ¿qué quieres, acaso te he molestado? —cada palabra salió sin siquiera pensarla y en cada una buscaba valor. Como única respuesta, una sensación de estremecimiento recorrió mi columna que me hizo responder con una garganta seca y casi cerrada—, lo siento mucho pero no me voy.
Me quede ahí parado, en medio del recibidor con la oscura sala a mi derecha, las habitaciones a mi izquierda y la cocina ante mí, con la piel erizada y las extremidades frías.
El temor dentro de mí me hizo percibir el tiempo que me quede inmóvil como una eternidad, hasta que el sonido de un solitario vehículo me sacó de mi temeroso letargo. Terminé de cocinar mirando con el rabillo del ojo en todo momento. Con el estómago aún cerrado de miedo, di sólo unos pocos bocados a mi cena. Terminé, prendí cuanta luz pude y me dispuse a bañarme con las puertas de la habitación y del baño bien cerradas en un intento de calmar aún más la inquietud que me dominaba.
 
Me sentí de vuelta en mis años de infancia en que el cerrar los ojos en la regadera me daba pavor. Fue aterrador el esperar se enjuagaran mis ojos, mientras sentía una presencia cernirse sobre mi cortina. Cuando podía, abría los ojos aguzando el oído en torno al espacio detrás de la cortina. Cerré la llave y comencé a secarme, cuando el pomo de la puerta se movió frenéticamente por una fracción de segundo causando que mi corazón se congelara. Con los ojos abiertos ante la adrenalina que sentía, me concentre una vez más, en cualquier ruido exterior para encontrar una lógica. Al final, lo atribuí al viento. Una idea que me forcé mucho en creer, dado la imposible explicación.
Cuando abrí la cortina del baño vi una mancha de pasta de dientes, unos centímetros más abajo del pomo de la puerta, el tubo estaba bien cerrado justo donde lo había dejado.
La poca tranquilidad que había tenido hacía unos segundos, terminó cuando al salir del baño noté la puerta de la habitación entreabierta. Aunque intenté convencerme de que quizá no la había asegurado bien. La calma ya la tenía perdida, dentro de mí recordaba claramente el clic del pestillo.
Acercándome a la puerta, la abrí con temor y asomé la cabeza, escudriñando el pequeño pasillo ante mí y al fondo, la oscura penumbra de la sala. No se veía nada, agucé el oído, conteniendo la respiración, no escuchaba nada más que el tic-tac del reloj en la cocina y los ruidos de la ciudad a esas horas de la noche. Cerré la puerta y me aseguré de ponerle el seguro bien puesto para vestirme rápidamente con la poca calma que me hacía sentir la habitación cerrada.
 
Si mi teléfono fijo hubiese estado conectado, no lo estaría hasta el día siguiente, en ese momento hubiese marcado algún número de protección para calmar mi intranquilidad, pero al carecer de él, opté por utilizar mi celular, pero esto sólo ayudó a aumentar mi nerviosismo ya que se encontraba apagado y boca abajo. La batería estaba más que optima oprima[U1]  y al colocarlo en el buró lo hice con la pantalla hacia arriba. Con mayor temor lo encendí. Me  desespere ante su tardanza por permitirme abrir el menú de marcación. Al marcar, no obtuve tono de marcado, lo intenté una y otra vez. En cada intento, mi desesperación se iba convirtiendo en frustrado coraje ante el aparato que me fallaba en momentos como estos.
Aunque no había escuchado sonido alguno al asomar la cabeza, el no poder comunicarme al exterior alteraba mi tranquilidad y aunque intenté recostarme, con mi navaja a la mano, no podía conciliar el sueño. Caminé entonces a lo largo de mi habitación una y otra vez. De vez en cuando intentaba conseguir un tono de llamada, pero cada que miraba el celular lo encontraba apagado y en cada ocasión mi frustración dominada por el temor se iba tornando en coraje que al final me hizo decidirme a revisar, cada centímetro de mi nuevo hogar, en búsqueda del intruso.
Recorrí cada habitación de la casa, desde el cuarto hasta el baño en la parte alta, inclusive el cuarto de televisión, sin encontrar a alguien. Volví a mi habitación, para dormir, convenciéndome de que quien hubiese entrado ya debió de haber huido, aun con ese pensamiento la inquietud seguía dentro de mí, costándome trabajo conciliar el sueño ante el temor que brotaba desde mi estómago provocando una sensación de vacío.
 
Mi sueño, ligero, fue interrumpido por golpes urgidos y pesados que tronaban en la puerta de madera, resonando dentro de la casa hasta mi habitación, lo que provocó una violenta reacción de mi cuerpo al enderezarse, con el corazón acelerado, con la adrenalina fluyendo velozmente por mi cuerpo sentía cada sentido de mi ser atento ante un peligro que seguía sin entender.
Temeroso, me dirigí hacia la puerta, donde los golpes seguían frenéticamente haciendo que su estruendo terminara molestándome, alejando el temor que dominaba mi cuerpo y haciéndome apretar enfurecido los puños, hasta que, después de haber corrido el cerrojo y quitado el seguro de la chapa de la puerta, razoné, recordando que había cerrado la reja de mi cochera, no esperaba a nadie. El coraje se volvió temor, abrí la puerta rauda y violentamente, dejando entrar el clima frío de la madrugada. Sobre la barda ante mi porche veía la farola de la calle con su amarillenta luz, la cual tímidamente iluminaba mi cochera a mi izquierda, proyectando las sombras que el portón le dictaba. La luz que se colaba por la puerta abierta daba aún más un aspecto de lobreguez al recibidor a mi espalda.
Temí alejarme del resguardo de la puerta así que desde ese lugar escudriñe lo que alcanzaba a ver con la poca claridad que la fría luz me daba, buscando alguna señal de una nueva intrusión pero no encontré ninguna. Queriendo ya sólo dormir cerré la puerta de nuevo, no sin antes espiar por última vez fuera, a través de los últimos milímetros antes de cerrarla.
De nuevo en mi cuarto, viendo que eran las dos veintiocho, me acomodé en posición fetal para poder dormir, otra posición y mi corazón se helaba dejando una sensación hueca en mí.
En mi sueño algo me hizo abrir los ojos violentamente. Una masa oscura había tragadoa mi habitación junto conmigo y estábamos dentro de ella. Sentía mi cuerpo siendo presionado sobre mi cama como queriendo aplastarme, en esa mezquina vileza que ahogaba toda sensación interna en mí, vi dos puntos rojos en la inmensidad de su oscuridad. Los temores del día llegaron a un punto en que comenzaban a ahogarme, pero mi propio ser fastidiado, aunque temeroso, me devolvió un poco de razón. Con voz temerosa, pero lo más firme que pude, le dije que me dejara dormir por favor, que era lo único que quería, pero entonces escuché por primera vez su sonido salvaje, tan grave que hacía vibrar el mismo terror que provocaba mientras se reía rugiendo en mi cara. Con la bestialidad que sentía, aumentaba la presión en mi pecho, el miedo llegó al punto de darme cierto coraje que me hizo gritar: “¡¡ya!!”. Comenzó ahogadamente, temerosamente, hasta que poco a poco fui venciendo la presión en mis cuerdas vocales, para terminar en un reclamo con coraje. La presión se esfumó, de nuevo distinguía los contornos de mi habitación, eran las tres quince de la mañana.
Ahora estaba seguro que como temía, había algo más conmigo. Por esa noche, mi sueño continúo sin sobresaltos pero ligero.
Cuando escuché al primer gallo ya había despertado minutos antes. Con los ojos aun cerrados, mi cuerpo sintió un alivio ante la idea de que en un par de horas el sol despuntaría.
Poco a poco se escuchaban los demás sonidos matinales, hasta que a través de mis cortinas entró la primera luz del día. Sin pensarlo un instante las corrí a lo largo de la ventana sobre la cama, dejando que la habitación se iluminara. Esa mañana decidí darme un baño rápido, con la puerta atrancada con una silla, para quitarme el sudor del terror nocturno. Desayuné apresuradamente, quería salir lo más pronto posible de ahí.
Me dispuse a ir a comprar, antes que nada, una alarma casera que pudiera instalar yo mismo rápidamente. La luz del nuevo día me dio confianza para volver a convencerme de que algo más físico que etéreo era la razón de lo ocurrido. Quizá el cansancio de la mudanza me había hecho amplificar los sucesos, me concentraba en cualquier cosa que pudiera calmarme.
Durante la mañana platiqué de los eventos ocurridos entre mis amigos, esperando que alguno pudiese mandarme en dirección a alguna santera, padre o pastor. Después de ciertas incredulidades, al fin una amiga me recomendó una señora que le leía las cartas además de que hacía limpias. Me dirigí a la dirección dada con la esperanza de tener una noche de tranquilidad.
La señora que estaba ante mí, tenía un cuerpo como de madre gallina, con una voz femeninamente gruesa, dado su gusto por el tequila. Su tono era estridente y denotaba un autoritarismo terrenal y quizá hasta espiritual.
Me sorprendió con su conocimiento de lo que me ocurría, aun antes de que siquiera se lo mencionara, pero agregó que no podría saber con certeza qué era lo que estaba en mi casa sin antes haber ido. Así que acordamos que la vería en un par de horas cuando se desocupara, ya que tenía otras consultas, como ella les llamaba. Me dio una lista de cosas que debía comprar y le extendí mi dirección al reverso de un viejo ticket de compras.
El sentimiento de vacío en las tripas no hizo acto de presencia  hasta que, llegado el momento, tuve que enfilar mi camino de vuelta a casa.
Ala puerta de la casa, me rehusé a entrar así que me quedé esperando a la señora en la terraza que había en la parte de atrás, bajo una espesa buganvilia, donde se sentía un frío gélido a pesar del sol que coronaba el cielo. El ambiente estaba cargado de depresión y aunque el jardín era verde, las sombras bajo la buganvilia le daban un aspecto marchito y podrido. Con tal carga a mEi alrededor, el tiempo de espera se me hacía eterno, hasta que al fin escuché un auto estacionarse frente a la reja; por fortuna era quien esperaba. Vi cómo, con movimientos pesados, se bajó de su Windstar de color verde descascarado, ante loviejo del vehiculo.
Mientras cruzaba la cochera techada, pude escuchar su enérgica voz reclamando que no le contestaba el teléfono, que diera gracias que había decidido venir sin mi respuesta. Mientras me decía eso, tomé mi celular y vi que estaba apagado. Lo encendí corroborando que la batería estuviera completa, pero ahora mi celular no mostraba señal. Decidí no darle importancia, ante la promesa que se me presentaba para la resolución de esta situación.
 
Abrí la hoja del portón para dejarla pasar, subimos los escalones de la cochera hacia mi pórtico.
Mi nerviosismo era tal que queriendo apresurar las cosas, le extendí las cosas que me había pedido, las había dejado sobre la mesa en el pequeño porche ante la puerta. Me pidió, con un tono molesto, que calmara mi ser, ya que interfería en su conexión con las energías de la casa, lo cual era necesario para entender a lo que se enfrentaba. Esperando yo algún ritual como de película junto con cánticos, me sorprendí cuando vi que todo lo que se dispuso a hacer fue sentarse en una silla que movió de cara a la puerta abierta, sacando una cigarrera de la que tomó un tabaco que se colocó entre los labios disponiéndose a fumar, no con aire despreocupado, a veces con los ojos cerrados levantaba su rostro volteándolo de un lado a otro, parecía estar buscando un sonido particular, el cual en un momento pareció percibir, creí yo al ver su seño fruncirse.
Observé sus gestos que eran como si extendiera su atención hacia un punto en el infinito del interior del espacio. Al fin abrió los ojos y el cigarro se había consumido en su totalidad, sólo quedó la colilla la cual voló sobre mi barda, en un ágil movimiento de dedos que le catapultó, se levantó lentamente sin expresar palabras parándose en medio del claro de la puerta, donde dándome la espalda al fin se comunicó.
 
—No es una casa muy antigua, pero las presencias aquí lo son. No habrán vivido en esta misma casa, pero sí en este mismo lugar. Podría asegurar no hay ninguno que pueda hacerte daño pero hay una energía muy fuerte en esta casa y no es una positiva, es toda negación y su fuerza se basa en tu propio coraje. Es un espectro sin género pero celoso, quiere las cosas tal como estaban —su voz cambió y se hizo más violenta y biliosa—, no eres el dueño, yo lo soy. No tienes poder para mover mis cosas, ¡¡LARGATE!! —y sin siquiera hacer alguna pausa, su voz se suavizó, continuando donde se había quedado —debe poner todo como estaba y todo debería estar mejor.
Aunque el suceso me espantó, más miedo me dio ver la normalidad con la que trataba lo ocurrido. Ella se veía como el micrófono de las almas sin voz y parecía que ellaslo sabían, ya que según me decía nunca intentaron poseerla más que para comunicarse.
Después de reacomodar lo que había movido de la sala y el recibidor, tomó las cosas que me había encargado comenzando un ritual donde con inciensos en mano recorrió la casa golpeando y cepillando paredes y esquinas, para terminar encendiendo un manojo de ramas que colocó sobre una copa de barro bajo el dintel de la puerta. Anunció que era todo lo que podía hacer y me pidió que dejara que se consumiera todo, para después usar las cenizas para barrer el pórtico con ellas y se retiró. Al verla marchar, me di cuenta no sentía la semilla del temor, me reí para mí mismo al pensar qué ridículo me veía al actuar como un niño pequeño que dejan solo en casa por primera vez.
Con la tranquilidad que sentía ahora, tomé un vaso de cristal para verter en él un whisky, que preparé con hielos y agua mineral. Salí de nuevo bajo la buganvilia, donde tomando mi anterior lugar, esperé, a que como ella me había mandado, se consumieran las hierbas en el recipiente.
Pasado un tiempo considerable, durante el cual las tensiones pasadas se difuminaron entre el alcohol y las volutas de humo del cigarro, me levanté dirigiéndome al pórtico, desde el que miré la copa que ahora sólo tenía tizne y cenizas. Hice tal como me lo dijo. Al terminar coloqué la escoba con las pajas hacia el cielo, tal como ella lo dictó.
Al terminar de recorrer la casa, con las cenizas y haberlas lanzado a la calle, junto a la tierra que se iba acumulando, me dispuse a bañarme, esta vez, a diferencia de la noche anterior sin incidentes, al igual que lo fue mi tarde.
Así paso una larga temporada de tranquilidad.
La violencia crecía en el estado y en mi zona. Con oficinas de gobierno frente a mí, había sido ya testigo de enfrentamientos y varias casas fueron víctimas de los amantes de lo ajeno, así que opté por comprar un cachorro de Pitt Bull para que se volviera mi perro guardián. Dada mi recién iniciada relación, fue mi pareja quien escogió al cachorro entre la camada.
Aunque teniendo un terreno amplio, la casa, ante sus dimensiones, limitaba el desenvolvimiento del cachorro, por lo que me vi obligado, como fue creciendo, a mantener abiertas las puertas del pórtico y de la cocina, para que así el enérgico perro tuviera más espacio para moverse libremente, pero obviamente no era suficiente.
Cada oportunidad que tenía para escabullirse por la reja la tomaba, era un engorro poder volverlo a meter. Por más que uno le hablase, lo único que se podía hacer era dejarle sin pasador la reja de la cochera, para que llegado el momento que gustase, simplemente llegase a empujarla y se metiera.
Uno de esos días en que se iba y volvía, transcurrió con normalidad, si no fuese por un comportamiento nuevo que al principio no le di importancia. Pero con los días pasando, seguía su comportamiento, el cual comenzó a provocar cierta intranquilidad en mi pecho.
Corría como acostumbraba, en un amplio circulo que dibujaba saliendo del pórtico, bajando las escalinatas hacia la cochera, para atravesar este último en dirección a la buganvilia, para de ahí enfilar a la cocina y entrando por la puerta de esta, la atravesaba hasta donde había comenzado, para repetirlo infinidad de veces.
Pero ahora ese correr lo interrumpía a ratos brincando y jugueteando alrededor de algo inexistente. A veces parecía como si buscara algo le habían lanzado, para después seguir con su carrera, que una vez más era interrumpida por jugueteos que lo dirigían al centro del recibidor, donde, en más de una de esas ocasiones, lo vi sentarse encarando al pasillo de los cuartos del nivel medio, con la mirada levantada, atento a un espacio donde debería haber alguien atrayendo su atención, pero yo no veía a nadie.
 
Dormido ya una noche de la semana que mediaba, me encontraba en el mundo más profundo del sueño, cuando un corretear en mi losa me despertó, en mi letargo escuché las risas claras de niños y mi perro junto a esas risas.
“Malditos niños”, pensé, sin razonar la situación.
Me puse mis chanclas y me dirigí al cuarto sobre el mío, el subir las escaleras disipó un poco de mi adormilamiento, haciéndome razonar y pensar: “qué demonios hacen niños en mi casa”. En los últimos peldaños sentí una opresión en mi pecho, mientras mis vellos se erizaban. Tomé el pomo entre mi mano y las risas se detuvieron, menos el sonido que mi mascota hacia mientras corría y brincaba en la habitación. Abrí de golpe encendiendo el interruptor a mi izquierda, la luz parpadeó un poco antes de iluminar totalmente la habitación. No había nada, sólo el perro detenido repentinamente mirándome juguetonamente. Miré a mi alrededor y no había niño alguno, ante esto mi columna vertebral se cimbró, recorriéndome una sensación de huida, que no escuché.
Di una orden para que saliera, cerrando la puerta tras de mí sin apagar la luz. Volviendo a mi habitación me metí a mi cama, donde, como niño chiquito, me tapé completo con las sabanas, mientras el can se acomodaba bajo una mesa de noche junto a mi cama.
Los sucesos se repetían con regularidad, pero ante la naturaleza inocente de lo que ocurría; no había destrozo y mucho menos ataques a mi persona; terminé por acostumbrarme, inclusive a los ahora sonidos de canicas rodando escaleras abajo a las tres y veinte de la madrugada. Lo único que hacía en momentos así era alzar mi voz y pedirles que me dejaran dormir, lo que resultaba en pequeñas risas, pero terminaban haciendo menos ruido.
Un día mientras cocinaba lo encontré gruñendo a algo que debía estar ante él pero no lo estaba, caminaba hacia atrás y a cada paso su gruñido se volvía más un quejido, hasta perderse en un sollozo de miedo que lo llevaba hasta una esquina, junto a la puerta al patio, donde se hizo ovillo llorando quedamente. Extrañado lo observé intentando entender su comportamiento. Entonces, la puerta de la entrada fue azotada con tal fuerza que me sobresaltó e inclinándome hacia atrás miré a mi izquierda, hacia la entrada que ahora se encontraba cerrada, la sucesión de eventos me estremeció y comencé a sentir una vez más un temor incómodo.
Durante lo que restaba del día lo noté temeroso y sus andares no los hacía de otro modo que pegado a los muros. De noche, el Pitt Bull tomó entre sus dientes su almohadón arrastrándolo hasta estar al otro extremo del cuarto, bajo la mesa de ese lado, parecía ahora temer el tener la puerta de la habitación frente a él y le rehuía.
 
Intentaban violentamente entrar a la puerta de mi habitación, ante la cual el perro estaba en posición sumisa y temerosa con lloridos casi apagados, el terror de tener un intruso me hizo gritar —¡¡Heeey!! —pero como única respuesta seguían moviendo violentamente mi pomo. Saqué la pistola del cajón junto a mí y con valor me acerqué a la puerta, tomé la bola entre mis manos e intenté con todas mis fuerzas detener las sacudidas, sintiendo en mis manos la violencia que transmitía tal ímpetu.
Cuando se detuvieron las sacudidas, quite los seguros entreabriendo la puerta, ante mí había una mole oscura de profunda maldad que presionaba contra la puerta con el peso de su vileza. Quería gritar pero me era imposible, podía sentir que mis cuerdas vocales se esforzaban por vibrar, mientras forcejeaba para asegurar la puerta.Desperté jadeante, empapado en sudor buscando rápidamente encender la lámpara a mi lado, la puerta estaba cerrada y mi perro, no estaba en su cama bajo la mesa, ni bajo o sobre mi cama. ¿Dónde estaba ese maldito can?, no lo encontré por ningún lado, una honda intranquilidad comenzaba a dominarme, quise darme valor aparentando coraje gritándo de palabras al aire, intentando concentrarme sólo en esa idea, en gritar vituperios y amenazas.
 
La casa estaba cerrada a cal y canto, el perro no estaba en ninguna habitación. No pude mantener más la fachada de coraje, comencé a ser dominado por el pavor de no saber dónde estaba mi mascota y ante la ignorancia de cómo podría haber desaparecido. Después de todo, no podía haber salido de la habitación sin que yo le hubiese abierto primero.
Recordé mi primera noche en el lugar mientras un frío temblor me recorría. Dormí con todas las luces encendidas esa noche.
 
No sabía cómo tomaría mi pareja la desaparición de nuestra mascota una vez se lo dijera, pero mientras masticaba cómo informarle, ella me soltó la narración de un sueño que había tenido. Mientras avanzaba en su narración mi piel se helaba al darme cuenta de que era casi idéntico al mío, con la diferencia de que ella lo había vivido desde mi cama. Me había visto levantarme con el arma y al llegar al momento en que abrí la puerta, ella me narra que su sensación fue de desesperación, de deseo de morir por la simple sensación que le oprimía, que le hacía escuchar los llantos de niños que le desgarraban el alma con su lamento.
Me callé mi sueño para no espantarla.
Cuando llegamos a mi casa y no ser recibida por el perro, mi novia preguntó por él. Por toda respuesta le dije que en la mañana se me había salido, mientras dejaba la reja sin el pasador corrido, como muestra de la veracidad de mi mentira.
Como todo fin de semana, nos preparamos para ver una película, acomodándonos en el cuarto de televisión con las botanas y bebidas bien dispuestas. Cerré las cortinas aterciopeladas, no teniendo más iluminación que la televisión ante nosotros. Me acomodé y reproduje la película.
Todavía no se desarrollaba la trama, cuando se escucharon lamentos caninos junto a rasguños débiles dentro de los cajones del mueble. Toda idea de que hubiera estado ahí todo este tiempo se desvaneció en cuanto abrí una de las puertas para inspeccionar dentro con la luz de mi celular, sin encontrarlo. Con la limitada luz que teníamos nos dirigimos miradas nerviosas y callamos cualquier comentario, para seguir con la película, convenciéndonos cada uno de que el sonido debió ser de la misma.
Al poco tiempo una vez más, escuchamos los mismos ruidos, pero esta vez debajo de nosotros, dentro del sofá, lo que nos hizo levantarnos rápidamente y sin pausarme corrí a las cortinas que abrí para dejar entrar la luz, la que los envejecidos cristales permitían pasar, mientras la película seguía escuchándose sobre el sonido de arañazos dentro del mueble. Aun sin compartir palabras, nos entendimos y juntos dimos vuelta al sillón. Sobre el piso virutas de madera y por dentro del sofá, en su marco, surcos de rasguños, pero el perro no estaba bajo el sofa. No se necesitaba ser un conocedor para poder notar que esos restos de madera en el suelo eran recientes, se podía sentir el aroma de la madre expuesta.
Ahora, mirándonos temerosos a los ojos, sin palabras, decidimos mejor salir de la habitación cerrando tras nosotros la puerta. En total silencio, con nada más que el sonido de la calle, en el estrecho pasillo nos quedamos mirando la puerta, intentando escuchar algún sonido, pero no se escuchó más.
 
Con el aire de la tarde, comenzamos a convencernos entre nosotros de que quizá eran los años de la casa y sus muebles los que provocaban esos ruidos, definitivamente las polillas deberían de abundar y pensamos que, eso debía ser, así que quedamos que llamaríamos un exterminador al día siguiente.
No continuamos con el plan de ver películas, en su lugar decidimos salir a la terraza bajo la buganvilia. Disfrutando de la tarde con una carne al asador y unas bebidas junto a unos pocos amigos que decidimos invitar.
La velada avanzaba sin contratiempos, desvaneciendo en nosotros el recuerdo de lo ocurrido cuando uno de nuestros amigos pidió usar el baño, a lo que encaminándolo hasta la entrada de la casa le señalé las escaleras y la ubicación del baño; dejándolo, me regresé con el grupo.
A los pocos minutos llega mi amigo todo agitado diciendo en voz alta
—Ya ni la chingas, cabrón. Te me mamaste, ¿por qué me espantas así, culero?
Yo no sabía qué decir, sólo me le quedé mirando para ver si acaso bromeaba, pero fue mi novia la que le dijo que yo había estado ahí todo el tiempo, a lo que él preguntó quién había sido entonces, narrando lo que le pasó.
—Ya estaba yo orinando cuando escuché que este culero me llamaba desde afuera y pos que le digo que ya casi salía pero sólo seguía diciendo mi nombre y pos que abro la puerta, ¿no?, y no había nadie y pues luego miré pa' la cocina y estaba abierta la puerta del refri, ¿no?, y pues que le digo a este wey —dijo, mientras con un movimiento de cabeza me señala—, si era él y nomas terminé de preguntar y se cierra de trancazo el refri y no había nadie frente a él, ¿verdad?, y pos que me vengo corriendo bien culeado.
Mientras escuchaba su historia, sentía mis vellos erizarse. En mi mente, el recuerdo de la masa oscura comenzó a materializarse una vez más en mi mente, vagando en ella y creando un temor creciente.
La noche demostró que no sólo en mí provocó incomodidad, ya que la algarabía del alcohol disminuyó volviendo el ambiente ligeramente denso, con todos mirando por el rabillo del ojo, en pláticas quedas, atentos por si algo pasaba a nuestro lado. Pero nada pasó.
El lamento estridente de un niño nos hizo brincar en nuestros lugares, cada uno de nosotros mirándonos en silencio, esperando que alguno nos pudiera dar una razón que calmara nuestros temores.
El llanto no cesaba. Más lamentos infantiles se le sumaban a cada segundo que pasaba, rogando porque alguien se detuviera, los gritos entraban hasta la raíz de nuestros nervios, a pesar de que eran como susurros del viento entre las hojas, poniendo nuestros sentidos alerta.
Los hombres en el grupo fuimos atraídos hacia la cochera, donde el lugar le daba un eco callado a los lamentos. Un susurro a nuestra izquierda nos hizo voltear la mirada con la respiración acelerada, pero como hombres que éramos, ninguno puso en acción su pensamiento, cada uno de nosotros nos llenamos de valor para encaminarnos escalinatas arriba y adentrarnos en la casa.
Pasé saliva secamente a través de mi garganta cerrada mientras atravesábamos el claro de la puerta, escuchando los lamentos provenientes del piso medio. Los lamentos no cesaban, seguían siendo un susurro que calaba los huesos, pero mientras más cerca estábamos de la habitación pudimos distinguir un acallado quejido animal, se escuchaban dolidos y cortados como si le golpearan durante sus quejidos.
Abrimos la puerta encendiendo los focos, seguían escuchándose los lamentos, pero ahora como algo lejano en las profundidades del espacio, y fuera de ello nada más. La habitación estaba vacía con la cama tendida como la había dejado la última vez que la vi.
Cerramos la puerta y comenzamos a murmurarlo sucedido. Quizá el sonido venía del vecino y por la ventana se filtró el sonido hasta la habitación; después de todo el vecino en verdad tenía hijos; Era claro que no nos creíamos esto, pero era mejor que bajar y asustar aún más a las mujeres.
 
Está por demás decir que ya el ambiente se había vuelto incómodo, y el clima que comenzaba a dominar la noche no ayudaba. Una ligera capa de niebla podía verse gracias a los focos de la calle y los pocos de mi casa que estaban encendidos. No ayudaba el tener frente a la casa nada más que la reja de las oficinas de gobierno dando hacia su plaza interior en penumbras y con sombras que podrían guardar más de un espanto. El frío comenzaba a ser algo más que físico, se sentía cómo entraba en la carne, al alma y al corazón.
Eran ya las dos y minutos de la mañana cuando al fin nuestros amigos decidieron escuchar su voz interior y comenzaron a irse. Mi novia decidió quedarse, alegando que tenía un mal presentimiento, y prefería quedarse a mi lado y no dejarme solo, así que despidiendo a todos dejamos los desechables para la mañana que se acercaba, dirigiéndonos a la recamara donde sin pensarlo nos dejamos caer en la cama rendidos y ebrios.
No recuerdo qué hora era cuando el ruido de un cristal tronando me despertó, con la luz encendida vi a mi novia igual de alarmada, su rostro apoyado en la almohada con los ojos bien abiertos. Me levanté y en la cómoda junto a la cama el cristal estaba cuarteado, parecía haber sido golpeado por un puño. No podía encontrar respuesta satisfactoria sobre lo que podía haberlo causado, en la lámpara de noche no había objeto alguno que pudiera soltarse, y mucho menos con el peso suficiente para ese daño, en el techo ninguna pieza falta. Pero fue mi novia la que ofreció una solución que preferimos tomar sin meditarla de más. De seguro el cambio brusco de temperatura había provocado ese daño, ya estaba helando a las cuatro de la mañana, según vimos al momento en el reloj de la mesa de noche..
Estábamos por dejar eso por la paz cuando sobre nosotros en la habitación de arriba se volvían a escuchar los lamentos, seguidos de cristales cayendo al suelo y haciéndose añicos. Los dos nos sobresaltamos, pero tuve que fingir control y valor, pidiéndole se quedara ahí mientras iba a ver qué ocurría. Salí de la habitación, pude sentir que ella iba tras de mí, le pedí que por favor me esperara, mi tono era molesto a causa de mi temor. Seguí avanzando sintiéndola aún tras de mí, así que me volteé pero no había nadie, sólo el corto pasillo, de bajo techo, a la habitación, con la iluminación de sólo la luz que salía de la puerta entreabierta. Llamé a mi novia, pero no recibí respuesta, supuse que no me escuchaba ya que mi llamado era quedo por el pavor que comenzaba a dominarme.
Mi corazón se aceleró; luchando contra el ímpetu de salir corriendo caminé a través del recibidor y subí las escaleras, encendiendo la luz a mi paso. Mi respiración era ruidosa, podía sentir el salvaje palpitar de mi corazón contra mi pecho. Me armé de valor con lo último que me quedaba de coraje, abriendo la puerta lentamente, dejando que la luz del recibidor entrara tímidamente tendiendo mi sombra sobre las sabanas de la cama y yaciendo en ella estaba la silueta de mi perro. El temor se disipó durante un momento, mientras me llenaba el sentimiento de alivio por haber encontrado a mi mascota. No pensé en su desaparición y ni siquiera me cuestioné en ese momento dónde pudo haber estado, simplemente me alegré de que al fin apareciera, así que encendí la luz y ahí estaba. Sí, pero ensangrentado con los vidrios del espejo del respaldo incrustados en su cuerpo, las sabanas enrojecidas eran lo único que podía ver ante el cuerpo destrozado de mi perro con los cristales a su alrededor. No sé cuánto tiempo estuve ahí pasmado, sin saber qué hacer o cómo reaccionar. Simplemente de repente mi cerebro pateó y no me mandó ninguna otra orden que la de salir corriendo hacia mi habitación, donde tomé a mi novia de la mano urgiéndola a irnos de inmediato. Se resistía aún adormilada sin entender nada, pero mientras más la jaloneaba y le gritaba, comencé a transferirle mi temor. Mientras me preguntaba que ocurría, la subí al auto y abrí el portón para sacar el carro de la casa sin siquiera molestarme en cerrar, sólo quería irme de ahí lo más pronto posible.
Tomé las solitarias calles de la ciudad. Mientras avanzaba, temía mirar por el retrovisor; en mi interior una voz me decía que lo único que vería sería una masa oscura tragándose todo a su paso mientras iba tras de mí. Cada vez que pensaba en ese temor, más crecía mi necesidad por vigilar mis espaldas; no pude más y mire a través del retrovisor… penumbra.
Desperté sobresaltado con una sensación de vacía ligereza. A mi lado mi novia aún dormía. Con la mirada en el techo rememoré con temor mi pesadilla, “no volvería a cenar tan pesado”, pensé.
Mientras intentaba una vez más conciliar el sueño, un ruido llegó a mí desde el pasillo, eran ruidos como de llaves. Salí al pasillo, mientras los sonidos de forcejeos se escuchaban del otro lado, parecían estar probando entre un montón de llaves, me sobresalté con el temor de que tenía intrusos con mi novia en casa. Grité tan fuerte como pude para hacerme presente, los amenacé con la posesión de un arma con la esperanza de que eso los ahuyentara y salieran corriendo, pero como única respuesta sólo hubo un “¿escuchaste algo?”, al exterior. La puerta se abrió y quedé cegado por la luz fuera de la casa. Bajo el umbral de mi puerta estaba un hombre cargando a una mujer. Mientras sentía la sombra oprimir mis espaldas, les grite: “¡¡¡VÁYANSE!!!”.
 [U1]No está claro “estaba más que oprima”
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Foto del autor Faustino Aguirre Zuiga
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Descripción

Basada en las vivencias de una amiga en su casa de Cd. Victoria Tamaulipas, hasta el momento nada sangriento ha sucedido pero los sucesos paranormales descritos forman parte de sus vivencias

Palabras Clave: victoria terror paranormal Junge Hasen

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Terror & Misterio


Creditos: Junge Hasen (Faustino Aguirre Zuiga)


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