La probabilidad, el albedro o las barajas: Captulo 26. Todas las probabilidades se cumplen, s
Publicado en Aug 15, 2018
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EXTRACTO DE LA NOVELA: La probabilidad, el albedrío o las barajas.
http://www.megustaescribir.com/obra/64381/la-probabilidad-el-albedrio-o-las-barajas  
26.     Todas las probabilidades se cumplen, son reales.   
Nos sentamos en los cojines. Observaba mis ojos y mis manos estudiando mis reacciones y bajó su mirada cínica. No me engañaba. Me invitó a que cruzara los brazos y cerrara los ojos. Él hizo lo mismo. Yo obedecía con cautela. Hasta que habló.
—Padre nuestro, que estás en los cielos —¡Qué? —, santificado sea tu nombre…
—No, Darío. Lo siento, no es esto lo que esperaba.
Di un brinco y ya estaba de pie. ¿qué interés tenía mantener una conversación cuando el comienzo sofoca tu razón?
—Pensé que … —quería continuar hablando, pero le cortó su propia risa.
El muy tremendo cojudo me señalaba con su índice. Sentir que se ríen de nosotros con alguna ventaja produce agravio. Me acicalé el cuello de mi camisa, ganando tiempo a que dijera algo antes de despedirme, pero por alguna razón no lo hice y siguió riendo.
—¿Pensaste que qué…? Me voy al jardín hasta que vuelva tu hermana —hablé no tan convencido de querer irme.
Y explotó a carcajadas. Seguro me vería con una cara de tremendo idiota. Y yo me sentía igual por no largarme de una vez por todas de su vista, hasta que bajó su ímpetu y se calmó.
—Lo siento, muchachito, lo siento. Siéntate, por favor. 
Es inexplicable, pero intuía descubrir con Darío algo nuevo, un no sé qué, un algo. Como si me anticipara a conocer el tiempo de esa media hora posterior; el tiempo que ese bufón me enseñara a ver diferente, a pesar de su ropaje ridículo y sus parlanchines artilugios. Ese tiempo que existe y es tan real como el pasado; que no es que esté por venir, sino de experimentarlo. Por ese algo enigmático no me fui y obedecí a regañadientes a la mágica palabra: «por favor».
—No me gustan las bromas —detallé, mientras volvía a sentarme.
—Te he dicho que lo siento. No tienes sentido del humor.
—No veo el humor. Lo que te puedo contar es muy serio.
—No eres creyente, ¿Verdad? —Darío habló con sensatez.
—No; pero, no me he sentado para a hablar de eso —indiqué rápido.
—¡Ajá!, eres de los míos. Así podemos hablar mucho mejor.
—Entonces, ¿por qué rezas al iniciar tus sesiones?
—En tu caso, para saber qué pensabas.
—Me lo imaginaba.
 
A partir de ese momento la conversación tomó otro tono. Le hablé sobre mis visiones desde muy niño. De la mujer sobre la luna y de Juanito, incluso me mostró todos sus dientes cuando le conté mi anécdota del gato sobre la mesita de vidrio. Hasta ese día no podía explicarme si lo que veía era normal o eran creaciones de mi cerebro inquieto. Le conté otro poco de las ideas de mi madre y de mi abuela.
—¿Sabes? Es increíble que te acuerdes de cosas desde muy niño.
—Eso mismo decía mi abuela, de mi memoria privilegiada.  Me acuerdo incluso de cuando la gente de Paita durmió en carpas en el tablazo porque alguien predijo que se saldría el mar: fueron tres noches y el mar nunca se salió, ¡hasta ahora está en su sitio! —Darío emitió una tos leve repetidas veces—. Debía de tener unos tres años y medio, pero me acuerdo como si hubiera sido ayer. ¿Recuerdas esa noticia?
—¡Ah! ¡sí!, ¡sí!, ¡claro! —profirió, y me llevó a otro terreno—. Según me cuentas veo que te atraen los temas del cosmos.
—Sí —respondí sonriendo.
—Entonces sabrás que hubo una época en que creíamos que la tierra era el centro del universo y que el sol y todo lo observable giraba a su alrededor. Se pensaba que la tierra era plana —enfatizaba con sus manos—. Quién podría imaginar que podríamos caminar cabeza abajo; absurdo resultaba pensar que al mismo tiempo en la tierra podía ser de día y de noche. En el pasado todas estas cosas estaban fuera de la experiencia humana. Y luego con Galileo y Copérnico se supo que esto no era así.
—Eso ya lo sé —me miró unos segundos y prosiguió.
—Déjame hablar —plegó su frente y continuó—. Pero, también sabemos que hace catorce mil millones de años se produjo una gran explosión, el big bang y que a lo largo de millones de años el universo se enfrió y se concentró permitiendo la formación de estrellas, planetas y galaxias.
—Darío, no te molestes, pero eso ya lo sé.
Renegué de mi intuición. Darío no me traería nada nuevo. Hablé con perfil bajo, procurando no ofenderlo.  Si la conversación seguía en esa línea, detallista y cancina, sería un desgaste de tiempo, perdería de golpe mi interés y era preferible no continuar. Pero él se incorporó sin quitarme la mirada, se quitó la capa estrambótica, mientras resoplaba algo agobiado.
—Jovencito, ¿nadie le ha enseñado a callarse mientras un mayor le habla? No interrumpa, por favor —volvió a resoplar al volverse a sentar y continuó libre de insolentes—. Imagínate, ahora, si pudiéramos volverlo todo al instante mismo antes de la explosión. ¿Acaso la teoría del big bang nos dice algo de la fuerza que lanzó todo en explosión? No, ¿verdad?  Esa búsqueda llevaría a los científicos hacia otra perspectiva cósmica: el multiverso.
—¿El multiverso?
Ignoraba esa palabra y su relación con el cosmos. Fue ése el punto que encendió un poco mi atención.
—Sí. La existencia de infinitos universos paralelos. Algunos con propiedades básicas de la naturaleza tan extrañas que incluso la materia tal como la conocemos no podría existir; Otros serían idénticos con sus galaxias, estrellas y planetas que nos parecerían familiares, pero con diferencias asombrosas ¿Te imaginas?
—¡Claro! —jamás me había planteado esa perspectiva—, no me lo imagino.
—Inténtalo. Imagina que subes a una nave y llegas a los confines y advirtieras que más allá hay muchos más. Incluso, que están naciendo otros universos todo el tiempo.
—¿Es posible?
—No es metafísica o filosofía, aunque suene extravagante la idea de su existencia. Lo dicen las matemáticas, la física de partículas y la astrofísica. Los físicos tienden a seguir la lógica y la lógica parece llevar a eso.  
—Naciendo otros universos todo el tiempo, es extravagante.
Me abrumó esa perspectiva, quizá la ignorancia.  No pude articular palabra de solo pensar lo que me revelaba Darío. Él continuó.
—Y si te digo que, incluso, en algún lugar del multiverso puede haber un lugar en que todo sea idéntico al nuestro, excepto por menudas diferencias como, por ejemplo, que una hoja de un árbol de la Plaza de Armas en otoño haya permanecido un segundo más antes de caer al suelo y, en lo absoluto, todo lo demás fuera idéntico al nuestro en ese universo paralelo; o que haya otro Gabriel que sea niño aún, el mismo que estuviera esperando otra salida del mar desde el tablazo; o que tenga tu misma edad, idéntico a ti, pero que se comporta diferente, que quiera ser cura, por ejemplo. Si el cosmos es infinito, entonces habría que admitir un mar de posibilidades que parecería difícil imaginarlo.
—¿Eso puede ser posible, Darío? —No me echó cuenta. 
—Incluso cabría la posibilidad de eliminar esas mínimas diferencias y que haya una copia de ti, con tus mismos recuerdos, que se comportara como tú, que soñara lo mismo que tú, que ahora mismo esté dialogando con un tal Darío en un lugar idéntico a este, a esta misma hora, que como te vuelvo a repetir, aunque no se haya comprobado su existencia no se trata de ciencia ficción, sino de un modelo científico, teórico y real. En un número infinito de universo, Gabriel, todas las probabilidades se cumplen, todas las posibilidades que pueda tomar la realidad son reales.
—¡Pero…! ¿cómo se comprueba esto? todo lo que me dices puede existir como se dice de la existencia de los ángeles.
—Hay datos Gabriel. No pretendo darte una clase profunda, pero a ver si me sigues —afirmé con mi cabeza—. Lo que vemos, planetas, con sus lunas, estrellas, galaxias, la materia visible, solo representa un cuatro por ciento de la composición del universo; otra parte la compone la materia oscura. Esta no se ve, ni se puede medir, pero se deduce su existencia por los efectos gravitacionales que ejerce sobre la materia visible. Pero, tan solo el año pasado los científicos hicieron un descubrimiento increíble. Es como un manto cósmico que influye a los primeros elementos, una fuerza invisible y repulsiva que contrarresta la gravedad y que, en el caso, por ejemplo, de una pelota de fútbol lanzada al espacio, en vez que descendiera por la gravedad la obligaría a alejarse cada vez más rápido. Se llama energía oscura y representa más del setenta por ciento de la composición del universo. ¿Habías escuchado de esto?
—No.
A esa altura y por mi propio interés no volvería a interrumpirlo en lo más mínimo. Estaba entregado en mente a lo que Darío me desvelaba.
—Se pensaba que en algún momento se frenaría esa expansión, como se detendría la pelota de fútbol por la gravedad, pero resultó un descubrimiento increíble, la expansión no se frena, sino se acelera.
—No lo sabía.
—¿Tú qué dices?, ¿supones que esa energía oscura es más fuerte que la gravedad?, porque eso parece.
Esperaba mi respuesta.
—¡Sí, claro! Parece lógico —encogí los hombros.
—Pues, falso. Los científicos insinúan que esa fuerza es descomunalmente inferior de lo que se estimaba, pero a la vez con un valor numérico muy raro. Trátese de un misterio y un desajuste inexplicable en la ciencia.  Pero si vivimos en un multiverso este valor deja de ser un misterio —detuvo su monólogo un instante—. ¿Me vas siguiendo, Gabriel?
Darío hablaba amplio, con detalles, rápido y gesticulando con sus manos, con esa consistencia que le permitía conocer el guion. Me sería aburrido si ya sabía la lección, como al inicio de la conversación, pero en los temas nuevos… Me atrapó la nueva representación que me ofrecía del cosmos, dio en la diana, era mi tema predilecto desde niño, desde siempre.
—Sí. Lo estoy dibujando en mi mente, continúa.
—¡Bien! Suponte, ahora, que el valor de nuestra energía oscura fuera solo un poco mayor o menor. Si es más fuerte, todo se alejaría tan rápido que la materia visible y la misma vida no hubiera existido. Y si se tratara de universos con mucho menos energía oscura que la nuestra, colapsarían sobre sí mismos. Así que es de suponer que nos encontramos en el lugar ideal donde la energía oscura permite la vida tal como la conocemos. Entonces, tiene sentido hablar de un multiverso.
—¡Sí, claro!, pero, lo del valor de la energía no…—me perdía en algo.
—¡No qué? ¿No lo has entendido?
—No.
—¡A ver! Cómo te lo explico. Supongamos que, a nosotros, dentro del tapiz cósmico, nos ha tocado el valor de energía de —hizo una pausa pensando— un millón uno, por ejemplo. Suponte que ese valor se le asigna, como número, a una habitación en un inmenso hotel de millones y millones de habitaciones. Pero solo en esa habitación tendría sentido la vida tal como la conocemos, fuera de ella, en otros números de habitaciones, como en otros valores numéricos de energía oscura, todo sería diferente.  ¿Más o menos me entiendes?
—Me cuesta imaginarlo.
—Intenta hacerlo. Y si hay diversos universos con dispares leyes físicas hace que la vida en el nuestro responda más a un accidente, que a principios de creación divina.
—Sí. Me quieres decir que no hay un Dios creador. Eso sí lo tengo por asumido.
Cómo explicar mis sensaciones a las revelaciones de Darío. Él siguió hablando. Con un segundo ejemplo, de física cuántica, completaría su explicación del multiverso. Me bastó solo que él terminara la primera parte de su explicación para volverme sordomudo. Veía a Darío mover sus labios. Me abstraía la inmensidad del multiverso.  Me impregnó con un asombro cósmico no solo esa nueva concepción del universo, sino de mi vida misma. ¿Asombro? Será el germen de la poesía o la filosofía, como el de mi vacío existencial que empecé a alumbrar. El hecho de que hubiera otro yo allí afuera, que vive mi misma vida, mis experiencias, mis propios deseos y que, además, sueñe lo mismo que yo, despedazó mi imagen de sentirme un ser único, como me hacía sentir Amanda.  A la vez que me invadió una extraña sensación: ¿cómo siendo un insignificante mortal, con mi cerebro único -ya no tan único- y mínimo, fuera capaz de reflexionar sobre el multiverso, las otras dimensiones, la casualidad de la misma vida y mis otras vidas con sus incontables probabilidades? Quizá, porque somos parte de esa inmensidad que algún día podremos conquistar, conquistar, conquistar …  Quedé atrapado en esa muletilla hasta que volví a escuchar la voz de Darío cuando ya había terminado su explicación de física cuántica.
—¿Lo has entendido todo?
—¿Qué? ¡Oh!, sí.
—Me alegro. ¿Alguna pregunta que quieras hacerme?
Claro que comprendí la nueva perspectiva del cosmos y de lo eventual de la vida, solo con la primera parte de su explicación y ya estaba instalado en preguntas sobre la vida misma, su finalidad y el sentido de la humanidad, ¿Algún día podremos descifrarlo? Me acordé de la cara que me puso Jimena cuando estupefacta le contaba lo del universo; la misma con la que me vería Darío. Sentí una mínima vergüenza por no saber estos temas, por no haberlos leído antes, por interrumpirlo al inicio de sus explicaciones. Agaché mi mirada para ver mis manos. 
—¡Oh, sí, muchísimas! Todas. Pero no sé por dónde empezar. Me has dejado en el limbo —apunté sin erguir mirada.
—¿Del tiempo o del espacio? —se echó a reír por un mínimo instante y frenó juicioso para retomar—. A propósito del tiempo.
Levanté mi vista prevenido. Seguro me sorprendería de nuevo.
—Sí. Dime.
—Has escuchado alguna vez que el tiempo y el espacio están entrelazados. Serían un único continuo, como dos conceptos relacionados.
Pausó su intervención. Me invitaba a responderle.
—No. 
—El tiempo, hijo, es una ilusión. El cielo estrellado es en realidad muy distinto a lo que vemos. Nuestra perspectiva tridimensional nos engaña.
—No te entiendo —proferí, para que afine su explicación.
—¡A ver! Suponte que ves bajar de la escalera de un barco mercante a un grupo de personas con edades diferentes, con un aspecto concreto, en una posición determinada en la escalera, iniciando el descenso o ya a ras del suelo del muelle. Lo vemos. Estamos seguro de ello. Pero, si alguien nos dice, te equivocas, estás alucinando. No ves la realidad, sino la ilusión óptica de la realidad. La señora con sombrero murió hace algunos años. Ese niño no está llegando al suelo, sino está en otra parte. El joven de melena larga y con la cámara fotográfica en el pecho es un anciano calvo: pues, bien. Eso es algo similar cuando vemos el cielo estrellado, porque en realidad algunas estrellas ya han muerto, otras ya no están donde las vemos, algunas se ven refulgentes, pero en realidad están muriendo, etc. Y esto es así debido al tiempo que emplea la luz en llegar hasta nosotros. Cuando más demora en llegar más distante está el objeto. En realidad, nuestros telescopios funcionan como verdaderas máquinas del tiempo. Lo que vemos es el pasado. Un poco más. Por ejemplo, ¿conoces a alfa centauros?
—La estrella más cercana a la nuestra.
—¡Ajá! Su luz ha demorado cuatro años en llegar hacia nosotros. Lo que vemos de ella, entonces, es lo que era esa estrella hace cuatro años. Y si mirásemos el centro de la vía láctea lo que veríamos de ella sería lo que era hace treinta mil años. ¿Y Andrómeda…?
Me invitaba a participar.
—La galaxia más cercana.
—¡Bien! Su luz ha demorado en llegar hacia nosotros más de dos millones de años. Suponte si hay vida inteligente en esa galaxia y nos mirasen con un telescopio potente, aún verían a nuestros antepasados, los homos habilis, vagando por la llanura africana. Ellos serían nuestra referencia humana. ¿Ahora me sigues?
—Sí.
—Hay algo más. Mi héroe, Albert Einstein, aseveró que el tiempo es como el espacio. Como todos los fragmentos del espacio existen ahora todos los fragmentos de tiempo existen aquí y ahora, también: el pasado no se fue, el futuro está allí, todo es real.
—Disculpa. Me he perdido.
—¡A ver! Es como si todo el espacio y el tiempo en el que vivimos es igual de real. Existimos en diferentes momentos de este perenne espacio temporal y vivimos diferentes cosas en diferentes momentos, pero el futuro no se hace real por el paso del tiempo, sino que existe tanto como el pasado o el presente. Solo descubrimos lo que pasa en el futuro cuando lo experimentamos, pero no es menos real que el pasado; está allí, existe. Eso es lo que dice la ley de la relatividad y no lo podemos experimentar porque no podemos viajar a la velocidad de la luz que es donde tienen su observación estos acontecimientos. 
—¿Me estás diciendo que el futuro está escrito?, ¿que es real como el espacio que veo?
—No ves el espacio de ahora; ves una ilusión.
—Lo que sea —me sentía impotente, no sabía explicarme.
—Suponte que —dibujó con sus manos una superficie a la altura de su pecho— este plano es el espacio y el tiempo a la vez.
—Te sigo.
—Y que nosotros estamos en el centro —señaló el centro del plano imaginario; extendió a su lado su brazo izquierdo—. Entonces, lo que está desde el inicio de mi palma izquierda hasta el centro es el pasado: desde la gran explosión, la formación de las galaxias, los planetas, la vida, incluso todo lo vivido por nosotros. El centro sería el presente. ¿Estamos?
—Continúa.
—Y desde aquí hasta más allá —dibujó una línea recta infinita a su derecha—, es el futuro. Pasado y futuro están allí fuera, existen, tal como vemos las estrellas en el cielo; el futuro no se hace, sino que lo experimentas con el paso de tus horas. 
—¿Esto es real?
— Es complejo entenderlo. Esta concepción del espacio y el tiempo es uno de los avances más importantes de este siglo en el campo de la física y de la filosofía.
—Sí.
—La vida, Gabriel, no es un dilema para resolver, sino una realidad que está allí, que debe ser experimentada.
—¡Ah!
—Incluso nos resulta absurdo siquiera pensar que mientras más cerca estamos de la velocidad de la luz más lento trascurre el tiempo. ¿Cómo explicar que si un astronauta viaja a esa velocidad cuando llegue a la tierra encontrará a su hermano gemelo mucho más viejo que él?  Sería como viajar al futuro, desde nuestra perspectiva terrenal.
—Es complejo.
—Tú lo has dicho, desafía nuestro sentido común, pero todo se explica con la teoría de la relatividad, que incluso abre la posibilidad de viajar hacia al pasado o a hacia otros universos paralelos a través de unos llamados agujeros de gusano, pero tendría que informarme mejor de esto para explicártelo.
Estaba inquieto. Muy tímido pregunté con temor a que le pareciera ingenuo.
—Darío, ¿y por qué sucede todo esto cuando se llega a la velocidad de la luz? —sonrió.
—La respuesta es muy sencilla: siempre ha sido así, pero no lo observamos porque nunca hemos experimentado estas velocidades.
—¡Ah! 
—¿Alguna pregunta más?
 
Preguntas, preguntas y más preguntas. Tenía un sinfín de preguntas, tantas como los nuevos universos que descubrí con Darío de un plumazo. Recuperaría mi interés infantil de aficionarme mirando el cosmos. Tendría que leer más porque mi autoestima no permitiría este refregón de ignorancia.  Y yo que pensaba que lo sabía todo del cosmos y solo llegaba a unos cuantos planetitas y galaxias cercanas: no sabía una mierda, ni del multiverso, de la materia oscura y la energía oscura; ni de física cuántica que ni siquiera presté atención; ni del tiempo y espacio único, ni que el pasado está allí, que no se ha ido, igual que el futuro que está allí, solo que no lo hemos experimentado. Incluso que podemos viajar en el tiempo, como en las películas. ¡No!, yo no sabía ni una cósmica mierda.
—No sé por dónde empezar, Darío —hablé anulado.
Darío enseñó sus dientes inmaculados.
—¿De qué te ríes? —dije como defendiéndome de algo.
—Sonrío. Eso es todo. Sé lo que sientes —sentí su afección—. Te nacerán peguntas cada vez que mires al cielo. Si empiezas no pararás. El homo sapiens tiene esa capacidad de comprender el universo, qué especiales somos, ¿verdad?
En la conversación con Darío aprendí lo que otros no aprenderían en tres vidas terrenales. Así de relativo es el tiempo. Me alumbró otra representación de mi propia vida. ¿Qué me vendría del futuro que yo aún no había experimentado y sin embargo ya existía en el cósmico espacio-tiempo? ¡Qué agobio no saberlo! ¿Acaso no podría variar mi destino? ¿No dependería de mí esa posibilidad? Viendo las cosas desde esa perspectiva me resultaba mucho menos angustioso imaginar o ver mi futuro, el que yo querría que fuera, haciendo cosas o esfuerzos que me condujeran a ello, en vez de saber que ya existe, que está allí afuera, que no lo puedes modificar y que a pesar de lo real que es, no puedes saber qué es lo que te toca o te viene en la vida, porque aún no hemos experimentado esa parte del espacio-tiempo. Qué impotencia.  
—¿Sabes, Darío? Esto deprime, es como sentirse insignificante e inútil en la inmensidad del cosmos. Como sentirse solo, a pesar de las copias de sí mismo allí fuera.
—El saber tiene su precio, hijo. Ya se te pasará. Te lo digo por experiencia. Hay que vivir, después de todo, ¿no?
—¿Y cómo?
—No seas dramático. Crea y créate a ti mismo, encuentra un significado en tu vida, a pesar de su sin sentido y de lo indiferente que le seas al universo. Porque cuando ya no vivas más experiencia en tu espacio-tiempo no sabremos qué habrá.
—¡Paraíso…? No creo.
—Pero esfuérzate como si existiera. Es mi filosofía y no me va mal. Piensa, también, en el amor o en lo graciosa que es la vida. Nos alejan un poco del sinsentido de la vida.
—Sí, pero…  —detuve mi habla. ¿Quería a Jimena? —, con Jimena no sé lo que siento.
—¿Quién es ella?
—¡Oh! No es nada. Solo pensaba y …, olvídalo —me acordé de súbito de mi inicial interés; de Juanito—. Darío, dime, ¿y en dónde encaja el niño que veo en todo esto?
—Eso es más fácil. Pueden existir muchas clases de vidas o entes que aún no conocemos, ya sabes, por el multiverso. Puede que sean del pasado o del futuro.
—Viajeros del tiempo   
—¡Ajá!, veo que lo vas entendiendo. O que estén intentando conectarse desde diferentes dimensiones del espacio-tiempo. 
—Increíble.
—Ahora, la interpretación será diferente, dependiendo de los ojos con que lo vea un religioso, un agnóstico, un físico o la vecina de tu barrio, etc.
—Mi abuela no cree en los fantasmas. Son chorradas, me decía. Y mi madre refirió que son almas buenas que me cuidan.
—Muchas veces me he preguntado. ¿Por qué esos fenómenos aparecen de forma casual? Por ejemplo, las apariciones Marianas, los fenómenos ovnis o cualquier forma de contactismo. ¿Por qué, en carreteras oscuras? O en las laderas de un cerro a campesinos.
—O solo a mí, y no a Pipi o Chuleta, por ejemplo.
—¿Y esos?
—Mis amigos.
—¡Ah! ¿Y si tienen una inteligencia avanzada y quieren que los veamos? —especulaba Darío con todas las probabilidades—. Y si solo se trata de una puesta en escena muy cuidada. El mismo fenómeno crea ese teatro. No se trataría de un encuentro casual, sino premeditado y manipulan nuestra mente sin dejar rastro, para que descubramos civilizaciones antiguas o para que adquiramos conocimientos científicos. Piensa en la manipulación mental de Einstein, Hitler o del mismo Jesucristo.  Suena a chiflado, pero todo lo que te digo ha podido ser posible. Nosotros, conejillos de indias de civilizaciones extraterrestres avanzadas. Así que lo que ves, si lo ves, está allí. Todo menos que sean ángeles de Dios, con respeto de los creyentes. 
—¡No sé! Ahora todo me resulta confuso —desvié inconsciente la conversación—. Mi padre me ha dicho que si muere mi abuela me llevan a vivir al Callao. ¿Y cómo sabré lo que sucederá al final? Hoy tengo que hablar con él. No quiero irme.
—¿Es por esa tal…, Jimena?
—¡Qué…? No lo sé.
—Eso está predestinado. Incluso no tendría sentido que converses con tu padre. Lo que tenga que suceder sucederá.
—¡Cómo?
—Independiente de tu decisión depende de las probabilidades.
—¿Qué probabilidades, Darío?
—O te quedas en Paita porque sí, o porque no; o no te quedas porque sí, o porque no.
—Y eso cuándo lo sé.
—Cuando tu experiencia llegue a ese espacio-tiempo que ya existe.
—No me has dicho nada.
—O te lo he dicho todo. 
—¡Qué más da! —me vino otra interrogante—. Dime, Darío. ¿Y cómo sabes estos temas?
—Leo, solo eso. Interés, puro interés. ¿Do you speak and read in English?
—Only more or less.
—¡Bien! Mi amigo Lucas, se hizo físico en Estados Unidos y enseña en un instituto de Miami. Él me manda revistas científicas por correo.
— ¡I understand! Pero, entonces, ¿por qué haces brebajes y te haces llamar Chamán?
—Los brebajes sí que curan. Son medicina natural. Es otro tema —no respondió del todo.
—¿Y Chamán? —se me acercó, una de sus palmas en bocina, y susurró.
—De algo hay que vivir —guiñó el ojo—. Les digo a la gente lo que quieren escuchar.
—¡Ah! —proferí, y a seguir divagando.
¡Sí, claro! De algo hay que vivir. Había lógica en su pensar. ¿Y a mí? ¿Cómo me saldrían los planes sobre el Camello? Quizá bien, porque lo habíamos planificado. Quizá mal, si consideraba que Jimena me decía que mis amigos eran unos ineptos y que yo estaba loco para dar ese paso. Mal o bien. ¡Claro! Las probabilidades, según Darío, podría ser lo uno, o lo otro. Ya lo experimentaría y sabría al final cómo salió todo. Esto no tiene sentido, pensé impotente. Sentía un caos en mi cabeza que se me esfumó cuando escuché el desentonado motor de una mototaxi.
—Allí está la pesada de Marta —expresó Darío. Levanté la cabeza para mirarlo.
—Lo que sí, estoy seguro de que a tu hermana la quiero.
—Lo sé. Y ella, a ti. Ábrale la puerta, por favor —indicó mientras se incorporaba.
Abrí la puerta. Se había hecho de noche, el cielo estaba limpio que podía ver la vía láctea como una carretera escarchada de copos blancos, azul y púrpura. Martita entró rápido con dos bolsas repletas en las manos. El joven de la mototaxi dijo que regresaba en dos minutos y se alejó con el motor tosiendo.
—Hola, mi niño, nos tenemos que il. Tu padle debe estal por llegal en cualquiel momento. Neglo, ayúdeme. Aquí tiene su comida pala mañana. Lecuelde que hoy no vuelvo, no cocino y alégreselas usted solo para para mañana.
—¡Pero…!, tengo la mano…
—Con la otla pues, neglo flojo.
—Ayudo yo —intervine.
Dejé las cosas en la cocina y me despedí de Darío.
—¡Bueno! Mucho gusto, Darío. Hasta otro momento del tiempo-espacio.
—Muy bien dicho. Nos volveremos a ver —expresó Darío.
—¿Qué dicen ustedes? A que ya te ha comido el coco este neglo bluto. No te hablá contao sus pledicciones del mal, ¿veldad?
—¿Del mal? —interrogué.
—Como se diga, calajo.
—Del mar —medió Darío.
—O sea, ¿tú predijiste…? —lo miré boquiabierto.
—De algo hay que vivir, ¿no?
—¡Sí!, ¿de algo hay que vivil? Pues coja un pico y una lampa, neglo flojo. Nos vamos. Y no se olvide de cambial el agua del vaso de su dentadula, que da asco sobre la mesita de noche. Vamos Gabliel. No quielo que tu padle se enfade.
La dentadura de Darío. Tan blancos no podrían ser. El tinte de su pelo. ¡Era de suponerlo! No hubo tiempo para más. Volvía el motor tosiendo. Pensaba en todo lo hablado con Darío mientras subía a la mototaxi de trayecto a casa. Desde el tablazo todo Paita se me antojaba quimérica, parecía que en cualquier momento iba a ser tragada por la rara noche que a la distancia se confundía con el mar. Las lucecitas de las calles y las casas eran estrellas y galaxias prisioneras en un tapiz cósmico, lejanas, muy lejanas. El presente era la carretera oscura, el pasado a mi izquierda y el futuro a mi derecha. Y de nuevo un repentino hundimiento se apoderó de mi conciencia: no me sentía un ser único. Otra copia de mí mismo en otro universo estaría viendo lo mismo que yo en ese instante. Miré a mi derecha queriendo encontrarme viviendo en Paita después de la muerte de mi abuela y no me hallé; quise ver al Camello machacado ese viernes por la tarde y tampoco lo vi, ni a ninguno de mis amigos, a pesar de haberlo dejado ultimado por la mañana. Jimena tenía razón. Estos eran unos ineptos. Respiré hondo porque sentí decepción y un poco de temor. Si solo quería hablarle de Juanito. Sus apariciones se volvieron algo comprensibles, pero me irrumpió otro nuevo misterio: el del hombre y su existencia. ¿Por qué más entresijos? ¡Y en mi plena juventud!, pensaba. Martita hablaba sola desde que subió a la mototaxi, no la escuchaba. Aceptar el universo tal y como me lo mostró Darío me resultó un agobio, alteraba aún más mi interacción. No era de extrañar.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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Descripción

Captulo 26 del manuscrito: La probabilidad, el albedro o las barajas.

Palabras Clave: samont sandro montes la probabilidad el albedro o las barajas.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin


Creditos: Sandro Montes

Derechos de Autor: Sandro Montes

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Samont H.

Este es el capítulo que marca un giro drástico en la vida del personaje, Gabriel, en todos los sentidos. Le producirá un asombro conocer una verdad, no tan palpable, pero real como lo serían los átomos. Bueno, mejor lo dejo para que lo lean por ustedes mismos. Abrazos y muchos cariños, estimados amigos de letras.
Responder
August 15, 2018
 

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