La probabilidad, el albedro o las barajas: Captulo 24. El Inca Chuleta
Publicado en Aug 13, 2018
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EXTRACTO DE LA NOVELA: La probabilidad, el albedrío o las barajas.
http://www.megustaescribir.com/obra/64381/la-probabilidad-el-albedrio-o-las-barajas
 
 
24.     El Inca Chuleta  
Llegué al salón y me sorprendió verlo lleno. Muchos suspendidos dependían de ese examen final. La profesora fue condescendiente, como queriendo que todos aprobaran. Serían dos preguntas, una de libre elección y escogí desarrollar la cultura Paracas, que la había estudiado más que suficiente el día anterior, antes que Jimena me visitara. La segunda, para mí, fue un regalo: «¿Qué saben de la vida y obra del Inca Pachacútec?», preguntó la profesora. «Solo papel y lapicero sobre el escritorio y a escribir. Tienen una hora». El salón enmudeció.
Ponerles caras conocidas a personajes históricos era uno de mis métodos de estudio. Mi padre, por ejemplo, era Miguel Grau, el gran caballero de los mares, con su barba incluida; Currito era Francisco Pizarro, aunque un poco más viejo; Y mi madre, era siempre la mejor princesa inca. Cuando estudié al Príncipe Inca, Cusi Yupanqui, no encontré mejor perfil que la figura de Chuleta, más que por su valor, por su carisma y destreza. 
Cusi Yupanqui, era el tercer hijo del Inca Viracocha. Nunca estuvo en la línea de sucesión al trono, pero el guerrero tenía un grandioso destino: transformar una pequeña tribu del cuzco en un gran imperio, tan grande como lo fuera el Imperio Romano en su cenit. Era un carismático príncipe y ya de joven un gran guerrero. La civilización andina no conoció la rueda, el hierro, la escritura o la moneda, pero El transformador se las amañó para mantener unido al Imperio con ingeniosas medidas, imponiendo a todos los dominados la adoración del Dios Sol, su padre; conectando un endiablado territorio con una extensa red de caminos; instituyendo el quechua como idioma principal y aplicando un sistema administrativo público eficiente. En realidad, los Incas no eran más que una tribu entre otras tantas de los Andes. Por generaciones solo vivieron en el cuzco. Al no tener escritura sus orígenes se esbozan en leyendas. Se cuenta que el primer inca y fundador de la dinastía, Manco Cápac, nació en el lago Titicaca, hijo del Dios Inti, el Sol, y de Killa, la Luna. Su padre le dio una barra de oro y le ordenó que la clavara en algún lugar y si se hundía, habría encontrado el lugar para fundar su ciudad. Manco Cápac, con sus hermanos y hermanas, que también eran sus esposas, caminaron y llegaron hasta unas tierras fértiles de los valles andinos, lugar donde clava la barra y se hunde. La interpretó como una señal de su padre.  Llamó a las tierras Cuzco, el ombligo del mundo, y la gobernó amparando su autoridad en la leyenda de su origen divino. Los dominios territoriales desde Manco Cápac hasta el que heredó Pachacútec se mantuvieron inalterados, pero el que legara El Transformador, sí que fue diferente.
El padre del joven Yupanqui, el Inca Viracocha, se retiró luego de la victoria sobre la tribu Canchi y dejó el destino de su pueblo en manos de su hijo preferido Urco, hermano mayor de Cusi Yupanqui. Pero Urco era débil y abandonó el Cuzco ante la inminente llegada del temido ejército Chanca, dejando la defensa del modesto reinado en manos de su menor hermano. A pesar del apoyo de las tribus vecinas los Incas estaban en desventaja. Cuenta la leyenda de los soldados de Pururauca, que el hábil príncipe ordenó vestir a las piedras altas del valle como soldados, camuflados con algunos verdaderos, para que a la distancia su ejército pareciera más numeroso. En plena batalla el inca ordenó despertar a los soldados de piedra; bajaron sólo los que podían. Ello animó a sus guerreros, asustó a los Chancas y al final los expulsó. Cusi Yupanqui había salvado a su pueblo; luego derrotó a los Chancas. Cuando estudiaba esta leyenda sonreía imaginando a Chuleta preparando su embuste vistiendo a las piedras de colores y poniéndoles casco. ¡Qué hijo de …!, decía.
A pesar de su grandioso triunfo Urco seguía siendo el preferido del aún Señor de los Incas. Correría sangre para reclamar su derecho a la sucesión. Cusi Yupanqui ordenó capturar a su cobarde hermano y le dio muerte. Atenuado Viracocha y sin la presencia de Urco, Cusi Yupanqui se convertiría en el soberano de los Incas adoptando el nombre de Pachacútec, que significa el transformador de mundo, y eso fue lo que hizo. Fue el primer soberano en extender sus dominios más allá del valle del Cuzco hasta convertirlo en un gran imperio al que llamó Tahuantinsuyo, las cuatro esquinas del mundo. Sin duda, el Alejandro Magno de los Incas. Sus mayores legados arquitectónicos que evocan transformación lo son la esplendorosa Machupichu, construida en su primera etapa de soberano; Ollantaytambo, la ciudadela de culto; e inicio la construcción de la fortaleza de Sacsayhuamán. Trátense de colosales construcciones en piedra ensambladas sin cemento, resistentes a las lluvias y terremotos cuyos cimientos siguen siendo ejemplo de grandeza, a pesar del paso de los siglos.  Sus sucesores continuaron su gesta expansiva. Su hijo Túpac Inca extendió el territorio desde lo que hoy es el centro de Ecuador hasta el centro de Chile; y luego Huayna Cápac, el disque pariente de Pipi, penetró a Colombia e hizo de Quito, en el actual Ecuador, la Capital de un poderoso imperio que abarcaba cinco mil quinientos kilómetros. Las guerras civiles que protagonizaron Huáscar y Atahualpa, hijos de Huayna Cápac, debilitaron al imperio a puertas de la llegada de los españoles que vinieron con un nuevo Dios y otros propósitos.
Tres años antes de ese verano fuimos toda la familia al Cuzco para conocer la ciudad perdida de Machupichu. El tiempo y la memoria no me habían borrado ninguna esquina o paisaje de la ciudad, o la mirada de su gente.  Parte de la cultura milenaria seguía atada a la tierra, la forma de vestir, el idioma quechua, las leyendas seguían cautivando a niños y turistas. El Perú Andino seguía estando muy vivo y su gente sonreía libre un halo de nostalgia. ¡No sé!, se me antojó pensar que esperaban algo que sabían que no iba a volver, otra transformación, otro Pachacútec. Sonreirían, después de todo, porque sabrían que eran los herederos directos de los que forjaron el mayor imperio que jamás viera Sudamérica. ¡Qué orgullo! 
Había concluido mi examen y el salón estaba medio vacío, me había extendido mucho. Faltaban diez minutos de mi reloj y terminaba el examen. Volví mi cuerpo para ver a Jimena que seguía concentrada. Igual el Camello. Entregué el papel muy satisfecho y esperé fuera. El examen me aisló tanto de la realidad que aún en el patio del colegio vislumbraba al Inca Chuleta siendo compelido a reconocer su paternidad a más de doscientos bastardos. Jimena había terminado y le pregunté cómo le fue su examen. En la pregunta libre había escogido la cultura pre inca de Nazca, era su preferida, muchos de sus polos llevaban estampados las místicas líneas de la pampa. De Pachacútec solo mencionó que fue un gran guerrero, fundador del Tahuantinsuyo, el noveno Inca y constructor de Machupichu. «No sabía más». Pero, seguro que con eso apruebo, terminó diciéndome displicente. Deseaba preguntarle por El Pez Espada, pero tenía prisa, quería descansar y preparar muy bien la conversación que tendría con mi padre esa noche. Esta vez, Jimena comprendió mi interés, nos despedimos y salí rápido y solo del colegio. De todos modos, nos volveríamos a ver de noche para ir a la playa; allí mejor le preguntaría por aquél lugar. En mi camino a casa, aún con el calor sofocante, el Inca Chuleta seguía haciendo de las suyas jugando a las cartas con soberanos vencidos y yo riendo imaginándolo. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
  
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Foto del autor Samont H.
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Descripción

Captulo 24 del manuscrito, La probabilidad, el albedro o las barajas.

Palabras Clave: samont sandro montes La probabilidad el albedro o las barajas.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin


Creditos: Sandro Montes

Derechos de Autor: Sandro Montes

Enlace: http://www.megustaescribir.com/obra/64381/la-proba


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