La probabilidad, el albedrío o las barajas: Capítulo 15. Aquél martes de madrugada.
Publicado en Aug 07, 2018
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EXTRACTO DE LA NOVELA: La probabilidad, el albedrío o las barajas.
http://www.megustaescribir.com/obra/64381/la-probabilidad-el-albedrio-o-las-barajas
 
15.     Aquél martes de madrugada  
Eran un poco más de la media noche cuando una piedrita golpeó la luna de mi ventana. Estaba sentado en mi butaca, entre adormilado y en vigilia, con los pies sobre el alfeizar. Me incorporé: era ella. Buscaba otra piedra hasta que me vio asomado. En la acera de enfrente dos borrachos abrazados se dirigían zigzagueando a la Plaza de Armas y cantando cielito lindo.
—Espérame. Bajo y abro —en dos brincos bajé la escalera—. Pasa. No hagas ruido. Mi abuela duerme. Vamos a la azotea.
—¿Has visto a esos borrachos cantando? —apuntó Jimena.
—Sí.
—El de la camisa roja es el padre del Camello. 
—No lo reconocí. ¡De tal palo…! —rematé llegando a la azotea. 
—¡Caramba!, qué bonita es tu azotea. Se ve precioso el mar y algo de la Plaza de Armas.  Vas a tener que invitarme más seguido.
—Cuando quieras.
—¿Y esto qué es?
Señaló al acercarse a un rincón de la azotea donde había un trípode de aluminio sosteniendo por años el mejor regalo que me hizo Amanda de niño.
—Quítale la funda. Es un telescopio.
—¿Y funciona? —terminó de desfondarla—. ¡La madre que me parió! ¿Qué cosas se pueden ver con esto?
—Déjamelo y te lo diré.
—Toma.
El fulgor de la luna llena inundaba toda la azotea y nos regalaba unas sombras irregulares de nosotros mismos. Parecía un ambiente mágico, irreal, un escenario propicio para que emergiera, de improviso, una conversación larga y amena. Esa noche ella llevaba bordado en la blusa con hilos reflectantes, por ambos lados, la araña del calendario nazca.
—Primero le doy el aumento adecuado. Se pueden ver muchas cosas. La luna, primero, aunque ahora es luna llena. El mejor momento para verla es en el cuarto creciente o cuarto menguante. Se ve muy nítida su superficie, sus cráteres, algunos hasta de doscientos kilómetros de tamaño. ¿Te imaginas?
—Pero déjame verla.
Me despojó del aparato.
—Hoy no verás mucho porque es luna llena.
—No se ve nada. Solo luz.
—Te lo dije, es que ahora refleja un siete o un once por ciento de la luz que recibe, del sol. La luna no es blanca. Está a una distancia media de trescientos ochenta y cuatro mil…
Detengo mi descripción al interrumpirme Jimena.
—Espera, espera, ¿de dónde sabes todo esto?
—Desde niño, he leído mucho de astronomía y en mi biblioteca tenemos una variedad de libros y videos de Carl Sagan.
—¿Y quién es ése?
—Un científico que explica el cosmos.
—¡Vaya, vaya! resulta ahora que no eres tan tontito, me haces sentir tonta más bien a mí.
—No digas eso, solo que lo desconoces. Si quieres verlos o leerlos te lo presto. 
—Te lo agradecería, pero en otro momento. Mejor sigue. ¿Qué más se puede ver con el telescopio?
Jimena, más inquieta, volvió al telescopio y la Luna.
—¿Tú sabes que la luna ejerce una poderosa influencia sobre nosotros? En nuestras emociones o estados de ánimo.  Hay muchas películas o cuentos a raíz de esta influencia. El hombre lobo, por ejemplo; o cuando una persona está con ira o de mal humor se dice que está alunado. Algo similar al modismo español de la Luna de Valencia, para decir que te sales de tu realidad o te abstraes. Nosotros somos componentes químicos y tenemos una fuerte carga magnética y nos atraemos o repelemos como cualquier cuerpo celeste pequeño o grande ante la presencia de otro como la luna, en este caso. 
—¡Carajo!, ¿y yo no sé nada de eso? —Jimena giró el telescopio y lo dirigió al mar—. No se ve nada, todo está negro.
—¡Claro! ¿Qué vas a ver? Falta luz.
—¡Mierda! Que, si miro la luna, mucha luz y si es el mar, que hay poca, ¿me haces pasar por idiota?
Ya se irritaba. Me causó risa. Parecía una niña inquieta en descubrirlo todo en esa misma madrugada. La miré y le flanqueé un mechón de pelo que le cubría un pómulo y en mis adentros diciéndole, son años de observación. Y reí de nuevo.
—Eres graciosa.
—¿De qué te ríes, cojudo?, ¿te burlas de mí?, mira que te puedes meter el telescopio por el culo si no quieres decirme más.
Mi risa se apaciguó de sopetón.
—¡Psss!, ¡calma!, No hables así. Aquí no. La noche está preciosa.
—Disculpa, pero, ¿qué más se puede ver?, dime.
—Muchas cosas Jimena, con esta lente de protección —cogí la funda y en una de sus cierres pequeños saqué una lente— puedes ver el sol, por la mañana, claro, y sus manchitas solares; También puedes ver los planetas cada uno con una tonalidad de color diferente y el que se ve espectacular, después de la Luna, es Saturno e incluso su satélite Titán, se puede divisar con cierta resolución. Pero también puedes ver las estrellas, que las verás casi igual, ¡ya sabes!, por su distancia, y cúmulos de estrellas, nebulosas, galaxias, cometas y estrellas fugases, te puedes pasar horas y horas pegado con el ojo a la lente y así poco a poco vas descubriendo cosas que están allí arriba.
Había terminado mi explicación, pero Jimena me miraba embelesada por algunos segundos sin decirme nada, hasta que preguntó.
—¿Hay vida en otros mundos?
—No seremos los únicos. Abre tu palma. Suponte que coges un poco de arena —Jimena obedeció en seguida—, en tu mano cabrían unos diez mil granos de arena. Eso representa lo que más o menos podemos ver de estrellas si el cielo está limpio. Pero existen muchísimas más estrellas que arena hay en la tierra y en cada una un posible sistema planetario. Si se reproducen las mismas condiciones de vida en la tierra es posible la vida en otros mundos. No la que conocemos, pero sí otra: bacterias o microorganismos. ¿Sabes? Me quedo con una frase de Carl Sagan, «A veces creo que hay vida en otros planetas, y a veces creo que no. En cualquiera de los dos casos la conclusión es asombrosa».
—¡Vaya, vaya!, tienes tus secretitos, querido. ¿A que tú no sabes algunas cosas de las que yo sí?
Jimena habló y en su tono pude colegir que ahora me daría un refregón de algún saber suyo. Y de verdad que el tema que me sacó lo ignoraba por completo.
—¿Qué cosas? Dímelo —concreté en estado interrogante.
—¿Has probado drogas alguna vez? También te hacen ver cosas, más que con tu trasto.
—No.
Respondí extrañado. Dos cosas me sorprendieron, el tema que ignoraba y la forma burlona como lo expuso. Abrió su bolso multicolor de tejido inca y sacó una bolsita plástica que contenía alguna hierba dentro.
—Es mariguana y de la buena. ¿A que no eres tan hombre para fumarte uno conmigo?
Cualquier invitación la ponderaba, pero relacionar mi hombría con el hecho de aceptarlas o no, me parecía mucho.
—¡Vamos, Jimena!, estás chiflada —dije sorprendido porque estaba envolviendo uno—. Ni te atrevas a fumar aquí.
—No. Yo sola, no. Tú y yo. El que preparo es para los dos. Quiero que experimentes, al menos por una sola vez en tu vida, lo que te hace ver y sentir esto. 
—¡Sí!, ¡porque tú lo dices!
Dio tres profundas caladas y me lo pasó.
—Fuma y trágate el humo; da más efecto.
—Jimena, que no. Esto huele a ponzoña.
Arqueó las cejas, peldaño a su mal genio o a su lenguaje agreste, pero antes que me dijera algo continué:
—No lo he hecho nunca y abajo hay una enferma, es por respeto. Te dije que vinieras porque quería contarte lo del Camello y no para hablarte del cosmos ni para que me enseñaras a fumar porros.
—¿El Camello? ¿Qué me tienes que decir de ese imbécil?
—Pero tira esa mierda.
—¡Anda ya! Eres un niño maricón. No sabes lo que te pierdes.
Al menos apaciguó un poco su tono agreste. Dio tres grandes caladas, tiró el pucho y se sentó apoyada en la pared muy relajada.
—Jimena, ¿estás bien?
Ella, con los ojos en el limbo.
—Sí. No sabes lo que te pierdes, tontolito. ¡Anda!, empieza a contarme lo del Camello.
Empezó a hablar como cansina, pero al menos me escuchaba.
—¡Puta madre, Jimena!, te dije que no fumaras esa mierda. Me preocupas. Pareces idiotizada.
—Precioso, estoy bien. Y cuéntame lo del Camello.
—Te agradezco de verdad lo del viernes. He tenido problemas con el Camello.
Mientras le hablaba empezaba a contornear los ojos y a hacer unas muecas raras, pero aún deducía que me escuchaba.
—¿Qué? ¿Y por qué no me lo has contado?
—No creí necesario.
—¡Anda! Cuenta.
—Hace algunas semanas él quería pegarle a Ajito a la salida del colegio y salté a defenderlo, se molestó y me ha dicho que la voy a pagar; a los pocos días me crucé con él en una escalera del colegio y casi me revienta, ¡si no fuera por Pancho! Tú ya sabes lo del viernes, en los baños. Además, me ha pedido que los viernes le de dos soles hasta terminar el curso.  
—¡Ajá! Sigue.
—Pipi y Chuleta me van a ayudar a pegarle al Camello —me interrumpió.
—Pensé que ya no eran tus amigos.
Silencié cualquier explicación, hasta que continuó:
—Y dime, bonito, ¿cuándo?, ¿cómo será?
—Este viernes, a la salida del colegio. Ese día recauda más dinero, le compra droga al Tiburón y se queda con su gente en la playa a beber y drogarse. A su vuelta, cuando pase por el callejón, a espalda de la iglesia, lo vamos a coger de sorpresa.
—¡Era eso! Con el Camello te has metido en un problemón y no creo que esos amiguitos puedan… Apropósito. Tiburón no le vende la droga, sino el padre de tu defendido, en el quiosco del colegio.
Soltó una risa escandalosa, pero paró en seco en tres segundos.
—¡Qué dices! ¿El padre de Ajito?
—El mismo.
—Pensé que… Tiburón. Con razón el Camello…. Lo de la «mierda», se refería a eso… A Ajito le ha pedido cinco soles y a mí solo dos. Ahora lo entiendo
—¿No lo sabías?
—¡Pero, entonces? ¿Tú le compras esa mierda al japonés?
—Sí. Es para evadirme de esta realidad.  ¿Sabes dónde esconde los paquetitos cuando ve algún peligro?
—¿Dónde?
—En el culo del loro.
Otra risa desmedida. Lo delgado que es el loro; a veces gordo …, los paquetitos en el culo… ¡Esto es el colmo del ingenio!, culminé exclamando en silencio. Miré a Jimena que no paraba de reír.
—Jimena, que mi abuela se despierta, cálmate, por favor. Si te has fumado sola el porro para dos.
Le cogí de los brazos y le di unas sacudidas, pero no paraba de reír y me asusté. Desesperado me levanté y vi una regadera por algún lado, abrí un caño y la llené, corrí hacia Jimena que no frenaba y le tiré de un empellón todo el líquido en su cara.
—Hijo de puta, maricón, la madre que te parió. Mira cómo me has dejado, pedazo de cabrón. Y me has cortado el vacilón, hijo de puta.
Ya estaba de vuelta. En verdad no me importaba todo lo que blasfemara en ese momento, que si mi madre, que si mi hombría o cualquier ocurrencia suya, porque lo único que me alegró fue saber que volvía de su viaje. Ella se levantó. Pensé que me iba a soltar una bofetada, pero me dio un abrazo y mirándonos reímos los dos.
—¿Sabes? Ahora saca una frazada que nos vamos a la playa. Allí me seco con la brisa —Jimena había dejado de reír, pero seguíamos abrazados—. No sabes cómo se ve la ciudad desde la orilla, ¡ya lo verás! ¿Has dormido alguna vez en la arena?
—Siempre con tus ocurrencias. No puedo salir de casa. Cuido de la abuela, ¡mira qué hora es! y mañana hay colegio.
Aunque empleando menos resistencia la idea no me parecía descabellada.
—¡Anda!, vamos. A ella no le pasará nada. Hablamos un poco y en una hora estamos de vuelta.
Al final cedí, solo sería una hora. Le indiqué que baje, que abra la puerta y me esperase fuera de la casa, mientras yo buscaba una colcha. Sus ojos irradiaron vida intensa. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
  
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Descripción

Capítulo 15 del manuscrito: La probabilidad, el albedrío o las barajas.

Palabras Clave: samont sandro montes la probabilidad el albedrío o las barajas.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficción


Creditos: Sandro Montes

Derechos de Autor: Sandro Montes

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