La probabilidad, el albedrío o las barajas: Capítulo 12. Un día cualquiera.
Publicado en Aug 04, 2018
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EXTRACTO DE LA NOVELA: La probabilidad, el albedrío o las barajas.
http://www.megustaescribir.com/obra/64381/la-probabilidad-el-albedrio-o-las-barajas
 
12.     Un día cualquiera  
Un día cualquiera.
—¿Has escuchado algo de la teoría del Big Bang?
Al nombrármelo me sonó como a un juego, «¿cómo se juega, abuelita?», le pregunté. Pero cuando me explicó que todo lo que nos rodea, mar, aire, tierra, los tres elementos y luego toda la vida terrestre dependían de aquella explosión, intuí que me alejaba por completo de las posiciones de mamá. Más adelante, ya por mi propia iniciativa, leía textos que me traía Amanda de astronomía que devoraba con placer: la posición de los cuerpos celestes en el universo, su estructura y evolución. Así al cabo de unos meses me dio una gran sorpresa, «mira esto es un telescopio y sirve para mirar el cielo, a ver qué encuentras y me cuentas». Y una tarde cuando ella tomaba el té, cual mentira de niño queriendo congratularla por sus regalos, le expuse: «abuela cuando se alinee Marte, Júpiter y Saturno en vertical hacia la tierra será el día en que muera el presidente del Perú». Esperaba su sonrisa alentadora por mis progresos o un «está bien, hijo», ¡pero, no! Frunció la frente y explicó: «de astrología nada. Nunca confundas la Astronomía con la Astrología, eso es de vagos, chamanes y mentirosos de la tele, por la noche. No relaciones el cielo y sus movimientos con hechos terrestres, por favor, nunca».  Creo que desde esos tiempos Dios empezaba a morir para mí porque terminé por creer que somos hijos de ese estallido en expansión, hechos de su polvo, de su esencia o energía, con algo de imprevisión por lo casual de nuestra aparición: seres insignificantes y desprotegidos, sin saber por qué, para qué y a dónde vamos después de nuestra fugaz existencia en este perdido grano de arena llamado tierra. 
 
Otro día cualquiera.
Amanda cambiada el canal del televisor a horas del lonche y se detuvo en uno en prueba, aún sin programación ordinaria. Sonó un teléfono en el programa. Un hombre, fino, alto y de mentón afilado vestía con un turbante rojo y una túnica estrafalaria, con todos los colores de la naturaleza habidos y por descubrir. Estaba de pie frente a una mesa con abundantes objetos, destáquense que me acuerde, una calavera, también con un turbante rojo a su medida; un búho disecado, un candelabro con un sinfín de velas, encendida solo una y un voluptuoso libro de gruesa tapa negra. Descolgó el auricular. Una mujer le decía, al otro lado de la línea, que creía que en su última noche la había visitado su marido muerto hace tres años, porque sintió su aliento y su aroma corpóreo a su espalda, en la cama. La mujer preguntó al estrafalario si eso era posible. Él respondió «que lo que había sentido era real, era su marido, la ha visitado porque aún la extraña y por eso no puede descansar en paz, que…» El rostro de Amanda dibujó una irritación, atenazó el mando de la tele para cambiar de canal mientras inició su monólogo:
—Esto es pura mierda, simples cojudeces, pérdidas de tiempo. Y se dicen que son pseudociencias; no deberían ni utilizar siquiera parte de esa expresión. ¡Mierda!, eso es lo que son.
Parar a la abuela cuando despotricaba era tarea difícil. Se exasperaba tanto que daba un brinco en su butaca para ir a cualquier lado. Al rato se tranquilizaba y regresaba a sentarse. «Jamás creas en semejantes farsas». Culminó dirigiéndose a mí, sin mirarme.
 
Hubo un momento de mi vida en que las ideas de mi madre dejaron de ser útiles para explicarme lo de Juanito, no por su tinte religioso de las que me había alejado de a pocos, sino que hasta el día en que me partí la pierna no me di cuenta que de sexto sentido no tenía ni un carajo. Al contrario, ése insolente niño se me aparecía solo para advertirme fatalidades. Luego, los enfoques de Amanda, con la ciencia de bandera, sirvieron para explicarme lo que entendemos por realidad como otro punto más del todo dimensional, pero a la vez me instaló en dudas y confusiones existenciales deprimentes. ¿Cómo seguirle siendo fiel a la ciencia sin negar lo que veía?, porque la «nada» que según mi abuela sería Juanito, era tan real para mí, palpable a mis sentidos: yo lo seguía viendo. Me dejó incluso una nota con su nombre; sentía sus pasos en mi habitación; escuchaba sus murmullos y carcajadas. ¿Qué pintaba en la ciencia el que yo viera a Juanito? ¡Si él no era nada! La ciencia era insuficiente y ciega para explicármelo: todo un misterio. Juanito, como persona, o tan siquiera el pronunciar su nombre llegaron a ser temas tabúes con Amanda.  Mejor seguiría callándome para no irritarla, porque ya empezaba a enfermarse.
 
 
 
 
 
 
 
  
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Foto del autor Samont H.
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Descripción

Capítulo 12 del manuscrito, la probabilidad, el albedrío o las barajas.

Palabras Clave: samont la probabilidad el albedrío o las barajas.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficción


Creditos: Sandro Montes

Derechos de Autor: Sandro Montes

Enlace: http://www.megustaescribir.com/obra/64381/la-proba


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