“Cinco palabras y el beso se pierde”
 
Te conozco desde siempre, no necesito verte para saber cómo eres:
conocerte sólo es mirar hacia atrás.
Leo tu mirada, conozco lo que callas, o en esas palabras con que lo callas.
Las palabras saben a poco.
Comunica más tu alma transportada por la línea del teléfono.
 
Esa que llega y se instala en mis sentidos.
Vuelvo a tu añeja voz, hablas es mis sueños, al amanecer y al caminar la rutina.
Un mayo cálido me sorprendes, inesperado.
Eras tú, la de siempre.
 
Te hable, me hablaste, nos enredamos en el tiempo.
Y en ese desgarramiento de no saber lo que decir,
aquello que no se ha dicho desde remoto,
me revelas tiempos que fueron espacios de impotencia, mía, días y noches,
eternos de un niño adolescente.
 
Ahora el tiempo se confunde.
Me hablaste, te vi,  me has visto, la técnica lo permite.
Desnudos de la impotencia del pasado, tú, claro de luna, dueña de mi ayer,
cual ladrona del tiempo vuelves a robarme el sosiego.
 
Cinco palabras, entonces, desatadas a este tiempo, trasforman mi expresión,
me dicen que no sólo es pasado. 
Vuelves a ser tú, mi antigua mía,
te conozco tan de tiempo, eterno, que en tu anhelo cierro los ojos
 y transito sin errar, a ciegas, mudo, mañanas, tardes, noches, cuando no es necesario hablar.
 
¡Sí! eres la misma, no me equivoco. Aquella que me quiere por detrás de su risa.
 
A veces doy unos besos; estoy solo con mis labios.
Los pongo no en tu boca, no, nunca fue,
- ¿Porqué no lo hice?-. De mis miedos hablé poco.
 
Los pongo, en el beso que te di al acostarme,
en esas bocas juntas del beso de mi noche de ayer.
Y dura este beso más que el silencio, que la luz.
Porque no es una carne, ni una boca lo que beso,
de la que huía y ahora está cerca.
¡No! Te estoy besando más lejos.
 
Y así, siempre, estamos juntos, pensamos en nosotros, los dos; solo yo.
¡Si! Sólo yo, desde esas cinco palabras.