La probabilidad, el albedrío o las barajas: Capítulo 9. EL niño Juanito.
Publicado en Aug 03, 2018
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EXTRACTO DE LA NOVELA: La probabilidad, el albedrío o las barajas.
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9.     El niño Juanito  

He llegado al convencimiento que lo que es la realidad, en sí, encierra todo un enigma, un inquieto y terrorífico enigma por nuestro despiadado intento de interpretarlo todo como si hubiera una verdad racional. Sin embargo, por más conocimiento racional que adquiramos hay cosas que habitan en el limbo del misterio. A una semana de regresarse mi madre al Callao, cuando se quedó conmigo por lo de la mujer sobre la luna, tuve mi primer encuentro con Juanito. Estaba a punto de dormirme, enredado en las sábanas con mi pijama veraniego. Las cortinas trasparentes se agitaban al compás del cálido nocturno que soplaba por un abierto de la ventana. El albor lunar imprimía una visibilidad suficiente en la habitación. No solía asustarme cuando entraba una bocanada de aire, pero aquellos efluvios asemejaban al que me lanzó la mujer sobre la luna. Ese aroma se concentró en el fondo de mis fosas nasales, erizando mis pueriles vellosidades. «No tengas miedo, Gabriel», era la voz de mi madre en mi conciencia y se desvaneció mi temor. Aun así, no me atrevía a cerrar del todo la ventana. En esa misma posición, tendido de espaldas y con las sabanas hasta el cuello esperaba despertarme por la mañana. Cerré los ojos para no querer ver lo que se me estaba dado a ver esa noche porque la cortina se agitaba más de lo normal. Respiré hondo y abrí los ojos y vi a un niño sentado en la silla de mi escritorio.
Mi madre me había contado, en uno de los días que la gocé por entero, sentados en un banco en la orilla de la playa frente al mar, que de niña se levantó de su cama para ir al urinario en uno de esos vecindarios donde había un solo baño para todas las familias. En la fuente del centro de la vecindad vio a su madre echándose agua al pelo. Se asustó porque una aureola de luz envolvía su silueta. Así que no le preguntó que qué hacía allí. Volvió disparada a su cama sin cruzar la fuente para llegar al baño y se meó en la cama.  A la mañana siguiente, en el desayuno, ella le quiso preguntar que qué hacía en la fuente a altas horas de la noche, pero mi abuela materna se le adelantó diciendo «habré tenido harto calor esta noche que he soñado que me mojaba el pelo en la fuente». Mi madre entre cortada le expuso, «¡pero, si te he…!», no terminando la frase. «¿Te he qué, niña?, dime», «No, mamá. Nada.»
Para Amanda no existían las almas o entes espirituales, pensar en ello «son simples cojudeces». Esas ideas me las fue metiendo de a pocos desde muy inocente: «son pérdida de tiempo».
—¿La mujer sobre la luna? Pero si los fantasmas no existen, hijo. Tenías sueño y lo imaginaste, eso es todo, ¿estamos de acuerdo?
Eso explicó un día entre enojada, luego de irse mi madre al Callao a los pocos días.
—Sí abuelita —respondí, como cerrando el tema.
Mi madre, por su parte, tenía una explicación creyente. Ella mismo me lo dijo en el banco del malecón que a mí se me estaba dado a ver cosas espirituales, al igual que ella.
—Hijo, tú eres un elegido, Dios te revela otra realidad, al igual que a mí. Tú tienes ojos para ver eso que no pueden ver los demás. Tú tienes un sexto sentido.
Según mi madre, eran almas buenas que me habían escogido para protegerme. Por eso vi a esa mujer en el patio.
—¿Qué es sexto sentido, mamá?
—¡A ver!, ¿cómo te lo explico? Es ver cosas como esa mujer en el patio u otros seres que ya no están en esta tierra; predecirás el futuro y el engaño, pero no hay que tener miedo. 
—Mamá, ¿entonces se me puede aparecer el abuelo que nunca conocí?
Me refería a mi abuelo paterno.
—Sí, es posible, pero quizá otros seres. Hijo, en un pasaje de la Biblia dice que el polvo del cuerpo vuelve a la tierra que es de dónde provino, y el espíritu vuelve al Dios verdadero que lo dio. Nosotros fuimos hechos semejantes a Dios, con polvo de tierra. Como si amasara una plastilina, pero la plastilina es tierra ¿Me entiendes, Gabriel?
—Si mamá —reafirmé con mi cabecita.
—Entonces, cuando el espíritu o energía abandona un cuerpo, cuando uno muere, ese espíritu regresa a su origen que es Dios. Pero, si por alguna razón que desconocemos, ese ente no vuelve a Dios, es porque tendrá que cumplir alguna misión en la tierra: en tu caso, por ejemplo, es para protegerte. Así que no tengas nunca miedo si vuelves a ver a esa mujer de la luna o a otros espíritus: tú solo los verás, porque te han elegido para protegerte. ¿Estamos de acuerdo hijo? Tú eres un elegido.
—Si mamita. ¿Pero, por qué yo?
—¿Sabes por qué cielito lindo, mi clarito de luna? —inclinó su dorso hasta mi altura. Sus palmas fueron a mis mejillas—, porque tú eres otro angelito, tú eres otro espíritu bueno que está de casualidad sobre esta tierra y los angelitos solo se comunican con otros angelitos como tú. ¿Me entiendes precioso?
Mamá desprendía candor cuando me hablaba. Aprendí a sentir sus sentimientos tan solo mirándola, sus ojos sublimaban paz y protección.
—Sí, pero yo tengo cuerpo, yo no estoy muerto.
—No digas eso —cerró sus ojos para abrirlo de inmediato, cubrió mis labios con una palma, la otra sujetaba mi nuca—. Jamás vuelvas a decir eso, ¿me lo juras?
Apenas confirmé con mi cabecita atenazada. Si no podía hablar.
Con Amanda, aprendí a callar. Si no me creía lo de la mujer sobre la luna, tampoco lo haría con Juanito. Nunca le conté lo del niño. Estaba seguro de que se molestaría e insultaría las razones de mi madre, mejor dicho, la despreciaría. Así que mi secreto quedó en mí para proteger a mamá porque la adoraba.
El niño debía tener mi edad, unos seis años, porque sentado, sobre la silla alta, sus pies apenas llegaban al suelo, como los míos. Parecía estar escribiendo algo sobre un papel.  Se incorporó, corrió las cortinas y se dispuso frente a la ventana como mirando la inmensidad del mar. Cerré los ojos otra vez y me distraje pensando en lo que si veía era real. Quizá soñaba. Ya no tenía miedo. Los abrí otra vez. Vestía pantalones vaqueros, un polo, zapatillas y gorra del mismo color, serían naranja. Levantó su mirada. Intuí que veía a la luna. Seguro arriba se encontraba la mujer que vi en el cumpleaños de mi padre.  ¿Sería su madre?, porque había cierta mansedumbre en su esmero como la que proporciona la mirada tierna hacia una madre. A ratos el aire seguía envistiéndolo, pero él impávido no modificaba su postura. Di un respingo cuando volvió a la silla para sentarse mirando hacia mi cama. Volví a estar sereno. Aún con la escasa luz me concentré en verle el rostro, para ver si daba más de sí, pero cada vez que coincidíamos con la mirada él no salía de su docilidad, lo cual me produjo más confianza. Su carita redonda, sus cejitas pobladas, de tez clara. Daba la impresión de estar viendo cosas que no estaban en mi habitación. Me di cuenta que nuestros cruces ocasionales de miradas eran solo eso, ocasionales, que él no quería verme en realidad, lo cual llegó a irritarme. Llega un fantasma a mi habitación y encima ni me mira, ni me habla. Entonces decidí hablarle.
—¿Cómo te llamas?
Él, calmoso, sin contestar. Miró luego a la pared. Dibujó una sonrisa de oreja a oreja como si estuviera en la butaca de algún circo en vez de estar donde estaba. Qué molestia pavorosa me abordaba.  Él se reía luego, como disfrutando mi incómodo. El payaso sería yo. Me habré cansado en esa situación que me quedé dormido. Esa misma noche soñé que era un niño esquimal que acompañaba a su padre a casar animales para quitarles la piel y protegernos del frío. Desperté congelado. Los serenos diurnos en Paita pueden ser gélidos. Las sábanas desparramadas por el suelo.  Di un brinco para cerrar la ventana. Las cortinas estaban en la posición que las dejó el niño y en la mesita de mi escritorio había una hoja con un escrito que leí silente: «me llamo Juanito». Mamá Marta, en el desayuno, preguntó irónica: «niño, qué ha soñao que le he escuchao leil mucho a media noche, casi me paso a velte hasta que enmudeció».
—Yo no reía.
—¡Bueno!, entonces alguien leía, mi niño, mientlas dolmía.
—¡Que yo no era!
—¡Bueno! ¡Qué polfiao, mi niño! E cabezón como su abuela, pelo alguien leía.
A los pocos días creí que volvía a visitarme. Ya casi dormía, pero escuché ruidos provenientes de abajo, en el salón: quizá de la cocina. Parecía como si alguien estuviera sentado a la mesa y comiera.  Otros a esa edad se hubieran quedado petrificados en su cama de terror, pero a mí me invadía una voraz intriga lo inexplicable. De a pocos adquiría el hábito de dominar mis miedos desde que mi madre me dijera «Gabriel, tú eres un elegido». «Tienes un sexto sentido». Y sería un elegido porque comprendí que a Juanito solo lo podía ver yo. Salí descalzo de la habitación para no hacer el menor ruido. Sentía más aún el frío del suelo con el sudor de mis pies. La luz diáfana del pasillo dibujaba una escalera en penumbra. Bajé con cuidado. Me embargaba la curiosidad de hablarle. Al menos ya sabía su nombre y quería preguntarle algunas cosas. ¿Por qué se me aparecía? ¿Querría saber algo de mí? Si era o no real. Ya abajo susurré su nombre desde el salón
—Juanito…, Juanito…, ¿eres tú? —mi voz infantil.
Y un ruido provino desde la salita de espera, como si alguien pasara páginas leyendo un periódico. Tendría que caminar a tientas hasta allí, cuando un repelús repentino invadió mi cara. Con ejercicios simples recordaba las palabras de mi madre. «Recuerda, no debes tener miedo, tú eres un elegido». Tropecé con la barra de remover leña de la chimenea, la cogí, sin meditar el porqué. ¡Oh! Dos lucecitas suspendidas en el aire cambiaban de colores e intensidad.
—¿Quién eres…? ¿Juanito?
Las lucecitas se encendieron, como si fueran faroles de duendes. Un acto instintivo, como defendiéndome de algo. Levanté la barra con algún esfuerzo con mis dos manitas, por encima de mi cabeza, cerré los ojos y al golpe. ¿Qué ejercicio mental cabía en ese pequeño instante? ¿Qué iba a acordarme que allí estaba la mesita de cristal?, si casi me meo de susto. Desperté a todo el servicio, a mi abuela y hasta a los vecinos de al lado que tocaron la puerta preguntando si todo estaba bien. A veces, en situaciones complicadas, un llanto lo arreglaba todo. A llorar se ha dicho. La primera en bajar como un felino fue Martita, la empleada, que ese día se había quedado a dormir en casa.
—¡Pelo!, ¿qué ha pasao mi niño? Mile como ha quedao la mesita. Apáltese que se va a coltal con el vidlio y sin zapato.
La luz repentina cegó mi visión. 
—¿Le ha pasado algo al niño?
Era mi abuela bajando las escaleras. Me cogió en brazos y me auscultó con la mirada.
—No te ha pasado nada, ¿verdad? —continuó—, pero dime, ¿qué hacías aquí abajo?
—Escuché ruidos y bajé, pero no era Juanito, era un gato. —No digas nada de Juanito.
—¿Juanito?
—No, he dicho un gato.
Aún con mi desorden emocional pude ver tirado en el suelo un periódico magullado por las garras del gato. Recordé su maullido pavoroso y su cuerpo atropellando mis piernas antes de hacer añicos el cristal. Al día siguiente nos olvidamos de la mesita. Pero hasta ahora quiero olvidarme de la cara burlesca con la que me miraba Martita con el rabillo del ojo. Le causaría gracia mi carita enojada o, quizá, mi anécdota del gato. Pasados dos días me sorprendió en el atardecer. Como dándole tregua al asunto, indicó sin más, mientras tendía ropa en el patio y yo viendo el agua de la fuente de los deseos.
—Mi niño Gabliel, no soy tonta, caliño. Uste me va a decil quien calajo es ese niño Juanito.
Al terminar su frase volteó a mirarme con sus ojos inflados.  La miré boquiabierto. Aún con su desfachatez me inspiraba esa confianza que no la tenía con mi abuela. Volví a mirar el agua de la fuente. Tragué saliva pensando que Martita no era tan tonta y le conté lo de Juanito. Esa confidencia nos unió de por vida. Con Martita, mejor dicho, con su hermano, descubrí otras realidades que nunca encajarían en la visión tridimensional y comunista de la realidad que tenía mi abuela.
—Era Juanito. 
—¿Y quién es ése?
—Un niño que me visita. Se me aparece. No me dice nada. No sé quién es.
—¡Lo sabía!, esa lisa no ela suya, pelo espelaba me lo contase uste. Yo le dije, que si no ela usté entonces leía otlo. ¿No lo lecuerda?
—No.
—¡Cuándo no!  Lecuelda lo que le conviene. Bienvenido, hijo, al mundo de la otlas dimensiones. Solo un consejo: nunca tenga miedo. No tienen el podel de hacele daño, salvo si se asusta.
—Yo no me asusto.
—¡Bien, mi niño! Cuando sea más glandecito lo llevalé a conocel a mi helmano Dalio. Él sabe mucho de esta cosa, como lo sabía mi padle.
 
Pasarían muchos años hasta conocer casualmente a Darío y dar un vuelco en mis ideas. Así que, las explicaciones religiosas de mi madre gobernaron mi conciencia infantil, en secreto, sin que lo sepa Amanda, hasta mis nueve años. A partir de esa edad los adiestres diarios y cotidianos, el día a día con Amanda me llevaron a reflexiones confusas. No niego que las ilustraciones de Amanda sobre la Gran Explosión me resultaron desconcertantes y sepultaron, del todo, las ideas religiosas de mamá. Con mi abuela entendí que la ciencia es un conjunto de conocimientos ligados y relacionados entre sí referidos al estudio de un objeto, como lo eran los astronómicos, los biológicos y los físicos. Incluso, por un tiempo, llegue a negar que veía a ese niño. ¡He dicho! Solo por un tiempo.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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Descripción

Capítulo 9 del manuscrito: La probabilidad, el albedrío o las barajas.

Palabras Clave: samont el niño Juanito La probabilidad el albedrío o las barajas.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficción


Creditos: Sandro Montes

Derechos de Autor: Sandro Montes

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Samont H.

Gracias, estimado Daniel. Viniendo de tu parte, por estar inmenso en el mundo literarios, con mucha más razón, todavía. Sí, intenté mezclar a lo tridimensional que es nuestra realidad, lo que vemos, algo de ficción. Sin embargo, luego de que los científicos nos han dicho que hay más dimensiones que no las podemos ver, de que hay mundos paralelos, de que la física cuántica nos revela los multiversos, lo que podemos llamar paranormal puede que tenga una explicación tan simple o tan compleja, pero real a como nos fueron revelados la indisoluble naturaleza del espacio-tiempo y la relatividad del tiempo con la velocidad de la luz. Por allí va mi manuscrito, más adelante, pero mejor lo voy publicando capítulo por capítulo. Un abrazo, mi estimado Daniel, leyéndonos y en contacto.
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August 03, 2018
 

Daniel Florentino Lpez

Me gusta, está bien narrado. (Lo vengo siguiendo de antes) Lo sobrenatural se inserta en lo cotidiano con buena técnica. El texto logra mantener e incrementar el interés del lector con el correr de la páginas.
Felicitaciones!
Un abrazo
Responder
August 03, 2018
 

Samont H.

Gracias, mi estimada Raquel. Como dices, quién de niño no se ha encontrado con una de estas historias, sino ha sido testigo de las mismas. Nos atrapan y cautivan en la infancia. Me pareció sugerente mezclar al realismo de la historia de mi manuscrito: "La probabilidad, el albedrío o las barajas", una pizca de fantasía que lo acompañara a Gabriel hasta su adolescencia.
Por otro lado, tu poesía libre son de mi agrado. Como le decía a Maval, volví comunicarme con una amiga de infancia después de cerca de 25 años. Lo nuestro sólo fue comunicación por teléfono. Tal vez nos ilusionamos en vernos e intentar algo en común. Ahora somos muy buenos amigos, pero quiero que ese poema que le dediqué en esos momentos no quede en el anonimato y me he decidido publicarlo.
Un abrazo, estimada Raquel, leyéndonos, un placer.
Responder
August 03, 2018
 

Raquel

¡Ah Samond! me olvidé de contarte que también leí otros capítulos de la historia ...pero esta parte del capítulo 9 me sacudió un poco..la verdad que siempre tuve miedo a historias donde alguien aparece o se va de la nada...pero esta parte, hasta me conmovió.
Creo que es muy bueno leer estas historias porque son hermosas, sobretodo cuando se trata de niños...y a veces en la infancia algo de esto queda para la etapa siguiente, pero generando miedo o solo contándola como una anecdota. Fue un placer , hasta orto momento...
Responder
August 03, 2018
 

Raquel

Samont : me sentí atrapada con la parte del capítulo 9 del Niño Juanito...Con sinceridad sentí como si estuviera frente a una película, hasta pude imaginar rostros y demás características de los personajes...supuse otra trama al comenzar, pero qué ternura me dio al darme cuenta de que se trataba de un niño, que a la vez, veía en su habitación a otro niño de casi su misma edad que lo miraba en silencio , sin contestar nada ante las peguntas. La verdad Samont que di una vuelta hacia mi niñez, donde esta historia era el pan nuestro de cada día en mi hermano. Él veía también a un niño...pero en el pueblo decían que era "cosas de niños".también ya había escuchado esto de "sexto sentido". Muy buena historia para leer, disfrutar, contar algo así como de generación en generación. continuaré leyendo...en cuanto a mis poesías...son simples...sin importancia...sin atrapar..Gracias por leerlas Hasta pronto
Responder
August 03, 2018
 

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