La probabilidad, el albedro o las barajas: Captulo 8. La mujer sobre la luna.
Publicado en Aug 03, 2018
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EXTRACTO DE LA NOVELA: La probabilidad, el albedrío o las barajas.
http://www.megustaescribir.com/obra/64381/la-probabilidad-el-albedrio-o-las-barajas
 


8.     La mujer sobre la luna  

Cumplía años mi padre y decidió celebrarlo en Paita. A Amanda le alegraba la idea y mi tío Lucho, que le encantaba cocinar en los convites familiares, se inquietaba imaginando una semana antes, qué plato sería el ideal para Enriquito, como lo llamaba a mi padre.  El día de la fiesta llegaron los invitados y se instalaron en el inmenso salón. Yo desde arriba, en mi habitación, escuchaba solo rumores y una música clásica de fondo.
—Gabriel, aún no es tiempo. Te peino bien y bajas las escaleras, despacito.
Era mama Marta que ayudaba en las tareas del hogar. Terminó de arreglarme el cuello de la camisa, limpiarme unas pelusas del pantalón con un cepillo y me acompañó hasta la orilla de la escalera. Por unos segundos yo sería la atracción del espectáculo. Desde arriba veía un descenso interminable. Qué timidez sentía. Cogí la baranda, bajé tres escalones y unas palmas se agitaron.
—Aplausos para mi hijo, miren qué guapo viene.
Y todo el recinto se volvió aplausos y murmullo. ¡No!, no era mi madre, sino Amanda. Quizá con ese «…mi hijo» sabía que incomodaría a mamá. Y ¡claro! que así fue. Mamá apareció entre cortada y compungida, apretando los labios, allí abajo de la escalera, con sus manos a su espalda. Pero cuando estaba a punto de tenerme en sus dominios le cambió la cara. Una alegría radiante, como un sol.  Me cogió por la cintura con facilidad y me atrapó entre sus pechos. Siempre me encantó el olor corporal de mi madre. Como a canela dulce que deleitaba oler cuando el tío Lucho preparaba arroz con leche algunas tardes de merienda y me decía que le alcance la canela. Mamá era una guapa morena, alta y prominente, una melena azabache y lacia, de rasgos indígenas, que por cierto resquicio de origen chino que le venía del padre sacó una preciosa nariz mediana y afilada. En épocas de los Incas, seguro, sería una virgen obligada a dedicarse al culto, o al Inca, ¿quién sabría?  
—Has crecido un Poquito. ¡Claro!, si ya tienes cinco años. Te quiero, lindo — dijo mamá meciéndome de un lado a otro y yo encantado con ver a mi madre contenta—. Tú sabes quién es tu madre, ¿verdad?
Agregó mirándome con sus ojitos almendrados, como queriendo restar las ofensas de Amanda.
—Tú, eres mi mamita. Te quiero. ¿Me has traído un regalo?
Me puso en pie y se arrodilló. Una de sus manos sujetaba una cajita.
—Sí, pequeño. Toma y no lo abras aún —habló mirando de reojo a la suegra—. Es una linda sorpresa.  
—Pero quiero abrirlo ahora.
—Ábrelo luego, hijo, prométemelo, ¿sí?
—Está bien mamita.
—Miren como está mi hijo, se está haciendo un hombre.
Era mi padre y mientras hablaba miraba a los invitados como estimulando le den la razón.
—Papito, te quiero, ¿me traes un regalito?
—La madre que me parió, siempre me recibes diciéndome… —le interrumpió Amanda con el rostro agreste.
—Ten cuidado, Enrique, que tu madre soy yo y aquí estoy.
Los congregados se echaron a reír.
Al poco rato dejé de ser la atracción y comenzó la fiesta. Mi abuela había dispuesto un arreglo especial del salón para el cumple de su hijo. Encima de la falsa chimenea, había un cartel que decía Feliz cumpleaños Enriquito y muchos globos colgaban por todas partes con la cara de papá. Cuando era más niño temía que se reventase un globo, pero ya mi abuela me había aleccionado diciéndome: «pinchas la goma y se rompe, el aire sale con fuerza y eso provoca el ruido, y ya está. No pasa nada» A cada invitado le pedía me bajasen un globo y gozaba reventarlos. Cuando llegó la hora del baile y ya sin globos para gozar me entró un aburrimiento. Ya nadie me miraba. Mi madre hechizada bailaba con mi padre; otras parejas, a lo mismo y Amanda, sentada al lado de un barbudo, le leía entusiasmada uno de esos libros rojos. Tenía la impresión de constituir un estorbo en medio de aquél conjunto de cuerpos conducidos por un estimulante ritmo de salsa. Pasé por la cocina, sin entrar. Los ruidos de platos anunciaban que pronto comenzaba la comilona. Fastidioso me fui al patio para casar lagartijas y tirarlas a la fuente de los deseos, como le decía a la pila del patio Cordobés. Reconozco mi habilidad infantil en casar lagartijas. Las buscaba por las macetas, las cogía de la cola y las mataba dando un golpe seco en la pared. Atrapé tres, me acerqué a la fuente y me dispuse a pedir mis deseos:
—Pido que pronto me visiten mis hermanos del Callao.
Y una lagartija dentro al pozo.
—Pido que siempre le vaya bien a mi padre en la mar.
La segunda cayó.
Demoraba en pedir el tercer deseo, con la lagartija en la mano, porque estaba entre una bicicleta o la serie completa de Marco, el niño italiano que tenía que viajar hasta Argentina para ver a su mamá.  Tanto retrasaba que el agua del pozo recuperó su calma pudiendo ver la inmensa luna de Paita dibujada en su fondo, hasta que algo modificó esa imagen; como si una mariposa se posara sobre luna reflejada en el agua. Levanto la mirada y era una mujer, con una túnica blanca parada sobre ella. Abrí los ojos como dos platos. Sería la primera vez que me volví sordomudo y boquiabierto. Inerte, como las estatuas humanas que a veces se instalaban en la Plaza de Armas. Solo sentía mover la dirección de mi mirada porque la luna y la mujer encima bajaron hasta posarse sobre la azotea de la casa. Su vestidura se movía muy suave al compás de la brisa marina. Una aureola de luz envolvía su silueta. Su cara aterciopelada. Parecía una Ada de los cuentos. Había cierta docilidad en su gesto que solo proporciona la sabiduría, por lo que al principio estaba pasmado. Por un momento dude entre llorar de espanto o esperar alguna súbita explicación de lo que estaba viendo. Pero qué explicación, si era un niño. La mujer levitó y se posó hasta en mi mismo patio; al lado mismo de mi fuente; frente a mí; me estaba mirando. Noté que respiraba ¡sí, claro!, todos lo hacemos, pero lo que quise decir era que vi su respiración, como si la hubieran tintado para distinguirla de la brisa salina.   Inhalaba por la nariz y exhalaba por su boca, una, dos, tres veces, y a la cuarta lo echó sobre mí. Una fascinante sensación, inexplicable, sentí de súbito con ese aliento dentro de mí y un miedo que ya empezaba a dar bostezos. Cuando estiró sus brazos como queriéndome abrazar volví en sí y solté un chillido aterrador. No recuerdo más, solo hasta cuando mi padre me avivó con una bofetada. Pero yo seguía con uno de esos llantos que te suspendían la respiración, sin poder articular palabra, y señalando en el lado del patio, donde se posó la mujer, que ya no estaba y a la luna, que ya estaba en su lugar de siempre.
—¡Hijo, por dios!, ¿qué te ha pasado…? Ya está bien. Dime —mi padre asustado.
—La… la… la… mujer…, so…bre... la… luna —apenas pude balbucear.
—¡Pero!, ¿qué mujer hijo? 
Amplié mi visión y me percaté que todos los invitados, incluido el servicio doméstico, terminó en el patio.
—Enrique, dame al niño.
Ordenó mi abuela, pero me aferré a los brazos de papá que no me soltó. Pero cuando me llamó mamá…
—Gabriel, vente con tu madre.
En ese timbre de voz encontré una paz interior. Mi madre estiró sus brazos. Me deshice de papá y me atenacé al cuello de mamá. En su olor a canela encontré regocijo.
—Mamita, te quiero. Te quiero mucho, mamita. No te vayas hoy, por favor.  No te vayas… ¿Me lo prometes? No te vas a ir, ¿verdad?
—¡Cálmate hijito!, te lo prometo —mi madre lloraba y me secaba con una mano mis lágrimas—. Mírame y escúchame…, te juro que no me voy, ¡entendido!
Mi madre cumplió su palabra. Se quedó toda una semana. Fue por aquellos días en que conocí el inmenso amor que destilaba mi madre. Y Amanda, conteniendo sus celos con hidalguía, nos regaló mucha intimidad para vivirla solo los dos.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
  
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Foto del autor Samont H.
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Descripción

Captulo 8 de mi manuscrito: La probabilidad, el albedro o las barajas.

Palabras Clave: samont sandro montes manuscrito

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin


Creditos: Sandro Montes

Derechos de Autor: Sandro Montes

Enlace: http://www.megustaescribir.com/obra/64381/la-proba


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