Bitácoras de viaje
Publicado en Jul 23, 2018
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Imaginate en la estación de trenes, la tarde-noche le da el color  a la situación, te dirigís a la gran ciudad mientras mirás hacia el andén del frente, las masas vuelven a sus casas, uno parece ir a contramano de la realidad, de la costumbre, de todos. Visualizás a la gente siguiendo la inercia de otras personas, y en ellos te ves reflejado, pero no como un reflejo per se sino como un contrario, un contrarreflejo de tu persona, parada en el andén contrario, como un espectador, un tercero que no quiere unirse a esa masa uniforme que parece no pensar por sí mismo y simplemente actúa como el resto. Hay quien pudiera verlo como un pensamiento ególatra, vacuo y soberbio pero quien piense eso no entiende el claro contraste entre la soberbia y la soledad.
La soberbia precisa de autosuficiencia, uno no precisa de otro porque considera al otro un ser inferior e inútil, actúan cual rey observando a su reinado con indiferencia. La soledad te hace necesitar del otro, analizarlo, tratar de entenderlo. La soledad te lleva a la filantropía e, indirectamente, a tendencias misándricas.
La sociedad está en una constante persecución con la soledad, tratando de evitar caer en sus garras, y una gran parte de ella logra escapar pero ignorando el hecho de que su base, sus individuos más talentosos, aquellos capaces de sentar las bases de la misma y transformarla, han caído en las fauces voraces de la soledad. Peor aún, ese sector más obtuso parece dedicado a intensificar la situación en la que caen quienes son sus cuasi salvadores. ¿Quién podría, en su sano juicio, ir a contrapelo de su salvación? Es ilógico, y en muchos sentidos la sociedad camina a la falta de lógica.
Parafraseando a Félix Lope de Vega “A mis soledades voy, de mis soledades vengo, porque para andar conmigo, me bastan mis pensamientos.”, la tendencia a la ensimismación se vuelve una constante en aquellos que trascendemos al humano promedio. Ahora resta preguntar ¿Es algo que viene con nosotros o somos llevados a este estado? Las personas parecen indispuestas a escuchar una voz distinta, una contraposición, una mirada nueva y prefieren su sentimiento autosuficiente y cuasi cliché justificándolo en no ser los únicos, en que el resto también lo prefieren, apoyan su inseguridad en las mayorías. ¿Y de los intelectuales? Hay dos tipos, los que nos mantenemos inquebrantables ante todo lo que se cruce, firmes ante la adversidad y amalgamados con esa soledad que parece un estigma discriminatorio, y los que ya están muertos. Pero cuidado, esa muerte no tiene un porqué para ser física, la misma aún puede ser moral. Tristemente hay intelectuales que son incapaces de soportar su estigma y ahogan su capacidad en tratar de ir a aquel andén contrario, buscan ser normales y de algún modo lo logran. Todo indica que todos quieren ir a las masas ¿por debilidad? Quizá, o quizá a culpa de las mismas masas por volver a estas personas unos enajenados y solitarios individuos.
Si uno lo piensa solo con lo expuesto podría pensar que los intelectuales son seres débiles y endebles ante lo que los rodea, pero ese sería un error cuasi fatal. El intelectual es capaz de confrontar masas por él mismo, criarse en la soledad lo hizo fuerte y su voluntad trasciende a la normalidad hegemónica que reina la sociedad en la que vive. Pero el intelectual es frío, la falta de contacto con sujetos endebles lo hizo rígido y calculador, y pone a prueba a todo lo que puede. ¿Y quién nos puede culpar? Si el poder es la ansia más grande del ser humano ¿Quién con un dedo en el gatillo y el cañón de la escopeta apuntando a un ser que le es indistinto y que su existencia (o la ausencia de esta) no le afecta en ningún aspecto, no dispararía? Entonces  ¿Quién puede culpar al que lo hace con un motivo? El análisis se intensifica para entender la “crueldad” con la que actúa el intelectual y su motivante. Su actuar es causado por la frustración de no encontrar a otro de los suyos; el intelectual pone a prueba a ciertos individuos para saber si es capaz de entenderlo, si (por fin) podrá tener una charla más allá de la banalidad, y al no encontrarlo simplemente lo descarta. Pero no los descartan y ya, los defenestran, los dilapidan, y el porqué de esa fuerza violentamente abusiva aparenta no tener explicación alguna.
 Probablemente la soledad crea seres incapaces de medir el daño al que pueden someter a los destinatarios del ataque indómito del intelectual. ¿Qué concepto de bien o mal, suficiente o insuficiente, cruel o clemente, amor u odio puede tener alguien que no conoce del todo al ser humano como individuo? Los conceptos macros son una banalidad, cualquier subser capaz de concatenar una pocas palabras puede hablar de cuestiones macro, la antropología es una ciencia simple incomparablemente sencilla respecto a entender a un mísero humano.
 La humanidad desde la individualidad es sumamente compleja pero no para todos, solo para el  intelectual. La persona común y corriente es capaz de tomar el comportamiento humano como algo implícito y su actitud respecto a este es sumamente natural e intuitiva. El intelectual, al no haber nacido naturalizado a este ambiente simplista en sus acciones pero complejo en la naturaleza y el porqué de las mismas (curioso oxímoron se forma al analizar este tipo de cuestiones), mecaniza el accionar humano. El intelectual debe tratar de buscar patrones para poder camuflarse en el cúmulo de personas normales, debe elaborar teorías para tratar de encontrar esa cuestión tan natural en el no-intelectual, debe tratar de dejar de lado su pensamiento intelectual para tratar de anexarse a los humanos promedio.
 Un punto clave para analizar esta cuestión es la adolescencia, etapa de soberbia en la vida donde la egolatría les da forma a los futuros adultos, cada generación parece crítica, cada vez más radicalmente estúpida (en toda la complejidad que implica la estupidez) y destinada al fracaso. La adolescencia es la opera prima del proceso separatista de la sociedad, y para nada resulta sorprendente teniendo en cuenta la maleabilidad del adolescente promedio. Uno de los mecanismos más evidentes es la tergiversación de la inteligencia; el adolescente frustrado por no lograr destacar del resto justifica su fracaso, lo justifica en frases que, tan velozmente, se volvieron populares: “las notas no son relevantes”, “todos tenemos distintas cualidades”, “no hay humanos más capaces que otros, solo distintos”. También lo justifica en su adhesión al cúmulo de normalidad, emitiendo opiniones vacías que ni siquiera es capaz de interiorizar (no solo por no coincidencia de pensamientos, incluso por su propia incapacidad e inutilidad que encubre con sus justificaciones). Pese a esto el adolescente no es consciente de estas cuestiones, simplemente se dan en lo profundo de su psique, otra cosa totalmente opuesta sucede con el intelectual adolescente. El intelectual adolescente es quien está más cerca de su muerte moral, la presión social que sufre por pensamientos autoinfundados y externos lo hacen caer en una crisis pseudoexistencialista.
 La crisis del adolescente intelectual tiene de base al deseo intrínseco del ser humano por aquello que no tiene, el intelectual ve en los adolescentes promedio la felicidad de vivir en la ignorancia y piensa constantemente en caer en ella. Aun así no peca de estúpido, es capaz de ver las ventajas de ser como es y entiende sus beneficios, pero la naturaleza humana le puede y vuelve su crisis una constante en su vida. Es irremediable su situación, incapaz de poder mantener una conversación con un valor real, o de poder amalgamarse a la conducta sinsentido que parece seguir este sector de la sociedad.
 Es por este mismo motivo que en la adolescencia es donde más intelectuales se pierden ¿quién sabe cuántas mentes brillantes ahogaron su saber en idiotez para poder pertenecer a la sociedad? O peor aún, ¿Cuántos esconden su verdadera faceta para tratar de pertenecer a un grupo pero en el fondo se dan cuenta que ese grupo no es más que el resultado de un autoengaño constante? ¿Cuánto más podrá aguantar alguien es esa situación? El adolescente intelectual anhela una vida que no tiene, y siente un primer (y quizá único) contacto con el amor real; ama a aquello que implica lo que le gustaría ser, su deseo amoroso más profundo no es más que la personificación de su necesidad egoísta de dejar de lado su saber. La persona que represente mejor dicha necesidad egoísta puede variar pero el concepto es inamovible, mientras cumpla ese rol antagónico respecto de sí mismo el sentimiento será el mismo, independientemente de quien sea.
 Hay otro tipo de amor para el intelectual, el amor por un par, ya que implica su desahogo total. El intelectual es consciente de que encontrar a otro como él es sumamente improbable, y cuando lo encuentra lo ayuda a ayudarlo. La sola posibilidad de tener una conversación digna de sí mismo y que realmente lo motive genera el sentimiento de amor y necesidad más grande que existe. Aun así busca no explotar en toda su plenitud a su par, cual hambriento cuando solo le resta un trozo de pan dosifica su contacto para poder disfrutarlo y valorarlo como se debe.
 En definitiva, al tratar de entender el comportamiento de los intelectuales caemos en el gran dilema del huevo y la gallina, ¿Es la sociedad quien lo vuelve un ser solitario o la soledad la que provoca el rechazo social? Quizá es indistinto al entender que la humanidad, en su conjunto, pierde su opus magnum y lo relevante sea buscar la integración de los mismos desde lo individual. Y la individualidad parece una gran carencia de la sociedad, pocos parecen capaces de subsistir por sí mismos tras la vorágine de dependencia que azota a las personas desde la adolescencia.
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Foto del autor Damián Campos
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Descripción

Análisis del rol del intelectual en la sociedad, enfocado en su caída a la soledad, su paso por la adolescencia y sus relaciones humanas.

Palabras Clave: sociedad intelectual soledad lógica ensimismación solitario voráz violento frívolo moral ego pensamiento tristeza banalidad complejidad simpleza adolescencia relaciones humanas rol enfoque caida

Categoría: Ensayos

Subcategoría: Análisis


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